La Singladura de Occidente
Capítulo 10
La creencia en el progreso ilimitado
La creencia en el progreso ilimitado
Jordi
Pingem no pretende satirizar el Progreso,
sino revelarnos a través de su sátira lo que éste ha pretendido ocultar, su
transformación en una religión laica. Y, evidentemente, nunca aceptará que se
la reconozca como tal. Como decía Adorno “forma parte del mecanismo de dominación el
prohibir que se reconozca el sufrimiento que genera”. Y es que no
hay sumisión sin mentira y engaño más o menos sutil.
(...)
(...)
Pero si el
Progreso no es una religión, ¿qué es
entonces? ¿Qué es creer en un progreso material ilimitado? ¿Qué es creer en la Ciencia como única verdad,
o en la Tecnología
como único camino de salvación? ¿Qué es creer
en el Consumo como único camino de felicidad? ¿Acaso es un opio del pueblo, como decía Marx en 1844? ¿O es una mentira que ataca a la Virtud como señalaba
Nieztche? ¿O tal vez una ilusión infantil,
tal y como llamaba Freud a toda religión?
¿Se han dado cuenta? En las religiones se “cree”. Tal vez por ello en los billetes de dólar se lee: “Creemos en Dios”, aunque no explican en cual; y aunque sus mandatarios gocen llamándose cristianos, más protestantes que de los otros, desde la Casa Blanca o desde el Pentágono, nadie pone en duda que se refieren al dios del Desarrollo Económico, al dios del Progreso Ilimitado, al dios del poder material pues, que duda cabe que “…no hay mejor elevación del alma hacia Dios que el consuno de novedades, ni conducta más piadosa que la `American Way of Life´" (J . Pingem. o.c.).
Podría decirse que todo comenzó cuando el puritanismo calvinista se secularizó. A partir de ese momento, la versión norteamericana de la religión del Progreso es la más alumbrada y milagrera que existe. La visión de Pingen sigue siendo acertada ya que “…su cielo es el `Sueño americano´; su revelación, el `Destino manifiesto´; su modelo de santidad, `el hombre que se ha hecho así mismo´…”; y sus ejemplos más sagrados, añado yo, Mac Donall y Coca Cola. ¡El dios Progreso los tenga en su gloria!
¿Se han dado cuenta? En las religiones se “cree”. Tal vez por ello en los billetes de dólar se lee: “Creemos en Dios”, aunque no explican en cual; y aunque sus mandatarios gocen llamándose cristianos, más protestantes que de los otros, desde la Casa Blanca o desde el Pentágono, nadie pone en duda que se refieren al dios del Desarrollo Económico, al dios del Progreso Ilimitado, al dios del poder material pues, que duda cabe que “…no hay mejor elevación del alma hacia Dios que el consuno de novedades, ni conducta más piadosa que la `American Way of Life´" (J . Pingem. o.c.).
Podría decirse que todo comenzó cuando el puritanismo calvinista se secularizó. A partir de ese momento, la versión norteamericana de la religión del Progreso es la más alumbrada y milagrera que existe. La visión de Pingen sigue siendo acertada ya que “…su cielo es el `Sueño americano´; su revelación, el `Destino manifiesto´; su modelo de santidad, `el hombre que se ha hecho así mismo´…”; y sus ejemplos más sagrados, añado yo, Mac Donall y Coca Cola. ¡El dios Progreso los tenga en su gloria!
¿Acaso los
creyentes de nuestro mundo desarrollado no se sienten más
ungidos y obligados por el monoteísta dios Progreso
y su cortejo: la Ciencia, la Tecnología,
el Dinero, el Consumo y el Poder...,
que por cualquier otro dios que haya existido a lo largo de la Historia? ¿Hacia donde
miran los antropólogos sociales? ¿Cuántos creyentes
se toman en serio aquello de que antes
entrará un camello por el ojo de una aguja, que un rico en el Reino de los
Cielos? Y es que a veces preferimos que nos rebajen el IVA de aquello que
queremos comprar, antes de ayudar a nuestro prójimo,
que no es otro que aquel que se encuentra próximo
a nosotros.
Sigue
incidiendo nuestro autor en la equiparación entre Progreso y Cristianismo,
señalando que: “…la religión del Progreso
y su Trinidad la Razón,
la Ciencia y
el Mercado, no solo han desplazado al Cristianismo, sino que derivan de él. El
Cristianismo introdujo por primera vez la idea, tan extraña a la mayoría de las
culturas, de que el tiempo no es cíclico sino lineal.”
Esto es verdad. Ya hemos señalado que ella, la Iglesia, contribuyó a la desacralización del mundo, enviando a la divinidad a los Cielos, arrojándolo para ello fuera de la Tierra, a la vez que se autodeclarada su exclusiva representante, arrebatándonos de paso nuestra “semejanza” de su imagen. ¿Tan extraño es pues, que aquella racionalidad que brotó en Grecia, haya desembocado en la sublime esquizofrenia cartesiana de separar alma y cuerpo, mente y corazón, lo humano y lo divino, espíritu y materia?
Esto es verdad. Ya hemos señalado que ella, la Iglesia, contribuyó a la desacralización del mundo, enviando a la divinidad a los Cielos, arrojándolo para ello fuera de la Tierra, a la vez que se autodeclarada su exclusiva representante, arrebatándonos de paso nuestra “semejanza” de su imagen. ¿Tan extraño es pues, que aquella racionalidad que brotó en Grecia, haya desembocado en la sublime esquizofrenia cartesiana de separar alma y cuerpo, mente y corazón, lo humano y lo divino, espíritu y materia?
Ante semejante
descuartizamiento, al cuerpo y a la naturaleza no le quedó otra opción que quedar
reducidos a máquinas; prodigiosas, eso si, pero máquinas al fin y al cabo. Así,
nuestra mente se convirtió en una computadora y el espíritu del hombre, náufrago
en su propio cuerpo y en su propio mundo, busca desde entonces, en forma
obsesiva, sustitutos de una tierra firme en que apoyarse. Como no la encontró,
buscó refugió en el narcisismo, en la esquizofrenia y en la depresión. Cuando
la tierra humana ha sido abonada con
la visión de un mundo dividido, cuando se ponen trabas a cualquier otro sentido
de comunidad que no sea el que el poder ha establecido, cuando se representa a
nuestro “Yo” como un fantasma dentro de una máquina, ¿acaso resulta extraño
que brote la esquizofrenia? Y, desde otro punto de vista, ¿acaso no se necesita
una cierta dosis de esquizofrenia para dar la espalda a la devastación que
sacude nuestro mundo anegado de dolor y desesperación? ¿Un Mundo que, como España,
desde los Reyes católicos, va bien? ¿Y,
acaso no hace falta una cierta dosis de narcisismo para evadirnos de un mundo
donde todo carece de sentido, porque va
bien, aunque ese ir bien nos
invite a la depresión? Una depresión que da nacimiento a actividades mecánicas,
agitadas, incontrolables, como defensa ante la compulsión permanente de
producir y consumir?
Esquizofrenia, depresión y narcisismo sostienen la religión del Progreso a costa de sacrificar la plenitud humana. Para Pingem son como las tres Virtudes Teologales que se les supone a los buenos fieles. Sin ellas sería imposible movilizar a tantas gentes y a tantas tierras. Sin ellas, también sería impensable una economía orientada al crecimiento ilimitado de la producción y el consumo; y, sin ellas, no podríamos asimilar (al no necesitarla) el opio que esa economía nos proporciona en forma de juguetes tecnológicos e ilusiones varias. En los altares del Dios Progreso, esquizofrenia, depresión y narcisismo, junto con la Economía, se apoyan mutuamente.
Esquizofrenia, depresión y narcisismo sostienen la religión del Progreso a costa de sacrificar la plenitud humana. Para Pingem son como las tres Virtudes Teologales que se les supone a los buenos fieles. Sin ellas sería imposible movilizar a tantas gentes y a tantas tierras. Sin ellas, también sería impensable una economía orientada al crecimiento ilimitado de la producción y el consumo; y, sin ellas, no podríamos asimilar (al no necesitarla) el opio que esa economía nos proporciona en forma de juguetes tecnológicos e ilusiones varias. En los altares del Dios Progreso, esquizofrenia, depresión y narcisismo, junto con la Economía, se apoyan mutuamente.
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