viernes, 18 de enero de 2019

La Enseñanza esotérica (26)


La “Sombra”
en la Mujer y en el Hombre
(2)


Es evidente que una cosa es reconocer que la psique posee contenidos concientes e inconscientes, así como aspectos personales y colectivos, y otra muy distinta describir su complejidad. Si observamos un “paramecio” (un organismo unicelular) comprobamos que este “come” a todo aquello que reconoce como “alimento”, y “huye” de todo aquello que podría “comerle” y a lo que considera como “enemigo”. El paramecio no tiene que aprender cómo ha de comer y como ha de huir. Ni su cuerpo ni su mente han de aprender nada, porque dicho conocimiento ya se encuentra almacenado en él, conocimiento que es transmitido a través de innumerables generaciones de paramecios que ya experimentaron lo que es “comer” y lo que es “huir”. Ese “conocimiento” constituye un patrón, y ese patrón es un “arquetipo”. También el “bebé” humano se enfrenta al mundo a través del “velo” de una experiencia arquetípica, parte de la cual toma la forma de “imagen”; otra parte, toma la forma muscular (a esta forma se la ha llamado “instinto”).
(...)

Imaginemos que el bebé percibe, en algún momento, que el pecho de la madre, su fuente de alimento, es algo separado de él. Podríamos decir que tenemos, en esta percepción, un principio de conciencia. Esta conciencia es el “ego”, que surge cuando el bebé comienza separarse de su entorno. A esta “separación” contribuyen los residuos arquetípicos de la relación madre-hijo. Desde el momento en que se produce esta separación, se le da “sustancia”, o “contenido” al “arquetipo madre”; y a ese arquetipo el bebé le añade su conocimiento de la medre biológica. Lo importante a tener en cuenta aquí es que, debajo de esa experiencia concreta, siempre estará el “arquetipo madre”.
Lo que llamamos “mente humana” posee una insondable profundidad de experiencia, llena de arquetipos que, progresivamente, marcarán nuestras conductas. Por ello, cualquier arquetipo tiene dos caras: la “imagen arquetípica en sí misma” y la “conducta instintiva” que la acompaña. Al experimentar el mundo, lo hacemos a través de los arquetipos, y nuestro “instinto” le proporciona al arquetipo una forma exclusiva. A la agrupación de todos estos recuerdos “personales” alrededor de una experiencia, Jung lo llamó un “complejo”; en este caso, un “complejo de madre”. Cuando investigó este “complejo de madre”, Jung no encontró en él un solo recuerdo de la madre biológica y, si lo había, no era sexual como decía Freud. Lo que encontró fue un “complejo de madre”, un “colectivo”, una memoria arquetípica de la compleja relación entre “madre” e “hijo”. Por ello, nuestra relación con las cosas y las personas se realiza a través de estos complejos, y esta relación se lleva a cabo a través de un elemento: la conciencia del “ego”.
“El ego es un dato complejo constituido en primer lugar por una conciencia general del cuerpo, de su existencia, y en segundo lugar por su banco de memoria; usted tiene una cierta idea de haber sido una larga serie de recuerdos.” (Jung. "Psicología analítica").
Podría decirse que el “ego” es la primera interacción dinámica entre la conciencia y en inconsciente. Al ser el centro del consciente, adquiere “forma” en los límites donde se experimenta así mismo como algo separado del entorno. Cada complejo, acumula experiencia personal que se incrementa mientras rodea al arquetipo de “ego”; por ello, éste puede relacionarse con el mundo exterior de los sentidos y con el mundo interior del inconsciente.
“[…] el ego es un complejo de hechos psíquicos. Este complejo tiene un gran poder de atracción, como un imán; atrae contenidos inconscientes […] También atrae impresiones del exterior, y cuando entran en relación con el ego se vuelven conscientes. Si no lo hacen no son conscientes.” (Psicología Analítica).
El bebé que ha percibido y tomado conciencia que sus pies forman parte de “su” cuerpo, pero que el pecho de la madre que le alimenta no forma parte de su identidad, no es diferente (salvando las distancias evolutivas) del paramecio. Hacia los dos o tres años, el niño comienza a darse cuenta y a hacerse plenamente conciente que su madre es diferente a él. También se da cuenta, aunque de una forma que aún no es consciente, que ha estado identificado con un ser que, en el fondo, le es extraño. Este descubrimiento puede causar una terrible decepción que se podría comparar a la “expulsión del paraíso”. Los psicólogos (algunos) piensan que el temor del hombre a un compromiso verdadero, en la relación hombre-mujer, tendrían sus raíces en esta desilusión.
Esta toma de conciencia parece necesaria en la evolución del hombre como ser “masculino”, ya que su camino se encuentra en lo conceptual. Este es también el camino de la mujer, pero ésta puede incluso “existirsocialmente sin llegar nunca a tomar conciencia de ella misma. Por el contrario, un hombre se encontrará como un ser totalmente inadaptado al papel que la sociedad le asigna sin esta toma de conciencia. La situación primordial sería la de una manera de ser dentro de algo más grande -la madre- sin que existe ninguna separación. Esto quiere decir que, en la psique humana, la madre y el inconsciente son una y la misma cosa; por lo tanto, el inconsciente significa y desempaña siempre una cualidad maternal. En los primeros tiempos, éste inconsciente, se corresponde siempre con la “madre buena”, aunque, desgraciadamente, las cosas no quedaron ahí. Por si no se han dado cuenta todavía, “crecer” significa “prohibición” y establecimiento de “límites” que nuestros entornos -físico, familiar y social- nos impone.
Volvamos un instante a la situación anterior, es decir, al conjunto de relaciones entre la madre y el niño antes de que aparezca la conciencia individualizada, antes de la creación del “yo”, y de una conciencia cuyo centro es precisamente ese “yo”. Quién dice “yo” dice igualmente “el otro”, y para poder decir “el otro” hace falta una distancia, una separación. Esta distancia es impuesta al niño por el simple hecho de confirmar que es diferente a su madre y que tiene un sexo distinto. Este descubrimiento sumerge al niño en un gran desconcierto, pues el ser que le es más cercano, de quien cree formar parte, se ha convertido en un extraño. Es en este momento cuando empieza, o debería comenzar, el papel del padre. Este papel consistiría en acoger al hijo e introducirle en el mundo de los hombres para que tenga un nuevo “cobijo”, al menos desde el punto de vista del alma, habida cuenta que desde ese momento la madre es percibida como un “”, algo diferente. El niño necesita al padre para encontrar un “” similar. Por ello el padre es una necesidad vital para el niño. Es por esto que, en las antiguas sociedades aborígenes, al alcanzar la pubertad, a los chicos se les separa de las madres y de las hermanas y se les introduce en el “mundo del Padre” y de los hombres a través de un rito de “iniciación”.
El problema se plantea cuando el padre está ausente, que es lo que les ocurre a todos los caballeros que parten en busca del Grial, o a los que representan el “Mito del Héroe” que parte a la búsqueda de sí mismos; o del “padre” provisto de una personalidad menos fuerte (y por lo tanto agresiva) que la de la madre (teniendo en cuenta que vivimos en una sociedad patriarcal). ¿Qué pasa entonces con el niño?
Cuando un niño es elogiado por ciertas conductas y reprendido por otras, solo tratará de mostrar las primeras y reprimirá las segundas. Pero el desarrollo “sano” se centra en el equilibrio, por lo que el niño necesita del elogio y la amonestación de sus padres, para “recordar” que en todo existe una elección. Y, cuando ya no necesite que sus padres le recuerden su conducta, las recordara en su interior. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a un chico o una chira, después de realizar un acto reprobable decirse así mismo: “chico malo”, o “chica mala”? Ese “padre interiorizado” solo constituye una fase de transición.
“Después de un tiempo. Somos la persona que exhibe tal y cual comportamiento y que no exterioriza la conducta contraria. Comportarse siempre de cierta manera produce un estado de organización mental más eficiente que tener que tomar una decisión cada vez que surge un problema. El recuerdo de que alguna vez nos comportamos mal, retrocede en la conciencia; ya no somos por más tiempo conscientes de que pudimos en algún momento obrar de otra manera. Sin embargo, si la persona en la que nos convertimos se desvía demasiado de nuestro ser esencial, una figura compensatoria se forma en el inconsciente: la sombra.” (Robin Robetrtson, “Arquetipos junguianos”, pg., 206).
Los mitos del héroe o los caballeros del Grial nos muestras el ejemplo de un padre ausente. El niño se encuentra completamente solo con la madre, o incluso sin ella, en un mundo que él no ha escogido, y en el que se encuentra inmerso por el hecho de ser un chico. Sentirse solo ha sido siempre una de las angustias fundamentales del ser humano. Naturalmente está la madre, que infunde seguridad y consuelo, pero no es lo mismo, pues no conoce el mundo de los hombres y no puede conducirle en él, ni hacerle comprender lo que es un hombre. Además, al crecer, el chico siente de una manera difusa que, para llegar a ser un hombre, debe alejarse de la madre. ¿Qué posibilidades de adaptación tiene? Si no puede adaptarse, abandonará la búsqueda de su verdadera naturaleza y se identificará con la madre, ya que le es necesario tener un modelo, y así puede llegar a convertirse en homosexual; aunque la ausencia del padre no conduce necesariamente a la homosexualidad. El homosexual es un hombre cuya masculinidad total se ha hecho inconsciente y forma parte de su Sombra. La única posibilidad de tomar contacto con su masculinidad es encontrarse con otro hombre. Esto le permitirá un acercamiento consigo mismo como hombre a través de otra persona-hombre. La “sombra” aparece cuando el “ego” acepta una visión de sí mismo demasiado restringida. Es como si la psique humana proyecta la “sombra” cuando desea empujar al individuo hacia la realización de su propio potencial; es como si esta fuera la proyección de una “luz” (toda luz proyecta una sombra), un punto de referencia al que compararse y al que Jung llamó “self” o “si mismo”. Si el “yo” se desvía demasiado del “self”, el mecanismo compensatorio actúa, haciendo que la “sombra” aparezca a fin de restablecer el equilibrio. La finalidad es “integrar la sombra” en la “personalidad”. Una vez recuperados aquellos rasgos rechazados, el “ego” se expande. La “sombra” no es solo algo individual, es colectiva.
El “arquetipo padre” es la imagen del padre presente en el inconsciente de cada uno de nosotros, en todas las culturas y en todas las civilizaciones. Se le atribuyen poderes. Estas atribuciones no son absolutamente arbitrarias, pero fluyen de la naturaleza misma del principio masculino o patriarcal. El principio masculino constituye el mundo del padre que tiene por simbolismo el “Cielo”, la altura, la vertical, la cabeza, el pensamiento; por lo tanto, la conciencia, la distancia, la diferencia; así pues, la identidad, la ley, la moral, la ética, la exigencia de hallarse donde se encuentre el mejor, el principio, el dogma, etc. Por definición, éste principio se opone al principio matriarcal, lo que no implica nada en sí mismo, ya que juntos forman un todo. El problema está en que en la vida humana estos dos principios luchan entre sí y son los peores enemigos, intentando cada uno, desde el inconsciente, destruir al otro sin conseguirlo, pero destruyendo ciertamente al hombre.
El niño, cuyo padre está ausente, puede pues decidirse a vivir el principio patriarcal bajo un prisma arquetípico. Si este principio no está encarnado, no está representado en una forma humana, será vivido de una manera no humana, ya sea inhumana o sobrehumana. El niño vivirá para este estado patriarcal en estado bruto, sin que haga de intermediario un rostro paternal y humano. Es entonces cuando el principio se vuelve negativo por estar inadaptado a la realidad y a la medida humana. Este muchacho se convierte, entonces, en un joven patriarca, cuyo “principio” es vivido en su forma negativa, anti-femenina, contrario a la energía de vida del principio femenino. Es decir, vive desde su cabeza y en su cabeza, dando una importancia y un crédito desmesurado al intelecto; rechaza su cuerpo, por ello a menudo es un cuerpo delgado, o lo desarrolla en forma desmesurada. Vive de principios, los que ha imaginado en su mente, y estos toman así el lugar y la forma de una “religión”. El problema es que nunca estará dispuesto a sacrificar esta postura para adaptarse a una realidad de vida; por el contrario, será la vida, su vida, la que se sacrificará para adecuarse a esos sus principios. Igualmente repudiará a todos aquellos o aquellas que no se sometan a esos principios que el obedece.  Como su escala de valores se ha hecho “absoluta”, tiene una imagen de sí mismo y de los demás enfrentada. Quién le cae bien, es porque es un reflejo de sí mismo. Pero el resultado de todo este juego es una permanente inseguridad y falta de confianza é mismo. Exige perfección ante su insatisfacción y la constatación de la imperfección general que reina en él y alrededor de él. Teme y detesta el mundo de lo femenino, ya que lo percibe como algo peligroso. Carece del sentimiento de confianza, sustituyéndolo por desconfianza, a la que considera un valor. Le es indispensable ser y aparecer como el mejor en todas partes; pero, desgraciadamente, muy a menudo, no llega a elevarse a la altura de su exigencia a causa de su falta de confianza.
Este tipo de hombre tiene, tanto de sus pensamientos, como de sí mismo, una noción tan alta que los eleva a categorías de pensamiento universal, lo que lo convierte en un ser extremadamente intolerante. Un hombre así nunca será feliz, se sentirá siempre solo, nunca estará satisfecho de sí mismo y de los demás; será incapaz de adaptarse a la vida, pues se encuentra lleno de exigencias. Será un hombre sin amor, incapaz de entablar con los demás un contacto real. Aunque existe una única excepción a esta soledad: le gusta la compañía de otros hombres, siempre que encajen en su “modelo”. Puede tener algún “amigo”, pero nunca una “amiga” (en el sentido de amistad). Puede llegar a ser el “tirano doméstico” o, simplemente, el Tirano.
La Sombra de un hombre así se ha formado, por lo tanto, por una ausencia del padre y de una imagen humana de éste. Esta ausencia ha causado un gran sufrimiento. Incluso cuando llegue a los cincuenta, seguirá abrigando en su interior un profundo rencor a la vida por no haber tenido padre.
La Sombra es una presencia inconsciente, aunque presente, que se manifiesta negativamente en aquel o en aquella en los que habita cuando no se la integra. La Sombra del hombre, en el caso que hemos visto, provoca en él un gran respeto a la autoridad, incluso si esta es discutible en sus motivaciones. Admira, como el niño que aún es psicológicamente, a los hombres que considera superiores, no importa cuales sean sus valores humanos, siempre que encajen en su idea (generalmente distorsionada) de personajes míticos. Su Sombra le hará ver “valores” ahí donde no existen, a pesar de ser habitualmente tan exigente.
Escapar de este “complejo paterno” en su forma “patriarcal” conlleva la aceptación de ese niño aún vive en la profundidad inconsciente de su psique; un niño que nunca creció y que nunca llegó a convertirse en un “hombre” al carecer de una “imagen” que le sirviera de referente. Deberá aprender a aceptar su debilidad (cosa harto difícil) y su vulnerabilidad, así como deberá a aprender a ser un buen padre, tomándose a sí mismo como hijo. No es fácil liberarse de la sujeción inhumana del principio patriarcal en el que se encuentra encerrado; tendrá que reconocer cuales son las necesidades esenciales de ese niño; deberá comprender que la vida necesita de ciertas condiciones para existir, tales como paciencia (el querrá que las cosas sean ¡ya!), confianza, y la capacidad para distinguir entre lo posible y lo imposible. Los psicólogos proponen la necesidad de “evocar”, a través de lo que Jung llamó “imaginación activa”, la imagen de un “padre positivo”.
A pesar de la influencia negativa que el “arquetipo sombra” puede ejercer sobre nosotros, a hombres y a mujeres se han sentido fascinados siempre, a la vez que se han sentido desconcertados, por el sexo opuesto. Esta fascinación se debe a la sexualidad.
“Históricamente encontramos el ánima sobre todo en las sicigias divinas, las parejas de deidades hombre-mujer. Estas se extienden hacia abajo, por un lado, hacia las oscuridades de la mitología primitiva, y hacia arriba, por el otro lado, hacia las especulaciones filosóficas del gnosticismo y de la filosofía clásica china, en donde el par cosmogónico de conceptos se designa como yang (masculino) y yin (femenino). Podemos afirmar con seguridad que estas sicigias son tan universales como la existencia del hombre y de la mujer.” (Jung; “Arquetipos del inconsciente colectivo”).
Jun usa el concepto “sicigia” para referirse a las parejas de dioses o a la pareja hombre-mujer. El diccionario de la RAE carece de explicación para el concepto “sicigia”, pero sí la tiene para el concepto “sizigia”, concepto que dice provenir del griego συζυγία, «reunión», y después del bajo latín, syzygia. El concepto es utilizado para explicar la situación en la que tres objetos celestes, o más, están alineados. Es un término generalmente utilizado para la alineación del Sol, la Tierra y la Luna o de un planeta. Por ejemplo, los eclipses de Sol o de Luna son sicigias; también se habla de sicigias para referirse al momento de la luna llena (plenilunio) y la luna nueva (novilunio), etc. “syzygia” no significa solo “reunión”. Sino que, al estar formada por “syn” + “dsyjós” señala que esa reunión es a causa de encontrarse enlazados con el mismo “yugo”.
Así que las “sicigias” a las que hace referencia Jung tienen que ver con “algo” que, a pesar de su aparente oposición, el “ánimus” y el “ánima”, el “hombre” y la “mujer”, los mantiene unidos, alineados, uno junto al otro, como dos bueyes bajo un “yugo”. La vinculación entre “hombre externo” y “ánima interna”, así como la vinculación entre la “mujer externa” y su “ánimus interno” constituyen una sicigia, porque ambos aspectos, el externo y el interno, se encuentran sometidos al “yugo” que los griegos llamaron Eros, la fuerza de atracción más poderosa del universo. Cuando dejamos de protestar por el “otro opuesto”, podemos reconocer su cara en el espejo, y resulta que es la nuestra. No importa se sea mujer u hombre, como “humanos”, todos compartimos las mismas experiencias físicas o emocionales y, a pesar de ello, el “hombre moderno” no sabe aún en que consiste eso que llama “sexo opuesto”.
En todas las épocas y culturas que conozco, y son muchas, el papel de la mujer ha estado centrado alrededor del hogar y la familia; mientras el papel del hombre se encontraba “fuera” del hogar y la familia. En las primeras etapas de nuestro pasado, las diferencias eran “culturales”- Lo que psicólogos, sociólogos, antropólogos, biólogos, historiadores, etc., han descubierto es que: las diferencias entre hombres y mujeres son profundas y variadas y, a pesar de ellos, las diferencias entre miembros promedio de sexos opuestos son menores que las diferencias entre los miembros que más varían dentro del mismo sexo. Esto quiere decir que nuestras experiencias personales y arquetípicas del sexo opuesto, se han formado a través de “diferencias” antes que “similitudes”. Tal vez por ello, esto llevó a Jung a decir que “Ningún hombre es tan por completo masculino que no posea algo femenino en él […] La represión de los rasgos e inclinaciones femeninos causa de modo natural que estas demandas contrasexuales se acumulen en el inconsciente.” (“Dos ensayos de psicología analítica”).
A nivel biológico, un hombre no es más que una mujer con un cromosoma X menos. Los órganos sexuales del hombre se desarrollan a partir de la base de los órganos sexuales femeninos. Si se prescindiera de la testosterona el hombre volvería a ser una mujer. Ambos sexos poseen características químicas semejantes y sus equilibrios hormonales tienen variaciones cíclicos particulares. Lo que Jung señala es que este cuatro biológico de diferencias y semejanzas se repite por igual en la psique de hombres y mujeres. En la relación entre ambos, la “sicigia” es como una danza en la que cada uno “responde” a los movimientos del otro. La misma danza se desarrolla entre los elementos contrasexuales internos, cada elemento se desplaza en respuesta al otro. Así que lo que parece estar contenido como arquetipo dentro de todo ser humano es la experiencia del sexo opuesto en una miríada de diferentes situaciones. Pero una cosa es el ánima y el ánimus y otra es la mujer y el hombre. Cuando un hombre integra contenidos de la “sombra”, integra aspectos masculinos que hasta ese momento no había admitido (lo mismo ocurre con la mujer), pero cuando integra contenidos del ánima, lo hace con la posibilidad de poder relacionarse con lo femenino. Una mujer, apresada por su “ánimus” es incapaz de examinar, de una manera consciente las opiniones que expresa; no más que un hombre preso de su ánima. Ambos expresarán las peores cualidades de cada uno.
“[…] cuando ánimus y ánima se encuentran, el ánimus desenvaina su espada de poder, y el ánimus expele su veneno de ilusión y seducción.” (Jung. “Aion”).
El trabajo en el Proceso de Individuación (del que hablaremos en un próximo capítulo), se emprende para alcanzar la propia transformación, aunque, a menudo, es necesario emprenderlo por los propios hijos. Una madre que vive mal su cualidad de madre, suele sentir, a veces, a sus hijos como enemigos, sobre todo cuando estos le exigen una cualidad de la que no dispone. De la misma manera sucede con el padre, cuando el hijo le pide que sea un padre amoroso, algo que puede que nunca haya sido.
Si el padre no existe o está ausente, el niño no tiene la posibilidad de vivir a través de su ejemplo y se “inventará” un padre imaginario, un padre con un poder formidable. Esta “imagen” causará tal impacto en él, que ya no tendrá, desgraciadamente, ninguna oportunidad real de alcanzar un “modelo perfecto”. Si el padre es débil, el niño se dará cuenta de esta debilidad, y no se sentirá orgulloso de él. Generalmente un padre débil es el que se encuentra sometido a la ley del matriarcado, y el niño terminará estando terriblemente “enfadado” con la madre. Será un futuro misógino.
Ya que todos los valores necesarios para la supervivencia se encuentran centralizados en la madre: ella es la fuerza y el poder; ella toma las decisiones, suya es también la responsabilidad, etc., etc. Advertirá que entre su padre y él no existe una gran diferencia. El padre es como él, un hijo de su madre, solo que algunos años mayor. ¿Cómo adquirirá la confianza que necesita para alcanzar su futuro estado de “hombre”? Intentará ponerle remedio identificándose con el principio patriarcal, prometiéndose que él no será como su padre, sino un “verdadero hombre”. Pero como sus “modelos” serán los generados por su imaginación, la imagen patriarcal estará distorsionada.
La Sombra de este hombre está compuesta, en primer lugar, por la imagen de un padre débil y violento y de un niño triste. Y, este niño se encuentra dotado de una gran dosis de agresividad y de desprecio hacia un padre indigno. Como siempre, cuanto más se rechaza la sombra más se complace ésta en aparecer en los momentos menos oportunos. Nuestro hombre, a pesar de reconocer a la autoridad, le tiene un miedo terrible, como a su padre y, también, como él, se subestima a menudo y tiene miedo a la vida, un miedo que le puede hacer aterrizar en los brazos de una mujer fuerte -como le sucedió a su padre-. Su angustia es precisamente eso: la propia angustia. Quiere ser reconocido a toda costa y quiere obtener ese reconocimiento que su padre no puede darle. Esto le provoca una ambición devoradora. Una carrera brillante puede estar motivada por una terrible falta de confianza y un profundo miedo. Uno de sus trabajos es aprender a tener confianza. Deberá descubrir por sí mismo el valor real de su estado hombre que, para ser tal, no necesita pruebas: ni de éxito ni de riesgo.
Desgraciadamente la mayoría de estos hombres no emprenden nunca un trabajo sobre ellos mismos, pues el miedo al poder absoluto de la madre se transforma en el miedo al poder absoluto del inconsciente. Su pregunta fundamental será: ¿para qué emprender un trabajo semejante? Pero antes deberá encontrar la respuesta. En una primera etapa, esta sería: “para vivir mejor y sin miedo”; más adelante, para encontrar la “espiritualidad” en lo cotidiano; espiritualidad que se expresa en la manera de relacionarse, de dar la mano, en la forma de sentarse o en la forma de estar… y a distinguir la diferencia que hay entre el “pequeño yo” y el Ser, o lo que es lo mismo, entre la conciencia y el inconsciente.
Jung usó los símbolos alquimistas para describir el proceso de desarrollo de la psique. Por ejemplo, esta imagen, de un manuscrito del siglo XVI, ilustra el proceso de desarrollo de la psique masculina como un árbol que germina del área genital de un hombre que ha sido herido en el costado por una flecha.
En otro texto alquímico del siglo XVI titulado “Alchemy”, de Johannes Fabricius, se nos muestra el camino del desarrollo de la psique de la mujer. Es simbolizado como un árbol que brota de la cabeza de una mujer, de fuerte cuerpo físico, y completamente erguida sobre dos alambiques.
Ambas imágenes alquímicas describen las diferencias entre los dos viajes. El hombre ha de ser herido para que se vea forzado a “volverse” hacia sí mismo. La mujer ha de permanecer “fuerte” y “erguida”. Es evidente que ambas posturas no son “naturales” de ambos sexos, tal y como consideramos sus estereotipos.
El árbol que representa el proceso de individuación masculino, crece en el lugar donde deberían estar sus órganos sexuales, como si fuera un símbolo de sus instintos, al igual que la fuente de sus sensaciones más profundas; también el origen de su creatividad. El árbol sobre la cabeza de la mujer, simboliza la fuente del pensamiento lógico y la iluminación espiritual. Los dos senderos de “individuación” son representados como árboles para mostrar que, el desarrollo que ha de tener lugar, posee una cualidad orgánica y que el “ánima” representa los sentimientos del hombre y el “ánimus” el pensamiento de la mujer. Por ello, la integración de los contenidos personales del ánima, en la mayor parte de los hombres, es “reconocer” y “aceptar” sus sentimientos. Cuando un hombre ha integrado su ánima, comienza a sentir un arraigo y un significado que no es el natural de los demás hombres; ahora puede relacionarse con el mundo externo e interno a través de su “habilidad” para discriminar sutilmente sus propios sentimientos. A su vez, para la mujer, integrar los contenidos personales de su ánimus, le permite llevar a cabo agudas distinciones analíticas., tanto en su mundo interno como en el mundo externo. Una vez que ánima y ánimus han sido liberadas de la necesidad de proyectarse externamente, vuelven a su genuina función psicológica de salvar la brecha entre la conciencia y el inconsciente. Este es un proceso que requiere de toda una vida; y no debemos olvidar que aún existen niveles más profundos en nuestra psique.




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