viernes, 19 de abril de 2013

El Rayo de Creación Crisálida 006



EL RAYO DE CREACIÓN
 Este símbolo fue presentado por P. D. Ouspensky en su libro "Fragmentos de una enseñanza desconocida”. Hachette, Buenos Aires. 1968 7ª Edición. Ouspensky fue discípulo de Gurdjieff y el citado libro nos presenta lo que parecen ser fragmentos de una Enseñanza que Gurdjieff había aprendido en alguna Escuela Iniciática del Asia Central. Desde que leí el libro, allá por los años ochenta (1984), este fue el símbolo que más me dio que pensar, porque se fundamenta en la idea de que todo, cualquier cosa, forma parte de otra cosa. Esta idea también está contenida en el Árbol de la Vida de los cabalistas, pero de otra manera. Lo interesante de éste símbolo es su sencillez una vez que se le comprende como tal. Por ejemplo: el hombre es parte de la Tierra; la Tierra es parte del Mundo Planetario que a su vez es parte del Sistema Solar. Éste es parte de la Galaxia y ésta una parte de todas las galaxias posible, y así sucesivamente. Hasta aquí todo parece entendible.
(...)

Pero una de las ideas que encierra este símbolo es que la parte se encuentra sometida a más leyes que el todo. Esto tiene que ver con una idea muy antigua de la Enseñanza Esotérica. La idea de que el Hombre es un pequeño mundo, un Microcosmos que, de alguna manera, es una proyección del Gran Mundo o Macrocosmos. Si tomamos estos dos conceptos, de momento, en su literalidad el Macrocosmos visible, es decir el Universo visible se encuentra compuesto de partes que están dentro de partes, y tampoco costaría mucho comprender que ese Macrocosmos podría formar parte de algo que esté más allá de nuestra comprensión. Si intentamos dar un paso más, el paso de considerar desde nuestra inteligencia que este símbolo puede, y así lo hace, representar niveles interiores y superiores de conciencia, inteligencia y de ser.

El problema que plantea su estudio, es que cuando pasamos del plano literal al simbólico nos es muy difícil permanecer en él, pues los aspectos de realidad a los que se refiere hacen que en seguida volvamos a la literalidad. Aún así, intentemos hacer un esfuerzo para permanecer en el plano simbólico.

Por lo pronto, no nos costaría mucho comprender que el Sol debe estar de algún modo a un nivel superior al de la Tierra y, ésta, a un nivel superior al de la Luna. Después de todo, el Sol es una estrella, la Tierra es un planeta que sateliza al Sol y la Luna es un Satélite de la Tierra, y así sucesivamente.

¿A qué nos estamos refiriendo en realidad?

Nos referimos a que éste símbolo, el Rayo de Creación, es en realidad una Escala de Ser: el ser Sol es más grande que el ser Tierra y, éste más grande que el ser Luna. De la misma manera el ser de un Buda es más grande que el ser de un monje que trabaja para alcanzar la budeidad y, éste tiene un ser mayor que el de un simple chela.

Volvamos de nuevo a la literalidad y consideremos de nuevo el universo tridimensional. Consideremos que, en el sentido más elemental, es un Universo de materia y energía. Y, desde esta consideración, observemos la representación de éste universo bajo la forma esquemática de este símbolo llamado Rayo de Creación. Un rayo de conciencia y energía, lleno de Inteligencia y Vida, que se proyecta desde el el Absoluto hasta la Luna.


A primera vista, puede parecernos un esquema muy elemental y simple del universo; pero, en realidad, al estudiarlo, este simple esquema permite que podamos coordinar y hacer la síntesis de una multitud de concepciones filosóficas, religiosas e, incluso científicas del mundo, que actualmente se encuentran en conflicto. Gurdjieff dice que éste símbolo pertenece a un conocimiento muy antiguo y olvidado, y que un gran número de las antiguas e ingenuas cosmologías que conocemos, no son en realidad, sino imperfectas representaciones y deformaciones de éste símbolo debidas a la interpretación literal que de él se ha hecho desde la más remota antigüedad.

No es necesario advertir que, tomado literalmente, la idea del Rayo de Creación y de su crecimiento a partir del Absoluto, contradice las teorías científicas y contradice la visión que el hombre de hoy tiene del Universo. A esto me refería al decir que hemos de procurar no bascular del símbolo a la literalidad. Desde el lado del símbolo, la Luna, no se refiere a la Luna física que conocemos, puesto que es un cadáver de un antiguo mundo, aunque de sus cenizas nacerá, cuando nuestro sol estalle, un nuevo cuerpo celeste, sino que hace referencia a un protoplaneta, un planeta que todavía no ha nacido, por así decirlo, pero que está en el proceso de nacer. Teniendo en cuenta todos los aspectos de este símbolo, externos e internos, que trataremos de desarrollar en esta clase, esta planeta que está en proceso de nacimiento, se está calentando y, gradualmente, en algún momento de su fututo  y en el caso de que su desarrollo sea favorable dentro del funcionamiento del Rayo de Creación, llegará a ser como la Tierra, y podría llegar a tener su propio satélite, una nueva Luna, con lo cual un nuevo eslabón se añadirá a la cadena del Rayo de Creación.

También la Tierra se calienta y, con el tiempo, podrá llegar a ser un Sol. (Podemos establecer una analogía con el sistema de Júpiter que es un Sol, aún no encendido para sus satélites, sus futuros planetas. Pero no olvidemos que lo que mide este símbolo, al ser una escala del Ser, son niveles de Ser.

Los filósofos griegos decían que “Ser” era el atributo de cualquier entidad o “Ente” a través del cual éste adquiere realidad. El “Ser” es, pues, algo trascendental respecto al “Ente”. También en China (Lao Tsé y otros) nos hablaron no ya del “Ser”, sino también del “No-Ser”.

Para la Teoría de Sistemas, el Ser es la entidad (objeto) capaz de valorar las transacciones de cargas entre cualquier medio y un sistema capaz de observarse así mismo. Esta interacción le permite retroalimentarse para conseguir una mayor adaptabilidad.

Pero fue la Filosofía la que consideró el término “Ser” como un sinónimo de “Ente” o entidad en tanto que este ente sería una cosa (objeto) que posee una existencia autónoma. Los gramáticos de fines del siglo XVII y del XVIII establecieron que “Ser” debe considerarse como infinitivo a fin de expresar un “acto”; fueron ellos también los que crearon el participio pasivo “Ente” (caso ablativo del latín: ens-entis), aunque esta norma no trascendió al lenguaje corriente. Esto ha originado confusiones, incluso entre los propios filósofos, que llaman “Ser” a sujetos que en realidad son entes.

Martín Heidegger (1889-1976), definió la Metafísica como el “olvido del Ser”. Parménides de Elea, uno de los más grandes filósofos presocráticos, lo definía  como aquello que hay o “existe”, en general. Para Platón, el Ser era una “Idea” inmaterial, absoluta, perfecta, eterna e inmutable. Su polo opuesto, Aristóteles, definía el “Ser” como “sustancia”, compuesta de materia y forma unidas indisolublemente. El establecía que el fundamento del “Ser” es el propio conocimiento que, al ser expresado, se organiza en predicados que pueden ser expuestos por un sujeto que le da un significado propio como concepto a través de su intuición sobre lo real, como si fuera un atributo del sujeto den una oración.

¿Qué podemos entender, a la vista de estos postulados, por “Ser”?

Si nos atenemos a la Gramática, “Ser” es lo que expresa el infinitivo de un verbo y que designa aquello que hace que las cosas sean lo que son. Aunque a la vez, como el infinitivo carece de horizonte, no puede ser un “Ente”, una cosa. Heidegger decía que Ser es Tiempo porque aquello que es no permanece ya que solo se da en un horizonte temporal.

De hecho, es imposible comprender el concepto “Ser” sin confrontarlo con el concepto “Ente” (cosa, objeto que es); por ello, “Ser es siempre el ser de un ente”. Me explico: una persona (ente u objeto) puede ser muchas cosas: profesor, funcionario, funambulista, hijo de vecino… Y todas esas cosas que es esa persona se remiten al mismo ente. Por todo esto, “Ser” y “Ente” no son lo mismo. Se podría concluir que “Ser” hace referencia a las maneras o modos que tiene un “Ente” de manifestarse en el mundo. Por ello Aristóteles señalaba que “ser se dice de muchas maneras”; maneras que están de acuerdo con una serie de categorías tales como la entidad, el lugar, el tiempo, el padecimiento, el accidente, el acto, la potencia, la verdad o la falsedad (una forma de no-ser). Por ello, decía Aristóteles, que a causa de esta multiplicidad de categorías no podemos hacer la pregunta: ¿Qué es Ser?.
Hacer la pregunta significaría que tendríamos que precisar cual es el término por el que preguntamos y caso de que existiese una ciencia que estudie al Ser, ¿cuál sería el objeto de su estudio? Por ello Aristóteles observa que todos los sentidos en los que se dice “Ser” están referidos a la “substancia” base y fundamento de todo, pues de ella podemos decir que se encuentra en tal lugar, que tiene tal color, que padece tal afección. Por eso todo lo que decimos, o bien es una entidad o está referido a ella. La pregunta, para Aristóteles, no es ¿qué es ser?, sino ¿qués es el Ente, qué es una entidad?

Cuando llegó la Edad Media, toda ella aristotélica, el “Ser” cayó en el olvido. “Olvido del ser”, lo llama Heidegger, porque “Ser” y “Ente” terminan confundiéndose y haciéndose sinónimos. Con ello “Ser”, la “trascendencia”, es el olvido. Ya nadie habla de la trascendencia, nadie habla del Ser. También, por ello, desde la Edad Media, Dios no es más que una “entidad” que está en alguna parte “ahí arriba”, una “cosa”.

Así que como todas las escalas, lo que mide el Rayo de Creación son niveles de Ser. El nivel máximo se encuentra en el mundo 1 (El Absoluto)  y el nivel más bajo en el mundo 96 (La Luna). Las cifras de la escala que designan los mundos, indican el número de fuerzas, o de órdenes de leyes, que gobiernan esos mundos. En el Absoluto no hay sino una sola fuerza, una sola ley -la única e independiente Voluntad del Absoluto. En el mundo siguiente, hay tres fuerzas, o tres órdenes de leyes. En el siguiente, seis órdenes de leyes; en el que sigue doce, y así sucesivamente. En nuestro mundo, es decir sobre la Tierra, estamos sujetos a cuarenta y ocho órdenes de leyes, que gobiernan toda nuestra vida. Y si el Ser que somos viviera sobre sobre la Luna, estaríamos sujetos a noventa y seis órdenes de leyes, es decir, que nuestra vida y nuestra actividad serían aún más mecánicas y no tendríamos las posibilidades que tenemos ahora de escapar de la mecanicidad.

Este símbolo nos explica también otra cosa: la Voluntad del Absoluto no se manifiesta sino en el mundo que ha sido creado, de forma inmediata, por él y dentro de sí mismo, es decir, en el mundo 3; la Voluntad inmediata del Absoluto no alcanza ya directamente al mundo 6 y no se manifiesta en él sino bajo la forma de leyes mecánicas, aunque en un índice insignificante de mecanicidad. Más lejos, en los mundos 12, 24, 48 y 96, la Voluntad del Absoluto tiene cada vez, menos y menos posibilidades de manifestarse. Esto significa que en el mundo 3, el Absoluto, en alguna forma, crea un Plan general para todo el resto del Universo y que, de allí en adelante, se desarrolla mecánicamente.

Incluso la Voluntad del Absoluto no puede manifestarse fuera de este Plan en los mundos siguientes y, cuando se manifiesta de acuerdo con este Plan, toma la forma de leyes mecánicas. En otros términos, si el Absoluto quiere manifestar su Voluntad, digamos, en nuestro mundo, en oposición a las leyes mecánicas a las cuales este último está sometido, tendría entonces que destruir todos los mundos intermedios entre Él y nosotros. Esto nos lleva a deducir que la idea de “milagro”, en el sentido de una violación de estas leyes por la misma Voluntad que las ha creado, no solo se opone al sentido común sino, a la idea misma de Voluntad. Un “milagro” no puede ser sino la manifestación de ciertas leyes ignoradas o muy raramente conocidas por los hombres. Un “milagro” solo en el Mundo 48 es la manifestación de leyes procedentes de otro mundo, leyes que nosotros ignoramos.

Basta con arrojar una rápida mirada al símbolo para darnos cuenta que sobre la Tierra, el ser humano se encuentra muy alejado de la Voluntad del Absoluto; Nos separan de Ella 48 órdenes de leyes mecánicas. Lo que esta Enseñanza nos dice es que si solamente pudiésemos liberarnos de la mitad de estas leyes, nos encontraríamos sujetos a 24 órdenes de leyes, es decir, a las leyes del mundo planetario y estaríamos un escalón más cerca del Absoluto y de su Voluntad. Luego, si pudiésemos liberarnos también de la mitad de estas 24 leyes, seríamos más libres pues solo estaríamos sujetos a las leyes del Sol (doce leyes) y, por consiguiente, estaríamos aún un escalón más cerca del Absoluto. Y si pudiésemos, una vez más, liberarnos de la mitad de estas leyes, estaríamos entonces sujetos a las leyes del Mundo Estelar y separados solamente por un escalón de la Voluntad inmediata del Absoluto. Por lo tanto, el hombre, tiene la posibilidad de irse liberando gradualmente de su mecanicidad impuesta por todas estas leyes mecánicas, al ir incrementando su conciencia y su nivel de Ser.

Dice la Enseñanza que el estudio de esos 48 órdenes de leyes a las que estamos sometido aquí en la Tierra,  no puede ser un estudio abstracto como lo es el estudio de la astronomía o de matemática, por ejemplo; solo hay una manera de estudiarlas: observándolas en uno mismo, para poder liberarnos de ellas.

Al principio, solo debemos comprender que no tenemos ninguna necesidad de permanecer esclavos de todas esa pequeñas y fastidiosas leyes a las que nos encontramos sometidos. El problema es que aunque observemos como nos condicionan, tan pronto intentamos liberarnos de ellas, nos daremos cuenta que no podemos, que es imposible. Ni siquiera haciendo firmes esfuerzos en esta dirección, éstos mismos esfuerzos no tardarán en convencernos de nuestra falta de libertad y de nuestra mecanicidad.

Son esta 48 leyes las que tienen al hombre bajo su control. La Enseñanza dice que solo se las puede “estudiar” luchando conscientemente contra ellas y esforzándonos por liberarnos de ellas. Aunque, se necesita un gran conocimiento para llegar a liberarnos de una ley sin que creemos otra equivalente en otro lugar de nosotros mismos.

Estos órdenes de leyes y sus fuerzas varían según el punto de vista desde el quel consideramos el Rayó de Creación. Desde el punto de vista del símbolo, el hombre en la Tierra,  la terminación del Rayo de Creación, es la Luna, por lo que la energía necesaria para el crecimiento de la Luna, es decir, para su desarrollo, le viene de la Tierra, donde esta energía se crea por la acción conjunta del Sol, de todos los otros planetas del sistema solar y de la Tierra misma. Esta energía se recolecta y se conserva en un gigantesco acumulador situado en la superficie de la propia Tierra. Este acumulador es la Vida Orgánica sobre la Tierra.

Lo que el símbolo nos transmite es que la Vida Orgánica alimenta a la Luna.

Todo lo que vive en la superficie de la Tierra, los hombres, los animales, las plantas, sirven de alimento a la Luna. La Luna es un gigantesco Ser viviente que se nutre de todo lo que respira y de todo lo que crece sobre la Tierra. La Luna no podría existir sin la Vida Orgánica sobre la Tierra, así como la Vida Orgánica sobre la Tierra no podría existir sin la Luna, porque en esta cadena energética, para poder mantenerse, existe una retroalimentación de un nivel respecto al nivel que le precede.

Además, en su relación con la Vida Orgánica sobre la Tierra, la Luna actúa como un formidable electroimán. Si se llegara a interrumpir la acción de este electroimán, de inmediato, la Vida Orgánica se desmoronaría, en un proceso entrópico,  hacia la nada de sus moléculas y átomos constitutivos.

El proceso de calentamiento y de crecimiento de la Luna al que antes me referí, estriba en está intima conexión con los procesos de vida y muerte sobre la Tierra. Dice la Enseñanza que en el instante de la muerte (ya lo sabían los egipcios), todos los seres vivientes liberan una cierta cantidad de la energía que los ha animado; esta energía (llamada “Alma” en nuestra tradición y “Ba” por los egipcios) o conjunto de almas de todos los seres vivientes: plantas, animales, hombres, es atraída hacia la Luna como por un colosal electroimán, y le aporta el calor y la vida de la cual depende su crecimiento. Es decir, el crecimiento del Rayo de Creación. En la economía del universo, jamás se pierde nada, Ya sabemos que es una ley de la energía, nada se pierde, solo se transforma y, cuando una energía ha terminado su trabajo sobre un plano, pasa a otro plano.

Cuando el nagual Don Juan Matus, le explica a Castaneda la “Regla del Nagual” (un símbolo para el Ser Creador), le dice:

“El poder que gobierna el destino de todos los seres vivientes se le llama el Águila, no porque sea un águila o porque  tenga algo que ver con las águilas, sino porque a los videntes se les aparece como una inconmensurable y negrísima águila, de altura infinita; empinada como se empinan las águilas.

A medida que el vidente contempla esa negrura, cuatro estallidos de luz le revelan lo que el Águila. El primer estallido, que es como un rayo, guía al vidente a distinguir los contornos del cuerpo del Águila. Hay trozos de blancura que parecen ser las plumas y los talones de un águila. Un segundo estallido de luz revela una vibrante negrura, creadora de viento, que aletea como las alas de un águila. Con el tercer estallido de luz el vidente advierte un ojo taladrante, inhumano. [¿Cuántas tradiciones, incluida la nuestra, no representa a Dios como un Ojo que todo lo ve?] Y el cuarto y último estallido le deja ver lo que el Águila hace.

El Águila se halla devorando la conciencia de todas las criaturas que, vivas en la tierra un momento antes y ahora muertas, van flotando como un incesante enjambre de luciérnagas hasta el pico del Águila para encontrar a su dueño, su razón de haber tenido vida. El Águila desenreda esa minúsculas llamas, las tiende como un curtidor extiende su piel, y después las consume, pues la conciencia es el sustento del Águila [¿Y como no ver aquí una imagen equivalente a lo que San Juan nos dice en su “Apocalipsis” cuando el ángel abre ante el Ser Supremo nuestro Libro de la Vida? Teniendo en cuenta además que el símbolo de san Juan el evangelista es un Águila. ¿Coincidencias? Les aseguro que no.]

El Águila, ese poder que gobierna los destinos de los seres vivientes, refleja igualmente y al instante a todos esos seres. Por tanto, no tiene sentido que el hombre rece al Águila, le pida favores, o tenga esperanzas de gracia. La parte humana del Águila es demasiado insignificante como para conmover a la totalidad.

Solo a través de las acciones del Águila el vidente puede decir que es lo que quiere. El Águila, aunque no se conmueve ante las circunstancias de ningún ser viviente, ha concedido un regalo, a cada uno de estos seres. A su propio modo y por su propio derecho, cualquiera de ellos, si así lo desea, tiene el poder de conservar la llama de la conciencia, el poder de desobedecer el comparendo para morir y ser consumido. A cada cosa viviente se le ha concedido el poder, si así lo desea, de buscar una apertura hacia la libertad y de pasar por ella. Es obvio para el vidente que ve esa apertura y para las criaturas que pasan a través de ella, que el Águila ha concedido ese regalo a fin de perpetuar la conciencia.

Con el propósito de guiar a los seres vivientes hacia esa apertura, el Águila creó el nagual.”
        Carlos Castaneda. "El Don del Águila" Editorial Eyras. 1982, (Pg, 154-55)


En esta Enseñanza Esotérica, las almas que van a la Luna, (no para las que se quedan en la Tierra o las que se dirigen al Sol o más allá), se encontrarían sometidas a 96 leyes, que son a las que está sometida la “vida mineral” y, en estas condiciones, no existen posibilidades de salvaciónposible para ellas fuera de una evolución general en ciclos de tiempo inconmensurablemente largos.

La Luna está en un extremo, en el fin de los mundos emanados; “las tinieblas exteriores, el lloro y el crujir de dientes de la doctrina cristiana. Podemos decir que, esotéricamente, la influencia de la Luna sobre todos los seres que forman la capa de vida de este planeta, se manifiesta en todo lo que sucede sobre la Tierra. La Luna es la fuerza dominante, o, más exactamente, la fuerza motriz más cercana, más inmediata, de todo lo que se produce en la Vida Orgánica sobre la Tierra. Todos los movimientos, todas las acciones y manifestaciones de los hombres, de los animales y de las plantas, dependen de la Luna y están gobernados por ella.

Esta fina película sensible de Vida Orgánica, llamada Biosfera, que recubre nuestro globo terrestre, depende enteramente de la influencia de este formidable electroimán que succiona su vitalidad. El hombre, como cualquier otro ser viviente, no puede liberarse de la influencia de la Luna mientras su conciencia se mueva en las condiciones ordinarias de la vida. (Existe un abundante floklore sobre esta influencia, folklore que no es más que una vago recuerdo inconsciente de algo que alguna vez fue una forma de conocimiento). Por consiguiente, todas sus acciones y todos sus movimientos están gobernados por la Luna.

Si un hombre mata a otro hombre, es la Luna quien lo hace; es decir es la mecanicidad de esas leyes a las que está sometido, biológica y psíquicamente, las que le inducen a ello al no ser conciente de si mismo y al no poder “ganar altura” para salirse de su influencia.

Si un hombre se  sacrifica, desde la creencia emocional, por su prójimo, también es la Luna la que influencia sus actos. Todos nuestros malos actos, todos los crímenes, todos los sacrificios humanos que se han inmolada para el Sol o los dioses, todas las hazañas heroicas, así como los más pequeños hechos y gestos de la vida ordinaria, todo esto y más, está gobernado por la Luna, porque ella mueve nuestra máquina emocional.

La liberación, de la que habla el budismo y otras tradiciones, que surge de nuestro crecimiento interior, viene a través del crecimiento de nuestros poderes y facultades mentales, de nuestra comprensión, de nuestra inteligencia, impulsada por el conocimiento de la unidad existente entre todos los seres. Ello nos libera del yugo de la Luna. La parte mecánica de nuestra vida depende de la Luna y está sujeta a la Luna, es decir, a lo que esta simboliza en el Rayo de Creación. Solo si desarrollamos en nosotros y por nosotros mismos nuestra conciencia y la voluntad (Don Juan decía que la voluntad es un poder de la Segunda Atención al que se le llama el otro yo), y sometemos a ellas toda nuestra vida mecánica, todas nuestras manifestaciones mecánicas, es que escaparemos del poder de la Luna.

Otra idea que hemos de que asimilar, es la idea de la materialidad del Universo, considerado bajo la perspectiva del Rayo de Creación. En el Universo al que se refiere este gran símbolo es que, en él, todo puede ser pesado y medido. Por ello, el propio  Absoluto es tan material, tan ponderable y mensurable como la Luna o el Hombre. Esto puede ser entendido si accedemos a las ideas que nos aportan otras tradiciones, por ejemplo las de la teosofía que también tiene un símbolo en el que divide a los “seres” en niveles de Ser.



El esquema anterior nos muestra los siete planos de lo que se considera el “Nivel material del Universo”, que solamente es el plano más bajo de los siete grandes planos que lo constituyen. Como pertenecen a otra tradición los nombres son acordes a ella, pero no hace falta ser muy inteligente para no ver las correspondencias que existen con el símbolo del Rayo de Creación de Gurdjieff. No voy a entrar aquí a explicar este esquema, les remito a esa tradición. ¿Comprenden por qué “conocer” significa hacer un esfuercito?

Así que si el Absoluto es Dios, esto significa que Dios puede ser pesado y medido, resuelto en sus elementos constitutivos, calculado y expresado en una fórmula. Es lo que hizo Pitágoras.

El concepto de materialidad es tan relativo como cualquier otro concepto. Recordemos que esta Enseñanza ha divido el concepto hombre y todo lo que se le relaciona: bien, mal, verdad, mentira, etc., en diferentes categorías de hombres: hombre Nº 1, hombre Nº 2, hombre Nº 3, etc. (Dedicaré otra clase a explicar esto), será fácil para nosotros comprender que el concepto mundo y todo lo que se le relaciona, también se encuentra dividido en diferentes categorías y que cada una de ellas es relativa respecto de la totalidad.






El Rayo de Creación establece siete planos en un Universo, siete mundos, uno dentro de otro, tal como eran representados en la Edad Media. Y todo lo que se relaciona con cada mundo se encuentra dividido también en siete categorías, una dentro de la otra, como en el esquema de la Teosofía. La relatividad de este “Plano Material” significa que la materialidad del Absoluto es de un orden diferente a la materialidad de Todos los Mundos. Y la materialidad de Todos los Mundos, es de un orden diferente a la de Todos los Soles. La materialidad de Todos los Soles considerados como una Unidad es de un orden diferente a la de nuestro Sol. La materialidad de nuestro Sol es de un orden diferente a la de Todos los Planetas y ésta es de un orden diferente a la de la Tierra. A su vez, la materialidad de la Tierra es de un orden diferente a la de la Luna.

Se, que a primera vista es difícil captar esta idea. Nos han acostumbrado a pensar que la materia es en todas partes la misma. La física, la astrofísica, la química, métodos tales como el análisis espectral, etc., están todos basados en esta aserción. Y es verdad que la materia es siempre la misma (moléculas, átomos, partículas elementales, y otras extrañas cosas que hay por debajo de estas), pero su materialidad es diferente.

Acudamos de nuevo a la R.A.E.
  
Materialidad.
1. f. Cualidad de material. La materialidad del alma es contraria a la fe. 
2. f. Superficie exterior o apariencia de las cosas. 
3. f. Sonido de las palabras. No atiende sino a la materialidad de lo que oye. 
4. f. Rel. Sustancia física y material de las acciones ejecutadas con ignorancia inculpable o falta del conocimiento necesario para que sean buenas o malas moralmente.

Así que la “materialidad” es la cualidad de lo material, una “substancia” que recubre nuestras acciones. Pero como la Teología dice que el Alma no es materia, insistir en ello es algo contrario a la fé.

Así que los diferentes grados de materialidad dependen directamente de las cualidades y de las propiedades de la energía manifestada en un punto dado.

La materialidad o la sustancia, necesariamente, presuponen la existencia de las fuerzas o de las energías que la sustentan. Esto de ninguna forma significa que habría que adoptar un concepto dualista del universo. Los conceptos de materia y de fuerza o energía son tan relativos como cualquier otra cosa. En el Absoluto, donde todo es Uno, la materia y la energía también son uno. Pero, en este caso, materia y energía no se toman como principios reales del Universo en sí, sino como propiedades o características del mundo fenoménico que observamos.

Para emprender el estudio del Universo, nos basta con tener una idea elemental de la materia y de la energía, tal como nos la muestran nuestras observaciones inmediatas a través de nuestros sentidos. Lo que es permanente se considera como material,  y los cambios que observamos en aquello que es permanente, cambios en la materia, los llamamos manifestaciones de la energía. Todos estos cambios se pueden considerar como resultado de vibraciones o de movimientos ondulatorios que parten de un centro (para la Física el Big-Ban), es decir, del Absoluto, y que van en todas direcciones, entrecruzándose, chocando, fusionándose unos con otros, siguiendo Leyes precisas hasta el fin del Rayo de Creación, donde todo se detienen.

Desde este punto de vista, el mundo está hecho de movimientos ondulatorios o vibraciones y de materia, o de materia en un estado de vibración, de materia vibratoria (es lo que expresa el Principio de Indeterminación de Wermer Kart Heisemberg). Lo que el Rayo de Creación señala es que la velocidad de las vibraciones está en razón inversa a la densidad de la materialidad. En el Absoluto las vibraciones son más rápidas y la materia menos densa. En el mundo inmediatamente consecutivo, las vibraciones son más lentas y la materia más densa; de allí en adelante, la materia es aún más densa, y las vibraciones más lentas. Se puede considerar, pues, a la materia, a modo de símbolo, como constituida por átomos, considerándose como átomos el resultado de la división final de la materia.

En cualquier orden de materia, se les puede considerar a los átomos como simples partículas infinitesimales de una materia dada, siendo indivisibles sólo solo en relación a su propio plano. Únicamente los átomos del Absoluto son realmente indivisibles. El átomo del plano siguiente, es decir del mundo 3, está hecho de 3 átomos del Absoluto; en otras palabras, es tres veces más grande y tres veces más pesado y sus movimientos son de una lentitud correspondiente. El átomo del mundo 6 está hecho de 6 átomos del Absoluto fusionados conjuntamente de alguna manera, formando un solo átomo. Sus movimientos también son de una lentitud correspondiente. El átomo del mundo siguiente está hecho de 12 átomos de Absoluto o partículas primordiales, y los de los mundos siguientes, de 24, de 48, y de 96 átomos de Absoluto. Podría decirse que el átomo del mundo 96 sería de una materialidad y un peso enorme en comparación con el átomo de los mundos que están sobre él; sus movimientos también serían de una lentitud correspondiente. Esto es lo que quiere representar el esquema siguiente.



Así, pues, los 7 mundos del Rayo de Creación, no solo representan siete niveles de Ser, sino también 7 órdenes de materialidad. La materialidad de la Luna sería diferente a la de la Tierra; la materialidad de la Tierra es diferente a la del Mundo Planetario; la materialidad del Mundo Planetario es diferente a la del Sol, etc. Así, en lugar de un solo concepto de materia tenemos siete clases de materia, pero nuestra concepción ordinaria de la materialidad sólo abarca a la materialidad de los mundos 48 y 96 y aun con dificultad.

La materia y la materialidad del mundo 24 estaría demasiado enrarecida para ser considerada como materia desde el punto de vista científico de nuestra física y de nuestra química; Para estas ciencias esta materia sería prácticamente hipotética. Pero el Rayo de Creación señala que existen materias aún más finas, por ejemplo la del mundo 12, la del mundo 6 o la del Mundo 3.

Todas estas materias, pertenecientes a distintos niveles del universo, no se encuentra dispuestas en capas separadas, sino que se entremezclan o, más bien, se interpenetran entre si. Podemos representarnos la idea de tal interpenetración de materias de diferentes densidades partiendo de la experiencia que podemos tener de la penetración de una materia conocida por nosotros en otra igualmente conocida. Tomemos un pedazo de madera, éste puede estar saturado de agua; el agua a su vez contiene gases como hidrógeno y oxigeno. Esta relación entre diferentes clases de materias está por doquier. Las materias más finas penetran o interpenetran las materias más groseras.

Para nuestro saber científico la materia que posee las características de la materialidad, la materia que conocemos, se divide en diferentes estados según su densidad: materia sólida, materia líquida y materia gaseosa; materia que incluye gradaciones tales como radioactividad, electricidad, luz, magnetismo y así sucesivamente. Sobre cada nivel, es decir, en cada orden de materialidad, podemos encontrar relaciones y divisiones análogas entre los diferentes estados de una materia dada; pero, como se aprecia en lo ya expuesto: los que es materia para un plano o nivel, deja de serlo para los niveles o planos que hay por debajo de él.

Toda la materia del mundo que nos rodea y en el que estamos inmersos y, como decía Pablo de Tarso, de ese Ser en que tenemos nuestro propio ser; los alimentos que comemos, el agua que bebemos, el aire que respiramos, las piedras con las que construimos nuestras casas, nuestros propios cuerpos, cada cosa, es atravesada por todas las materias menos densas que existen en el universo simbolizado por el rayo de Creación. No necesitamos estudiar muy profundamente al Sol para saber que su materia (hidrógeno y helio) también existe dentro de nosotros y podrían dar como resultado  la combustión de esos átomos de hidrógeno al igual que ocurre en el Sol. ¿Se referirá a eso la Iluminación? De la misma manera, tenemos en nosotros la materia  y la materialidad de todos los otros mundos.

Es por eso que el Hombre es, en el pleno sentido del término, un universo en miniatura, un Microcosmos. Desde esta interpretación de ese símbolo que es el rayo de Creación, todas las materias que constituyen el universo, están en nosotros. Las mismas fuerzas y energías, las mismas leyes que gobiernan la vida del universo, actúan en nosotros. Por eso dice la Enseñanza que estudiando al hombre podemos estudiar el universo entero, exactamente de la misma manera que, al estudiar el universo, podemos estudiar al hombre.

Pero hay un problema: no se puede establecer una correspondencia completa entre el hombre y el universo, por el hombre, tal como es ahora, no es un hombre completo y terminado en la plena acepción de la palabra, no es un hombre total, cuyos poderes interiores han sido completamente desarrollados. Por ello, un hombre no desarrollado, un hombre que no ha llegado todavía al término de su evolución, sobre todo interior, no puede ser considerado como una imagen integral y perfecta del Universo, ya que es un microcosmos incompleto.

Repitámoslo: el estudio de uno mismo debe ir a la par con el estudio de las Leyes fundamentales del Universo. Las leyes son las mismas en todas partes y sobre todos los planos. Pero leyes idénticas, que se manifiestan en diferentes mundos, es decir, en condiciones diferentes, producen fenómenos diferentes. El estudio de la relación entre las leyes y los planos sobre los cuales se manifiestan estas leyes, es lo que nos tienen que llevar al estudio de la relatividad.

La idea de relatividad ocupa un lugar preferente en esta Enseñanza y en otras clases regresaremos a ella. Pero ante, hemos de ver la relatividad de cada cosa y de cada manifestación, según el lugar que ocupe en la ordenación cósmica. Para ello nos sirve el Rayo de Creación.

De momento, nos encontramos sobre un mundo, la Tierra, y dependemos enteramente de las leyes que operan a su nivel. La Tierra ocupa un pésimo lugar desde un punto de vista cósmico; se encuentra alejada de todo, es fría en gran parte de su superficie y muy calurosa en otra; la vida en ella es muy dura. Aquello que, según se desprende del símbolo, parece que llega espontáneamente, o parece obtenerse sin esfuerzo, para nosotros, aquí en la Tierra, debe ser objetivo a través de una dura labor. Todo debe ser conquistado, tanto en la vida diaria como en el trabajo sobre uno mismo. En la Vida puede que alguien reciba una herencia y decida vivir sin hacer nada. En el Trabajo esto nunca sucede. Ante él todos son iguales y, todos, igualmente somos mendigos.

Habría que hacerse una pregunta: ¿Han existido sobre la Tierra Hombres plenamente concientes?

Las Tradiciones dicen que si los hubo y que por ello las civilización han resurgido una y otra vez, ascendiendo cada vez un poco más en conciencia, a partir de las semillas que esos seres sembraron. Ellos han ido formando lo que he llamado El Círculo Humano de Conciencia.

Y  si han existido, ¿existen ahora?

Habría que responder que si y no. Existen pero no están en nuestro mismo vivel o dimensión de densidad o materialidad. Para acceder a ellos y a la información que nos transmiten, debemos trabajar en nosotros para poder recibir sus influencias. Esas ideas que nos transmiten, en su origen, son Ideas C, pero al entrar en la densidad y verse sometidas a más leyes, se corrompen y estratifican poco a poco pasando a ser Ideas B (símbolos) e Ideas A (las ideas con las que funcionamos en la vida).

La Enseñanza dice que fuimos creados como un organismo capaz de desarrollarse así mismo, por ello nadie puede obligarnos a hacerlo si no queremos, ya que nuestra “esencia”, nuestra densidad más alta, espiritual, no crece por compulsión.

¿Existe entonces alguna posibilidad?
 Muchas, pero como diría Joseph Rudyard Kipling, eso es otra historia.





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