domingo, 30 de agosto de 2015

El Caminante y el Camino.



<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 06/12/1992>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: El Caminante y el Camino
<SUBTÍTULO>: Dos lados de una misma realidad
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: El ajedrez. Juego iniciático que ilustra las dificultades del camino. Cada pieza simboliza un aspecto interno. El tablero es el mundo.
<SUMARIO>: Recorrer el Camino es un proceso difícil, lleno de dolor y sufrimiento. Entraña el sacrificio del yo personal.
<CUERPO DEL TEXTO>:

La partida de ajedrez (María Helena Vieira da Silva)

La personalidad del hombre y su centro de conciencia enfocado al mundo exterior, el yo personal, se componen, en el hombre común, de un gran número de elementos no coordinados, generalmente contradictorios y, a menudo, en lucha los unos con los otros.
(...)

Debido a este hecho, el hombre se encuentra en una profunda desorientación producida por oscuras fuerzas que combaten, entre sí, dentro de sí. Esto produce conflictos psicológicos que, frecuentemente, llevan a la neurosis y a la angustia.
Cuando el caminante -el yo personal o “ego”-, recorre el Camino -su propia realidad interna-, puede conocer la realidad de esas fuerzas -conocimiento de uno mismo-, y de unificarlas, para ponerlas al servicio de algo superior a él.
Sólo una pequeña minoría de seres humanos ha pretendido a lo largo del tiempo recorrer ese camino y resolver armoniosamente el desorden y el caos existente en su yo personal. Lo ha hecho a través de un proceso que, en forma simbólica, se expresa como El Camino Iniciático.
Este camino ha sido prefigurado, en la simbología y en la práctica, según las características culturales de los pueblos y según el maestro espiritual que lo haya recorrido. Símbolos, ritos y prácticas han quedado como señales de que existe una vía que pasa por nuestra propia realidad interior y que nos permite trascender nuestra condición humana. Una vía que pasa por la vida diaria y que no es diferente a lo que para cada uno constituye su propia realidad personal. "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida", nos indico el Maestro Jesús. Ese “yo” es cada yo personal
En el budismo, una de sus tres grandes Joyas es este Camino o Shanga. Según la concepción budista, las emociones positivas -amor, compasión y alegría-, no pueden ser cultivadas fácilmente, a no ser que los hombres se reúnan en una comunidad espiritual, una Shanga o congregación de todos los que enseñan y practican el Dharma. El trabajo de esta comunidad es el de purificar la naturaleza emocional pues, a menos que esta naturaleza sea transformada, no podremos decir que existe en nosotros una vida espiritual.
Como en la película de Igman Berman "El Séptimo sello", el camino que recorre el caballero en pos de si mismo, en una partida de ajedrez contra ma muerte. Aquí, el caballero es el Caminante (el "Yo" personal); la muerte representa nuestra Sombra que nos exige que le entreguemos ese "yo" personal.
Para la tradición cristiana, este camino es una vía dolorosa, una vía crucis. Aunque no importa cual sea la tradición desde la que se recorre el camino, el recorrerlo es siempre un proceso difícil, lleno de dolor y sufrimiento, pues entraña el sacrificio del yo personal; mejor dicho, su subordinación al Espíritu que, paso a paso, dolor a dolor, nos va convirtiendo en seres luminosos.
Estos caminos internos se corresponden con los caminos externos que discurren por el mundo. Un ejemplo de ellos es el Camino de Santiago. El peregrino que lo recorría y que lo recorre aún, proyectaba y proyecta, en lo que le acontecía y le acontece al recorrerlo, sus estados emocionales y anímicos, permitiéndole exteriorizar lo que era inconsciente para él. De esta manera, al ser recorrido con conciencia, se convertía en un camino de conocimiento y sabiduría de uno mismo. Llegar al final era llegar al centro sagrado, allí donde los conflictos de la personalidad pueden ser resueltos.
También en nuestra tradición existen las congregaciones como camino, por ejemplo las órdenes monásticas, en las que se pretenden vivir las enseñanzas de algún Maestro o Avatar según la interpretación que de ellas hacen algunos de seguidores.
A éste Camino Iniciático, accede aquel que presiente que, en el centro de todos esos elementos confusos y complejos que estructuran el yo personal, existe un Centro Eterno e Inmutable, un Si-Mismo, un Atmán, un “Yo Soy el Ser que Yo Soy”.
Ser iniciado en los Misterios, los de nuestra propia configuración energética (física, emotiva, anímica y espiritual), es intentar alcanzar ese centro, oculto a nuestra mirada por aquello que lo recubre y que tomamos como yo. Hacer consciente esa realidad se consigue a través de un trabajo personal en el que toda nuestra realidad se implica en el proceso. Y no importa en que lugar del tiempo o del espacio pongamos la mirada, siempre encontraremos a algunos hombres siguiendo estos caminos iniciáticos o de desarrollo espiritual.
La Humanidad posee una gran riqueza, acumulada durante milenios, de estos caminos. Se encuentran escondidos en el folclore, en los cuentos de hadas, en las leyendas y en los mitos. La bajada a los infiernos, los Trabajos de Hércules, la búsqueda del Grial..., son algunos de ellos.
Sea cual fuere el camino que se siga, se trata de empeñarse y comprometerse en un proyecto difícil, lleno de obstáculos o pruebas que ponen en evidencia nuestra fortaleza y sabiduría al recorrerlos; nos aportan una enseñanza sobre nuestra propia realidad espiritual.
Obra de Jim Todd
Este Camino está cruzado por falsos caminos, donde combatimos a mágicos enemigos y donde también recibimos la ayuda de seres sobrenaturales. De etapa en etapa, de prueba en prueba, el caballero, caminante o peregrino que somos nosotros mismos, libera a la princesa -nuestra Alma- que había estado prisionera del dragón -nuestra personalidad conflictuada y contradictoria-; y, esa nuestra Alma liberada, nos llevará hasta el centro de nuestro ser, allí donde reside el Espíritu, el Grial, la Piedra Filosofal.
En Occidente y por el sincretismo de distintas tradiciones, el portal que da paso a éste Camino está custodiado por el Maestro Jano. El dios Jano de los romanos, o el Juan de la tradición cristiana; es el que nos dice cuando nos acercarnos a él: yo no enseño, despierto. Pasar por esa puerta en el interior de uno mismo es el inicio de un despertar.
Ya desde los primeros pasos, comenzamos a darnos cuenta cuán complejo es nuestro yo. Más tarde, enfrentaremos a las sombras que, agazapadas en los recovecos de nuestra psique, constituyen auténticos guardianes del umbral, impidiéndonos continuar, hasta que la luz de la conciencia las ilumina integrándolas en nuestra naturaleza.
Los combates internos -la guerra santa- que libramos como caminantes, no son para eliminar esas sombras, sino para disciplinar esos aspectos negativos de nuestro ser. Alternando derrotas y victorias, nos vamos acercando a nuestro Ser Esencial. Después de recorrer un largo trecho del camino externo, nos damos cuenta de que hemos estado, en realidad, recorriendo nuestra propia interioridad; nos hemos estado recorriendo a nosotros mismos. Sabemos que somos el camino, la verdad y la vida.
Al acercarnos al centro de nuestro ser, un profundo cambio se opera en nosotros. Lo que estaba disperso en nuestra naturaleza personal se ordena y jerarquiza. Lo inferior se pone al servicio de lo superior, el yo personal y el Si-Mismo se unen más frecuentemente y más amorosamente, como el rey y la reina del proceso alquimista. De su unión surge en nosotros una nueva realidad simbolizada por el Hijo: somos el hijo del hombre que ha empezado a unificar su naturaleza con su Centro Divino, permitiendo que la propia Divinidad se exprese a través nuestro. Somos un Hijo de Dios o de la Luz.
Quién se compromete en el Camino no puede saber de antemano donde terminará, cuando y como triunfará. Pero ningún esfuerzo se desperdicia. Los riesgos a los que nos enfrentamos son reales. Al comienzo el yo personal sufre fuertes y violentas sacudidas en las que nuestros falsos valores son puestos en cuestión. Se apodera de nosotros el miedo, nuestra personalidad se tambalea, nos domina la angustia, y tenemos la tentación de abandonar.
Si superamos este desmoronamiento personal y logramos reconstruirnos en forma más equilibrada, aparecerán ante nosotros tentaciones más sutiles: perderse en caminos secundarios que creemos atajos y son vías sin salida, o cambiar lo esencial por ventajas secundarias, como el poder de la videncia, el poder de sanar...
Sólo en el centro de nuestro propio ser, como dice la Filosofía Perenne, lo que queremos se cumple porque queremos lo que debe ser.

No hay comentarios:

Publicar un comentario