<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 25/04/1993>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: "Así es mi vida, piedra, como tú"
<SUBTÍTULO>: Un "canto" para una honda
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: Para la Cábala, la piedra y el hombre pertenecen al mismo haz de energía.
<SUMARIO>: El significado de un poema no está sólo en el texto, también en nuestro interior, en la memoria de nuestro cuerpo-tiempo.
<CUERPO DEL TEXTO>:
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: "Así es mi vida, piedra, como tú"
<SUBTÍTULO>: Un "canto" para una honda
<AUTOR>: Alfiar
<ILUSTRACION>: Para la Cábala, la piedra y el hombre pertenecen al mismo haz de energía.
<SUMARIO>: El significado de un poema no está sólo en el texto, también en nuestro interior, en la memoria de nuestro cuerpo-tiempo.
<CUERPO DEL TEXTO>:
"Cuando alguien oye la palabra del Reino y no la entiende, viene el malo y arrebata lo que fue sembrado en su corazón." (Mateo, 13,19)
Para el que siembra la palabra, la cosecha es el sentido. El "Zohar" sostiene que las
palabras no caen en el vacío; tienen un destino secreto, un vuelo preciso y
magnífico cuando el piloto es diestro y el paisaje propicio. Por ello, leer un
poema y descifrar su sentido oculto es una forma de meditación.
(...)
(...)
En ese diálogo interior, las respuestas aparecen por canales
diferentes: mientras se escribe y trabaja, en un sueño, o cuando la conciencia
se desprende del fluir del tiempo absorbida por el asombro que produce una
metáfora.
Hay en el proceso extrañas asociaciones; funciona un principio al que
Jung y Pauli llamaron Sincronicidad,
según el cual el significado de un mensaje no está sólo en el texto, sino
también en nuestro interior, en la memoria de nuestro cuerpo-tiempo. Leerlo,
entenderlo, supone darse cuenta de ciertas señales internas que se corresponden
con las externas en un proceso no lógico y causal, sino analógico y sincrónico.
Cuando llegamos a ser capaces de tal lectura, es como haber escalado
una montaña. El ascenso produjo una sensación de placer y liberación. Al llegar
a la cima, de pronto, toda una realidad se hace visible a nuestro alrededor.
Esa sensación-visión-iluminación, es un estado elevado de la mente, otro estado
de conciencia y comprensión.
Os invito a entrar en el interior de este poema de León Felipe.
Intentemos pasar desde el trazo negro de la escritura al blanco que la
envuelve, y así, con los dos polos de esa realidad en nuestra mano, mente y
corazón, descubramos su secreto.
C O M O T U
Así es mi vida,piedra,como tú. Como tú,piedra pequeña;como tú,piedra ligera;como tú,canto que ruedaspor las calzadasy por las veredas;como tú,guijarro humilde de las carreteras;como tú,que en días de tormentate hundesen el cieno de la tierray luegocentelleasbajo los cascosy bajo las ruedas;como tú, que no has servidopara ser ni piedrade una lonja,ni piedra de una audiencia,ni piedra de un palacio,ni piedra de una iglesia...como tú, piedra aventurera...como tú,que tal vez estás hechasólo para una honda...piedra pequeñayligera...
León Felipe
Al iniciar el análisis descubrimos que el poema está construido con
sólo dos oraciones. La primera es una comparación. En la segunda, la
comparación se hace metáfora. El poema sólo transmite una idea. Todo el poema
no dice sino una sola y única cosa. ¿Qué es esa cosa?
La totalidad del poema es un apóstrofe: el poeta se dirige y habla a
una piedra a la que dice que su vida, la del poeta, es como la de la piedra.
"Así es mi vida,/ piedra,/ como tú".
La comparación "como tú" se hace
metáfora al identificarse. Algo ha sido llevado más allá, y por ello su orden lógico ha sido alterado. Mi vida, piedra, es, así, como tú. Este
sería el orden lógico.
El poema comienza con un hipérbaton, una alteración de ese orden, que
permite al poeta llevar más allá, en la metáfora, la identificación de dos
realidades que, en apariencia y a pesar de la comparación, no tienen nada que
ver, aunque en lo profundo, en lo esotérico, son lo mismo. El poema comienza
por ello con una adverbio de modo, "así",
indicando que es la circunstancia, el modo, la manera, la que hace posible la
metáfora: Así, mi vida, piedra, eres tú.
En la cábala se dice que las piedras hablan, que los seres se
transforman, que las secuencias se alteran, que letras y números adquieren el
irisado color de los diamantes yuxtaponiendo sus facetas en un juego
multicolor. A través de este juego se nos hacen transparentes. Ha bastado un
mero análisis gramatical de los tres primeros versos para darnos cuanta de cual
es la idea que encierra el poema.
El poema habla de una piedra
llamada León Felipe, porque la metáfora dice que León Felipe es una piedra. Esa es la idea y la realidad trascendida.
Y para hablarnos de esa piedra que
es él, dedica el poeta el resto del poema.
Porque: ¿de qué piedra se trata? ¿Acaso no son iguales todas las
piedras?
El poeta nos habla de una piedra que es pequeña, ligera, un canto rodado, un guijarro. En
apariencia, una piedra que no sirve para nada. No es grande, importante ni
valiosa. Tampoco es una piedra noble de esas con la que se construyen los
Palacios, las Iglesias, las Lonjas o las Audiencias.
Es sólo un canto que rueda,
un "guijarro humilde de las
carreteras", que va de aquí para allá, que "se hunde en el cieno de la tierra", empujada por los eventos
de la vida. Pero que tiene vida interior porque, cuando los cascos y las ruedas la golpean, saltan chispas de luz, centellea. En ella vive el Espíritu. Llevada por el fluir del
destino, vagabunda, peregrina, es despreciada por los que valoran a las piedras
en preciosas, nobles y vulgares.
El poeta se ha identificado con ella en la metáfora; repite la
identificación en forma persistente: como
tú, como tú... No quiere que olvidemos que él, León Felipe, es esa "piedra aventurera", ese "guijarro humilde de las carreteras".
Al identificarse, el poeta establece un diálogo consigo mismo, un diálogo
interior. En ese diálogo interior, el poeta se dice así mismo lo que es y lo
que no es.
¡Pobre piedra! -sentimos al constatar nuestra propia identificación-,
pisoteada, arrastrada por el viento,
chocando contra todo y con todos, perdiendo pedazos de sí misma, a chispazo
vivo, centelleando de dolor, limando sus aristas con la lluvia, el viento...
¿Por cuánto tiempo habrá rodado?
Indudablemente por mucho, porque es pequeña -hacerse pequeño para entrar en
el Reino de los Cielos-, y hace tiempo que se desprendió de la roca madre... ¡Ya casi no es nada y que
pronto terminará por pulverizarse! Aunque, tal vez, por eso, ahora, al final de
su viaje, de su aventura, de su peregrinación, sirva para algo. Ahora,
convertida en un núcleo, tal vez sirva para ser lanzada por una honda.
Las piedras grandes no pueden ser lanzadas por una honda, lejos, a lo
alto.
Las piedras grandes, nobles, importantes están quietas, fijas,
atrapadas, prisioneras por lo que son, por lo que constituye su grandeza, su
nobleza, su importancia, su valor en la forma. En cambio, el canto rodado, una piedra que a la vez
es música, un guijarro humilde, no
teniendo forma fija, cantando mientras es arrastrado por la corriente del río
de la vida, puede ser lanzado. El
matiz es importante. Al ser lanzada lleva una dirección, es dirigida hacia un
blanco, tiene un destino.
Si. El poeta es la piedra. Y no cabe duda de que piedra se trata. De
una piedra que ha venido a ser núcleo,
dispuesto a ser lanzado hacia su destino final.
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