viernes, 4 de enero de 2019

La Enseñanza esotérica (25)

La enseñanza esotérica
(25)


La “Sombra”
en la mujer y en el hombre
(1)


A lo largo de todo lo que llevamos visto sobre la Enseñanza Esotérica, habrán podido darse cuenta que gran parte de su “Trabajo” tiene que ver con nuestro mundo psicológico. Por ello intento explicar ese trabajo, respecto a aquello que observamos en nuestra interioridad, el movimiento de nuestras emociones y pensamientos, a través de la psicología de C.G. Jung. Tal y como yo lo he experimentado, no existe un “dogma” que todo el mundo tenga que seguir; en mi caso yo no he dudado nunca en recurrir a aquellos que han intentado entrar, en eso que llamamos “nuestro mundo interior”, desde otros puntos de vista; son los casos de Gurdjieff, Jung, Castaneda y otros. Expresado en diferentes lenguajes y con distintos conceptos, todos hacen referencia a lo mismo: a la posibilidad de una transformación, la de nuestra conciencia “dormida”, desde nuestro propio interior.
(...)

Sabemos, en el lenguaje de Jung, que la “conciencia” surge del “inconsciente”, Esto es lo que Jung encontró en sus pacientes y en sus propias experiencias. Al entrar en ese inconsciente encontró un “mundo” que nada tenía que ver con que describía Freud.
“[Freud] deduce el inconsciente del consciente […] Yo lo expresaría al revés: yo diría que lo que primero aparece es evidentemente el inconsciente; […] en la primera infancia somos inconscientes; las funciones más importantes de naturaleza instintiva son inconscientes, y la conciencia es más bien el producto del inconsciente.” (En, Teoría y práctica de la Psicología Analítica, pg. 6).
A lo largo de su trabajo fue descubriendo un mundo del que nada sabíamos y que parecía no estar disponible para la conciencia.
A menudo queremos transmitir un significado con el término [inconsciente], pero de hecho lo único que transmitimos es que no sabemos lo que es el inconsciente”.
En 1912, Jung publica un libro llamado “Símbolos de transformación” (yo tengo una edición del año 62 que tuve que pedir a Argentina; en esa Época, en España, Jung era prácticamente un desconocido, y podría decirse que, para una gran mayoría, y me refiero al mundo de la Psiquiatría actual, aún lo sigue siendo). En dicha obra desarrolla el hecho que la realidad simbólica de los sueños, debe ser llevada “más allá” que la interpretación exclusivamente sexual que le daba Freud. Jung sigue la “pista” de las transformaciones simbólicas de la libido, lo que le lleva a descubrir en la Alquimia un proceso de transformación, que recoge en su obra “Psicología y Alquimia”.
Para Jung, un “símbolo”, algo deferente a un “signo”, ya que éste es algo conocido. Un símbolosolo está vivo mientras esté repleto de significado.” Por ello, “Todo proceso psíquico, […] puede ser considerado un símbolo. (Tipos Psicológicos)” Algunos han llamado a ese “descenso” al inconsciente: regresión al servicio de la trascendencia (Michael Washburn, profesor de filosofía en la Universidad de Indiana). Se refiere a aquellos que pasan por esa “noche oscura” camino de su trascendencia; bien sea desde un “yo” fuerte y desarrollado y, entonces, será “tragado” por la experiencia; o bien se tenga un “yo”, más fuerte aún, que necesite ser “rebajado” para poder ser trascendido. La “trascendencia” necesita de equilibrio. Por ello, la colaboración entre los opuestos es necesaria.
“Sin existe subordinación de una parte, el símbolo será predominantemente producto de la otra parte y, por esa razón, no será tanto un símbolo como un síntoma, un síntoma de la antítesis suprimida […] Puesto que la vida no puede tolerar el estancamiento, tendríamos una regresión de energía vital y eso conduciría a una condición insoportable si la tensión de los opuestos no produjera una función nueva y unificadora que los trascienda a ambos. He llamado a la totalidad de este proceso la función trascendente” (Jung, Tipos Psicológicos).
Y es que, como señala Jung, se necesita del “anhelo apasionado de una mente altamente desarrollada”, para aceptar “una violenta desunión con uno mismo”. Esto también lo señala Gurdjieff. Robin Robertson, un psicólogo junguiano, aplicando esta idea a la historia de finales del siglo XX, describe que la “tensión” originada había llegado a un punto de ruptura:
“Hemos visto los polos del espíritu y del instinto atraer a personas primero en una dirección, después en otra. […] la revolución sexual defendía la prioridad del instinto; el movimiento de los “renacidos” la prioridad de la espiritualidad; los liberales, hablaban de nuestras responsabilidades sociales hacia los demás, los conservadores de la necesidad de ser responsables de uno mismo. El péndulo ha ido oscilando entre los dos extremos, arrastrando a muchas personas en su movimiento. Pero ninguno de los dos extremos puede contener la respuesta final.
El poder y el misterio del inconsciente nos pueden abrumar fácilmente. Con demasiada frecuencia, cuando descubrimos cuando descubrimos el poder del inconsciente infravaloramos su propia fuerza y abyectamente nos damos por vencidos ante el inconsciente. O, bien al contrario, asumimos con arrogancia que todas estas nuevas y extrañas cosas nos pertenecen. En su propia lucha de cinco años, Jung encontró que el ego también tiene que ser fuerte y vital. Solamente la fuerza igual y opuesta de consciente e inconsciente puede producir una auténtica síntesis.” (Arquetipos junguianos, pg. 170).
Si hemos comprendido lo dicho en los párrafos anteriores, la “Sombra”, como símbolo de un arquetipo, se ha ido formando, a través de nuestra vida, por todo aquello que no nos hemos atrevido a vivir. También se ha hecho referencia al hecho de que es necesario “integrarla” y recuperar el equilibrio de la energía psíquica (libido), después de que se ha tomado conciencia de su existencia. De lo contrario, una “mujer” tendrá siempre la “carencia”, como señala Théa Schuster, de pertenecer al mundo femenino. Lo mismo ocurre con el “hombre”. Integrar la Sombra es la condición necesaria para que los encuentros con el sexo opuesto estén desprovistos de “peligros”. Esta psicóloga nos muestra a través de un ejemplo, el proceso. Nos muestra el caso de una joven cuya madre es muy posesiva y matriarcal. Si, inconscientemente, la madre quiere ser “perpetuada” en su hija, ésta no tendrá derecho a tener una existencia propia. Es lo que pasa con el personaje femenino de la novela de Laura Esquivel (y de la película) “Como agua para chocolate”. Su madre no hará diferencia entre ella y su hija, pues ella “es” su hija, y su hija “es” ella. Esto es un “lugar común” en la ley matriarcal.
¿Qué se quiere decir con “ley matriarcal”?
Es algo implícito en el arquetipo de la Gran Madre. Su simbolismo incluye la tierra, la materia, lo horizontal, la profundidad, el abismo, el vientre, el sentimiento, la pertenencia a la familia, al clan, al país… lo que indica la exigencia de utilidad y rendimiento al grupo, clan o comunidad a la que se pertenece, y la amoralidad (no tiene por qué tener una connotación negativa) que emana de esta exigencia. Para la ley matriarcal el fin justifica los medios. Ahí encontramos también el colectivo, la fusión, la no resistencia, la “forma concreta”, la luna, la serpiente, la araña… Esta ley exige que uno se adapte a ella, pues sin esta adaptación no habrá posibilidad de supervivencia. Esta ley, considerada como “ley natural”, se opone a toda individualidad. La individualidad implica distancia, distinción, diferencia, comparación, etc., valores que pertenecen al mundo del “enemigo”, al mundo masculino y patriarcal. Por ello, una madre poseída por la ley matriarcal no puede permitir ningún derecho a una individualidad propia, ni a su hija o a su hijo.
Esto tiene un origen y una causa muy preciso: el “misterio de la participación mística”, el misterio matriarcal de la relación primordial. Cuando un niño nace, éste no se siente “diferenciado” de su madre y la madre matriarcal no se siente diferenciada de su hijo. Incluso habiendo nacido de su vientre, forma parte de ella. Esta participación absoluta, esta experiencia de un contacto total, de una pertenencia completa, ha dejado su huella en la memoria inconsciente de todos los seres. Se trata de la imagen del “paraíso”, un paraíso perdido, pues, hacia los tres años de edad se produce la ruptura. Luego solo queda una memoria difusa, pulsante, inexplicable e inexpresable que impulsa a algunos a la búsqueda de una participación mística en otro plano, en busca de la unidad perdida.
Su instinto de evolución, impulsa al niño y a la niña a abandonar ese “paraíso”; algo que ocurre hacia los tres años, cuando comienza a decir “Yo”. Pero para poder decir “Yo”, le hace falta, no solo el consentimiento y la ayuda de la madre. Para un niño decir “yo” es algo, a la vez, muy preciso y muy confuso. La madre positiva es la que ayuda al niño a descubrirse así mismo, enseñándole poco a poco quién es él como un ser único y particular. Sin embargo, sucede a menudo que la madre no permite al niño que se escape de esta opresión, de esta participación mística. Si se trata de un chico no podrá evitar el constatar la diferencia de sexos.
Pero, ¿qué ocurre si se trata de una chica? Estará obligada a renunciar a cualquier diferencia con su madre y a vivir según los principios de ésta. Así, toda su individualidad, toda su potencialidad de lo que hubiera podido ser ella, queda en el inconsciente y se convierte en su “Sombra”. Si se rebela contra la ley matriarcal, solo le queda una salida: huir. ¿Dónde? Al mundo del Padre, pero éste es hostil u opuesto al mundo de la Madre y viceversa. Esta es una muy vieja y repetida historia que dura desde siempre, pues es la situación que viven la mayoría de las parejas. El hecho de vincularse al mundo del Padre a través de buscar una pareja masculina, obliga a la hija a rechazar todas las cualidades encarnadas por su madre, que ella percibe como algo hostil y peligro.
Cuando todo el contenido matriarcal pasa a su inconsciente, y se convierte en su Sombra, ese contenido no desaparece, solamente se ha hecho inaccesible y ya no están disponibles para la conciencia, lo que no quiere decir que no sigan participando en la vida de la persona que lo recibe sin enterarse. Y como esos contenidos son desconocidos, ejercen una aciaga influencia. Hay que tener en cuenta que han pasado al inconsciente debido al juicio negativo engendrado, ya sea por la madre o por la hija y, si la Sombra es juzgada negativamente, también reaccionará negativamente. Este problema no se puede solucionar ni con la distancia, ni con la muerte. La madre ha dejado su huella. Y esta huella “modela”, inconscientemente su “personalidad”, manifestándose, de vez en cuando, pero sobre todo cuando se sienta el deseo de “ser uno mismo”. Este deseo no dura mucho, pues la madre interior se encuentra siempre velando; gruñe, blande el arma de la culpabilidad, hasta que todo vuelve a situarse dentro de un cierto orden.
Estas mujeres que han renunciado a ser ellas mismas son, paradójicamente, bastante egocéntricas y no aceptan ser ayudadas. Se convierten en la mujer indispensable que, aparentemente, siempre están “al servicio de…” Ello les permite tener un mejor reinado. Esperan que sus preocupaciones sean las de todos aquellos que la rodean. Esperan de sus allegados la confirmación de su existencia y, cuanto mayor haya sido la renuncia a una identidad propia, más desmesurada será esta demanda. Esta sobreexigencia (no son concientes de ella) desempaña un importante papel en la rebelión contra la madre, la cual les negó lo que ahora exigen, pero de una manera pervertida e inaceptable para los que sufren.
Se hace evidente que este ejemplo, y su “Trabajo”, se centra en la identidad. Se necesita de “identidad” (ser idéntico a “uno mismo”) para llegar a ser una mujer adulta. Y para alcanzar esa identidad es necesario descubrir que su Sombra no se encuentra únicamente representada por una madre abusiva y una hija que quiere rebelarse; sino que esa madre posesiva también existe en su inconsciente, al igual que existe el arquetipo de una madre maternal que está de acuerdo con el hecho de que su hija sea ella misma. Esta madre positiva existe desde siempre, y el hecho de que no haya podido manifestarse no implica en ningún caso que no esté ahí.
Cuando la hija emprende la huida, esta huida ya es una clara actitud de rebelión y de rechazo. Pero esta huida solo evita el conflicto directo con la madre, aunque no evita todo el rencor y sufrimiento nacidos de ese conflicto. Por ello, la Sombra seguirá ahí, junto a todo aquello que forma parte del mundo de la madre. La madre interna seguirá detentando el poder de esa “relación”. Lo que la hija no sabe es que, al rechazar a la madre, estará rechazando, al mismo tiempo, la vida y negando su femineidad y, esto, por dos razones: la primera tiene dos caras. Por un lado, la imagen dada por la madre como mujer no es el reflejo una imagen positiva de la feminidad; por el otro, esta femineidad la continuará manteniendo en relación con el arquetipo sombra que estimula a su madre, cosa que ella desea evitar. La segunda razón es que, al buscar refugio en el mundo del padre (proyectado en cualquier otro hombre), deberá someterse a la Ley del Padre, que se opone a cualquier manifestación de feminidad, salvo el de una hija inmadura. En el momento en el que la hija pretenda “experimentar” ciertas características de orden matriarcal, se convertirá en una extraña, o en la enemiga dentro del mundo del padre. Aceptar la Ley del Padre exige el sacrificio de su femineidad, la facultad de ser maternal, el deseo de “vivir”, por si misma, en “su cuerpo”.
Todas las características que la une al mundo de la madre, para ella inaccesible e inconsciente, siguen ahí. El problema es que se le imponen de una forma negativa. En lugar de admitir su rencor hacia su madre, ese rencor se vuelve contra ella misma y, a su pesar, esa agresividad reprimida se manifiesta sin control, lo que le producirá el rechazo de los demás, y volverá a sentirse como ante su madre cuando huyó de ella. Como el Ouróboros que se muerde su propia cola, cuanto más huye, más cerca vuelve a estar de su madre, y más se incrementa su rechazo, lo que puede terminar convirtiéndose en un rechazo a la vida y llevarla al suicidio. Podría decirse que, para escapar de su “vientre” pasa a vivir de forma exclusiva desde su “cabeza”. Ello provoca un debilitamiento físico, pues, el rechazo a la madre se convierte en un rechazo a lo material.
La Ley Matriarcal tiene profundos “valores positivos”, lo mismo que la Ley Patriarcal. El problema surge cuando se enfrentan y se perciben como “negativos”. Pero las mujeres actuales, como me dijo una vez una india cherokee, se encuentra imposibilitadas para rehabilitar dichos valores.
No tenemos conciencia de cómo los contenidos de la Sombra, reprimidos e inconscientes, tienen un inmenso impacto en nuestras vidas y son la fuente y la motivación de multitud de comportamientos. Su manifestación más nefasta se produce en forma de un círculo vicioso: cuanto más se rechaza la Sombra, más poderosa se hace esta. Generalizando: la única forma de no sufrir el poder de la Sombra es aceptándola para integrarla. La Sombra reprimida es vivida, casi siempre, de forma negativa, lo que no quiere decir que la Sombra sea esencialmente negativa; por el contrario, la Sombra detenta muchas cualidades humanas; ella surge desde el inconsciente, para conducirnos a la “trascendencia”; la dificultad reside en el hecho de hacerlas conscientes y poder expresarlas positivamente.
Podría decirse, parafraseando a los cuentos de hadas, que:
[…] en cada mujer cohabitan un Hada que quieren su bien y una Bruja que quiere su mal. En el inconsciente del hombre, moran igualmente, un Sabio y un Hechicero. Durante toda la vida, existirán los dos, pero de nosotros y de nuestro trabajo dependerá el aspecto que más pesará en nosotros.” (Théa Schuster, El Adversario interior, pg. 102).


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