La Singladura de Occidente
Capítulo 15
Y sin embargo, la Tierra no se mueve
Hasta
ahora, la Filosofía
y la Cultura
Occidental han pensado sólo con la cabeza, y no es que eso esté mal. De ahí que, de esa
razón escindida del cuerpo, derive el
nihilismo, es decir, la evasión de lo esencial
que padece el hombre contemporáneo. Nuestro reto es volver a integrar la conciencia en el cuerpo, pensar con todo el cuerpo. Los egipcios decían que el
órgano del pensamiento era el corazón. El cuerpo siempre ha estado ahí, por
debajo de nuestra cabeza, esperando, cual paciente Penélope, a que bajemos de
las nubes de la razón escindida.
(...)
(...)
De la
espontaneidad del cuerpo brota toda la experiencia: si no confiamos en nuestra
propia experiencia, ¿cómo vamos a confiar en la de los demás? Integrar nuestra
mente en el fluir de la conciencia personal es volvernos a integrar en el
mundo, en el cuerpo que somos, que está unido al cuerpo de la Tierra, y que es el centro
de nuestra propia experiencia, de nuestros valores y verdades, de nuestras
responsabilidad y hermandad con los cuerpos de todos los seres que palpitan en
este planeta.
Si contemplamos el mundo con nuestro cuerpo arraigado en el suelo
que nos sostiene, tal vez volvamos a ver, como lo vieron desde la más remota
antigüedad todos los seres humanos, que el Sol sale por el Este y se pone por
el Oeste; y que el Norte está “arriba”
y el Sur está “abajo”. Y veremos
también como la Luna
hace un recorrido semejante, aunque caprichoso, y que las estrellas giran en círculo
sobre nuestras cabezas.
Es cierto
que los descubrimientos de Copérnico, de Kepler y Galileo muestran que es la Tierra la que se mueve
alrededor del Sol. Y también es cierto que, a partir de éste descubrimiento,
este hecho se nos ha presentado para convencernos de que nuestros sentidos y
nuestro cuerpo nos engañan, mientras que es la razón la que nos libera del
error. Todas las culturas premodernas consideraron que la Tierra estaba inmóvil. Es
lo que uno pensaría si no nos hubieran dicho, o si no hubiéramos estudiado, lo
contrario. Se considera que el precursor de la teoría Heliocéntrica -el Sol
está quieto y los planetas giran a su alrededor-, fue el astrónomo Aristarco de
Samos, que vivió en Grecia en el siglo III a.d.C., aunque también se le atribuye a
su contemporáneo Arquímedes. Sin embargo, hasta el S. XV, con el nacimiento del
Mundo Moderno, tal idea no prosperó.
Cuando Copérnico formuló su hipótesis, muchos la consideraron absurda. El propio Copérnico aún veía el Universo como un organismo vivo, esférico y finito, en cuyo centro puso al Sol por motivos que nada tienen que ver con la posterior racionalidad científica. La posterior confirmación de Kepler y Galileo supuso un cataclismo.
No sólo se contradecían las percepciones cotidianas, sino que al
poner en órbita a la Tierra,
el hombre dejó de sentirse un centro y se vio arrinconado, desplazado,
vagabundo, náufrago. La Tierra
ya no era un hogar estable, sino una peonza errante. El hombre dejó de ser un Microcosmos vinculado al Macrocosmos, porque el Universo se abría
a una angustiosa infinitud. ¿Qué hicimos cuando desenganchamos la Tierra del Sol? ¿Hacia
donde se mueve la Tierra
ahora? ¿Hacia dónde nos movemos nosotros?
Cuando Copérnico formuló su hipótesis, muchos la consideraron absurda. El propio Copérnico aún veía el Universo como un organismo vivo, esférico y finito, en cuyo centro puso al Sol por motivos que nada tienen que ver con la posterior racionalidad científica. La posterior confirmación de Kepler y Galileo supuso un cataclismo.
Ahora que la Iglesia ha rehabilitado a
Galileo, aceptando oficialmente que la
Tierra gira alrededor del Sol, tal vez sea un buen momento
para, fieles al espíritu de Galileo, desafiar, con el sentido común, la verdad
establecida y volver a poner las cosas en su sitio. ¿Quién ha visto que la Tierra se mueva, aparte de
los astronautas? Habría que ir a la
Luna para verlo. No hablo de negar la verdad. Se trata de que
para los que vivimos en este planeta, y no intentamos huir de él, nuestro centro se centra en esa percepción. La Física que maduró con
Galileo y Newton tiene un problema: el de contemplar el mundo desde una
perspectiva absoluta, una perspectiva cuyo punto de fuga no se ubica en ninguna
parte. Solo desde semejante visión, accesible solo a la razón escindida del
cuerpo, se ve a la Tierra
moverse. Después de Galileo, llegó Einstein y negó esa visión absoluta diciendo
que en el Universo no existen coordenadas absolutas; que es necesario elegir un
punto de referencia, un centro, un centro que siempre es relativo.
Cuando
viajamos en un tren y nos cruzamos con otro que viene en sentido contrario, mirándolo,
no hay forma de saber cual de los dos trenes se mueven, si se mueve el nuestro
y no el otro, o al revés, o ni siquiera si se mueven los dos. Lo mismo sucede
con el Universo: todo es relativo al punto de referencia que escoge el
observador. La razón escindida, que sueña con evadirse del mundo, pone sus
puntos de referencia en cualquier parte; pero la razón arraigada en el cuerpo y
en la Naturaleza,
¿qué otro punto de referencia elegiría sino el propio: el cuerpo que es y la Tierra que habita? En esos
puntos de referencia está anclado el Tzolkin, el calendario sagrado de los
Mayas, la
Constante Galáctica. Y en esos puntos de referencia aún
estamos anclado nosotros, porque solo la mente escindida creyó que había
cortado sus amarras.
Después de
Einstein, es de sentido común el percibir que la Tierra vuelve a estar
inmóvil, como decían los antiguos, ya que como ellos, nosotros tomamos siempre
nuestro propio cuerpo y la
Tierra sobre la que nos apoyamos, como punto de referencia.
Con la mente en nuestro cuerpo y la
Teoría de la
Relatividad en la mano, el Universo gira a nuestro alrededor
cada 24 horas y el Sol describe alrededor de la Tierra una órbita que
origina el paso de las estaciones. Esto no significa retroceder a los
artificios del sistema de Ptolomeo, sino avanzar hacia una Cosmología tan
cierta como humana, liberada del absolutismo newtoniano. Podemos dar las
gracias a Galileo por lo que hemos aprendido de él, pero como él, también
podemos decir, “y, sin embargo, la Tierra
no se mueve”. Podemos pedir a la Tierra que ocupe de nuevo el centro de ese
Microcosmos del que somos el centro. Solo desde esa conciencia la
consideraremos sagrada, como los
antiguos, y la respetaremos.
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