lunes, 9 de mayo de 2016

"Así es mi vida, piedra, como tú"

<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 25/04/1993>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: "Así es mi vida, piedra, como tú"
<SUBTÍTULO>: Un "canto" para una honda
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: Para la Cábala, la piedra y el hombre pertenecen al mismo haz de energía.
<SUMARIO>: El significado de un poema no está sólo en el texto, también en nuestro interior, en la memoria de nuestro cuerpo-tiempo.
<CUERPO DEL TEXTO>:

"Cuando alguien oye la palabra del Reino y no la entiende, viene el malo y arrebata lo que fue sembrado en su corazón." (Mateo, 13,19)
Para el que siembra la palabra, la cosecha es el sentido. El "Zohar" sostiene que las palabras no caen en el vacío; tienen un destino secreto, un vuelo preciso y magnífico cuando el piloto es diestro y el paisaje propicio. Por ello, leer un poema y descifrar su sentido oculto es una forma de meditación.
(...)

En ese diálogo interior, las respuestas aparecen por canales diferentes: mientras se escribe y trabaja, en un sueño, o cuando la conciencia se desprende del fluir del tiempo absorbida por el asombro que produce una metáfora.
Hay en el proceso extrañas asociaciones; funciona un principio al que Jung y Pauli llamaron Sincronicidad, según el cual el significado de un mensaje no está sólo en el texto, sino también en nuestro interior, en la memoria de nuestro cuerpo-tiempo. Leerlo, entenderlo, supone darse cuenta de ciertas señales internas que se corresponden con las externas en un proceso no lógico y causal, sino analógico y sincrónico.
Cuando llegamos a ser capaces de tal lectura, es como haber escalado una montaña. El ascenso produjo una sensación de placer y liberación. Al llegar a la cima, de pronto, toda una realidad se hace visible a nuestro alrededor. Esa sensación-visión-iluminación, es un estado elevado de la mente, otro estado de conciencia y comprensión.
Os invito a entrar en el interior de este poema de León Felipe. Intentemos pasar desde el trazo negro de la escritura al blanco que la envuelve, y así, con los dos polos de esa realidad en nuestra mano, mente y corazón, descubramos su secreto.
              C O M O  T U
Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia...
como tú, piedra aventurera...
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda...
piedra pequeña
y
ligera...
         León Felipe
Al iniciar el análisis descubrimos que el poema está construido con sólo dos oraciones. La primera es una comparación. En la segunda, la comparación se hace metáfora. El poema sólo transmite una idea. Todo el poema no dice sino una sola y única cosa. ¿Qué es esa cosa?
La totalidad del poema es un apóstrofe: el poeta se dirige y habla a una piedra a la que dice que su vida, la del poeta, es como la de la piedra. "Así es mi vida,/ piedra,/ como tú". La comparación "como tú" se hace metáfora al identificarse. Algo ha sido llevado más allá, y por ello su orden lógico ha sido alterado. Mi vida, piedra, es, así, como tú. Este sería el orden lógico.
El poema comienza con un hipérbaton, una alteración de ese orden, que permite al poeta llevar más allá, en la metáfora, la identificación de dos realidades que, en apariencia y a pesar de la comparación, no tienen nada que ver, aunque en lo profundo, en lo esotérico, son lo mismo. El poema comienza por ello con una adverbio de modo, "así", indicando que es la circunstancia, el modo, la manera, la que hace posible la metáfora: Así, mi vida, piedra, eres tú.
En la cábala se dice que las piedras hablan, que los seres se transforman, que las secuencias se alteran, que letras y números adquieren el irisado color de los diamantes yuxtaponiendo sus facetas en un juego multicolor. A través de este juego se nos hacen transparentes. Ha bastado un mero análisis gramatical de los tres primeros versos para darnos cuanta de cual es la idea que encierra el poema.
El poema habla de una piedra llamada León Felipe, porque la metáfora dice que León Felipe es una piedra. Esa es la idea y la realidad trascendida. Y para hablarnos de esa piedra que es él, dedica el poeta el resto del poema.  Porque: ¿de qué piedra se trata? ¿Acaso no son iguales todas las piedras?
El poeta nos habla de una piedra que es pequeña, ligera, un canto rodado, un guijarro. En apariencia, una piedra que no sirve para nada. No es grande, importante ni valiosa. Tampoco es una piedra noble de esas con la que se construyen los Palacios, las Iglesias, las Lonjas o las Audiencias.
Es sólo un canto que rueda, un "guijarro humilde de las carreteras", que va de aquí para allá, que "se hunde en el cieno de la tierra", empujada por los eventos de la vida. Pero que tiene vida interior porque, cuando los cascos y las ruedas la golpean, saltan chispas de luz, centellea. En ella vive el Espíritu. Llevada por el fluir del destino, vagabunda, peregrina, es despreciada por los que valoran a las piedras en preciosas, nobles y vulgares.
El poeta se ha identificado con ella en la metáfora; repite la identificación en forma persistente: como tú, como tú... No quiere que olvidemos que él, León Felipe, es esa "piedra aventurera", ese "guijarro humilde de las carreteras". Al identificarse, el poeta establece un diálogo consigo mismo, un diálogo interior. En ese diálogo interior, el poeta se dice así mismo lo que es y lo que no es.
¡Pobre piedra! -sentimos al constatar nuestra propia identificación-, pisoteada,  arrastrada por el viento, chocando contra todo y con todos, perdiendo pedazos de sí misma, a chispazo vivo, centelleando de dolor, limando sus aristas con la lluvia, el viento... ¿Por cuánto tiempo habrá rodado?
Indudablemente por mucho, porque es pequeña -hacerse pequeño para entrar en  el Reino de los Cielos-, y hace tiempo que se desprendió de la roca madre... ¡Ya casi no es nada y que pronto terminará por pulverizarse! Aunque, tal vez, por eso, ahora, al final de su viaje, de su aventura, de su peregrinación, sirva para algo. Ahora, convertida en un núcleo, tal vez sirva para ser lanzada por una honda.
Las piedras grandes no pueden ser lanzadas por una honda, lejos, a lo alto.
Las piedras grandes, nobles, importantes están quietas, fijas, atrapadas, prisioneras por lo que son, por lo que constituye su grandeza, su nobleza, su importancia, su valor en la forma. En cambio, el canto rodado, una piedra que a la vez es música, un guijarro humilde, no teniendo forma fija, cantando mientras es arrastrado por la corriente del río de la vida, puede ser lanzado. El matiz es importante. Al ser lanzada lleva una dirección, es dirigida hacia un blanco, tiene un destino.
Si. El poeta es la piedra. Y no cabe duda de que piedra se trata. De una piedra que ha venido a ser núcleo, dispuesto a ser lanzado hacia su destino final.
¿Cuál es el destino de ésta piedra, de éste poeta, después de un largo movimiento circular?
El poema no nos lo dice. Aquí comienza el misterio. Aquí el trazo de la escritura se disuelve en el blanco de la hoja pues, entre uno y otro, el hombre se abisma para entrar en el Misterio.

 

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