La Singladura de Occidente
Capítulo 49
Capítulo 49
El conocimiento del concepto de ciclo.
Visualicemos una
imagen: Un niño sale de su casa en la mañana para ir al colegio, donde se
supone que aprende cosas sobre la realidad de su existencia. Por la tarde,
cuando el día termina, el niño sale del colegio y vuelve a su casa donde hace
las tareas sobre lo que ha aprendido en el colegio, amén de jugar, convivir con
sus padres, etc. Al día siguiente la historia se repite, pero tanto a la salida
o a la entrada de su casa o del colegio, el niño atraviesa una puerta que cierra el ciclo de un día y abre el del siguiente. En esta etapa de su vida, ésta
discurre dentro de este ciclo. Si cambiamos los términos Colegio y Casa por “Vida” y “Antes de la Vida”,
siendo el nacimiento y la muerte las puertas que hemos de
atravesar, tal vez no encontráramos muchas diferencias entre ambos procesos. Es
solo una observación.
(...)
Ahora, hagámonos esta
pregunta: ¿El niño que se dirige de su casa al colegio, es el mismo niño que
regresa, por idéntico (o por distinto) camino, de nuevo a su casa? Y no me
refiero solo al camino físico, sino al camino psicológico que en su
interioridad ha recorrido. ¿Podemos decir que, psicológicamente, el camino de
ida es el mismo que el de la vuelta? ¿Podemos asegurar que el nivel de existencia del niño es el mismo
a la ida que a la vuelta? Si el camino por el que va al colegio o regresa a su
casa es siempre el mismo, el niño se mueve en una recurrencia; pero si lo hace
por distintos caminos, ello amplia su conciencia de lo que hay dentro del
ciclo. Pero esto no es lo habitual. Pensemos que durante su estancia en el colegio
ha aprendido ciertas cosas que antes no sabía; pensemos también que durante su
estancia en su casa ha experimentado otras cosas, muchas en relación con lo
aprendido o con lo que ha experimentado en el camino y que antes no había
experimentado. Así, ciclo diario, tras ciclo diario.
La respuesta a las
preguntas que antes nos hacíamos es que el niño que vuelve del colegio a su casa ya no es el mismo
niño que por la mañana salió de su casa para ir al colegio. Lo que el niño hace en
realidad es recorrer un ciclo: el ciclo de su etapa de estudiante que comprende
parte de su infancia y de su juventud, estando cada uno de ellos, a su vez,
compuesto de muchos ciclos más pequeñitos (rutinas de la vida diaria, las
llamamos). Antes hubo otros ciclos y después habrá otros. Psicológicamente, en
cada ciclo, la experiencia y el conocimiento aprendido en él nos posibilita
nuevos niveles de existencia, con nuevas experiencias, configurando en nosotros
nuevas estructuras psicológicas, pero sin que la estructura niño desaparezca. Estructura que ahora se encuentra
integrada en un nivel de existencia más amplio y complejo.
Son varias las ideas
que, implícitamente, se encuentras encerradas en el ciclo: la idea de espacio, la idea de movimiento, la idea de tiempo
y la idea de trabajo. Consideremos de
momento la idea de tiempo, ya que el
tiempo es lo que creemos que nos afecta para ir de un lugar a otro.
Aparentemente, el tiempo por donde creemos ir es un vector de dirección única
ya que, psicológicamente, el pasado que dejamos se eleva como un muro opaco que
parece seguirnos de cerca, asido a nuestra espalda, intentando aferrarse a
nuestros actos; así, continuamos nuestra marcha impulsados por ese pasado sin
fisuras que nos impide retornar; y así, creemos que construimos nuestra
historia personal y colectiva.
Aparentemente hemos
seguido una secuencia lineal (casa-colegio-casa-colegio-casa…).
Física y también espacialmente parece que el niño ha recorrido una línea recta
temporal que ha discurrido siempre desde el pasado al futuro. Pero, ¿qué ha
hecho el niño en realidad? Aunque el no tenga conciencia de ello ha recorrido
un círculo (ciclo) en el que se insertan otros muchos círculos que,
aparentemente también, se cierran sobre si mismos pero que en realidad, si no se producen recurrencias,
conforman una espiral.
Su nivel de existencia
de ese momento, es decir, su conciencia, desde que nació, esta siendo marcada a
fuego por una creencia (la creencia que se mueve desde un pasado a
un futuro), y no por una realidad
objetiva (que en realidad se mueve dentro de ciclos). Y así se marca en su
interioridad esta creencia que aprende
en la escuela, en el instituto, en la universidad y en la calle. Esa creencia le lleva a entender que una
cosa sucede después de la otra, una está en el ayer y otra está en el hoy, o en
el ahora y otra estará en el luego. Pero su creencia
le impide entender que la acción de su hoy se repetirá (recurrirá) en su acción
de mañana ya que se mueve en un ciclo. Así, camina, psicológicamente, por la vida, impulsado por un pasado que le
impide retornar, hacia un futuro que desconoce. Por ello, la vuelta a casa no es un retorno para su
conciencia, es un antes, porque luego
tendrá que ir de nuevo al colegio y ello, en su creencia, se encuentra en el futuro. A pesar de todo, psicológicamente, en su interior, queda
una extraña sensación que no logra comprender y tiene relación con algo que
generalmente ignora.
Es cierto que, también psicológicamente, parece haber un antes
y un después, un pasado en el que se acumulan los recuerdos y un futuro lleno
de expectativas y connotaciones psicológicas y emocionales apoyadas por esos
recuerdos. Pero desconocemos la manera en que nuestras creencias modelan internamente nuestra visión de lo que llamamos
realidad. Ello hace que carezcamos de la conciencia de que nos movemos en un
ciclo y de lo que sucede dentro de él.
En la Escuela, el niño estudia
las edades de la Historia
que constituyen el Tiempo Histórico desde nuestro pasado hasta el presente:
Prehistoria, Edad Antigua, Edad media, Edad Moderna, Edad Contemporánea…, donde
seguimos yendo siempre desde el pasado al futuro, reforzándose así nuestra creencia. Aprendemos incluso que las
civilizaciones son mortales y que en algún momento acaban por desaparecer en el
agujero del lo porvenir. Una concepción reduccionista del concepto de entropía
nos lo asegura taxativamente. Y de esta manera, el proceso que creemos ver en
el discurrir de nuestra vida es que todo va del nacimiento a la muerte.
Dos puertas que solamente se pueden atravesar en una sola dirección. Esto es lo
que formula la creencia reduccionista
de nuestro “saber”, al que hemos dado
el valor de Ciencia Objetiva y de Verdad Absoluta.
Pero, ¿esto es así verdaderamente? ¿Mueren los pueblos
o los hombres? ¿Es el final de toda vida, aunque las murallas se derrumben?
¿Existe otra visión que nos pueda revelar, contrariamente al camino de la
entropía y la destrucción, otra vía formadora y organizadora, una no-entropía?
¿Nuestra visión del construir, se excluye o se complementa con la del destruir?
¿La noche excluye al día, o la noche complementa al día configurando así un
ciclo natural? ¿La muerte excluye a la vida o la complementa como la otra mitad
del ciclo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario