“De nobis ipsis loquemus”
(Hablemos de nosotros mismos)
[Esta charla, dividida en tres partes, fue dada en la Logia Aborá de la Orden Rosacruz de Santa Cruz de
Tenerife durante tres miércoles de
Marzo-Abril de 1988.]
Parte 1ª
Hace algún tiempo, bastante, pues estudiaba en la facultad
de Granada, allá por la década de los sesenta, di una charla en el seminario de
Historia Moderna y Contemporánea de mi facultad, que tenía por título “Consideraciones sobre el tema del Hombre”.
Recuerdo que comencé aquella charla señalando que en nuestra cultura, que dice
tener una tradición humanista, exceptuando la etapa inicial del Renacimiento,
que recibe precisamente el título de Humanismo, raramente se ha hablado del
Hombre.
Y no se ha hablado, porque hacerlo supone enfrentar un
problema (ya lo he planteado aquí en otras charlas). Me refiero al problema de la Soledad. Y la Soledad constituye un
problema porque, para la manada, toda
soledad es culpable. Por eso, como ya señalé en aquella charla, cuando Kant
formula su “Crítica a la
Razón Pura”, también nos plantea en que consiste el
problema de lo humano.
Esta obra de Kant tiene por objetivo una investigación trascendental, siendo su clave central
llegar a una respuesta sobre si la Metafísica podría llegar a considerarse una
ciencia o no. La razón humana se ha visto perseguida desde sus mismos orígenes,
por propuestas que la propia razón le presenta como objeto de conocimiento,
pero que, a la vez, la misma razón se ve imposibilitada de contestar. Y la culpa de esta contradicción la tiene la
propia razón, pues ésta pretende elevarse a
cumbres más elevada. De resultas de esta incapacidad de la razón de responder a
sus propios planteamientos nació la Metafísica, aquello que está “más allá de la Física”.
(...)
(...)
Para los griegos, la Metafísica era la reina de las Ciencias. Ahora,
es objeto del más absoluto desprecio. Lo que Kant pretendía era que la Filosofía experimentara
una revolución cuestionando a la razón como la única facultad para conocer y
tomar conciencia de las limitaciones que la propia Filosofía tenía por causa de
la propia razón y, a la vez, pretendía que la Metafísica se alzara al
nivel de una Ciencia.
Hasta Kant, la Metafísica había oscilado entre el Empirismo (que
no concibe ningún conocimiento fuera de la experiencia) y el racionalismo (que hace
de cada objeto un absoluto). Kant pretendía escapar de esta oposición, para lo
cual se apoya en David Hume, quien establece que todo conocimiento es
experiencial, con lo que ya no es solo el objeto
el que tiene importancia, sino también el sujeto
que lleva a cabo la experiencia.
Las ciencias más objetivas
(las Matemáticas y la Física)
obtenían sus leyes de la experiencia, expresada luego en “juicios a priori”, que son con los que la razón ha presupuesto sus objetivos. Ante esta consideración dada “a priori” como cierta, Kant se pregunta
si el “sujeto” podría formular juicios que no hubieran pasado por la
experiencia tal como la entendía Descartes. Se trataría entonces de que la Metafísica definiera su
propio ámbito de investigación que estaría basado en “juicios
no a priori”, juicios trascendentes.
Y sería esa “Crítica” la que se
encargaría de establecer los límites de ambas ciencias, la Física por un lado, y la Metafísica por el otro.
En el principio de “La Crítica de la Razón
Pura”, Kart, apoyándose en Bacon, dice: “De nobis ipsis silemus”. Con ello
quería referirse a la ignorancia que solemos tener de los problemas que afectan
a nuestra interioridad, que para Kant estaba representada por nuestro yo intelectivo. Para él, ya se trate del
“Pienso, luego soy” de Descartes, o
de cualquiera de sus manifestaciones, la realidad era que, sobre nosotros
mismos, “silemus”, guardemos
silencio; mientras que de lo demás solemos hablar con profusión. Y este “silencio” sobre uno mismo, es el que
guarda también el investigador o el filósofo, en aras de la “objetividad”, aunque con ello se
silencia un problema que no es baladí. Porque, sin ese sujeto, ¿qué es la Ciencia?. Y, más profundamente aún: ¿Existiría el Universo?
Evidentemente, este silencio sobre uno mismo que impone la Ciencia no es el Silencio del que hablan los místico, sino
que se refiere al silencio que el sujeto que hace la Ciencia, ha de guardar
sobre si mismo para no interferir en la experiencia.
También, en aquella charla, plantee el problema sobre qué
pasaría si, desoyendo esta prohibición, intentamos trascender nuestro
prejuicios “científicos” e intentamos
hablar de “nosotros mismos”.
No les voy a repetir aquí, hoy, aquella charla. Solo he querido rememorar este aspecto de ella, para entrar en el tema de esta: “De nobis ipse locuemus”, levantando con ello el velo de la prohibición. En realidad, aunque voy a hablar de mi experiencia, esto no significa que vaya a hablar mí mismo, algo sumamente difícil de definir, porque lo que soy ahora es consecuencia de lo que antes fui, y lo que seré mañana depende de lo que ahora soy. Es decir que no existe un yo fijo que sea siempre él mismo.
El “Si-Mismo”
del que quiero hablar es de ese “sujeto
trascendente” que se esconde en nuestra interioridad. Y aunque no voy a
hablar de mí, y tampoco tengo manera de hacerlo del “sujeto trascendente” de ninguno de ustedes, porque para ello
tendría que estar metido en sus propios pellejos, y haber vivenciado sus
propios procesos vitales, cosa por lo demás imposible, el único recurso que me
queda es hablar de ello refiriéndolo a lo que yo he conocido, bien por mí mismo,
bien por lo que otros han dicho de si en las obras que han escrito y que yo he
leído, las cuales, por hacerlo, y haberlas incorporado a mi conocimiento al
pensar y meditar sobre las ideas que ellas contienen, han quedado incorporadas
a lo que yo soy en éste momento. Aunque les parezca extraño, todo ello tiene
que ver con mi experiencia.
Nietzche, en su “Así
hablaba Zaratustra” decía:
“¿Deseas hermano ir la soledad? ¿Deseas hollar el camino hacia ti mismo? Aguarda un momento y escúchame: quien busca se pierde fácilmente. “Toda soledad es culpable” dice la voz de la manada (manada es solo un concepto aplicable a nuestra vocación gregaria). Y tú perteneciste a la manada por largo tiempo. La voz de la manada seguirá resonando en su interior. Y si dices: “yo no comparto vuestra conciencia”, entonces será un tormento y una agonía.”
¿Por qué para la manada
toda soledad es culpable?
Por ejemplo, de mi suelen decir que soy un ser solitario. Que
soy un ratón de biblioteca, que soy raro, que no se me entiende porque suelo hablar
“muy elevado”…, y algunas cosas más. Yo no lo comparto. Aunque también es
cierto que no me importa lo que piensen de mí, por lo que no ocupo mi tiempo en
pensar en ello. De esta manera ahorra una ingente cantidad de energía. No lo
hago por orgullo, sino por mi propio Trabajo Interno.
Y, en esto, tampoco hay menosprecio, solo elección. Yo elijo por mí y me hago
responsable de ello.
Louis Pauwels, uno de los autores de “El retorno de los brujos”, un bestseller de aquellos
años sesenta, decide, también, hablar de sí mismo en su libro “Lo que yo creo” haciéndonos una
confesión pública de aquello que cree. En
alguna manera es lo que yo intento hacer ahora, aunque yo voy a intentar dar un
paso más para que aquello que era objeto de creencia
para Pauwels, es en cierto modo objeto de conocimiento para mí, conocimiento
interior. Decía Pauwels:
“Creo que tengo un alma.
Creo que mi alma es justa e infinita.
Esa fe no tiene nada que ver con mi persona.
Pero yo trato de llevar mi persona hacia la sabiduría, por consideración a mi alma.
Creo en la libertad absoluta del hombre.
Creo que, si quiero, soy dueños de mis actos y tanto el bien como el mal dependen de mí.
Creo en la coincidencia de la voluntad del sabio y del destino.
Creo en el parentesco entre el hombre y Dios.
Creo en la identidad de la virtud y de la felicidad.
Creo que Dios está en mi alma. Que la atención, la meditación y la oración hacen mi alma.
Creo que el hombre no está terminado. Que parte de su creación depende de él. Que él debe hacer germinar su alma, el Yo único y trascendente que posee todo el conocimiento y que lo contiene todo.
Creo que cada hombre dispone de instinto divino. Si descubre este último y lo cultiva, se libera de casualidades y dependencias. Descubre que las circunstancias de su vida, los seres, los acontecimientos, las cosas, le son enviados para su progreso interior. Deja de tener unos accidentes para tener un destino. Es así como comprendo la Providencia.
Creo en la Eternidad. A veces, por mi falta de atención, mi alma se muere. Pero hay un estado en el que mi alma deja de vivir de una manera discontinua. Y en ese estado, aunque sea breve, mi alma está en lo eterno. `Porque la Eternidad es la plena posesión de sí mismo en un solo instante. (San Agustín)”.
Esto es todo lo que yo creo. Lo de más no son más que ideas.”
Una vez, cuenta el mito de Psique (el alma), para superar
una prueba impuesta por Afrodita, la Gran
Madre y madre también de Eros, ésta tuvo que acercarse a un torrente
para llenar una copa de “agua viva”.
Como era muy peligroso acercarse al torrente, el Águila de Zeus, le cogió la copa,
voló con ella hasta el torrente y se la llenó. ¿Qué significa esto? Significa
que no somos el torrente, pero que tampoco tenemos que hacer nada especial,
solo el esfuerzo necesario, para llenarla. Si hacemos ese pequeño esfuerzo, el Águila
del Padre de los Dioses la llenará por nosotros.
Todos estamos junto al mismo torrente al que llamamos
Vida. El problema es que muchos piensa que tiene que “hacer algo” para llenar la copa. ¿Acaso hacemos algo para que las
cerezas tengan pabilo? No podemos hacer nada con la Vida, ella es lo que es: un
misterio que nadie puede explicar; lo único que podemos hacer es observarla y
admirarnos de lo que la Vida
es capaz de hacer en la Naturaleza. Lo que une capte de ella, dependerá de la
transparencia de su “tabique”
personal, detrás del cual se encuentra encapsulado. Esto también quiere
significar algo: en cada momento hay que ser lo que en ese momento se sienta
necesidad de ser.
Muchos hombres suelen tener sus “tabiques” tan espesos que no pueden percibir nada del torrente y,
por ello, creen que fuera de ellos no existe nada. Conozco ese estado en que
percibir la realidad interna o externa (no son dos realidades separadas),
proporciona seguridad interior. Pero el que es incapaz de ver nada, tampoco tendrá nada, ni seguridad en nada, ni podrá
llegar a ninguna conclusión sobre algo, y caminará por ahí siempre buscando un
clavo al que agarrarse o un salvador que le salve.
No sabría decir, si me lo preguntan, que es lo que he
hecho para percibir ese fluir de la vida (aunque durante una gran parte de mi vida fuera
también incapaz de percibirlo). Sospecho que todos podrían percibirlo, lo que
sucede es que han cerrado las ventanas de su casa y se han atrincherado tras
gruesos muros y…, ahora, no saben o no pueden abrirlas.
Por otra parte, tenemos algo que aprender; tenemos que
aprender a leer.No solo los textos, sino también el Libro de la naturaleza.
Leer no es algo fácil, ni nada sencillo. Requiere de método, de disciplina. Pero sobre todo, requiere de una consideración: la consideración de que el trazo negro de cada palabra impresa en el libro, se nos hace inteligible, gracias al blanco de la página en la que se escribe o inscribe ese trazo. Ese blanco del que la palabra brota y en el que, cuando su tiempo se cumpla, acabará por desaparecer. Ese blanco que es símbolo del Océano Primordial, el Origen, principio y fin, de toda criatura, es del que surge la Palabra. En él se encuentra también lo fundamental de toda escritura y de toda lectura, pues constituye la otra mitad de ese círculo de misterio que envuelve nuestra existencia. Por ello, cualquier escritura puede tener mayor o menor calidad, en la medida en que transmite ese Misterio, ese Silencio que ella, la Palabra, no es.
Cada escritura exige de nosotros y permite un tipo de lectura
diferente. Cuando la palabra es portadora de misterio, cuando es parabólica o
metafórica, cuando está llena de símbolos, nos demanda una lectura lenta, una
lectura que exige ser interrumpida frecuentemente para meditar y reflexionar,
para tratar de absorber lo inconmensurable. Nos pide que consideremos, en la
meditación y en la reflexión, el blanco de la hoja. Y esto es así porque esta
palabra portadora de misterio es siempre una metáfora. Y la Tradición dice que toda
palabra metafórica es sagrada.
Atribuir el calificativo de sagrada a una palabra, quiere significar
que ella abarca, o puede abarcar, según se la use, más o menos mundo, más o
menos realidad, que lo que se ha convenido que abarca. Cuando alguien dice:
"el rey marchó a su casa",
es evidente que casa sustituye a castillo, porque hemos dado en convenir
que los reyes vivían en los castillos y en los palacios. Aquí la metáfora
reduce la realidad del significado. En cambio, cuando digo de alguien que
"es mi casa" (mi refugio), casa está sustituyendo a un ser humano,
con lo que su significado se amplifica. Este extraño fenómeno a que da lugar la
metáfora, ha inquietado siempre a los hombres. Estos no logran entender muy
bien el por qué, aquello que les hace humanos, aquello que les muestra su
realidad humana, la palabra, sea algo tan impreciso, tan difuso. Seguramente
por ello, el hombre tuvo que inventar los lenguajes matemáticos.
Al hombre le asusta lo impreciso, de la misma manera que le asusta la oscuridad. Quiere que el Pan, sea pan y el Vino, vino. No entiende que el pan y el vino puedan ser también carne y sangre. Es como si el hombre, Adán, al comer del Árbol de la Ciencia, hubiera dado con ello origen al lenguaje de la palabra precisa, de la palabra de un solo significado, de la palabra utilitaria. Y tal vez por ello, el hombre caído, no ha entendido todavía esa metáfora con la que fue expulsado del Paraíso: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente".
El hombre ha entendido que esta admonición hacía referencia a un trabajo
físico, porque, en su significación única y literal, la única realidad es
física y, ganar el pan físico, requiere de trabajo. Pero el "Pan" que hay que ganar, es el pan
del que hablan las Escrituras, es ese el alimento espiritual que permite al
hombre acceder a un lugar más alto y a la vez más profundo en sí mismo. Ese pan ha de ser ganado con el "sudor de la frente", es decir, con
la secreción del pensamiento, con la elaboración de nuevas ideas, de ideas metafóricas,
que nos permitan acceder al Reino de los
Cielos. Otra impresionante metáfora.
A veces suelo aislarme conscientemente, porque mi manera de percibir
me hace saber cosas, aunque debo señalar que de ellas, aparentemente, nadie sabe
nada, ni quieren, en su mayoría, saberlo. La Soledad, entonces, no nace porque uno no quiera
tener o no tenga nadie a su alrededor, sino más bien porque las cosas que uno sabe
y que a uno le parecen importantes, no puede comunicarlas a los demás, o por
que considera válidas para sí ideas que los demás tienen por improbables. Cuando
un hombre Sabe (no importa qué) más que los demás, se queda solo.
La soledad no surge necesariamente por oposición a la comunidad,
puesto que nadie siente más la soledad que el solitario. Y la comunidad florece
allí donde cada individuo rememora su propia singularidad y no se identifica
con los demás, aunque intenta compartir su experiencia con ellos. Esta primera etapa, como diría Herman Hesse, es la etapa de “El Lobo estepario”.
“Érase una vez un individuo, de nombre Harry, llamado el Lobo Estepario. Andaba en dos pies, llevaba vestidos y era un hombre, pero en el fondo era, en verdad, un lobo estepario. Había aprendido mucho de lo que las personas con entendimiento pueden aprender, y era un hombre bastante inteligente. Pero lo que no había aprendido era un cosa: a estar satisfecho de si mismo y de su vida. Esto no pudo conseguirlo. Acaso esto proviniera de que en el fondo de su corazón sabía (o creía saber) en todo momento que no era realmente un ser humano, sino un lobo de la estepa.”
Digo que es la primera etapa de nuestro recorrido hacia la consecución
de uno mismo, porque hemos de reconocer en nosotros al lobo estepario que
constituye nuestra naturaleza básica, biológica. Y ese reconocimiento es
nuestro secreto, el secreto que compartimos con los demás, aunque en realidad
nada hay secreto, pues las vivencias del lobo estepario son las de todos
nosotros. Nuestro problema es que sus vivencias no sabemos comunicarlas, o nos
da vergüenza hacerlo, y como en el relato de Hesse, nuestro lobo estepario se
ha aburguesado.
¿Cómo comunico mi vida? Mi vida básica. Luego está el otro secreto, el
de “algo incognoscible”, aquello que
puede llenar nuestra vida de algo impersonal y numinoso. Quién no haya experimentado esto se
ha perdido algo importante. Pero hay que humillarse, es decir, regresar a
nuestras bases biológicas para ver que ocurre en ellas.
Existe un antiguo relato rabínico en el que alguien preguntó a un rabí
por qué si en la antigüedad los hombre podían ver a Dios, ahora no lo veían. A
lo que el rabí le respondió. “Porque hoy
no hay nadie que pueda humillarse tanto”. Hay que humillarse para llenar
nuestra copa en el torrente. Pero humillarse no es arrastrarse como el gusano.
La humillación a la que se refie el rabí exige que nuestra cabeza esté alta y
nuestra mente sea libre. No es un contrasentido, aunque no tiene explicación.
Tiene realización. Podemos decir que es una actitud del alma, un comportamiento
libremente elegido.
Nuestro mundo es algo enigmático; en él suceden y pueden experimentarse
cosas que no tienen explicación, al menos para la lógica de la mente que se
considera así misma racional, es decir, normal, porque cree que las cosas deben
suceder dentro de lo que se espera de ellas, sin habernos dado cuenta que lo inesperado y lo
inaudito también son propios de este mundo.
Desde el principio, es decir, desde que recuerdo, la vida fue algo
fascinante e incomprensible. Me preguntaba:¿Qué hacía yo aquí, pasando apuros, en medio de
una Dictadura? Tuve que aprender a convivir con aquello, porque no sabía aún lo
que era una Dictadura. Lo único que podía hacer era afianzarme en mis
pensamientos, en aquel entonces llenos de imaginación. Luego, una vez afianzado
ya no pude detenerme, tenía que apresurarme para, por lo menos, ir a la par de
mis sueños. Y dado que mis contemporáneos no podían, por supuesto, percibirlos,
vieron en mi comportamiento una absurda escapada hacia el conocimiento.
No estoy libre de culpa, se que he ofendido a la gente, ya que cuando me
daba cuenta que no me comprendían, la relación terminaba para mí. ¿Qué otra cosa podía
hacer? Tenía que continuar. No tuve paciencia para con los hombres. Aún hoy, a
veces, me exasperan. Pero estoy aprendiendo. Intentaba que mi vida siguiera la
vía interna que me había impuesto, aunque es verdad que no siempre la seguí.
¿Cómo puede uno sobrevivir sin informalidad?
En la medida en que los demás conectaban con mi mundo, la comunicación
se restablecía, pero luego, sucedía de pronto, que ya no estaban ahí, porque
dejaba de haber algo que me uniera a ellos. Hube de aprender, penosamente, que
los hombres siguen estando ahí aunque no tengan nada que decirme o yo no tenga nada que decirles. Eso es
humillación.
Y para darme cuenta de ello, tube que aprender a suspender el juicio, todo juicio,
sobre los demás, no juzgar. ¿Cómo se consigue eso? No sabría como decírtelo, no me entenderías. Podría decirte que trabajando internamente, y tampoco me entenderías. Querrías saber más, pero necesitaría la tercera parte de mi vida para explicártelo, y tú necesitarían otra tercera parte de la tuya para comprenderlo y experimentarlo. Así que, en dos palbras, no puedo. Es ciertos que por muchos sentí un gran interés,
pero cuando penetraba en su interior, el encanto desaparecía. También así me he
creado muchos enemigos. Ahora aprendo a convivir con ellos, pero sin claudicar.
Esto también es humillación.
Aunque seguir los propios sueños, en cierta medida, es carecer de
libertad. No lo ven así los demás. Es como estar encadenado. Esto despertaba en
mí una gran tristeza. Era como estar en un campo de batalla. “Ahora has caído, mi buen amigo, pero debo continuar.
Me es imposible quedarme. Me llama el deber. Siento simpatía por ti, te
aprecio, pero no puedo quedarme.” Y es que desde donde actúan los sueños la
realidad se convierte en una frontera extraña, porque está siempre, a la vez, demasiado cerca
y demasiado lejos. Solo allí donde
guardaba Silencio podía quedarme en el término medio.
A pesar de todo, es decir, del Yin y el Yang, estoy contento de que mi vida, hasta este momento, haya
transcurrido así. Ha sido en lo vivido, rica en experiencias y, aunque me
arrepiento de muchas cosas, también es cierto que si no hubiera sido por ellas
no habría alcanzado ningún sueño. Contradictoriamente, ahora ando a la búsqueda
de no alcanzar ningún objetivo. Por ello, estoy ilusionado y a la vez no lo
estoy, aunque también estoy asombrado y contento.
Se que no me siento preparado para comprobar un valor o una
manifestación de imperfección. Y como soy consciente de que carezco de la
comprensión suficiente para comprobar lo que discurre en la experiencia de cada
uno, es por lo que intento suspender mis juicios, no solo sobre mí, sino también sobre los
demás. Por ello, como de nada tengo una seguridad absoluta, tampoco tengo convicciones
definitivas sobre eso que llamamos “realidad”
y todo lo que esta contiene.
Como el agua del torrente, me dejo fluir. A lo mejor, por eso aprendo. Dejo que la vida y el propio conocimiento que esta me trae, aunque yo tenga que hacer mi propio esfuerzo para acercar la copa al torrente y llenarla, discurra a través de mí, viéndolos fluir. Por eso, mi saber, tampoco es permanente, cambia con el fluir del torrente. Esto quiere decir que ningún “saber” me pertenece, simplemente pasa, llena mi copa y cuando he asimilado ese “agua”, vacío la copa dejándole su contenido a otros para que también se aproveche de ese saber, con ello les ahorro parte del esfuerzo que hubieran tenido que hacer para llenar su propia copa, esa es mi contribución a al saber común y vuelvo a hacer otro esfuercito para volverla a llenar de una nueva “agua” porque, como decía Heráclito de Éfeso, no pasa dos veces la misma agua por el mismo lugar del río. Así que no tengo ideas que defender ni proteger.Pero los demás también han de querer aceptar libremente lo que libremente se les ofrece. Nada se puede imponer. Cada ser humano es sagrado y ha de respetarse su ritmo de aprendizaje. Los niveles son tantos como seres humanos existan.
Como el agua del torrente, me dejo fluir. A lo mejor, por eso aprendo. Dejo que la vida y el propio conocimiento que esta me trae, aunque yo tenga que hacer mi propio esfuerzo para acercar la copa al torrente y llenarla, discurra a través de mí, viéndolos fluir. Por eso, mi saber, tampoco es permanente, cambia con el fluir del torrente. Esto quiere decir que ningún “saber” me pertenece, simplemente pasa, llena mi copa y cuando he asimilado ese “agua”, vacío la copa dejándole su contenido a otros para que también se aproveche de ese saber, con ello les ahorro parte del esfuerzo que hubieran tenido que hacer para llenar su propia copa, esa es mi contribución a al saber común y vuelvo a hacer otro esfuercito para volverla a llenar de una nueva “agua” porque, como decía Heráclito de Éfeso, no pasa dos veces la misma agua por el mismo lugar del río. Así que no tengo ideas que defender ni proteger.Pero los demás también han de querer aceptar libremente lo que libremente se les ofrece. Nada se puede imponer. Cada ser humano es sagrado y ha de respetarse su ritmo de aprendizaje. Los niveles son tantos como seres humanos existan.
Solamente de una cosa estoy seguro. Se que nací, muchas veces, y se
que existo, aunque este mi existir, aún no es mío del todo, pues tengo la
sensación de que soy llevado. Me explico: se que existo, pero existo sobre la
base de algo que desconozco. Aún así, pese a esa inseguridad, siento que mi
existir es algo sólido y siento que mi ser se va haciendo algo continuo y permanente.
También, y esto gracias al trabajo sobre mi mismo, por lo que es aún novedoso
para mí, siento el calor que proporciona la comunidad y percibo la luz que proporciona
la soledad.
![]() |
Subida a la montaña Tianmen (China). |
![]() | |||
El final de la subida es la llegada a la Puerta del Cielo. |
![]() |
Puerta del Cielo. Japón |
Existe la creencia, y es algo común, no solo en nuestra cultura, que el hombre que quiere seguir un “camino espiritual”, para lo cual hay que pasar a través de una puerta que no conduce, aparentemente, a ningún sitio, ha de ser una especie de “borrego” manso y bondadoso, desprovisto de toda utilidad. No se concibe que un hombre que sigue un camino espiritual pueda encadenar pensamientos con férrea lógica cuando trata de las “cosas del Cesar”, porque se supone que ha de estar desprovisto de sus facultades de razonamiento y de su sentido común. Pues lo siento. Yo no encajo en ese modelo. Intento seguir un camino espiritual, mi propio camino, el que mi propia conciencia que indica, pues he aprendido, a través de mucho esfuerzo, a pensar por mí mismo y, desde luego, no tengo la pretensión de convertirme en un borrego. ¡Allá las religiones con sus propios borregos! Ellas sabrán lo que hacen, pero tendrán que responsabilizarse de ello.
Ramakrisna amonestaba a un discípulo al que había enviado a comprar una
vasija porque se la habían dado agujereada.
- ¿Crees que deber portarte cono un tonto por amor a Dios? – Le dijo. - ¿Crees que un comerciante abre su tienda con el propósito de practicar la religión? ¿Por qué no miraste la vasija antes de comprarla?
El hombre que sigue un camino
espiritual - y decir esto es una solemne tontería, pues dado que solo existe
una sola realidad, la Fuente de donde
emanamos y de la que emana la
Vida, todos los presuntos caminos de experiencia, no importa
la forma que tomen, son espirituales -,
no tiene por qué despojarse de talento humano, ni tiene porqué renunciar a desarrollarlo
cuando lo posee. Al contrario, ello favorecerá su desarrollo espiritual futuro. Es falso creer que
por el hecho que alguien pueda extraer su sabiduría (no hay sabiduría sin un conocimiento
previo), de un contacto directo con la Fuente,
tenga que despojarse de su capacidad de razonamiento y de sus facultades
mentales. Lo único que variará es que los frutos del uso de esas facultades y
sus realizaciones, ya no le esclavizaran.
Nadie puede negar que, desde que nos levantamos por la mañana hasta que
nos retiramos a descansar por la noche, nos movemos en una red actividades e
intereses que tienen un carácter puramente material. Y, dado que nuestra vida
externa se ha configurado así, esto es natural, y a la vista de los propios
intereses humanos, no debemos extrañarnos que esa vida exterior tenga un
carácter material. Pero este es el reto del que elige seguir un camino espiritual. El mundo se nos opone
y se nos enfrenta, persistente e incansablemente, y hemos de confrontarlo.
Pero lo que la mayoría desconoce es que cuando un hombre se retira a su soledad esencial, el capullo de crisálida desde donde se transforma, algunas corrientes la llaman trascendente, y desde allí toma la decisión de ser él, y solo él, el que construya su mundo personal, por ese simple hecho que conlleva en si una actitud meditativa sobre la realidad, se produce una liberación de esas invisibles cadenas, a veces no tan invisibles, con que los otros pretenden encadenarnos a sus problemas, angustias, miedos y necesidades. Y es por esto que es aquí, en esta soledad interior donde para la manada, la soledad es culpable; porque ahí nadie, a no ser que le dejemos, nadie, puede entrar. Y aquí si: “De nobis ipsis silemus”. Sobre ello guardamos silencio porque ese silencio que uno es no puede expresarse en palabras ya que solo es un sentir.
Pero lo que la mayoría desconoce es que cuando un hombre se retira a su soledad esencial, el capullo de crisálida desde donde se transforma, algunas corrientes la llaman trascendente, y desde allí toma la decisión de ser él, y solo él, el que construya su mundo personal, por ese simple hecho que conlleva en si una actitud meditativa sobre la realidad, se produce una liberación de esas invisibles cadenas, a veces no tan invisibles, con que los otros pretenden encadenarnos a sus problemas, angustias, miedos y necesidades. Y es por esto que es aquí, en esta soledad interior donde para la manada, la soledad es culpable; porque ahí nadie, a no ser que le dejemos, nadie, puede entrar. Y aquí si: “De nobis ipsis silemus”. Sobre ello guardamos silencio porque ese silencio que uno es no puede expresarse en palabras ya que solo es un sentir.
Si el mundo se ha entregado a una actividad frenética es porque,
seguramente, no conoce nada mejor. Y el hombre que ha decidido seguir un camino espiritual, un camino que conduce
a lo más íntimo y profundo de su mismidad, no por ello, deja de estar en el
mundo ni participar de esa actividad mundana, Lo que ha variado es que ya no
está obnubilado por lo que el mundo le ofrece, ya que, en alguna manera, sabe en
que dirección se mueve el Viento. Y se sabe porque cuando uno se retira al
centro de si mismo, un centro desde el que irradian todas las perspectivas,
todas las configuraciones, todas las apariencias, encuentra el valor para
seguir los impulsos que el propio centro te transmite.
Y como eso no gusta a la manada, que seas tú mismo quien decida por
ti, y no ella, ésta ha arrojado un velo sobre nuestra naturaleza esencial y
ahora tenemos que guardar silencio sobre nosotros mismos por miedo a romper ese
tabú. Un velo que se ha convertido en
una prisión. Cuando algunos han intentado romper el velo usando la violencia
(drogas, alucinógenos y otros métodos) han pagado muy caro el intento, cayendo
en la degradación o en la locura. El problema es que hay que liberarse sin
romper la red, porque ella nos será necesaria para nuestro encuentro con lo
insondable. No podemos rasgar esa velo, la red que constituye nuestra prisión
con violencia porque, como decía en psiquiatra Wilhelm Reich, ese velo, no es
otra cosa que nuestra “coraza
caracteriológica”.
“La mente y el cuerpo, que funcionan en un mismo organismo, siguen
separados en el pensamiento humano. La física, perfectamente exacta, no es tan
exacta, del mismo modo que los hombres santos no lo son tanto. La solución no
está en descubrir más estrellas, cometas o galaxias. Ni se logrará nada con más
fórmulas matemática. No tiene sentido filosofar acerca del significado de la Vida, mientras no sepamos que es la
Vida (las cursivas están en el original). Y, puesto que
Dios es la Vida,
lo cual es un conocimiento cierto, inmediato, común a todos los hombres, es
poco útil buscar o servir a Dios, si uno no sabe a quien sirve.
Todo parece apuntar a un solo hecho: hay algo básica y crucialmente
erróneo en todo el tinglado que se monta el hombre para aprender a conocerse
así mismo. La visión mecánico-racionalista ha fracasado por completo.
(…)
Donde quiera que miremos, encontraremos al hombre corriendo en círculos,
como si estuviera en una trampa, buscando en vano y desesperadamente la salida.
Es posible salir de la trampa. De todos modos, para escapar de una prisión,
antes hay que confesar que se está en una prisión. La trampa es la estructura
emocional del hombre, su estructura caracteriológica. Es poco útil idear
sistemas de pensamiento sobre la naturaleza de la trampa, si la única cosa que
hay que hacer para salir de la trampa es conocerla y encontrar la salida. Todo
lo demás es completamente inútil: es inútil cantar himnos sobre el sufrimiento
en la trampa, como hacen los negros esclavizados; o hacer poemas sobre la
belleza de la libertad fuera de la trampa, soñada dentro de la trampa; o
prometer una vida fuera de la trampa después de la muerte, como promete el
catolicismo a sus congregaciones; o confesar un semper ignorábimus, como hacen los filósofos resignados; o
construir un sistema filosófico en torno a la desesperación de la vida dentro
de la trampa, como hizo Schopenhauer; o inventar un superhombre que sería muy distinto del hombre que está en
la trampa, como hizo Nietzsche, hasta que atrapado en un manicomio, escribió finalmente
toda la verdad sobre sí mismo… demasiado tarde…
Lo primero que hay que hacer es encontrar la salida de la trampa.
¿Dónde está la salida?
La naturaleza de la trampa no tiene interés alguno más allá de ese
punto crucial: ¿Dónde ESTÁ LA SALIDA DE
LA TRAMPA? (en
mayúsculas en el original).
Podemos decorar la trampa para que la vida dentro de ella sea más confortable.
Así lo hicieron los Miguel Ángel, los Shakerpeare y los Goethe. Podemos crear
artilugios provisionales para asegurar una vida más larga en la trampa. Así los
hicieron los grandes científicos y médicos, los Meyer, los Pasteur y los
Fleming. Se puede desarrollar una gran habilidad para curar huesos rotos cuando
uno cae en la trampa.
El punto crucial es y sigue siendo el encontrar la salida de la
trampa. ¿DÓNDE ESTÁ LA SALIDA HACIA
EL INFINITO ESPACIO ABIERTO?
La salida sigue oculta. Es el mayor de los enigmas. Lo más ridículo, y
al mismo tiempo lo más trágico, es lo siguiente:
LA SALIDA ES
CLARAMENTE VISIBLE PARA TODOS LOS QUE ESTÁN APTRAPADOS EN EL AGUJERO. CON TODO,
NADIE PARECE VERLA. TODOS SABEN DONDE ESTÁ LA SALIDA, SIN EMBARGO, NADIE PARECE DIRIGIRSE HACIA
ELLA. ES MÁS: QUIEN QUIERA QUE SE MUEVA HACIA LA
SALIDA O LA SEÑALE, ES DECLARADO LOCO O
CRIMINAL O UN PECADOR QUE HA DE ABRASARSE EN EL INFIERNO.
Resulta que el problema no está en la trampa y ni siquiera en hallar
la salida. El problema está DENTRO DE LOS ATRAPADOS.
Todo esto, visto desde fuera en
la trampa, resulta imposible de comprender para una mente simple. Incluso es un
poco insensato. ¿Por qué no ven ni se mueven hacia la salida, claramente
visible? En cuanto se acercan a ella comienzan a gritar y salen corriendo. En
cuanto uno de ellos trata de salir, lo matan. Solo unos pocos logran
escabullirse al amparo de la noche oscura, cuando todos están durmiendo.
Esta es la situación en la que se encuentra Jesucristo. Y es este el
comportamiento de las víctimas atrapadas cuando le matan.
El funcionamiento de la
Vida viviente está presente en todo nuestro entorno, dentro
de nosotros, en nuestros sentidos, delante de nuestras narices, claramente
visible en cada animal, árbol o flor. Lo sentimos en nuestros cuerpos y en
nuestra sangre. Y, sin embargo, para los atrapados sigue siendo el mayor de los
misterios.
De todos modos, no era la
Vida el enigma. El enigma es como ha podido quedar tanto
tiempo sin resolver. El gran problema de la biogénesis y la bioenergética es
fácilmente accesible por observación directa. El gran problema de la Vida es un problema
psiquiátrico; es un problema de la estructura caracteriológica del hombre, que
ha logrado evitar su solución durante tanto tiempo…
El problema del hombre es la EVASIÓN
BÁSICA DE LO ESENCIAL. Esta evasión y “evasividad” es una
parte de la estructura profunda del hombre. El huir de la salida de la trampa
es el resultado de esta estructura [caracteriológica] del hombre. El hombre
teme y odia la salida de la trampa. Impide cruelmente todo intento de encontrar la salida. Este es el gran
enigma.
(…)
Fuera de la trampa, muy cerca de ella, está la Vida viviente, por todas
partes, en todo lo que el ojo puede ver, el oído puede oír y el olfato puede
oler. Para las víctimas dentro de la trampa, la Vida viviente es una eterna agonía, una tentación
como para Tántalo. La ves, la sientes, la hueles, la añoras eternamente. Y sin
embargo nunca jamás puedes atravesar la salida de la trampa. Salir de la trampa
se ha vuelto sencillamente imposible. Puedes añorarlo en sueños, poemas,
soberbias piezas musicales y pinturas, pero ya no está dentro de tus
movimientos reales. Las llaves de la salida están incrustadas dentro de la
coraza del propio carácter y en la rigidez mecánica de su cuerpo y de su alma.
(…)
Esta es la Gran
Tragedia. Y ocurre que Cristo la conocía."
Wilhelm Reich: “El asesinato de
Cristo. Primer volumen de la
Plaga Emocional de la Humanidad”. Editorial Bruguera. Barcelona.
1980. Pág, 13-18.
Wilhelm Reich había nacido en Dobrzanica, en la Galizia del este de Europa (hoy forma parte de Ucrania, y cuando Reisch nació formaba parte del Imperio Austrohúngaro) un 24 de marzo de 1897 y murió Lewisburg (Pensilvania EEUU) el 3 de noviembre de 1957. Fue miembro de la prestigiosa Sociedad Psicoanalítica de Viena; antes había sido discípulo de Freud, como Jung y Adler. Pero sus teorías le hicieron romper con Freud (como también hizo Jung) y con el psicoanálisis que este explicaba. De Freud solo le interesó la teoría del inconsciente, la neurosis y la tema de la libido. Para unos, fue un revolucionario y uno de los pensadores más lúcidos de la primera mitas del S. XX, por ello, seguramente, quemaron sus libros, a lo mejor los mismos que le acusaron de loco. Perseguido por los nazis (y no solo por ellos) por su libro “Psicología de masas del fascismo”, fue expulsado de Dinamarca y Noruega que cedieron a las presiones de los nazis. Finalmente, fue juzgado en los Estados Unidos durante la “Caza de Brujas” de la época McCarthy, encerrado en un manicomio diagnosticado de esquizofrenia y quemados sus libros en la hoguera del incinerador Gansevoort de Nueva York, un 29 de octubre de 1956. Un años después, W. Reich, moría en la cárcel de un ataque al corazón, el mismo día de la apelación de su sentencia. Todo esto en el país que supuestamente estaba defendido la libertad del mundo.
Su viuda edita: “Una teoría científica de la cultura”.
Aquí distingue siete necesidades biológicas, cuya satisfacción es
imprescindible para sobrevivir: el metabolismo, la reproducción, el bienestar
corporal, la seguridad, el movimiento, el crecimiento y la salud. La cultura es
un todo funcional que está al servicio de las necesidades humanas. Él definía “necesidad” como el sistema de
condiciones que se manifiestan en el organismo humano, en el marco cultural y
en la relación de ambos con el ambiente físico, y que es suficiente y necesario
para la supervivencia del grupo y del organismo.
En Gerona (España) se encuentra la Fundación Wilhelm
Reisch, cuyo lema es “El amor,
el trabajo y el conocimiento son las fuentes de la vida”. Fue fundada en
1978 por Dra. Eva Reich y el Dr. Carlos Frigola, con la ayuda personal del
profesor Ramón Sarro. Les recomiendo que lean algunas de sus obras en
castellano (creo que otras se guardan en el Wilhelm Reich Museum con la prohibición
de publicarlas, hasta que no pasen no se cuantos años, cuando la humanidad esté
preparada para entenderlas). Pero si pueden leer un pequeño opúsculo titulado “Escucha, pequeño hombrecito”. No tiene desperdicio.
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