La Singladura de Occidente
Capítulo 44
Capítulo 44
Hablemos de la sociedad humana
Hablemos de la sociedad
humana. Mientras una sociedad animal se organiza a partir de “intercomunicaciones entre los aparatos
cerebrales de los individuos [y] estas intercomunicaciones forman una red
intercerebral colectiva que deviene autoorganizadora”; la sociedad humana “se autoorganiza y se autorregenera a partir
de los intercambios y comunicaciones entre las mentes individuales. Esta
sociedad, unidad compleja dotada cualidades emergentes, retroactúa sobre sus partes
individuales proporcionándoles su cultura.” (Edgar Morin).
(...)
Los especialistas han
separado aquellas sociedades humanas que no poseen o no han poseído Estado, de
aquellas que lo han constituido. Han llamado “arcaicas” [de “Arché”, “origen”, “principio”, “primordial”,
por lo que nada tiene que ver con lo caduco o superado] a las primeras e “históricas” a las segundas.
Las sociedades arcaicas pueden reunir a
centenares de miembros que viven de la caza y de la recolección, disponen de
saberes y de técnicas para su supervivencia, obedecen reglas y normas de
reparto y parentesco, creen en la magia y practican ritos y ceremonias
intentando perpetuar la vida y vencer a la muerte; poseen una cultura en la que
se inscribe el arte, la danza, las canciones y las celebraciones. En estas
sociedades, la magia, el rito y el mito sacralizan la organización social. Las
sociedades arcaicas se multiplicaron por todas partes, todas con rasgos
comunes, pero todas diferentes. Durante milenios apenas experimentaron cambio,
permanecían sin profundas contradicciones internas, sin excesivas
inestabilidades. Pareciera que aquello que las había hecho emerger se hubiera
ralentizado y se limitaran a discurrir lo más plácidamente posible en el fluir
de la vida.
Hasta que un día, en
algunos puntos de nuestro planeta -Oriente Medio, el Valle del Indo, China,
México, Perú y el Valle del Nilo- surgieron sociedades de un nuevo tipo
caracterizadas por una mayor población y una mayor extensión territorial, con
una mayor complejización y una mayor diferenciación de las funciones internas
por parte de los individuos que las componían, así como una mayor creatividad.
Eran las sociedades históricas. Su
novedad: ellas han sido las que han reprimido,
desvastado y aniquilado, a lo largo del curso de su historia, a las sociedades
arcaicas.
Pero como el universo
tiene una estructura holárquica (cada elemento de este universo es a la vez
todo y parte), el núcleo arcaico de las antiguas sociedades no ha desaparecido
del todo, sino que se encuentra integrado en lo profundo de las sociedades
históricas, ejerciendo aún su influencia en el mantenimiento y resurgimiento de
la división social entre hombres y mujeres, en el establecimiento de niveles de
edad, reglas, normas y prohibiciones respecto al sexo, y en el mito de la
fraternidad.
La cultura emergió en
el núcleo más arcaico y primigenio de las sociedades humanas. Su capital es
inmenso. Por un lado, cognitivo y técnico; por otro, mitológico y ritual. Sí,
también en nuestra cultura moderna. Este capital está constituido de memoria y
organización y es poseedor de un lenguaje propio equiparable a la memoria
genética que permite evocar, comunicar y transmitir ese capital de individuo a
individuo, generación tras generación. Todo este patrimonio cultural no solo se
inscribe en la memoria de los individuos (transmisión oral), sino en
recipientes para guardar esta memoria (libros, bibliotecas, wikipedias, “nubes”
invisibles a la mirada humana en el interior de una red informática equiparable
a una red neuronal). Y aunque alguna sociedad particular haya desaparecido, su
memoria, o una parte de ella, ha sobrevivido al ser recuperada y convertida en
objeto de saber para los miembros de otras sociedades.
Toda cultura se cierra sobre su capital identitario,
aquello que la identifica diferenciándola de otras, pero también se abre para integrar elementos externos y
perfeccionarse, siempre que no constituyan un peligro para sus semblantes de identidad.
Desde que cualquier individuo nace, lo hace en interior de una cultura. Es su
herencia cultural y sus prescripciones y prohibiciones las que moldearán su
carácter. Nos moldea y nos proporciona una forma
que nos constriñe, pero que también nos permite la posibilidad de ampliación. “La cultura es en su principio la fuente
generadora/regeneradora de la complejidad de las sociedades humanas. Integra a
los individuos en la complejidad social y condiciona el desarrollo de su
complejidad individual.” (E. Morin). Es como si fuera, si no es ella misma,
la noosfera de la que hablaba Teilhard
de Chardin. Emergió de lo humano y fue segregada de lo humano, siendo alimentada
por los temores y aspiraciones de lo humano.
Las sociedades no
progresan porque aparezcan individuos geniales, sino porque sus culturas,
emanadas de ellas mismas, les permiten autoorganizarse, autoperpetuarse y autorregenerarse,
a partir de las normas, reglas, mitos y prohibiciones de esa cultura, todo lo
cual contribuye a que se produzca la incorporación de los individuos a la
sociedad, incluso a la normalización social de las actividades biológicas y
sexuales. Podría decirse que los individuos forman la sociedad, la cual genera
la cultura que a su vez retroalimenta a los individuos para continuar
perpetuando la sociedad.
No vamos a entrar aquí
en analizar las relaciones entre el individuo y la sociedad, mi pretensión es solamente
mostrar cuales son las raíces de lo humano y, nos guste o no, cada ser humano
es, en si mismo, una totalidad-sujeto
egocéntrico y, a la vez, una partícula-elemento
sociocéntrica. Un Yo y un Nosotros. Ambas cosas son inseparables.
Y es por esto, cuando queremos trascender un nivel de realidad de conciencia,
por lo que nos es tan difícil dar ese salto en el vacío y desprendernos de
ella, aunque en realidad no desaparece, simplemente queda integrada en una
nivel de conciencia más amplio e incluyente.
Puede que para muchos
nuestra aventura cósmica les resulte incomprensible, tal vez porque no
comprender la realidad vital de una simple célula. Una célula solo es un
“campo”, cerrado para si misma y abierto hacia otro campo mayor. Cada elemento
de la célula es igualmente un campo cerrado para si mismo, pero abierto hacia
todos los elementos que componen: el “campo celular”. Dicho de otra manera, todo
elemento de un campo es a su vez un "campo" incluido en otro campo, y cada
“campo” incluye dentro de sí múltiples campos.
El "campo solar"
proporciona vida a todos los elementos (células) que constituyen su campo. La Tierra solo es una célula
del campo solar y nosotros solo una minúscula célula a lo largo de una diáspora
del "campo galáctico". Y todo ese proceso no es simple azar. El hombre, surgido de esta
aventura, tiene la posibilidad de formar, a través de su conciencia y su
inteligencia, y a través de muchas más cosas, una “célula social”, un “campo
humano colectivo”. El proceso de “hominización” aún no ha terminado. El paso
siguiente es la humanización de la célula hombre, la creación de una
“Humanidad” dentro del “campo planetario”. Como señala Morin: el “despegue de
este proceso hacia la Humanidad” (y solo lo ve externamente). Este despegue ya ha pasado por
distintas fases: el cerebro se ha conectado con la mano; ambos han posibilitado
el lenguaje, lo que ha permitido el desarrollo de la mente, a partir de la cual
se generó la cultura en cuyo seno se gestó la sociedad. Pero esto no es solo
una progresión lineal, es un circuito cerrado en el que cada elemento
retroalimenta a anterior y a los anteriores. Así, la mano retroalimenta al
cerebro; el lenguaje retroalimenta a la mano y al Orebro; la mente
retroalimenta al lenguaje que a su ves retroalimenta a lo anteriores; y lo
mismo sucede con la cultura y la sociedad. Nada está separado de nada en el
“campo”, la “individualidad” solo es aparente y el que nosotros la vemos así
tal vez se deba a que “creemos” que nos encontramos separados de todo lo demás,
incluso separados de aquello que es semejante a nosotros mismos, los demás
seres humanos constituídos por diferentes niveles de conciencia, aunque todos proyectados hacia una conciencia cada vez más amplia e incluyente.
Somos un producto, pero también somos productores.“Llevamos en el seno de nuestra singularidad no solo toda la humanidad, toda la vida, sino casi todo el cosmos, incluido su misterio que yace en el fondo de nuestros seres”. (E. Morin. “El Método 5. La Humanidad de la Humanidad”.)
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