martes, 28 de agosto de 2018

Historias y reflexiones para en interior de fuera (09)


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L Á S T I M A

Para los/las que no hayan dado cuenta, he estado usando la poesía para estas reflexiones hacia el “interior de fuera” a fin de presentar una percepción de lo que creemos que es lo “espiritual” desde una óptica distinta. En la etapa del “Seminario” que estamos cerrando (ya dije en su día que esa palabra nada tenía que ver con el seminario eclesiástico destinado a la formación de los sacerdotes, sino con la actividad que alumnos y profesores realizan en común, y cuya finalidad es el “Saber” en general), el punto de enfoque han sido las “ideas”; ideas que tenían la finalidad de convertirse en semillas a fin de que vuestra “visión”, sobre lo que erais o creíais ser, cambiara. Más o menos ese objetivo ha tenido un efecto distinto en los/las que habéis integrado el “Seminario”.
(...)

Para modificar el punto de vista era necesario cambiar la visión de vuestro “pensar”. Pensar, sentir, intuir y percibir son las cuatro funciones que según Jung constituyen la totalidad de la Psique. En su disposición anímica se estructuran como dos pares de opuestos, una cuaternidad: “Pensar-Sentir” e “Intuir-Percibir”. Pero los cuatro constituyen una Unidad, una Totalidad llamada “Psique”.
Bien, en mi reflexión sobre estos poemas, he intentado que vuestra realidad basculara desde el “pensar” hacia el “sentir”. Y como el “Pensar”, para unos/as, puede resultar más fácil este extremo de esta dualidad que el otro. Recordar que Jung, en su “Principio de Individuación”, decía que la persona que se apoya mayormente en el “pensar”, su “sentir” ha sido relegado a lo inconsciente, y viceversa.
De todos la “Poesía” que he tocado en estas reflexiones, tan vez sea la de Blas de Otero la que nos ofrece (aunque no es el único) un “sentir” más profundo y visceral. El soneto que he elegido de Blas de Otero se llama “Lástima”. Y aunque el diccionario define esta palabra (femenina) como la “tristeza o ternura producido por el padecimiento de alguien”, es decir, un sentir, y considerada como un sinónimo de “pena”, pocas veces se alude, ni siquiera el Diccionario, a que ese “sentir lástima” puede ser por nosotros mismos. Esa es la lástima que siente el poeta.

LÁSTIMA
Me haces daño, Señor. Quita tu mano
de encima. Déjame con mi vacío,
déjame. Para abismo, con el mío
tengo bastante. Oh Dios, si eres humano,

compadécete ya, quita esa mano
de encima. No me sirve. Me da frío
y miedo. Si eres Dios, yo soy tan mío
como tú. Y a soberbio, yo te gano.

Déjame. ¡Si pudiese yo matarte,
como haces tú, como haces tú! Nos coges
con las dos manos, nos ahogas. Matas

no se sabe por qué. Quiero cortarte
las manos. Esas manos que son trojes
del hambre, y de los hombres que arrebatas.
            Blas de Otero (“Ancia”).
Mientras que para algunos el mundo es todo caos y angustia, para otros es disfrute y placer. Aunque hay que tener en cuenta el contexto en que fueron escritos estos versos (los años del derrumbamiento de una España gris y miserable); pero también el contexto del propio poeta, un hombre de una fuerte raigambre católica (la vasca) y católico él. Y aunque este fenómeno no sea nuevo y se haya producido en todas partes, sobre todo allí donde haya habido un hombre que se siente solidario del derrumbamiento, de la desolación y el desconsuelo y que siente “lástima” de el mismo.
Llama la atención que el país vasco, poco fértil en poetas, cuando los da, estos crecen broncos, como Unamuno (Bilbao), o Juan de Zaleta (Donosti) o Blas de Otero (Bilbao). En todos ellos la “bronquedad” se corresponde con el fondo de su poesía. Y si su verso es áspero porque existe una correspondencia entre ellos y el derrumbe de la imagen que poeta tenía de su mundo, el mundo de la dictadura franquista, pero sobre todo del mundo propio, el que así mismo se construye internamente.
Han sido muchos los poetas que me han conmovido, pero ninguno como Blas de Otero, el poeta que con mayor lucidez ha expresado lo esencial del desarraigo humano:
“Un mundo como un árbol desgajado.
Una generación desarraigada.
Unos hombres sin más destino que
apuntalas las ruinas.”
Debemos darle un sentido más amplio a la palabra “generación”, para así podernos incluir en ella pues, en mi caso, yo me encuentro en la etapa final de la suya. Y es que aquella “losa” pesaba lo mismo sobre los que éramos más jóvenes y los que eran más viejos. Hubo una época en que si creía que nuestro destino sí era ese: apuntalar ruinas. Pero nada es permanente, ni dura toda la vida.
La “Desolación” es un tema recurrente en la poesía de Blas de Otero, y no porque sea un poeta nihilista como afirmaban algunos críticos, tan sabios siempre ellos, sino porque a nuestro alrededor solo podía contemplarse “desolación”, “vértigo”, “vacío”.
“Desolación y vértigo se juntan,
parece que nos vamos a caer,
que nos ahogan por dentro. Nos sentimos
solos…”
También rodeados de “sombras”. Todo era gris, como deje reflejado en un poema con el que me presenté a un concurso de poesía que había convocado la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada (era mi primer año de “universitario”) y con el que gané el primer premio que consistía en un libro de Lope de vega titulado “Rimas” y prologado por Gerardo Diego.

G R I S

Gris.

Gris escondido.
Gris muerto de gris.

Gris callado,
sin palabras,
ciego.
Sin hijos en los brazos.

Gris solitario,
en el silencio.
Gris quebrado,
ya roto por dentro.
Gris en corazón.
Gris que envuelve,
y que llena el trigo.
Gris quebrado.

Murmullo de ángeles.
Gris que llora.
El mundo, nuestro mundo, el de dentro y el de fuera, se había vuelto una pesadilla, una ensoñación, una caída onírica en un vacío insondable; la entrada a un territorio donde parecía no haber nadie, solo fantasmas; solo la necesidad de hacer la gran pregunta y no saber como…
“Cuando morir es ir donde no hay nadie,
nadie, nadie; caer, no llegar nunca,
nunca, nunca; morirse y no poder
hablar, gritar, hacer la gran pregunta.”
San Juan de la Cruz no fue el único que tuvo su “noche oscura”. Cada hombre tiene la suya. Y cada uno sabe donde se encuentran los límites de esas noches que también encontré en el angustiado Quevedo. Blás de Otero nos muestra la suya en este soneto llamado “Hombre”:
Dámaso Alonso decía de Blás de Otero:
“Ese eterno y fugitivo agonizante que pregunta desgarradoramente a Dios, grita horrorizado para mantenerle despierto, hablando solo, arañando las sombras en un vano intento de descubrir la esencia y la forma imposibles; si, este miserable en agonía, expresa bien la angustia de nuestra búsqueda desesperada.”
Ese ángel tristemente humano cuyas alas son cadenas, no se encuentra muy lejos del que como yo escribió un día: “soy un ángel sombrío y tengo roto el esternón de cristal”; o de la “nostalgia de los arcángeles” del poema de Rafael Alberti.
En Blás de Otero, ese vacío esencial se enlaza con el religioso. Y es que, en definitiva, nuestro vacío esencial, es un ansia de Absoluto, un ansia de Dios (de lo que  sea que fuere que signifique esta palabra). Toda la poesía de Blás de Otero es una desesperada carrera hacia ese Absoluto, una carrera en solitario, una búsqueda que a la vez es un combate (como el de Jacob con el ángel) para que no se olviden de él. Y aquí es donde entra nuestro soneto “Lástima
Si analizamos, aunque sea brevemente, su aspecto formal, veremos que el contenido (significado) se mantiene en los límites de cada verso: un contraste con el traqueteo encabalgado de los cuartetos; hay una bilateralidad, como si a la vez hubiera una pregunta y una respuesta: “alzo la mano”, “abro los ojos”, “tengo sed”; “me las cercenas”, “me los sajas”, “tus arenas se vuelven sal”. ¿Podéis percibir el ritmo de todo el soneto? Me refiero a la correspondencia entre el ritmo interior (o de significado) con el ritmo exterior (o de significante). Resulta increíble como la “intuición” elija realces aún en lo que parece insignificante.
Sed ---------------, sal---------------
-----------hombre: horror-----------
No se lo que pensaran los teólogos sobre el tema de la “mano de Dios” heridora y desgarradora del alma del hombre, tema que también encontramos en San Juan de la Cruz y del que debió de tomar el título de este soneto “Lástima”. Se podría también hacer una referencia a un jesuita inglés, Gerald Manley Hopkins que describe a Dios como una “zarpa estrujándonos”.
“Mas, ay, di, tú, terrible, dime, ¿por qué sacudes
rudamente tu diestra, tu zarpa estrujándonos,
sobre mí? Di, ¿por qué me apesadumbran
tus miembros de león, y por qué atisbas
con tus oscuros ojos devorantes
estos mis oscuros lacerados?
¿Por qué me aventas
en borrascosas ráfagas,
a mí, apilado acervo enloquecido
por huirte, escapar?”
¿Creéis que estas coincidencias son puro azar? Ni siquiera son “literatura”. Son nuestra más radical angustia. Son eso que somos: “hombre”, horror de hombre, miseria de hombre; esas miserias que San Juan de la Cruz condensó el la oscuridad de sus noches.
Todos los temas que nos presenta Blas de Otero en su poesía, los enlaza reduciéndolos a una unidad. Su lucha con Dios no es sino la expresión de su “¿terrible?” amor, amor insatisfecho, una insatisfacción que también se corresponde con el amor de acá, con el amor humano, aquel que en nuestra vida más se aproxima a la infinitud:
“Cada beso que doy, como un zarpazo
en el vacío, es carne olfateada
de Dios, hambre de Dios, sed abrasada
en la tremenda hoguera de un abrazo.”
Saltar de la pasión enardecida al dulce enamoramiento es una entrada en la luz, desde una zona de ternura o de “lástima”.
“Puente de dos columnas; y yo, río.
Tú, río derrumbado; y yo, su puente,
abrazando, cercando tu corriente
de luz, de amor, de sangre en desvarío.”
Dios”, “Amor” “Muerte”, se enlazan y traban entre sí en la poesía de Blas de Otero. Pero en el centro de ese triángulo se inserta un espantoso “vacío” que se metamorfosea en imágenes.
“Imagine mi horror por un momento
que Dios, el solo vivo, no existiera
o que, existiendo, solo consistiera
en tierra, en agua, en fuego,
en sombra, en viento.
Y que la muerte, oh estremecimiento,
fuese el hueco sin luz de una escalera,
un colosal vacío que se hundiera
en un lienzo desolado, liento.”
Esta última palabra “liento” (= “húmedo”), es poco corriente en el habla de las ciudades, pero en su época tenía un fuerte arraigo rural. La semilla, cuando es sembrada en la tierra seca ha de ser regada, humedecida, para que germine. Después de todo, el eco de la antigua “voz” sigue repitiendo que “en la profundidad de las más oscuras tinieblas es donde se incuba la Luz”. A veces, la semilla ha de ser regada con nuestras lágrimas. Pero este será el tema de nuestra última reflexión, la próxima, con el poeta León Felipe.
Solemos creer que el “sentir” es algo idealizado y maravilloso, pero olvidamos que, como todas las cosas, el “sentir” también tiene dos caras. Mientras la “razón” crea monstruos en la ensoñación de Goya, el “sentir” genera horrores en la ensoñación de algunos poetas, y no solo de ellos.
Después de todo, al final, “El verso se hizo hombre”:
Ando buscando un verso que supiese
parar a un hombre en medio de la calle,
un verso en pie -ahí está el detalle-
que hasta diese la mano y escupiese.
Poetas: perseguid al verso ese,
asidlo bien, blandidlo, y que restalle
a ras del hombre -arado, y hoz, y dalle-,
caiga quien caiga, ¡ahé!, pese a quien pese.
Somos la escoria, el carnaval del viento,
el terraplén ridículo, y el culo
al aire y la camisa en movimiento.
Ando buscando un verso que se siente
en medio de los hombres. Y tan chulo,
que mire a Tachia descaradamente.

Espero no haberos aburrido.


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