domingo, 2 de abril de 2017

El sueño del gusano.



<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 17/10/1993>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: El sueño del gusano
<SUBTITULO>: Un proyecto del Viento y la Luz
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: Mercurio o Hermes en el "huevo de los filósofos" donde aparece como "filius", el hijo nacido de la transmutación.
<SUMARIO>: Cuando algo nuevo comienza a nacer en nosotros es necesario protegerlo de las influencias exteriores, para que no sea contaminado.
<CUERPO DEL TEXTO>:

 


"EL GUSANO"
(...)

 Soy gusano que sueña... ¡Que quiere!
-Contaré el sueño del gusano.
Narradores de cuentos, el gusano
no se chupa el caramelo de la cola. No es un cuento.
Es un sueño que camina.
Repta.
Y deja sobre la hierba oscura
una secreción viscosa... y fosforescente;
un hilo glutinoso y lumínico...
¡Lumínico! La baba es una estela. Anotad esto bien.
Cavad aquí para marcar una señal.
Clavad aquí una estaca, aquí, aquí;
que aquí sobre esta tierra... sobra la Tierra,
sobre este gran ovillo devanado con baba,
sobre esta estela verde que segregó el gusano,
sobre el sudor oscuro que vertieron sus glándulas,
sobre su llanto ciego de semilla y de feto,
sobre los restos de su capullo y su sarcófago,
sobre la ganga adámica de su morada mística,
sobre el cascarón roto de su bóveda abierta
y sobre los escombros de su Iglesia podrida
levantaremos un día nuestra casa,
nuestra ciudad
y nuestro vuelo.
Porque el gusano no es un cuento, narradores de cuentos,
es un signo... un sueño...
sueño alegre que empezamos a descifrar.
.........................
Soy gusano que sueña... y sueño...
¡verme un día volando en el viento!
León Felipe

La parábola del gusano encierra todo un tratado de alquimia, una enseñanza psicológica: la de que el hombre puede crecer internamente.
Lámina 7ª del tratado alquímico "Motus Liber" (El libro mudo).
La Alquimia. Arte Regia, que aparentemente trataba de convertir el mercurio en oro, era en realidad un proceso psicológico de convertir, metafóricamente expresado, un gusano en una mariposa. Crear un nuevo ser a través de una transformación, una metamorfosis que se realiza en un crisol, en un vas hermeticus; es decir, en un recipiente cerrado y que no puede ser penetrado por influencias exteriores.
El fuego alquímico, permite que las partes esenciales del hombre se fundan en el crisol. Es éste fuego alquímico un fuego de fricción que metamorfosea esa fundición en un nuevo cuerpo; cuerpo que permite la expresión de un nuevo ser y de una nueva conciencia.
Dice la tradición alquimista, y también la esotérica, que cuando algo nuevo comienza a nacer en nosotros es necesario protegerlo. Debe ser alimentado y protegido hasta que sea lo suficientemente fuerte para sustentar su propia existencia. Por ello, nuestra actuación, no tendrá otra finalidad, a partir de ese momento, que la de proteger a ese nuevo ser que nace en nosotros. No podemos permitir que esas influencias exteriores entren en el capullo, el cual debe permanecer herméticamente cerrado.
"Yo se además -dice L. Felipe- que entre el Viento y la Luz pueden convertir a un gusano en mariposa."
Para que tal milagro se produzca es menester que nuestro lado externo -lado al que la Tradición llama Pie, aquello que está en contacto con la vida, con la tierra-, no perturbe nuestra comprensión interior, la Luz, simbolizada por los Ojos.
Para que la metamorfosis se produzca, ambos lados de nuestra realidad deben ser separados. La comprensión interna debe encerrarse en un capullo, en una vaso hermético y sellarse a la vida externa.
Eso es lo que señala esa antigua enseñanza esotérica que lleva el nombre de Hermes. La expresión hermética usada en la Alquimia se basa en la idea de que el hombre, como metal vil, biológica y psíquicamente como "gusano", puede ser transmutado en Oro, o en mariposa.
El Ermitaño era ese personaje que seguía las enseñanzas de Hermes y buscaba aislarse de los efectos contaminantes de la vida encerrándose en una caverna, o yéndose al desierto. Pero esta idea que practicaba el ermitaño de algunas épocas, era una tergiversación de lo que representaba el ermitaño hermético, pues equivalía a liberarse de la vida artificialmente.
El hermetismo no dice que tengamos que marcharnos a un apartado y solitario lugar, sino que tenemos que aislarnos de los efectos de la vida externa en el mismo momento en que estos efectos se producen y los experimentamos. Es en ese mismo momento en que el Viento pone el evento externo en las piedras molineras de nuestra Luz y de nuestra Sombra internas, cuando debemos estar aislados. De aquí surge la idea, en otros contextos esotéricos, de la no identificación y la idea de impersonalidad.
Este es el quid de toda la cuestión. La metamorfosis se produce sellándose a la vida, a la vez que la vida entra en nosotros y sus eventos son triturados en nuestro molino interior. No tomando los eventos que acontecen como propios, no identificándose con ellos. Si ello se hace conscientemente, las lágrimas se convierten en perlas y la vida en ese aceite que es el combustible de la Luz. De lo contrario la vida nos seguirá golpeando y nuestros pies, nuestro lado externo, se seguirán manchando con el barro del camino. Por ello dice la Tradición que no hay que poner las manos en el fango de los pies propios y luego llevarla a los ojos.
En este trabajo de metamorfosis, el hombre-ermitaño es alguien que, a despecho de sus circunstancias externas, sigue trabajando en la vida sin que esta altere su comprensión de lo que dentro de sí está construyendo, pues su visión, su sueño, su luz interior, lo sostiene.
Los Evangelios nos hablan de dos clases de ceguera: la del ciego al que Jesús curaba porque estaba ciego internamente, porque no tenía ojos para el Espíritu, y la de aquellos que eran ciegos a la vida porque ya habían despertado a la visión interior. Estos segundos eran, como Hermes, ciegos a los que les habían salido alas en los pies y podían levantarse por encima del fango de la tierra sin mancharse.
Solamente después de haber recorrido un largo camino, uno se vuelve ciego a la vida. Solamente entonces uno no quiere que le cuenten ya más cuentos. Esos cuentos que nos han contado desde la nodriza, hasta el viejo patriarca. Esos cuentos con los que han mecido nuestra cuna y con lo que ahogan, taponan y entierran nuestra angustia, nuestro llanto y nuestros huesos. Esos cuentos inventados por el miedo.
Son estos cuentos los que tenemos que romper y transmutar en el proceso de la metamorfosis, porque el resultado de esa transmutación es un nivel de comprensión más elevado que el que tenemos cuando apoyamos los pies en el fango. Este nivel de comprensión más elevado es el que nos permite ver que no somos un cuento, que:
"¡Soy y vengo del sueño!"
que:
"lo que pasó bajo la curva de los cielos
se prolonga bajo los huesos de mi cráneo",
que:
"¡Hay algo nuevo bajo el sol!"
que es cierto que uno es un gusano que repta  -y cuanto cuesta reconocerlo-, pero:
"soy un gusano que sueña... ¡que quiere!"


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