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L Á S T I M A
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Para los/las que no hayan dado cuenta, he estado usando la
poesía para estas reflexiones hacia el “interior
de fuera” a fin de presentar una percepción de lo que creemos que es lo “espiritual” desde una óptica distinta.
En la etapa del “Seminario” que
estamos cerrando (ya dije en su día que esa palabra nada tenía que ver con el seminario
eclesiástico destinado a la formación de los sacerdotes, sino con la actividad
que alumnos y profesores realizan en común, y cuya finalidad es el “Saber” en general), el punto de enfoque
han sido las “ideas”; ideas que
tenían la finalidad de convertirse en semillas
a fin de que vuestra “visión”, sobre
lo que erais o creíais ser, cambiara. Más o menos ese objetivo ha tenido un
efecto distinto en los/las que habéis integrado el “Seminario”.
(...)
Para modificar el punto de vista era necesario cambiar la
visión de vuestro “pensar”. Pensar, sentir, intuir y percibir son las cuatro funciones que
según Jung constituyen la totalidad de la Psique.
En su disposición anímica se estructuran como dos pares de
opuestos, una cuaternidad: “Pensar-Sentir”
e “Intuir-Percibir”. Pero los cuatro
constituyen una Unidad, una
Totalidad llamada “Psique”.
Bien, en mi reflexión sobre estos poemas, he intentado que
vuestra realidad basculara desde el “pensar”
hacia el “sentir”. Y como el “Pensar”, para unos/as, puede resultar
más fácil este extremo de esta dualidad que el otro. Recordar que Jung, en su “Principio de Individuación”, decía que
la persona que se apoya mayormente en el “pensar”,
su “sentir” ha sido relegado a lo
inconsciente, y viceversa.
De todos la “Poesía”
que he tocado en estas reflexiones, tan vez sea la de Blas de Otero la que nos
ofrece (aunque no es el único) un “sentir”
más profundo y visceral. El soneto que he elegido de Blas de Otero se llama “Lástima”. Y aunque el diccionario
define esta palabra (femenina) como la “tristeza
o ternura producido por el padecimiento de alguien”, es decir, un sentir, y considerada como un sinónimo
de “pena”, pocas veces se alude, ni
siquiera el Diccionario, a que ese “sentir
lástima” puede ser por nosotros mismos. Esa es la lástima que siente el
poeta.
LÁSTIMA
Me haces daño, Señor.
Quita tu mano
de encima. Déjame con mi
vacío,
déjame. Para abismo, con
el mío
tengo bastante. Oh Dios,
si eres humano,
compadécete ya, quita esa
mano
de encima. No me sirve. Me
da frío
y miedo. Si eres Dios, yo
soy tan mío
como tú. Y a soberbio, yo
te gano.
Déjame. ¡Si pudiese yo
matarte,
como haces tú, como haces
tú! Nos coges
con las dos manos, nos
ahogas. Matas
no se sabe por qué. Quiero
cortarte
las manos. Esas manos que
son trojes
del hambre, y de los
hombres que arrebatas.
Blas
de Otero (“Ancia”).
Mientras que para algunos el mundo es todo caos y angustia, para otros es disfrute
y placer. Aunque hay que tener en
cuenta el contexto en que fueron escritos estos versos (los años del
derrumbamiento de una España gris y miserable); pero también el contexto del
propio poeta, un hombre de una fuerte raigambre católica (la vasca) y católico
él. Y aunque este fenómeno no sea nuevo y se haya producido en todas partes,
sobre todo allí donde haya habido un hombre que se siente solidario del derrumbamiento,
de la desolación y el desconsuelo y que siente “lástima” de el mismo.
Llama la atención que el país vasco, poco fértil en
poetas, cuando los da, estos crecen broncos, como Unamuno (Bilbao), o Juan de
Zaleta (Donosti) o Blas de Otero (Bilbao). En todos ellos la “bronquedad” se corresponde con el fondo
de su poesía. Y si su verso es áspero porque existe una correspondencia entre
ellos y el derrumbe de la imagen que poeta tenía de su mundo, el mundo de la
dictadura franquista, pero sobre todo del mundo propio, el que así mismo se construye
internamente.
Han sido muchos los poetas que me han conmovido, pero
ninguno como Blas de Otero, el poeta que con mayor lucidez ha expresado lo
esencial del desarraigo humano:
“Un mundo como un árbol
desgajado.
Una generación
desarraigada.
Unos hombres sin más
destino que
apuntalas las ruinas.”
Debemos darle un sentido más amplio a la palabra “generación”, para así podernos incluir
en ella pues, en mi caso, yo me encuentro en la etapa final de la suya. Y es
que aquella “losa” pesaba lo mismo
sobre los que éramos más jóvenes y los que eran más viejos. Hubo una época en
que si creía que nuestro destino sí era ese: apuntalar ruinas. Pero nada es permanente, ni dura toda la vida.
La “Desolación”
es un tema recurrente en la poesía de Blas de Otero, y no porque sea un poeta
nihilista como afirmaban algunos críticos, tan sabios siempre ellos, sino
porque a nuestro alrededor solo podía contemplarse “desolación”, “vértigo”,
“vacío”.
“Desolación y vértigo se
juntan,
parece que nos vamos a
caer,
que nos ahogan por dentro.
Nos sentimos
solos…”
También rodeados de “sombras”.
Todo era gris, como deje reflejado en un poema con el que me presenté a un
concurso de poesía que había convocado la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada
(era mi primer año de “universitario”)
y con el que gané el primer premio que consistía en un libro de Lope de vega
titulado “Rimas” y prologado por
Gerardo Diego.
G R I S
Gris.
Gris escondido .
Gris muerto de gris.
Gris callado,
sin palabras,
ciego.
Sin hijos en los
brazos.
Gris solitario,
en el silencio.
Gris quebrado,
ya roto por dentro.
Gris en corazón.
Gris que envuelve,
y que llena el trigo.
Gris quebrado.
Murmullo de ángeles.
Gris que llora.
El mundo, nuestro mundo, el de dentro y el de fuera, se
había vuelto una pesadilla, una ensoñación, una caída onírica en un vacío
insondable; la entrada a un territorio donde parecía no haber nadie, solo
fantasmas; solo la necesidad de hacer la gran pregunta y no saber como…
“Cuando morir es ir donde
no hay nadie,
nadie, nadie; caer, no
llegar nunca,
nunca, nunca; morirse y no
poder
hablar, gritar, hacer la
gran pregunta.”
San Juan de la
Cruz no fue el único que tuvo su “noche oscura”. Cada hombre tiene la suya. Y cada uno sabe donde se
encuentran los límites de esas noches que también encontré en el angustiado
Quevedo. Blás de Otero nos muestra la suya en este soneto llamado “Hombre”:
Dámaso Alonso decía de Blás de Otero:
“Ese eterno y fugitivo
agonizante que pregunta desgarradoramente a Dios, grita horrorizado para
mantenerle despierto, hablando solo, arañando las sombras en un vano intento de
descubrir la esencia y la forma imposibles; si, este miserable en agonía,
expresa bien la angustia de nuestra búsqueda desesperada.”
Ese ángel tristemente humano cuyas alas son cadenas, no se
encuentra muy lejos del que como yo escribió un día: “soy un ángel sombrío y tengo roto el esternón de cristal”; o de la
“nostalgia de los arcángeles” del
poema de Rafael Alberti.
En Blás de Otero, ese vacío
esencial se enlaza con el religioso. Y es que, en definitiva, nuestro vacío
esencial, es un ansia de Absoluto,
un ansia de Dios (de lo que sea que
fuere que signifique esta palabra). Toda la poesía de Blás de Otero es una desesperada
carrera hacia ese Absoluto, una carrera en solitario, una búsqueda que a la vez
es un combate (como el de Jacob con el ángel) para que no se olviden de él. Y
aquí es donde entra nuestro soneto “Lástima”
Si analizamos, aunque sea brevemente, su aspecto formal,
veremos que el contenido (significado) se mantiene en los límites de cada
verso: un contraste con el traqueteo encabalgado de los cuartetos; hay una bilateralidad, como si a la vez hubiera
una pregunta y una respuesta: “alzo la
mano”, “abro los ojos”, “tengo sed”; “me las cercenas”, “me los
sajas”, “tus arenas se vuelven sal”.
¿Podéis percibir el ritmo de todo el soneto? Me refiero a la correspondencia
entre el ritmo interior (o de significado)
con el ritmo exterior (o de
significante). Resulta increíble como la “intuición”
elija realces aún en lo que parece insignificante.
Sed
---------------, sal---------------
-----------hombre:
horror-----------
No se lo que pensaran los teólogos sobre el tema de la “mano de Dios” heridora y desgarradora
del alma del hombre, tema que también encontramos en San Juan de la Cruz y del que debió de tomar
el título de este soneto “Lástima”.
Se podría también hacer una referencia a un jesuita inglés, Gerald Manley
Hopkins que describe a Dios como una “zarpa
estrujándonos”.
“Mas, ay, di, tú,
terrible, dime, ¿por qué sacudes
rudamente tu diestra, tu
zarpa estrujándonos,
sobre mí? Di, ¿por qué me
apesadumbran
tus miembros de león, y
por qué atisbas
con tus oscuros ojos
devorantes
estos mis oscuros
lacerados?
¿Por qué me aventas
en borrascosas ráfagas,
a mí, apilado acervo
enloquecido
por huirte, escapar?”
¿Creéis que estas coincidencias son puro azar? Ni siquiera
son “literatura”. Son nuestra más
radical angustia. Son eso que somos: “hombre”,
horror de hombre, miseria de hombre; esas miserias que San Juan de la Cruz condensó el la oscuridad
de sus noches.
Todos los temas que nos presenta Blas de Otero en su
poesía, los enlaza reduciéndolos a una unidad. Su lucha con Dios no es sino la
expresión de su “¿terrible?” amor,
amor insatisfecho, una insatisfacción que también se corresponde con el amor de
acá, con el amor humano, aquel que en nuestra vida más se aproxima a la
infinitud:
“Cada beso que doy, como
un zarpazo
en el vacío, es carne
olfateada
de Dios, hambre de Dios,
sed abrasada
en la tremenda hoguera de
un abrazo.”
Saltar de la pasión enardecida al dulce enamoramiento es
una entrada en la luz, desde una zona de ternura o de “lástima”.
“Puente de dos columnas; y
yo, río.
Tú, río derrumbado; y yo,
su puente,
abrazando, cercando tu
corriente
de luz, de amor, de sangre
en desvarío.”
“Dios”, “Amor” “Muerte”, se enlazan y traban entre sí en la poesía de Blas de
Otero. Pero en el centro de ese triángulo se inserta un espantoso “vacío” que se metamorfosea en imágenes.
“Imagine mi horror por un
momento
que Dios, el solo vivo, no
existiera
o que, existiendo, solo
consistiera
en tierra, en agua, en
fuego,
en sombra, en viento.
Y que la muerte, oh
estremecimiento,
fuese el hueco sin luz de
una escalera,
un colosal vacío que se
hundiera
en un lienzo desolado,
liento.”
Esta última palabra “liento”
(= “húmedo”), es poco corriente en
el habla de las ciudades, pero en su época tenía un fuerte arraigo rural. La
semilla, cuando es sembrada en la tierra seca ha de ser regada, humedecida, para que germine. Después
de todo, el eco de la antigua “voz”
sigue repitiendo que “en la profundidad
de las más oscuras tinieblas es donde se incuba la Luz ”. A veces, la semilla
ha de ser regada con nuestras lágrimas. Pero este será el tema de nuestra
última reflexión, la próxima, con el poeta León Felipe.
Solemos creer que el “sentir”
es algo idealizado y maravilloso, pero olvidamos que, como todas las cosas, el
“sentir” también tiene dos caras.
Mientras la “razón” crea monstruos en la ensoñación de Goya, el
“sentir” genera horrores en la ensoñación de algunos poetas, y no solo de ellos.
Después de todo, al final, “El verso se hizo hombre”:
Ando buscando un verso que
supiese
parar a un hombre en medio
de la calle,
un verso en pie -ahí está
el detalle-
que hasta diese la mano y
escupiese.
Poetas: perseguid al verso
ese,
asidlo bien, blandidlo, y
que restalle
a ras del hombre -arado, y
hoz, y dalle-,
caiga quien caiga, ¡ahé!,
pese a quien pese.
Somos la escoria, el
carnaval del viento,
el terraplén ridículo, y
el culo
al aire y la camisa en
movimiento.
Ando buscando un verso que
se siente
en medio de los hombres. Y
tan chulo,
que mire a Tachia
descaradamente.
Espero no haberos aburrido.
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