martes, 24 de septiembre de 2013

02 Viaje a Bolivia y Perú (Agosto 2.013)

Viaje a Bolivia y Perú
-del 17 de Agosto al 1 de Septiembre-
(Una visión personal)
(Continuación)
Desde la cumbre de la ista de Tikina en el lago Titicaca. Al fondo la Cordillera nevada entre las nubes.



De Santa Cruz de Tenerife (España)
a Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).

Marta y Xavi, gallega ella (de O Porriño) y vasco él (de Donosti), un matrimonio amigo a los que quiero más que mucho, seguramente desde lejanos tiempos, me llevan al aeropuerto de los Rodeos en Tenerife. Infinitas gracias por ello. Mi avión sale a las 14:40 con destino Madrid.

(...)

Me han dado el asiento 5D. Mientras espero el momento de embarque y luego a lo largo de las casi dos horas y media y los 1.756´06 km que me separan de Madrid, no puedo evitar pensar en lo que, simbólicamente, significa ese asiento 5D. No es una creencia, para mí es una certeza que las cosas no ocurren por casualidad o al azar. Una vez me dijeron (mis guías y maestros internos) que tenía que aprender a ver todo eso que creemos que conforma nuestra realidad externa, y todo el acontecer, de una forma simbólica. Es decir, interna, ya que todo ello se correspondía con algo de nuestra realidad interior.

Por mi paso por algunas Escuelas esotéricas aprendí algo sobre el significado de los números, lo suficiente para saber que el cinco es un número con un significado especial pues se refiere a la vida y al hombre. Los antiguos le inscribieron en el pentáculo señalando su posición intermedia entre dos mundos: el mundo de la Unidad inicial el 1, y el de la Totalidad final el 10. Siendo la suma del 2, la dualidad, y el 3, el ternario o tercera fuerza en la que se equilibran los opuestos (ver algunos temas sobre esto en este blog), el 5 constituye el punto medio donde se matrimonian el 1 y el 10, el Cielo y la Tierra, lo masculino y lo femenino. Relacionado con la estrella de cinco puntas es el símbolo de la diosa egipcia Isis.
Además de ser hijos de Isis, lo somos también de la razón y, ésta, produce hijos, a veces monstruosos, aunque no cree en nada que no sea ella misma. Por ello en el siglo XVIII la convirtieron en una Diosa, aunque no poseía poder creativo. Así que si el crecimiento del gasto energético en el mundo debe ser considerado como un producto de la investigación racional, sería temerario apuntar esta rapiña al crédito de la razón.
El hecho brutal es este: la visión exclusivamente racional del universo ha conducido al hombre a vivir de sus propias reservas, consumiéndolas. El problema no es crear racionalmente más reservas, sino que el hombre civilizado no puede plantear la cuestión inversa: como preservar lo que hay. Sueña con vaciar los océanos, agotar las reservas de Marte o del cualquier otro lugar, una vez que haya agotado las de la Tierra, pero no puede crear de la nada un planeta o una sola gota de agua. La investigación racional solo proclama un universal: “¡Después de mí, el desierto!. Es el Páramo de que nos habla el mito del Grial.
No basta con afirmar que la entropía y la información deben estar identificadas en todos los planos, sabemos que la información hace a la entropía, y no hay nadie que lo ignore.
En fin, no es mi deseo extenderme en describir toda la simbología que se encierra en este número en realción al hombre, además, la pueden encontrar fácilmente en multitud de libros y artículos. Solo especificar que como símbolo del hombre señala el vínculo que relaciona a la unidad que somos con la diversidad de todo un universo multidimensional que no solo está fuera de nosotros, sino también en nuestra propia interioridad. Por ello el hombre es un puente entre dos mundos. Por un lado la quietud del Origen antes de darse inicio a la Creación, pero también, a nivel psicológico, la inquietud que tal situación proporciona; por otro, la acción, el movimiento de la Creación al desarrollándose y manifestárse en toda su diversidad.
En esa imagen quintaesencial que incluye el número Phi de Pitágoras, la Divina Proporción, a través de la cual se desarrollan las formas vivas, un punto de libertad, de adaptabilidad, de espíritu viajero. Expansivo y sociable, lleno de ideas que se abren a mundos y realidades aún no pensadas, polifacético, curiosos y explorador, capaz de utilizar su libertad de forma constructiva, tiene como contrapartida la tendencia a la quietud y la pasividad de la unidad que le mantiene en una inconsistencia aletargada que le llena de descontento e insatisfacción para seguir desarrollándose.
Respecto a la letra D, su equivalente es la Daleth del alfabeto hebreo y la sephirah Daath. Ambas significan “La Puerta”. Así que, de alguna manera, puedo interpretar que éste viaje representará para mí una puerta” a algo que aún desconozco, aunque presiento oscuramente. Daath también significa “conocimiento”. El conocimiento que te permite atravesar la “Puerta de los Dioses” de la que hablan los mitos. Dice la Kábala (la estudie durante algún tiempo) que toda alma debe llegar a producir una fusión en ella misma con el espíritu antes de “llegar a ser”, antes de poder cruzar esa Puerta.
La mente del hombre ha de haber alcanzado un alto y abstracto nivel de percepción. Igualmente simboliza un nivel de Justicia cuya Ley es el equilibrio que afecta al Cosmos teniendo presente todos los factores inherentes a él, desde la partícula atómica más simple hasta los soles y galaxias. Señalan algunos cabalistas que el mejor modo de trabajar con Daath es a través de la mitología de Isis, ya que Isis es una diosa más antigua que la Isis egipcia. Su estrella es Sothis, Sirio, representada como una estrella de cinco puntas. En su mitología se encierra el misterio de los ciclos.
Todo ha transcurrido con normalidad en mi vuelo hasta Madrid. Ahora tendré que esperar cuatro hora y pico hasta coger mi enlace hacia Santa Cruz de la Sierra y me deje en el aeropuerto de Viru Viru del que me separan la friolera de 8.919 km. Mi avión sale a las 23:55 y tendré un largo viaje de más de 11 horas, pero una corta noche, pues se estima la llegada a eso de las 5:25 de la mañana. Cosas de ir en la misma dirección del sol y los 4 husos horarios que nos separan. Haciendo cálculos me doy cuenta que entre la ida y la vuelta, más la distancia recorrida en mi visita a Bolivia y Perú, mi viaje supone un recorrido de unos 23.684,04 km. Un pequeño paseo. Un par de miles más y el número prodría equipararse al ciclo de la Precesión.
Si lo miro linealmente, como solemos mirar los que hemos sido educados en nuestra cultura, salgo de algún lugar que queda detrás de mí y voy a otro lugar que siempre está delante de mí. ¿Pero es esto así? 
“¡Fíjate en éste pórtico, Enano! Tiene dos rostros. Dos caminos se reúnen aquí. Nadie los ha seguido hasta el final. Esta larga calle que desciende se prolonga durante una eternidad; y esta larga calle que sube es otra eternidad. El nombre del pórtico está inscrito en su frontón. Este nombre es INSTANTE.” 
F. Nietzsche. “Así hablaba Zaratustra” 
Puesto que quedan bastantes horas hasta que lleguemos al principio de mi destino, los usaré en reflexionar sobre la deficitaria conciencia que tiene nuestra cultura sobre el concepto de ciclo, sobre todo en lo que se refiere a nuestra realidad interior o psicológica.
El Conocimiento del concepto de “ciclo”.
Veamos un ejemplo: 
 Al observar la imagen anterior, podemos preguntarnos: ¿El niño que se dirige de su casa al colegio, es el mismo niño que regresa, por idéntico (o por distinto) camino, con la misma mochila a la espalda, a su casa?
No me refiero al camino físico, sino al camino psicológico. ¿El camino de la ida es el mismo que el de la vuelta? 
La respuesta sería que no es el mismo, pues lo que el niño ha hecho es recorrer un “ciclo”. Son varias las ideas que, implícitamente, se encuentra encerradas en el ciclo: la idea de espacio, la idea de movimiento, la idea de tiempo y la idea de trabajo. Vamos a considerar de momento la idea de tiempo, ya que el tiempo es lo que está afectando en este momento a mi viaje.
Aparentemente, el tiempo por donde creemos ir es un vector de dirección única: El pasado que dejamos se eleva como un muro opaco que parece seguirnos de cerca para aferrarse a nuestros actos, por ello continuamos nuestra marcha, impulsados por ese pasado sin fisuras que nos impide retornar. El niño que sale de su Casa hacia el Colegio deja, aparentemente, tras de si (en su casa) un pasado: tal vez regañinas por no estudiar, consejos para que estudie, amenazas si no estudia y esperanzas convertidas en promesas de frutos si lo hace. Este pasado le persigue implacablemente convertido en memoria. Así marcha hacia su futuro: el Colegio. El niño que sale del Colegio (a partir de ahora su pasado), también deja tras de sí un pasado hecho de castigos por no estudiar, consejos para que estudie, premis si lo hace, buenas o malas notas, buenos o malos amigos... Así marcha a un nuevo futuro: su Casa (que antes era su pasado). Aparentemente hemos seguido una secuencia lineal:
-casa-colegio-casa-colegio-casa-...
 Físicamente y también espacialmente parece que el niño hubiera recorrido una línea recta que ha ido siempre desde el pasado al futuro. Pero, ¿qué ha hecho el niño en realidad?
Ha recorrido un círculo, aunque él no lo sabe. Su conciencia, marcada a fuego por una “creencia”, eso si, una creencia científica, cree entender que algo se repite como la ida y la vuelta al colegio, y que una cosa sucede después de la otra, una está en el ayer y otra en el hoy, lo que se volverá a repetir en el mañana. Así camina, continuamente, impulsado por un pasado que impide su retorno, hacia un futuro que desconoce. Por ello, la vuelta a casa no es un retorno para su conciencia porque, luego, "tendrá que ir de nuevo al colegio". Además, ahora va contento porque ha dejado el Colegio. Del mismo modo, la vuelta al Colegio no es un retorno, porque luego "habrá que volver a casa". Aunque, psicológicamente, en su interior, hay algo, una extraña sensación que no logra comprender.
Es cierto que, psicológicamente, parece haber siempre un antes y un después, un pasado y un futuro lleno de expectativas y connotaciones psicológica y emocionales. Y muy pocas veces se tiene conciencia que ese acontecer sucede en el ciclo. Por ello, siempre estamos yendo  de:
 ============================================= 
CASA - ESCUELA - CASA - ESCUELA - CASA
============================================= 
 En la Escuela, el niño estudia las edades de la  Historia que constituyen el Tiempo Histórico.
Prehistoria || E. Antigua || E. Media || E. Moderna || E. Contemporánea
------ T I E M P O  H I S T O R I C O ----->
  Donde seguimos yendo siempre desde el pasado al futuro.
Se nos enseña que como cualquier ser vivo, las civilizaciones son mortales y que toda cultura acaba, en algún momento, por desaparecer en el agujero de lo porvenir. Vamos del nacimiento (origen) a la muerte (el futuro final).
¿Esto es así verdaderamente? ¿Mueren los pueblos o los hombres? ¿Es el final de toda vida, aunque las murallas se derrumben? ¿Existe otra visión que puede revelar, paralelamente al camino de la destrucción, otra vía formadora y organizadora? ¿La visión del construir, se excluye o se complementa con la del destruir? ¿La noche excluye al día, o la noche complementa al día?  ¿La muerte excluye a la vida, o la complementa? 
El hombre cree que evoluciona del pasado al futuro. Y por que lo cree, piensa que evoluciona de la infancia a la edad adulta. ¿Pero las distintas etapas de la vida de un hombre, no podráin ser pequeños ciclos inscritos en el vico de la propia vida y ésta en un ciclo mayor donde el ciclo de la vida es solo uno más ? Incluso cree saber como, con el tiempo, una cultura mítica se vuelve racionalista. Pero ignora el paso a la inversa; paso que en el límite niega. NO SABE invertir la flecha del tiempo.
Al estudiar la Historia de la Cultura Occidental y ver las características de cada periodo, se aprecia una alternancia de:
a) Etapas espirituales donde predomina el sentimiento.
b) Etapas racionalistas donde predomina el pensamiento racional.
     Pero, si nada se repite: ¿Es el Renacimiento un renacer de la Época Clásica como se nos enseña? ¿Es la Edad Media un renacer de la Antigüedad? ¿Es el Barroco un renacer de la Edad Media? ¿Es el Neoclasicismo un renacer del Renacimiento y de la Época Clásica? ¿Lo que renace es lo mismo que murió al desaparecer el periodo anterior? ¿Desapareció realmente? ¿Lo que renace se alterna, se anula o se complementa con el periodo anterior? ¿Son dos renacimientos diferentes? Esta alternancia dual: ¿Es solo aparente? ¿Qué significa este ciclo a nivel del hombre colectivo occidental? ¿Ha ocurrido lo mismo con el hombre colectivo oriental? ¿Y con el japonés, el amerindio y el africano? ¿Todos tienen que dar el paso desde una edad religiosa a una edad científica? ¿Se puede invertir la flecha del tiempo? 
    Son preguntas que al parecer nadie se hace. El hombre, y ya no solo el hombre de occidente, sino la inmensa mayoría de los seres humanos, ignoramos como ha sido realmente nuestro pasado (por lo que cremos conocer como tal, ha sido perversamente manipulado quién sabe con qué aviesas intenciones) al que consideramos como una carga, intentando vivir un presente cada vez más opresor, y sin saber que horizonte se abre ante nosotros. Lo terrible es que nos creemos que, necesariamente, esto es así.
  A pesar de la alternancia Razón-Sentimiento en la Civilización Occidental ¿somos capaces de observar "algo" que transcurre, imperceptiblemente, por esa alternancia? ¿Algo que permanezca siempre fijo en si mismo, aún siendo alternativa y vagamente, diferente? ¿Algo que incremente su calidad en ese discurrir aparente? ¿Por qué el Pensamiento Occidental no quiere pensar en el "Regreso a casa" como el alfa y omega de un movimiento en el que es posible la inversión de la flecha del tiempo? ¿Y por qué el Pensamiento Oriental no quiere pensar en que algo se mueve y evoluciona en el ciclo haciendo que el Eterno Retorno sea un movimiento espiral? ¿Por qué quiere estar siempre en “casa”? ¿Por qué en los periodos de Sentimiento el hombre se ha destruido con mayor violencia que en los tiempos de Razón, a pesar de que esta pueda crear monstruos? 
   Estas no son preguntas abstrusas. Intentar buscarles una respuesta pueden ayudarnos a descubrir la existencia del "Ciclo". Pero un ciclo que se proyecta en una espiral. Pueden ayudarnos a descubrir que todo ciclo se inscribe en otros ciclos mayores y que cualquier ciclo contiene a otros ciclos menores; y que, aún repitiéndose el ciclo, todo es siempre distinto. Los mayas clásicos decían: “Lo que fue, volverá a ser, aunque no de la misma manera.”
   El ciclo del que hablo se mueve en espiral y también discurre a su través una flecha del tiempo, puesto que el ciclo tiene un Origen y un Final, un Alfa y un Omega, un “regreso a casa”, aunque “de un modo diferente”. El gran obstáculo para la comprensión de esto parece ser nuestra ignorancia. Aunque esto no sea siempre así. El gran obstáculo es, según Albert Camus, el “terror a dar un salto en el vacío”. Este “salto” es un retorno aparente, aunque en una nueva octava de la espiral, por lo tanto es un paso hacia adelante. Es una “conversión” según el lenguaje místico, pero no a lo viejo repetido, sino a la “vieja idea” renacida en lo nuevo, en una forma diferente proporcionada por esa memoria pasada. Es una inversión de la orientación vectorial según el lenguaje científico. Es una vuelta a “casa”, pero por distinto camino.
   La idea mítica tiene su origen en la creencia de que el hombre tiene una finalidad, y de ella deduce su comportamiento presente. Por el contrario, la idea racionalista viaja siempre de una causa a un efecto. Costa de Beauregarrd, nos ofrece una imagen clara de la flecha del tiempo racionalista:
   Un rastro es observado en la arena. Al observador científico no se le ocurrirá deducir qué el que pasó por allí va a volver reculando para borrarlo; lo que deducirá es que por allí ha pasado un hombre y que el rastro es la prueba de su paso. Puede que llegue a afirmar que todo hombre que pase por aquel lugar también dejará un rastro análogo (afirmación siempre precisada y restringida por la consideración de los datos más diversos: dirección de la marcha, paso del caminante, índice gravitacional, velocidad del viento, horario de mareas…). De todas estas informaciones, el observador científico sacará una predicción: La huellas observadas se producirán siempre en condiciones idénticas, ya que el desarrollo de una ciencia consiste en precisar cada vez más la naturaleza y el número de las condiciones necesarias. La Ciencia expresa esta Ley diciendo que “la visión racional se orienta del pasado al futuro y no puede orientarse en sentido contrario”. Con ello desaparece toda noción de finalidad.
    Al observador científico no le interesa saber por qué las cosas son como son, sino establecer como han llegado a serlo. Pero, ¿es consciente nuestro científico de que esta negación de la finalidad entraña una postura de indiferencia a todas las consecuencias de su investigación?
   Schroedinger decía:
El sabio no tiene que preocuparse por las aplicaciones que los políticos saquen de sus descubrimientos. Yo no trabajo para un fin utilitario, sino por simple amor a la investigación.”
Pero esto no deja de ser una mala postura. Esta es también la mala postura de cualquier historiador, arqueólogo o antropólogo. Todos se guardan muy bien de suponer una finalidad en los acontecimientos que observan y describen: cualquier cosa que sea el objeto de su observación procede siempre de la causa al efecto y no existe ningún otro canino posible. Pero, en este planteamiento hay un problema, una causa, que entraña una importante consecuencia. Desde el punta de vista de la energía, ninguna causa puede producir un efecto sin una gasto energético y éste gasto el que impide el retorno al “estado anterior”.
  Ello hace que las informaciones recogidas por el observador científico presenten necesariamente los fenómenos bajo un aspecto irreversible (Principio de Carnot: “en una transformación cíclica-monotermal puede haber trabajo consumido y calor producido, pero no a la inversa.”).
  En conclusión: Fuera de un circuito monotermal, este calor producido será siempre emitido de un cuerpo más caliente a otro más frío, donde será inutilizable. Por otra parte, cabe admitir que el principio teórico de la conservación de la energía, “la energía en un sistema aislado se conserva cambiando de forma” jamás se verifica. Ya que toda transformación (de energía eléctrica en energía química o cinética, por ejemplo) va acompañada de un calentamiento de la porción del circuito donde se efectúa la transformación (Efecto Joule), y la producción de esta energía térmica irrecuperable corresponde efectivamente a una pérdida de energía…, fenómeno irreversible. Aunque de hecho, una cierta parte de energía se degrada cambiando de forma: se convierte en calor, y este calor jamás volverá a convertirse en energía, por lo menos integralmente. Ya Rudolf Clasius determinó que “todas las transformaciones de energía no son posibles, sino solo algunas de ellas y en ciertas circunstancias”.

Entropía
  En Física se da el nombre de entropía a la medición de este grado de irreversibilidad del fenómeno, y constata que “en un sistema dado, la entropía total solo puede crecer y nunca disminuir.” Así que la Ciencia solo estudia los vestigios de las destrucciones (“ruinas”) dejados en el “orden de la naturaleza” por los acontecimientos anteriores a su propia observación.
  A veces sin confesarlo explícitamente, el científico postula la existencia de un Origen (Big-Ban) cuyas observaciones no le revelan más que una creciente degradación. Y si hoy admite que algo se pierde, continua creyendo que nada se crea. El punto de vista del historiador, el arqueólogo o el antropólogo no difiere de esta idea. También constata que en los siglos pasados solamente hubo caminos catastróficos: las civilizaciones se derrumban, las culturas se extinguen, llegando, igualmente, a la conclusión que todo se deteriora y termina en la nada. Solo varía el tiempo: siglos para las naciones, milenios para las razas, millones de años para la Humanidad. Pero como el físico, que no puede comprender ese Origen que siempre se le escapa, o que niega, el historiador tampoco puede comprender como nacen las razas, las civilizaciones, las lenguas, las culturas, ya que sus observaciones jamás le dan la clave de estas primaveras, hundidas en periodos que juzga legendarios y que renuncia a conocer.
  Esta es la causa de que la Historia que se enseña de siempre la impresión de una crónica fallida. ¿No habría que considerar esta desesperación racionalista algo irracional al no apoyarse en prueba alguna?
  Solo sabemos que ninguna información racional puede llegarnos de “lo real” a no ser que esté sometida a esta ley. Convendría entonces preguntarse si la información da cuenta de todo lo real, o si la sumisión del observador en la flecha del tiempo pasado-futuro no entraña para él, necesariamente, una visión entrópica del Universo; es decir, si el culpable es ese Origen que niega, o lo es la Ciencia racional, comparable al niño que rompe todo lo que toca y se excusa diciendo: ¡Yo no he sido!



 Hasta ahora, la razón no ha podido demostrar una no-entropía (neguentropía) paralela a la degradación observada; bien porque esta neguentropía no exista, bien que el razonamiento causal no se preste a su demostración, aunque esto parece estar cambiando. Esto plantea dos cuestiones:
  • ¿Es identificable la flecha pasado-futuro con la entropía universal que permite constatar?
  • ¿Se constataría igualmente la entropía fuera de esta flecha del tiempo? 
 A la primera cuestión, el espíritu racionalista, desde hace más de doscientos años, no ha dejado de contestar negativamente. Se ha convertido en acto de fe que la representación no puede ser destructora de la situación, o que la información puede ser el factor de un estado de organización. Esto era lo que creían los enciclopedistas.
  Respecto a la segunda cuestión, la mayoría de los descubrimientos científicos parecen atestiguar que existe el fluir efectivo de una neguentropía obtenida racionalmente. Equivocadamente la ha llamado Progreso. Esto fue solo una ilusión, una fe en la que aún cree el hombre corriente. Nuestros padres se ufanaban al proclamar que la razón era la responsable de los hallazgos científicos, pero la evidencia demuestra que ningún invento ha tenido como origen directo una idea racional, habiendo intervenido en él el error y el azar.
  Claude Bernard confesaba la importancia del influjo del azar en la investigación científica. Y eso es neguentropía, pues ello retroalimenta el proceso. Toda investigación parte de una observación o una teoría. En el primer caso, Claude Bernard demostraba que las ideas experimentales nacen, “muy a menudo”, por azar a causa de una observación fortuita; en el segundo caso, Poincaré afirmaba que la creación científica no es en realidad diferente de la creación poética y que procede, como esta última, de sucesivas iluminaciones separadas por largos periodos de ausencias (de vida racional).
  No solo el desarrollo tecnológico sino la misma teoría parecen ser fruto de algo irracional. Frecuentemente, esta teoría es el resultado del acercamiento de dos procesos distintos.
  Max Planck señala que:
Sería con toda seguridad interesante buscar las aproximaciones intelectuales que estuvieron en el origen de las hipótesis más importantes de la física, aunque un trabajo de esta naturaleza ofrezca grandes dificultades. Nunca, en efecto, los creadores han querido entregarle al público el hilo de los pensamientos más tenues con que han tejido sus hipótesis, pensamientos mezclados a menudo con elementos no esenciales.” (“La imagen del mundo en la física moderna”)
  Para esconder estos elementos no esenciales (azar, sueño o alegoría), la historia de un invento no puede ser más que un cuento tardío. La Historia de la Ciencia está llena de estos cuentos. Muchos sabios se refugian en la ilusión de la “prueba matemática”, pero Max Planck sigue diciendo:
todos cuantos conocen los laboratorios y los trabajos de predicción saben que cualquier medición, la de un peso o una corriente eléctrica por ejemplo, exige, para ser utilizable en física, una serie de correcciones que proceden de una teoría, y por tanto de una hipótesis”. 
  Esto quiere decir que ni la capacidad inventiva ni las capacidades técnicas que nacen de su planificación deberían ser tenidas como conquistas de la razón; y tampoco, sobre un descubrimiento azaroso de lo real, ni la teoría ni los cálculos podrían justificar la hipótesis. Creatividad y descubrimiento nada tienen que ver con la razón, aunque la razón pueda intervenir de alguna forma en el proceso, ya que éste “no marcha racionalmente, de un error a otro”.
  Las innovaciones que se atribuyen a la razón pura no entrañan jamás, a la larga, la menor perfección. ¿Cuántos planes establecidos con la lógica de la razón para durar a largo o corto plazo, se han evaporado como el humo en pocos días? No hablemos de los planes de la economía. Un desastre no es más que la irreversibilidad de la flecha del tiempo. Solo pueden paliarse los efectos, aunque esto solo se logra haciendo que nazcan otros. Basta con observar nuestras ciudades envenenadas, nuestros sistemas nerviosos desequilibrado. Sin embargo, no sabemos (o no queremos) como reducir el tráfico, ni podemos volver a las condiciones de vida de antaño del que decimos que siempre fue peor que el presente, cuando solamente fue distinto.

(Continua)



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