<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: La Leyenda de Wesak
<SUBTITULO>: A propósito de la Luna Llena de Tauro
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACIÓN>: Majestuosa cumbre del monte Amadablan, en la región himalaya de Kulu.
<SUMARIOS>: Nadie duda, en la hora presente, que la Humanidad se debate en una profunda crisis cuyo tema último es la Libertad.
<CUERPO DEL TEXTO>:
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Monte Ama Dablan. Vista desde el sudeste. |
Hay una leyenda que cuenta que en la cordillera de los Himalayas, al
Oeste de Lhasa, la capital sagrada del Tíbet y en dirección al Nepal, rodeado
por abruptas montañas, existe un frondoso y alargado valle, en cuyo profundidad
hay un gran bloque de piedra, como un gran ara. El valle está desierto a
excepción de un antiguo templo budista. Es el valle de Wesak.
(...)
Dice la leyenda que en los días que preceden a la Luna Llena de Tauro,
suele acontecer a primeros de Mayo, el valle de Wesak se puebla de tiendas y
peregrinos que acuden a aquel lugar para participar en un antiguo y sagrado
ritual.
Llegado el momento, la muchedumbre, sentada en alfombras y pieles
frente a la gran roca, permanecen en silencio, reverencia y meditación.
Esperan, con fervor, la llegada de Grandes Seres de Luz que son Maestros y
Guías de esta Humanidad. Se presentan en cuerpo etérico, siendo sólo visibles
para la visión interna de aquellos que tienen ojos para ver.
A una señal dada, cercano ya el momento en que la luna ofrece la mayor
parte de su disco a la reflexión solar, se inicia un canto rítmico. Los Grandes
Seres de Luz forman tres círculos concéntricos. En su centro se materializa,
también en cuerpo etérico, la figura de ese Gran Ser al que unos llaman
Maitreya y, otros, el Cristo, el Maestro de todos los maestros de esta
Humanidad.
Viste una túnica blanca y lleva en su mano el Vajra, el Cetro de Poder que le entregara el Anciano de los Días
(nombre simbólico dado a aquel de quien nada puede decirse), para que cumpla
con su misión en el mundo. A ambos extremos del Vajra hay engarzado un purísimo
diamante que irradia una luz azul-anaranjada. Ante su presencia, todos se
inclinan y, reverentes, cantan un mantra de salutación y afirmación.
A partir de este momento, el antiguo y misterioso ritual inicia su
desarrollo. Sin romper el círculo exterior, los Grandes Seres de Luz forman, en
una especie de danza, figuras geométricas: la estrella de seis puntas, el
pentagrama, la cruz…, para terminar en un triángulo cuyo vértice superior,
delante del gran ara, está ocupado por el Ser Crístico.
Este gran altar de piedra blanca-grisácea, veteado con brillos
metálicos, tiene encima un gran cuenco de cristal. Junto a él, el Cristo
deposita el Vajra.
Acompañando a este movimiento ritual, el cántico ha incrementado su
intensidad, llegando a su máxima vibración momentos antes de la Luna Llena. Todas las
miradas están fijas en la gran piedra y en el cielo que se levanta sobre ella.
En el momento justo, un destello de luz se perfila en el cielo,
desciende sobre el altar, donde se materializa la figura de Buda, el Señor de la Iluminación y de la Libertad. El Cristo
entona la Gran
Invocación ante la presencia de su Hermano de Luz mientras
los presentes, postrados en tierra, tocan el suelo con sus frentes.
Cuenta la leyenda que este es el momento más grande y sagrado del año,
pues en él, la Humanidad
y la Divinidad,
gracias a la acción de Buda y de Cristo, pueden ponerse en contacto. Ese
momento llega cuando la luna alcanza su máxima potencia reflectora, y Buda
transmite a su Hermano el Cristo la
Energía de la
Voluntad del Padre; energía que Cristo recibe y transmuta en
energía de Voluntad-de-Bien, depositándola luego en el cuenco de cristal que
hay sobre la peña.
El Gran Celebrante, Cristo, toma el cuenco y lo eleva a lo alto. Todos
cantan mantras sagrados. Buda bendice a los presentes y convertido en una
chispa de Luz desaparece en el cielo. Cristo se vuelve a la multitud y ofrece
de beber a todos los presentes del cuenco de cristal donde depositara la
energía traída por Buda. A través de los Grandes Seres, la hace llegar a la Humanidad toda.
Terminada la ceremonia, todos marchan en paz y, un año más, la Humanidad ha recibido la
energía que necesita para producir en ella el Gran Amanecer.
Hasta aquí, lo que cuenta esta bella leyenda. Aquellos que la
presenciaron dicen que se repetirá año tras año, mientras dure esta era que ya
termina.
Tal vez por ello, en muchos lugares del mundo, mucha gente y nativos
de culturas tradicionales, celebran un ritual, por estas fechas, a la luna
llena de Tauro. El secreto de este ritual parece estar en que la energía que se
derrama sobre los participantes, o sobre los que están abiertos y conscientes a
su influencia, es la Energía
de la Libertad.
Tanto Buda como Cristo nos mostraron cual era el camino a seguir, cual
era el camino de la Libertad,
señalando que la libertad no está en los pensamientos, ni en las ideas, ni en
los hechos, ni en las palabras, sino en la conciencia. Por ello, cuando nuestra
conciencia es libre, nuestros pensamientos, nuestras ideas, nuestros hechos y
nuestras palabras, son libres.
Nadie puede poner en duda que en la hora presente la Humanidad se debate en
una profunda crisis, cuyo tema último es precisamente la Libertad. Se nos está
probando si, en ese lugar de nosotros mismos que es la conciencia, el núcleo
del alma, somos libres o aún permanecemos encadenados a algún aspecto de
nuestra personalidad fragmentada. Y se nos está probando si en ver de sentirnos
desgraciados, desgarrados, doloridos, maltratados en nuestro orgullo y en
nuestras emociones, sabemos aplicar la
Luz que hay en nosotros, renovada en cada Luna Llena de
Tauro, para iluminar nuestros problemas y comprender donde reside la causa de
nuestro dolor.
Si sentimos dolor en alguna parte de nuestro ser, es porque algo está
en tensión dentro de nosotros; tensión producida por esos dos caminos que en
todo momento se abren ante nuestra confusa mirada y que parecen seguir
direcciones opuestas.
Nuestra Alma hace la llamada y algo en nosotros la capta, pero nuestra
personalidad ya ha hecho proyectos y se ha enfangado en el dominio y control de
las realidades materiales, o de las realidades espirituales tomadas desde el
punto de vista egoísta. Ha quedado trabada en aferramientos sentimentales a
personas y a cosas; está confusa e insegura de sí misma y fluctúa por lo que le
dicen o por el qué dirán, por su propia consideración de sí; exaltándose a
veces, o, deprimiéndose otras, y, en cualquier caso, haciendo culpable al mundo
por nuestro dolor, cuando la realidad es que no queremos afrontar la propia
indecisión, la falta de seguridad y la carencia de voluntad.
Cuando la llamada interna es muy fuerte, surge la lucha entre los dos
lados de nuestro ser: entre la voz que desde lo más profundo de nosotros mismos
nos dice ¡Ven!, y esa nuestra realidad personal llena de deseos, sueños,
temores, pensamientos, ambiciones, excusas y todas esas cosas con las que
nosotros mismos nos encadenamos.
No podemos estar en los dos lugares a la vez. No podemos querer ser
libres en la conciencia, y a la vez permanecer atados a todas esas cosas. No
podemos porque la tensión terminará rompiéndonos. Hemos de decidir donde
ponemos los pies y hacia donde queremos dar el salto, un salto que sólo se
puede dar desde un acto libre de la propia conciencia y en el vacío. Un salto
hacia la Libertad.
Si alguna verdad hay detrás de esta leyenda, y en todas hay una
verdad, dejemos que la energía de la Libertad que nos trae esta Luna Llena de Tauro se
derrame sobre nosotros: para superar la prueba, para romper las cadenas que aún
nos mantienen presos a lo efímero y perecedero.
Y, aquello que desde el Origen irradia en la materia, florece en la
flor, siente en el animal, desea en el hombre, aspira, ama y planifica en el
discípulo, se sacrifica en los Maestros y llega a su Hogar convertido en su Yo
Real, nos impulsa, en esta etapa que se inicia, a que seamos seres libres en
nuestras conciencias.
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