El Hombre.
Formación e Información.
Me refería en “Hombre y Humanismo” a la conciencia que las
nuevas generaciones toman respecto a la necesidad de un nuevo humanismo; pero
también aludía a que promocionar tal humanismo, como solución a un mundo en
crisis, no era posible a menos que implantásemos unos métodos de formación e
información adecuados.
(...)
A finales del siglo pasado, Eliseo Reclus mostraba ya como la Enseñanza se resentía de los orígenes nacionales, de las condiciones geográficas e históricas de cada pueblo; y mostraba también cual era el vicio capital de los centros de enseñanza: el carácter de infalibilidad que suelen atribuirse los profesores. Igualmente advertía como la mayor parte de la enseñanza se hacía exclusivamente con miras al examen del que, en cierto modo, dependía la posición oficial y social.
(...)
A finales del siglo pasado, Eliseo Reclus mostraba ya como la Enseñanza se resentía de los orígenes nacionales, de las condiciones geográficas e históricas de cada pueblo; y mostraba también cual era el vicio capital de los centros de enseñanza: el carácter de infalibilidad que suelen atribuirse los profesores. Igualmente advertía como la mayor parte de la enseñanza se hacía exclusivamente con miras al examen del que, en cierto modo, dependía la posición oficial y social.
Más no habrá formación verdaderamente integral, mientras
que la información que se reciba sea inadecuada. Algunos educadores comienzan a
comprender ya que su objetivo es el de ayudar al alumno a desarrollarse
conforme a la lógica de su naturaleza. Esta idea aparece en aquellos lugares
(Estados Unidos) en los que la máquina (computador), puede llevar a cabo una
enseñanza programada sobre información
básica, en la que el profesor, a la vez que participa en la programación de
esa enseñanza, “será -Bernard Plaque- el iniciador a la vida social y
comunitaria, al despertar de la inteligencia y la sensibilidad”.
Actualmente, los profesores son las máquinas,
lo que quiere decir que no queda tiempo para enseñar a utilizar esa
información. Y si es cierto que una máquina puede suministrarnos información
objetivamente, también es cierto que el desarrollo de la imaginación, de las
facultades creadoras, y de las capacidades de análisis y síntesis no son
posibles sin la ayuda de ese profesor, el cual, liberado de su papel de ser hombre-máquina de enseñar, podría
dialogar, a la manera socrática, con cada uno de sus alumnos. Porque solo así
es posible educar una mente sin dañar ni violar su libertad y su
individualidad.
Nuestros métodos de enseñanza son ciertamente ancestrales.
Sus inicios fueron las pruebas de iniciación de las sociedades primitivas para
permitir que los jóvenes se integraran a la sociedad adulta; su último remedo,
nuestros actuales exámenes. La iniciación en la sociedad primitiva servía para
perpetuar y transmitir el conocimiento, pero el método ha durado demasiado,
ciertamente. Es desesperanzador ver en colegios y universidades, a miles de
estudiantes tratando de simplificar su trabajo aprendiendo de memoria las
fórmulas de su manual, diciendo y repitiendo las frases hechas y amontonando en
su memoria definiciones secas, faltas de calor y vida. Solo aprenden palabras y
todo ese fárrago de interpone entre su mente y la verdad.
No hay nada que aparte más a un estudiante de la Naturaleza que un
extracto o un formulario. Indudablemente, la base de la información ha de
pertenecer al elemento memoria, pero la lógica de este proceso de información
ha de ser la que actualmente practica la Enseñanza Programada.
Primero hemos de definir cuales son los conocimientos iniciales del alumno
antes de autorizarle a aprender más. Esto se logra mediante tets adecuados, los
cuales nos orientan hacia que programa de conocimiento ha de ser encauzado, o
si hemos de llevarle aún por otros programas al inicio de una especialidad. Los
programas relativos a cualquier rama del conocimiento se dividen en partes o
fragmentos de Conocimiento que correspondan a unidades lógicas de memorización.
Pero esto sería solo el primer paso, el de la transmisión objetiva de la
información – no olvidemos que la
Historia y el Conocimiento son acumulativos –; la segunda
parte de esta enseñanza y, por descontado, la más importante, es la Formación. Informar objetivamente
puede ser fácil, siempre que estemos dispuestos a ello. Formar, en cambio, no es tan fácil, porque requiere conocer un
punto que no siempre se ha tenido en cuenta: la estructura del comportamiento
de nuestra propia naturaleza. La
Educación no tiene valor, ni siquiera sentido, si no es con
la condición de servir en la vida; y solamente puede ser útil si está de
acuerdo con nuestra naturaleza.
¿A qué me refiero cuando digo que es necesario conocer la
naturaleza de nuestro comportamiento?
Para mí, Conocer
significa poseer unos puntos de referencia que me permitan modelar una
estructura. Yo no puedo trazar una curva en un eje de coordenadas, a menos que
posea una serie de puntos de referencia. Aunque esa curva que yo trace, nunca
será la curva real; solo será una
estructura, un modelo, creado a través de esos puntos de referencia que si
pertenecen a la curva real y que yo he aprehendido (tomado) con mi observación
o el análisis -hemos de empezar a establecer el principio de que el Conocimiento presenta un carácter discontinuo.
El modelo estructural que yo creo a partir de los puntos
observados, viene a ser algo así como un símbolo, perceptible a nuestros
sentidos y comprensión de esa realidad,
la curva real, que intentamos penetrar; pero que, nunca, a menos que seamos
plenamente conscientes, será la verdadera curva real. Indudablemente, mientras
más puntos de referencia poseamos, más se aproximará el modelo, el símbolo, la
estructura, a la realidad.
Esta manera de plantear el problema del Conocimiento viene
sugerida por la Teoría
de Conjuntos. Un conjunto es una entidad
-objetos materiales, o fenómenos, o símbolos, o entes abstractos, reunidos en
virtud de alguna propiedad común, de naturaleza diferente a la de los elementos
que lo componen.- Desde éste punto de vista, una estructura, no importa cual,
podría ser concebida como la totalidad consecuente de las relaciones existentes
entre los elementos que la forman. Veamos un ejemplo:
- Llamamos (a, b, c) a los alumnos que constituyen el Conjunto A.
- (a, b, c) es A.
- Si el conjunto está concebido como un Todo, tendremos en (a, b, c) todos los elementos de ese Conjunto A. Pero según la Teoría de Conjuntos y la indeterminación del conocimiento, yo puedo captar o aprehender los elementos del Conjunto A de otra manera, por ejemplo (a, b) (c), de forma que (a, b) sea un solo elemento de A y (c) el otro, con lo que el conjunto resultante sería así diferente, aunque se refiera a un mismo real.
- En el primer caso capto los subconjuntos uno a uno, pero en el segundo caso, en vez de tres elementos solo capto dos: el (a, b) al que tomo como un solo elemento desconociendo su doble composición, y el (c).
- Si profundizo en mi análisis, podré llegar a saber que el subconjunto (a, b) es a su vez un conjunto cuya naturaleza, estructura, depende de la forma en que yo lo capte. Según la lógica aristotélica, se no-contradicción y tercero excluido, 1 más 1 son 2. En la Teoría de Conjuntos, 1 y 1 nunca pueden llegar a sumar 2, porque, 1 y 1 nunca son dos entidades idénticas. Pueden ser muy parecidas, lo más parecidas posible que se quiera, pero nunca serán idénticas. Esto es realidad cuando referimos el número a un objeto, animal, hombre o cosa. Cada individuo, cada unidad, es una entidad única en si misma. No hay en todo el Universo otro igual. 1 y 1 solamente se pueden relacionar habida cuenta ciertas propiedades comunes, como subconjuntos de otro conjunto más amplio, a fin de crear una superestructura. Lo que conocemos por evolución, no es otra cosa que una complejización de una serie infinita de subconjuntos en estructuras cada vez más amplias y complejas. Está aún por desarrollar una Teoría de la Complejidad.
Lo que acabo de exponer, viene a mostrar en un punto
crucial el carácter objetivo de la Información en la Enseñanza. Planteemos
el problema del estudio de un objeto
físico (H). Si (H) es estudiado por un físico, un
químico o un biólogo, atendiendo exclusivamente a sus especialidades -diferencial
propio- obtendrán de (H) elementos
diferentes y, para cada uno de ellos, los elementos así estudiados constituirán
el cuerpo (H), cuando en realidad no
constituyen sino subconjuntos de dicho cuerpo. La Información
Programada en la
Enseñanza ha de tener esto en cuenta. En la enseñanza normal
no sale nunca del diferencial propio. El profesor, convertido en máquina de enseñar, no ha tenido tiempo,
o ni siquiera se lo ha planteado, para asomarse más allá de las fronteras que
delimitan su especialidad. Pero si la máquina (computador) le libera de impartir
información básica, le quedará tiempo para desarrollar en él, primero, y en sus
alumnos, después, lo esencial de la Formación:
las capacidades de análisis y síntesis. Pero, ¡cuidado! No olvidemos que desde
el momento en que cada hombre estructura (sintetiza) el Universo de forma más o
menos personal, teniendo en cuenta la información recibida a través de los
sentidos (aunque sus sentidos le hagan captar elementos muy semejantes a los de
su vecino, nunca podrán llegar a ser los mismos debido a que tales sentidos son
susceptibles de cierto tipo de energía que varía de un individuo a otro), su
experiencia personal, su respuesta al medio social, etc., etc. No existen dos
individuos iguales, no ya en cuanto a sus estructuras físicas, sino a sus
estructuras psíquicas y mentales.
Este carácter de único es debido a que el funcionamiento
del conjunto depende de la
información que recibe, de los subconjuntos que lo estructuran, los cuales al
ser susceptibles de integrarse en múltiples maneras, sobre todo en estructuras
complejas como puede ser el hombre, hacen que las informaciones aportadas al
conjunto resultante dependan de su forma de estructurarse.
La Formación no solo ha
de ser científica -basada en la información, la comprobación y el análisis-
sino que, además, ha de ser esencialmente humana; es decir, no solo que ha de
servir al desarrollo del propio hombre, sino que ha de estar de acuerdo con su
propia naturaleza así como sus limitaciones para adquirir conocimientos. Y con
esto tocamos un punto clave: el de las palabras con las que designamos las
cosas y el de sus significados, lo que queremos decir y reflejar en ellas. Creo
que si logramos ponernos de acuerdo sobre este punto, al menos lo suficiente
para no provocar conflicto, habremos llegado a un momento más humano de
convivencia.
Me explicaré. Nuestra cultura se ha desarrollado sobre una
base lógica. La Lógica
de Aristóteles. Tal lógica trata de definir todo
a partir de su propio carácter axiomático, para poder sacar consecuencias de
dichas definiciones; y, con esto, considera que ya está dicho todo sobre la
cuestión. Aunque, puesto que no podemos aprehender
más que una serie de elementos de la realidad, realidad que se nos hace
impenetrable, no podemos definir esa realidad, solamente podemos evaluarla tras reunir el máximo posible
de información.
Esta indeterminación, esta incertidumbre, esta
relatividad, respecto a la realidad, no está relacionada tan solo a la doble
faz del mundo físico tan como nos lo presenta la física moderna (teoría de la relatividad, teoría cuántica y teoría ondulatoria), puesto que “el descubrimiento del Principio de Indeterminación de Heisemberg –
Desiderio Papp – que interviene en todas
las observaciones que el hombre puede efectuar sobre la naturaleza, esta
impresión que impone categóricamente a la Ciencia un límite en su afán de penetrar hasta el
fondo de las cosas, un límite infranqueable, no solamente ahora, sino para
todos los tiempos venideros, es tal vez, filosóficamente, el descubrimiento
físico más importante del presente siglo”, sino que también abarca
cualquier faceta de la actuación humana debido a que desde el momento en que
cualquier aprehensión de la realidad,
desde que cualquier filosofía, religión, arte, etc., como formas de explicar la
realidad, son solamente modelos, mapas, que intentan representarla,
habida cuenta los postulados -elementos de esa realidad de la que estamos
construidos-, podemos aceptar que cualquier
elemento, ya provenga por la deducción de nuestro pensamiento, o por la
experimentación de la Ciencia,
lo será de una realidad que pretendemos conocer y aprehender y, por lo tanto,
válido para tal fin.
Esta manera de plantear el problema del conocimiento, que
a la vez es el de nuestra propia actuación, introduce un orden en el hecho de
que como el lenguaje de cada uno difiere, en principio, del de su vecino según
los postulados sobre los que está estructurado -sociedad, economía, sistemas
políticos, concepciones religiosas, arte, historia, psiquismo, etc.- la
comunicación (y el mundo de hoy es una triste comprobación) sobre ella difiere,
respecto a su información para concebirla, de la que pueda poseer otra persona.
¿Qué ocurre cuando usamos nuestra lógica tradicional para
unificar el concepto o la imagen, por ejemplo, de democracia? Pues que como todas las interpretaciones o
explicaciones tienen razón, puesto
que todas son solo modelos, imágenes, mapas, o subconjuntos de
la realidad llamada democracia, y
como a la vez no tenemos conciencia de este hecho -el carácter discontinuo del
conocimiento, el punto de incertidumbre
que le es inherente- ya que le damos validez axiomática a ese modelo relativista, intentamos unificar
ese concepto bajo nuestra particular comprensión, y para nosotros, y solo para nosotros, la consideramos y la creemos verdadera. Pero como los demás, por el
mismo carácter axiomático, también consideran verdadera su propia imagen, su propio mapa, solo queda una salida como método unificador: la fuerza y, deducida
de ella, la guerra. Es decir, la imposición por la fuerza de nuestra imagen, de nuestra verdad.
La
Historia del Hombre, sobre todo la historia de sus Imperios,
es una clara demostración de este hecho. Si Occidente, de acuerdo con sus
propios postulados -que de hecho, incluso a nivel de la propia Ciencia, son
establecidos a priori- deduce una
inclinación, pongamos por caso, hacia el Materialismo
Científico, ¿por qué hemos de extrañarnos y llegar al desafío, por el hecho
de que Oriente, de acuerdo con sus propios postulados, se haya inclinado más
hacia, pongamos por caso, la
Metafísica y las Ciencias del Espíritu?
La ignorancia del hombre actual, fruto de la no-conciencia (inconsciencia) de este
fenómeno, hace que se conviertan en dogmas elementos de información que solo son
subconjuntos (partes) de conjuntos más generales. Ha Historia sigue siendo la lucha
de los subconjuntos convertido en verdades absolutas, en dogmas, por la supremacía de uno de ellos. Estoy convencido de que
mientras tal sistema de conocimiento no se enseñe desde la escuela (no que uno
y uno son dos, sino que uno y uno son siempre ellos mismos, pero que en virtud
de ciertas propiedades comunes, pueden reunirse para formar una entidad más
compleja, entidad que no debe anular su individualidad), seguiremos discutiendo
con quien no tiene nuestra misma opinión y matándonos por palabras, ficciones, modelos, mapas…
Si la Formación y la Información
partieran de este conocimiento, podríamos crear una civilización más estable y
más justa, en la que la individualidad del prójimo sería respetada, ya se trate
de un solo individuo, de un pueblo o de toda una cultura. Sobre todo, no
debemos olvidar que vivimos en un mundo de culturas vertebrado por lenguajes,
mitos, religiones, expresiones artísticas, sistemas de pensamiento, etc., y que
todo ello constituye un mundo simbólico (de cómo nacen y se desarrollan los
símbolos me ocuparé en otra charla) a través del cual actúa y obra.
“Si tomamos -dice el Wing
Tsit Chan- las culturas como son (adviértase que no son entonces estáticas), se
nos muestran avanzadas en ciertos aspectos y retrasadas en otros. Pero si las
tomamos tal y como aparecen, estamos ignorando al hombre creador que existe
detrás de cada cultura”.
El hombre, su naturaleza, no puede ser ni la suma de los
elementos que la integran, ni tampoco, exclusivamente, sus diversidades culturales.
Volvamos al ejemplo del hombre Oriental y Occidental. Cuando los comparamos,
¿comparamos sus manifestaciones culturales, o sus naturalezas innatas? Si la
psicología estudia las leyes sobre las sensaciones, el pensamiento o la
conciencia, hemos de suponer que esas leyes son aplicables a todos los hombres, ya que si no se
admite que la naturaleza básica del hombre es la misma en todas partes, dichas
leyes psicológicas carecerían de valor científico. Sería una estupidez creer
que una cosa equivale a su conducta; la naturaleza básica del hombre será la
misma en todas partes, pero sus conductas, sus culturas, sus sistemas de
pensamiento, varían porque están estructurados sobre informaciones diferentes.
Lo que hay que tener en cuenta es que dicha información es válida siempre por
ser un elemento extraído de la observación de eso que llamamos realidad, y a través del cual han sido
creadas las culturas, las filosofías, las teorías científicas, los mapas
y las estructuras con la intención de
aprehenderla, conocerla e interpretarla.
Manifestar que el hombre forma una unidad, es solo una idea interesante; pero lo que sería absurdo es
que ese hombre se destruyera por no comprender y confundir su propia naturaleza
con su conducta. Todo el estudio de la ciencia humana está plagado de esta ceguera. Aunque el hombre también es ciego hacia el hecho de que si la conducta,
el comportamiento, dependen de la información, comprender la Historia de la Humanidad equivale a
inscribirle en la Historia
de la Evolución,
porque el binomio información-conocimiento
es un elemento a la vez dependiente y responsable de esa evolución. Según esto,
la Historia
surge como un aspecto particular de un desarrollo de la Naturaleza. El
hombre es una parte integral del Universo y su destino sería posibilitar una
estructura que fuera lo más consciente posible.
Alfiar [Charla dada en el Departamento de Historia Moderna de la Universidad de Granada. 22 Abril de 1968.]
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