La enseñanza esotérica
(23)
Cuando los
arquetipos de la
DIOSA-MADRE y DIOS-PADRE
actúan como SOMBRA
Dice Jung que “Los símbolos nunca fueron inventados
conscientemente, sino producidos por el inconsciente, por medio de la llamada
revelación e intuición.” (Energética
psíquica y esencia del sueño). Tal vez, por ello pueden personificar los
más diversos contenidos. Lo que Jung quiere señalar es que un símbolo nunca
podrá expresarse ni ser comprendido racionalmente en su totalidad, ya que su
origen se encuentra en ese “reino
intermedio de la realidad sutil, que solo puede ser expresado en forma
suficiente precisamente por medio del símbolo.” (Psicología y Alquimia).
(...)
(...)
Mientras la alegoría es siempre un “signo” de algo, sinónima de un
contenido conocido, el “símbolo” se
refiere a algo que no se puede expresar a través del lenguaje como instrumento
de la razón. Según Jung, “el que algo sea
un símbolo o no, depende ante todo de la actitud de la conciencia del sujeto
que considera” (Tipos Psicológicos);
es decir, si la persona es poseedora de ese don o actitud interior para que un
“objeto”, por ejemplo, un árbol, no sea contemplado solo como la
imagen de un árbol, sino como el
símbolo de la estructura cósmica por la que circula la vida, como un “Árbol de la Vida”, como el referente de
algo desconocido. Por ello, existe la posibilidad que una misma imagen de un
objeto, para algunas personas sea un “símbolo”,
y para otros solo sea un “signo”.
Dado que una “imagen” cargada de “sentido” transporta un contenido
generalmente trascendente, nunca
puede ser interpretada en su totalidad, pues es algo que se encuentra preñada
de significados. Mientras su parte
trascendente o no racional solo podemos intuirla a través de lo que la imagen
simboliza, su parte racional podemos inferirla desde los contenidos de nuestra
conciencia. Esta complementaridad llevó a Jung a señalar que el símbolo representa la totalidad de
nuestra psique en su parte consciente y en su parte inconsciente, así como todas
sus funciones.
No es una tarea
sencilla intentar describir la forma de actuar de dos de los arquetipos esenciales, como son el de
la “Diosa-Madre” y el del “Dios-Padre”, pues se trata de “representaciones” in-humanas, o no humanas,
o sobre-humanas. Al igual que todos
los arquetipos, estos dos también son ambivalentes
y paradójicos, pues, simultáneamente,
son positivos y negativos. La parte que predominará en cada uno de nosotros dependerá
de nuestra inclinación y de nuestra responsabilidad, ya que no todo es “destino”. Si así fuera, el libre albedrío sería una mera ilusión.
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Venus de Willendorf |
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Coatlicue (M.N.A.H. México DF) |
A nivel colectivo, éste
arquetipo ejerce su influencia y su
poder en la familia, en el clan, en la ciudad, el país, en todo colectivo al
que se esfuerza por salvaguardar y proteger a cualquier precio. A cambio, exige
“utilidad” en servicio de ese colectivo.
¿Qué implica esto? Pues que la
Diosa-Madre nunca favorecerá, al contrario, que el hijo descubra un “él-mismo” como individuo,
sino que le inculcará el deseo, o el deber, de ser un miembro útil a la comunidad. En el altar de esa utilidad, le
pedirá el sacrificio de su personalidad.
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Diosa Madre Kali |
Pero lo que no ha
cambiado es el siguiente hecho: sin “Madre
interior”, sin lo que este arquetipo
representa, nos sentiremos desligados de la vida, pues ella es la que teje, incansablemente, como Ariadna, como la madre araña, todos los hilos que nos atán a ella, como si fueran
amarras, como si ella fuere el muelle de nuestro destino. Sin éste cordón umbilical que mantiene el
contacto con esa cualidad materna de cada uno, no podríamos participar de la
vida. La razón es sencilla: a través de ese vínculo, la corriente de Vida de la Gran
Madre, la Galaxia, ésta nos nutre. Si ese vínculo faltara,
solo seríamos meros espectadores de nuestra propia existencia y no partícipes
de ella. Ese lazo de unión es un regalo de la Diosa-Madre a sus “hijos”,
sean cuales fueren las formas que tomen estos; un lazo que se perpetúa a través
del contacto con nuestras emociones, ya que ellas nos obligan a “ver interiormente” a esa otra persona, cualquiera
fuese su situación, que la vida ponga ante nuestros ojos. Cuando la “sombra” de este lazo se proyecta en
nosotros, surge el “apego”.
En el Zen hay un dicho:
“el apego es la verdadera raíz del mal”.
Esto es cierto mientras el hombre no perciba la enorme diferencia que hay entre
los valores colectivos considerados
externamente, y el hecho de estar unido a lo profundo. Estar unido a…, quiere
decir “tener raíces”, ya que sin
ellas ninguna vida resulta posible. “Tener
raíces” no quiere decir estar atado
a algo. Se puede estar atado a muchas cosas triviales e ilusorias que nos separan
de los verdaderos vínculos. Esas cosas triviales
e ilusorias son una de las especialidades del “adversario interior” que, de esta manera, nos aleja de nuestra profundidad.
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Zeus Olímpico |
El descubrimiento de la
“conciencia que separa” permitió al
hombre liberarse de la “participación
mística” con la Gran Naturaleza , de la
que solo podría llegar a ser el “eterno
hijo”. El que esto constituyera un paso gigantesco para que la Humanidad siguiera evolucionando,
queda aún por ver, aunque hoy lo interpretemos como una pérdida, la “pérdida del Paraíso”. La facultad de
percibir la diferencia entre lo “objetivo”
y lo “subjetivo”, parece haber
liberado al hombre del dominio del control que la Gran-Madre ejercía sobre él; pero, a la vez, introdujo la
conciencia del “pecado”, puesto que
la diferencia entre el Bien (lo
adjunto al Padre) y en Mal (lo adjunto a la Madre) se hizo consciente. En realidad,
no es cierto que siempre haya que pagar un precio por adquirir más conciencia. Dice Jung el “Simbología del espíritu” (pág. 54):
“Debo hacer una
pregunta al racionalista ilustrado. ¿Le ha conducido su reducción razonable a
un dominio benéfico de la materia y del espíritu? La respuesta terrible está
ante nuestros ojos: no ha habido tal liberación del temor, una presión
espantosa pesa sobre el mundo. La razón ha fallado hasta ahora en forma
lamentable, y precisamente aquello que todos quisieran evitar, sucede en
progresión espantosa. El hombre ha conquistado una gran proporción de cosas
útiles, pero para ello ha abierto un abismo en el mundo, y ¿dónde podrá detenerse?”
Mucho antes de nuestra
civilización cristiana viniera a la existencia, el arquetipo del Padre ya había reemplazado al arquetipo de la Madre ,
y los valores masculinos
prevalecieron sobre las cualidades
femeninas. Los lugares sagrados emigraron desde las cuevas ocultas y los
bosques umbríos, hacia las alturas, hacia la luz del cielo, iluminado por el
fuego del Sol, en las cimas de las montañas, tan cercanas, por otra parte, al
cielo azul.
Lorenzo Ghiberti, Moisés recibe de Dios las Tablas de la Ley relieve, 1425-1452. Puertas del Paraíso, Baptisterio de Florencia. |
La Ley del “Dios-Padre”,
junto con la Ética y la Moral ,
se instauraron entre los hombres con una finalidad: proporcionar un orden a la vida social. Ese “orden patriarcal” no existía en los
tiempos de la Diosa-Medre , aunque
existía una Ley y un precepto distinto con una “moral” diferente, ya que estaba
dirigido al mantenimiento de la vida, y los medios para conseguirlo parecían carecer
de importancia. Pero para la conciencia
patriarcal, el fin primario no es, ni siquiera aún hoy día, el mantenimiento
de la vida, sino el “orden”, ya que éste
permite organizar, estructurar, pero sobre todo controlar la naturaleza y la vida
humana.
La “divinidad masculina” exteriorizó un chispazo
de severidad hacia la naturaleza
animal e instintiva del hombre. Si el hombre quería evolucionar como ente
social, tenía que poner orden en su naturaleza instintiva natural (biológica),
y esa era la finalidad de los códigos de
leyes. Pero, al igual que, para el Dios-Padre,
la “amoralidad” de la Gran-Madre
se encontraba radicalizada, la “Ley”
que pretendía ordenar la vida social para apartar al hombre de su naturaleza
instintiva y biológica, también terminó radicalizándose, hasta el punto de ser
la “Ley” más importante que la Vida. Aún existen en nuestro mundo
muchos hombres fanáticos de las leyes,
las normas y los códigos de conducta,
imponiendo “la Ley ”, o “su
ley”, por encima de la vida de los miembros de su familia, de su comunidad,
o de su país, rechazando así las necesidades vitales de mujeres e hijos, a los
que admoniza por su falta de disciplina
o falta de voluntad. Fascinados por
sus poderes de “guardianes de la ley”
han hecho de su capacidad de castigo algo terrorífico.
Y, sin embargo, el
establecimiento de este orden, de esta ley “divinizada”, fue algo necesario para la humanidad. Ésta debía abandonar
el estado de eterna infancia en que se encontraba, confinada bajo el reinado de
la Diosa-Madre. Pero se necesitaba
el “equilibrio”. La conciencia surgida de éste orden le
permitió al hombre poder diferenciarse de los otros hombres al reconocerse como
“individuo”. Y todo eso fue posible
gracias al desarrollo de la facultad de pensar, al desarrollo del pensamiento.
El pensamiento extrae un elemento de su contexto para reconocerlo. El hombre
pudo al fin, inconscientemente al principio, reconocerse así mismo y decir “Yo”.
El arquetipo del Dios-Padre se reconoce en el símbolo “Cielo”; en la elevación a las alturas,
lejos de la tierra, aislado en la cima de la montaña, allí donde no llega el ruido de la vida. Es la línea vertical
que hace que el hombre sea un ser “en
pie”, siempre en riesgo de perder el contacto con la vida de la Gran-Madre
que se desarrolla en lo horizontal. Es la flecha
en el azul, metáfora de la duración del tiempo que necesita todo resultado.
Y si, igualmente, es la espada capaz
de rasgas las capas que esconden toda realidad, también es la hoja que mata, ya que no toda verdad es
soportable. Para Théa Schuster, psicóloga jungiana, su deseo se llama Absoluto: verdad absoluta, luz absoluta,
certeza absoluta…
“Poco importa que
el hombre sea cegado por esa luz o por el peso inhumano de esa verdad. Su dominio
no es la vida sino la idea, el potencial invisible que engendra entre otras
cosas el pensamiento, la lógica y la luz. Todas ellas necesarias en la vida, es
cierto, pero a condición de que la medida humana sea respetada.”
Y justamente esa medida, ese “equilibrio”,
es el que no existe en el reino del Dios-Padre.
“El orden
decretado por el arquetipo del Padre, obliga a abandonar la tierra, poblada por
esa masa vulgar que pulula, y que,
sobre todo, es indistinta como un ejército de hormigas. El Dios-Padre, aunque
otorga el derecho a la diferencia, puede transformar es este derecho en un
deber. ¡Ser diferente! ¡Situarse por encima de la masa, a cualquier precio,
incluso al de no parecerse ya a un ser humano…!” (o.c., pág. 41)
La vida parece representar poca cosa a los ojos del “Dios-Padre”. Gastón Bouthoul
(antropólogo) desarrolló una teoría a la que llamó “Complejo de Abraham”: “el
padre mata al hijo, enviándolo a la guerra, para que su poder futuro no se
vuelva contra él”. Es una vieja historia mítica. En esencia, los motivos
del “Padre” son los mismos que los
de la “Madre”, aunque opuestos. El arquetipo del Padre nunca hará esta pregunta al hijo: “¿Has tenido hoy un buen día?”. Sino que
le preguntará: “¿Qué has hecho hoy de
extraordinario?”. No hay tiempo para la pasividad, todo debe ser inmediato y marcial. Incluso el tiempo necesario para que una idea pueda
concretarse, le parece un tiempo perdido,
una lentitud insoportable, una falta de voluntad. Por ello, las
necesidades vitales del hombre son consideradas como “debilidades”, “obstáculos”
que impiden alcanzar la libertad total.
Es el “cuerpo-tierra” el que hace al hombre sentirse separado de su Padre arquetípico, ya que Él es Espíritu Puro, ligero y libre, allá en las alturas. Esta libertad
recubierta de infinitud, más allá de cualquier horizonte, es un ideal que seduce
al hombre, cuya fascinación le ha cegado hasta hacerle perder la vida.
El “adversario interior” se viste muy a
menudo de Dios-Padre y se proyecta
como “sombra” en su lado negativo. Insufla el tentador
deseo de una libertad ilusoria que, para conseguirla hay que destruir todos los
lazos, incluso los creados con la vida. El “adversario-Padre-negativo” tiene muchos rostros, y suelen cambiar
conforme lo hacen los tiempos o las circunstancias, por ello es un ideal
imposible de alcanzar; el de un padre exigente que no tolera la menos flaqueza,
que no respeta los límites humanos, ni los medios de los que cada persona
dispone realmente.
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Dios Juez. William Blake |
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