El Hombre
- ¿Para que nacen los hombres?- Nacen para transformarse.
A pesar de que estamos convencido, muy convencidos, de que
somos el Hombre, me voy a atrever a
haceros una pregunta: ¿Ha nacido el Hombre?
Os hago esta pregunta porque pienso que en la realidad de
esta dimensión que es el hombre nos incumbe a todos nosotros, ya que esa
realidad Hombre se llama también hambre, ignorancia, violencia, racismo, angustia, miedo… y, sobre todo, se llama pobreza
de espíritu, incapacidad, falta de imaginación y fantasía para ver, no solo
desde dentro, desde el interior de cada uno y de la propia colectividad, sino
desde fuera, desde lo alto, a distancia planetaria, a este planeta que es la Tierra y a unos seres que
en él habita y que se llaman así mismo hombres.
Acabamos de descubrir una abismo en el que yacen tres mil
millones de años de vida planetaria, y apenas hemos empezado a ser realmente hombres desde hace unos cien mil años; y,
desde hace relativamente muy poco, algo
más para los instintos que nos sostienen, ya no permanecemos sumergidos en
lo que Teilhar de Chardin llamó la biosfera;
apenas han pasado cincuenta años desde que hemos tomado conciencia de nuestra
posición en la Historia
de la marcha de la Vida. Intuimos que emergemos
de algo. A esta emergencia se ha
unido una pequeña conciencia de que no solo emergemos,
sino que también evolucionamos; incluso
se añadió la siguiente idea: podemos estar yendo hacia algún sitio.
El Hombre, tal y como de nos aparece, no parece ser más
que una etapa de la ascensión de la
vida a la espera de otras transformaciones. Comenzamos a intuir -algo parece insinuarse a la conciencia
moderna-, qué puede ser ese algo que
vendrá después. No estamos aquí solamente para aprovechar lo que somos y lo que
hemos hecho; no estamos aquí solamente para disfrutar y tener; estamos aquí para SER
y para ayudar a Ser Más. Bastaría mirar o
echar una ojeada a lo que sucede en nuestro mundo para que lo comprendiéramos, para saber
que no se movilizará durante mucho tiempo a los hombres con la simple idea de
que estamos aquí para aprovecharnos mejor de la tierra, para tener más
automóviles, más frigoríficos y casas de campo, sirviendo solo a los
intereses de unos pocos. Todo lo cual pertenece a la jurisdicción y pretendida superioridad de un espíritu burgués que
solo es un reflejo del espíritu de nuestra cultura cristiana.
Si la realidad,
sea lo que esta fuere, pues no sabemos muy bien que es eso a lo que llamamos
realidad, toda la realidad, nos
pertenece como señalan los antiguos mitos, entonces es evidente que depende de
nosotros, de nuestra inteligencia, de nuestra voluntad y amor, de nuestra
alegría, el que sea como ahora es o que sea otra cosa. Porque solamente cuando
esa realidad dependa del mayor número
posible de hombres conscientes
podríamos comenzar a pensar que el Hombre el verdadero, en el que nos tenemos que convertir y
está a punto de nacer, que esa naturaleza que le ha gestado en su seno durante
cientos de millones de años de evolución, le va por fin a parir.
Nos encontramos en una fase de la evolución llamada civilización, lo que no quiere decir que
ya estemos y seamos civilizados; dicho de otro modo, que nos preparamos para
serlo. A la altura en que dicha civilización se encuentra, nada puede ya impedirnos
ser… algo, pues nada fuera de
nosotros mismos impulsa la marcha de nuestro mundo. Para que el proceso que
llamamos civilización se convierta
en otra cosa, necesitamos antes tener
alguna conciencia de esa otra cosa. Para
mí, esa otra cosa, que vendrá después
de los procesos de la civilización es
la Humanidad y, con ella, el Hombre, el verdadero
Ser Humano. Por ello os pregunté al principio si ya había nacido el Hombre.
No crean que esta pregunta la he hecho a la ligera. Me
llevó a hacerla el hecho de que como Homo
Sapiens me preceden unos cincuenta mil años, y han hecho falta cerca de mil
generaciones para que yo exista. De éstas, 1.800 han vivido en lo que llamamos
Prehistoria y solamente 6 u 8 han sabido leer y, si miro a mi alrededor, mi mundo
(1967) es el de la Física
de Einstein y el del inicio de los viajes espaciales, aunque sea solo por aquí cerca; el
de las calculadoras electrónicas y la biología molecular. Apenas hemos
comenzado a sabe lo que es tener
conciencia y ya nuestro mundo se encuentra revolucionado. ¿Por qué?
Si yo os dijera, a vosotros que sois mis compañeros de
facultad, que la Historia,
esta especialidad que hemos escogido, podría ser la Ciencia del Futuro, puede
que alguno sonriera para sí. Pero, si queremos controlar ese futuro y dirigirlo
hacia fines deseables -querer ser más-
nuestra principal tarea será la de conocer nuestro pasado a fin de comprender
cual ha sido la evolución de la conciencia del hombre, y aplicar a nuestro
tiempo esa comprensión.
Se abre a nuestra comprensión,
que no somos ya simples cosas o
fuerzas ciegas de la
Naturaleza, sino que podemos, debemos, escoger una cosa u otra. En otras palabras, hemos
descubierto que podemos elegir. La palabra imposible
perdería su significado si la relacionamos con la expresión “a menos que…”: la abolición de la guerra,
por ejemplo, parece imposible, “a menos
que…”. Es aquí, en este “a menos qué…”,
donde de pronto se nos manifiesta que nuestra conciencia puede elegir; más
exactamente, que nuestra conciencia es elección.
Desde este mismo momento, ya todo es diferente, todo cambia de dimensión. El
ayer se nos queda chico y, por ello, para poder seguir viviendo, necesitamos de
una nueva definición de lo humano en
la que integrar la próxima aparición de un hombre nuevo.
Antes del Homo
Sapiens, según los antropólogos hubo un Homo
Faber, un hombre fabril, un hombre que hacía y fabricaba instrumentos,
facultad que aún permanece. Desde el momento en que unos de nuestro ancestros
se separó de la animalidad, tuvo la necesidad, como si hubiera perdido algo
vital en la separación, de hacer, de
fabricar objetos necesarios a su existir. El consiguiente desarrollo de su
cerebro tuvo lugar a causa del sacrificio de otras facetas seguramente vitales
y, para suplirlas, como prótesis de ellas, inventó la Técnica. Nuestro
hombre, ese hombre que ahora somos, es, pues, un homo técnicus.
Ese antepasado
nuestro vivía en una ambiente social determinado, en una organización tribal,
seguramente en un sistema de comunismo primitivo. En el seno de este hábitat,
inventa el arado, la agricultura, la metalurgia, provocando una verdadera revolución
tecnológica a la que hemos llamado Neolítico. Si analizamos éste hecho desde
dentro de la Historia,
vemos que una vez que las técnicas
alcanzan un cierto nivel, aquel comunismo
primitivo se manifiesta incapaz de organizar el uso de esas nuevas
técnicas, de controlar los recursos y el trabajo de la vida diaria.
El Neolítico, al permitir a las nuevas técnicas
transformar la barbarie en una incipiente
civilización a partir de ese comunismo primitivo, sienta las bases de
la división de clases. Pero una vez que la tarea inmediata de conseguir un más
eficaz uso de las nuevas técnicas, la misma rigidez de la división de clases,
se convierte en un obstáculo y conduce a una paralización.
Esta nueva sociedad de clases,
que ha integrado en sí a los antiguos clanes tribales, necesita para su
subsistencia un elemento nuevo que le proporcione una nueva energía. Este
elemento nuevo será la esclavitud.
Aunque el esclavo se mostrará como factor negativo al progreso de nuevas
fuentes de energía, la energía hidráulica por ejemplo. Más tarde, los estados
esclavistas serán reemplazados por el Feudalismo, en el cual una mayor libertad
y un nivel más elevado traen como consecuencia nuevos descubrimientos.
A finales de la Edad
Media, la maquinaria feudal se desarrolló de tal forma que se convirtió en un impedimento para
seguir evolucionando. Se convirtió en un monstruo demasiado grande para la
forma social en la que había nacido. El maestro artesano, el auténtico faber y los gremios, se convirtieron así
en una barrera para un nuevo avance. Por eso, cuando el capitalismo, o una
forma incipiente de capitalismo llamado metalismo,
reemplazó a los Señores Feudales, los gremios
instituyen la manera de dar forma a una organización social para el futuro uso
de una maquinaria pesada, sobre una base social mucho más amplia.
Sin embargo, en el siglo XX, ese mismo capitalismo, convertido
en neo-capitalismo, pero subsistente
en su esencia, ha mostrado poseer características que constituyen un obstáculo
para un nuevo progreso ya que a un determinado nivel de desarrollo se han de
dar ciertas condiciones sociales, si se desea que el avance técnico continúe. A
éste nivel existe un problema. Las nuevas sociedades tienen sus clases privilegiadas:
sus faraones, sus clases sacerdotales, sus nobles, sus nuevos caballeros feudales, sus gremios
poderosos, sus ricos capitalistas.
Estas clases resultarían perjudicadas por una nueva transformación social y,
como tienen el poder en sus manos, se resisten al cambio.
¿Nos encontramos en una de esas situaciones en que la
forma social ha sobrepasado su aptitud para soportar una nueva clase de hombre,
aunque sea mantenida por los intereses creados a lo largo de la Historia? ¿Depende
nuestro progreso, al igual que en el pasado, de la transformación de las
estructuras sociales existentes en otras completamente distintas?
Para aquellos que desean ver aparecer ante su vista un hecho
indiscutible, la realidad del progreso social no solo es subestimada, sino
que, fundamentalmente, es puesta en tala de juicio. Una aparente justa razón
apoya a los que se preguntan: ¿somos mejores, moral y socialmente, que nuestros
antepasados? ¿El cuerpo social del cual somos unidades es más sano? ¿Son las formas modernas mejores o peores que las
antiguas?
Son múltiples las razones para hacernos dudar. Si verdaderamente hay
un progreso social, éste parece demasiado lento. En verdad, ninguna persona que quiera llamarse Hombre puede gozar de la vida mientras
contempla como su prójimo es brutalmente pisoteado. ¿Acaso no se impone en
nuestros días la urgente necesidad de emprender una reorganización política,
social y económica de las actividades humanas? Es verdad que toda tarea social exige desarrollar cualidades
nuevas: un espíritu metódico y, en cierto modo, clarividente; aunque también
demanda otras cosas: el desinterés de un corazón íntegro y un respeto lúcido
para con la naturaleza humana. Ahora
bien, cuando a lo que ahora llamamos hombre
se le caen sus máscaras y vestiduras, ¿puede lograr aún nuestras simpatías?
Para mí esta es una pregunta capital.
Todo edificio social fundado sobre principios que no sean
el realismo de la justicia y la
consideración del prójimo, se encuentra fatalmente condenado a la corrupción. Solamente
se puede construir una sociedad sólida, si ésta se basa en valores de verdad. La sugestión de que los hombres
son hermanos y dignos de nuestro sacrificio, es solo una vacía declaración
verbal, mientras no se convierta en un hecho de experiencia. Antes de abordar
algún problema social, importa llevar nuestra investigación hasta su punto central:
¿Qué es el hombre en su realidad?
Para cualquier cuestión social -conjunto de hombres- todo
trabajo es incompleto mientras no conozcamos en su totalidad todas las premisas
de la ecuación humana y, en este caso, cuestión
social, falla la premisa principal, el propio hombre. La razón es que el
hombre es algo que se intuye, pero que no se conoce; al hombre se le busca,
pero no se le encuentra por ninguna parte; el hombre sigue ignorando lo que el
mismo es.
Una parte de la Humanidad parece estar más instruida, más
cultivada que nunca, incluso podríamos decir que, en apariencia, está más
civilizada. Pero, por ello, ¿podemos decir que el hombre es más Hombre por eso? Bastan con sus
conocimientos y técnicas para hacerlo más sensible a los problemas humanos?
Otra parte de la humanidad, la no instruida, la miserable,
la que arrastra ante nuestro impávido corazón su miseria y su ignorancia,
¿podemos decir que es así más feliz? ¿Se puede serlo cuando, literalmente, se
muere de hambre, de toda hambre?
Yo no tengo una respuesta, pero si creo saber una cosa: ¡Al
Hombre hay que construirlo! Mejor dicho, hay que emergerlo de nuestra propia interioridad.
Nunca entenderemos al hombre tal y como ahora se nos
aparece, y mucho menos sus acciones, si no tenemos en cuenta que éste hombre es
solo una etapa de la evolución, evolución que marcha hacia estados de
conciencia y de psiquismo creciente; mientras no entendamos que la evolución no
terminó cuando los dioses de todos los mitos crearon al hombre. Pero he aquí
que, con el futuro nacimiento de un hombre nuevo, algo nuevo podrá aparecer en el mundo. Intuyo que ese algo nuevo es
el nacimiento de la reflexión, una
reflexión que ascenderá y se curvará sobre sí misma.
Más, cuando esa reflexión,
por la integración de sus miembros humanos, se haga lo suficientemente
compleja, y su grado de concentración psíquica y, por tanto, de temperatura,
sea lo suficientemente elevada, permitirá que esa Naturaleza que tuvo su origen
en el primer átomo de materia, se encontrará a punto para dar un nuevo salto, para provocar una nueva mutación
que será el nacimiento de un Hombre Nuevo.
Hasta ahora, el
hombre a actuado ciegamente, de forma inconsciente, aunque siempre hubo hombres
especiales, como avanzadillas de lo
que vendrá, que supieron ver y comprender, aunque la masa humana en general actuara
ciegamente. Pero hoy, el hombre, muchos hombres, empiezan a tomar conciencia de
lo que son y de lo que representan. Son hombres que quieren comprender. Lo veo en lo que escriben,
en lo que dicen, en lo que sueñan… ¿Se debe a esto la perplejidad de nuestro
dirigentes y la angustia de nuestra juventud? ¿Acaso presienten que algo, otra forma de hombre se manifiesta
ante ellos; un hombre que sabe que puede influir en su evolución porque ésta no
es solo azar ni la Ley del más fuerte?
¿Se ha hecho la
evolución inteligente? Para mí esto es un misterio que espero poder llegar a
entender algún día. Es por esto por lo que dije que al Hombre hemos de hacerlo.
¿Cómo? Me preguntaréis. No lo se. Pero si se, y no me preguntéis por que lo sé, porque
tampoco lo se, pero es mi sentir, es decir, mi saber, y no es algo imposible y,
es más, se que será algo necesario, aunque antes tendremos que cambiar muchas cosas
y puede que tenga que pasar mucho tiempo, y puede que ni siquiera lleguemos a
velo.
Algunas de esas
cosas que han de cambiar son nuestros métodos de enseñanza, nuestras
estructuras sociales, el propio conocimiento que hemos adquirido, nuestros
valores morales, los postulados de nuestros lenguajes, nuestro concepto de
responsabilidad. Dice Teilhard que todo aquel que se opone a la marcha
ascendente de la evolución, que no aporta su energía humana a la obra de todos,
comete un verdadero pecado, el único pecado.
Está en nuestras manos, pues somos nosotros los que hemos
de llevarlo a cabo y, para ello hemos de tomar conciencia de la realidad que
somos: un hombre que será superado
por el Hombre. Y, más tarde, habrá
que introducir los cambios necesarios para dar nacimiento a la Humanidad
o, acaso, vengan conjuntamente.
[Pequeña charla dada en el Seminario de Historia Moderna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Granada a un grupo de alumnos y compañeros de curso cuando estudiaba 4º de carrera. Alfiar. Abril de 1967.]
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