<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 14/11/1993>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: Música y misticismo
<SUBTÍTULO>: Reflexiones sobre un concierto de sitar
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: El sitar, un instrumento musical adecuados para alcanzar el equilibrio interno y la elevación espiritual del alma y el cuerpo.
<ILUSTRACIÓN>: Fernado Díez
<CUERPO DEL TEXTO>:
El pasado día 28 y 29
de Octubre, el Aula Libre de Orientalismo y Ecología, ALOE, organizó en el Salón de Actos de Caja Canarias, un doble acto
cultural. Con él, pretende iniciar un proyecto cuyo nombre genérico es "Comprender: un paso hacia la felicidad".
El acto dio inició con
unas palabras de Alejandro Togores, alma de ALOE, que hizo la presentación de
ese controvertido personaje que es Fernando Sánchez Dragó; este, a su vez, era
el presentador de Fernando Díez quien, al día siguiente, nos deleitaría con un
exquisito concierto de sitar.
(...)
Alejandro, nos ofreció
la primicia de un video sobre el propio Fernando Díez y su música. Las imágenes
que presenciamos fueron hermosas y sugerentes de otros espacios de la realidad.
En ellos, las sensibilidades de las imágenes creadas por Alejandro y de los
sonidos del sitar de Fernando Díez,
se mezclaba con la belleza natural de los rincones de Huelva, allá por los
pagos perdidos de la
Alcarria.
Ante un auditorio
abarrotado, la conferencia de Fernando Sánchez Dragó versó, con el título de
uno de sus libros, "El Camino del
Corazón", sobre las aventuras y desventuras de tan ilustre castellano,
que no manchego, por tierras de Asia. Su gran capacidad fabuladora y el poder
evocador de su palabra hizo que pasáramos una primera parte de la velada
sumergidos en lo que para él era su camino iniciático.
Repitió anécdotas ya contadas en otras
ocasiones y, como no podía menos de ser, tratándose de quien se trata, cuando
llegó la hora de las preguntas, el Fernando Sánchez Dragó controvertido y
polemista, hizo su aparición para enarbolar la bandera de cruzado contra el
contubernio “judeo-comunista-capitalista
de los norteamericanos anglo-cabrones”, como los causantes y únicos
culpables de todos los males que aquejan a este enfermo, cansado, sufrido y
moribundo planeta y al resto de los pueblos que sobre él habitan.
Sin comentarios, que
podría haberlos y muchos. No es esa la labor de la Otra
Palabra. Cada cual es libre de resolver a su manera los
problemas de su Sombra y de proyectarla allí donde quiera, que la Vida se encarga con su sabio
y duro consejo el enseñarnos por donde discurre el Camino del Corazón.
Al día siguiente, el 29
de Octubre, fue el concierto de Fernando Díez. Nace en Madrid un 3 de Agosto de
1944. A
los 29 años siente la llamada de la India y un 1 de Abril de
1973 inicia la primera de sus varias etapas de aventurero y hippie, lo que le
hace irse adentrando en una vida de asceta.
En la India conectó con un maestro
de sitar. A fuerza de empeño y tesón
consiguió que le hiciera su discípulo. De él aprendió a lo largo de siete años.
A su vuelta a España, se traslada a Hueva, pueblecito de la provincia de
Guadalajara, donde vive con su mujer y sus tres hijos. Periódicamente regresa
al Ganges para continuar su trabajo de purificación. Prepara tres libros; dos,
sobre sus experiencias en la
India: "India,
historia de una búsqueda" y "Varanasi
junto al río"; el tercero es un ensayo práctico sobre la música
titulado "Música mística y trabajo
interior".
Fernando ha hecho del sitar, un instrumento mágico y
sofisticado, el vínculo que le une a otra tradición y a una música sensible,
femenina y emotiva que despierta evocaciones en lo más hondo de nuestra
naturaleza.
El sitar está hecho de elementos naturales: una calabaza que sirve de
caja de resonancia, recubierta de madera, y un largo traste con el que modular
la pulsación. Tal vez por eso es el instrumento más adecuado para alcanzar el
equilibrio interior de nuestra naturaleza.
Debido a ello, a su
gran facilidad para unir cuerpo y alma, el aspecto femenino del ser, he pedido
a la otra parte de mi mismo, a mi complementario femenino, que haga una
reflexión sobre lo que fue para ella la audición del concierto de sitar.
REFLEXIONES SOBRE UN CONCIERTO DE SITAR.
Me pides que escriba
unas palabras sobre lo que sentí oyendo el concierto del otro día. Y es tan
difícil para mi el poder expresar en sonidos lo que aquél otro sonido despertó
en mi alma, como intentar fotografiar el canto de un pájaro al amanecer.
No llevaba al concierto
ninguna pretensión. No iba predispuesta a lanzarme de cabeza a un mundo de
emociones ni de dulzuras. Ni tampoco a ejercer una crítica fría y razonada
sobre lo que iba a acontecer. Simplemente, iba a escuchar.
Cerré mis ojos habiendo
situado dentro de ellos la simplicidad del escenario: un paño blanco, un hombre
de aspecto ascético sentado con una extraña postura en sus piernas, y, apoyado
en ellas, el sitar. Vi la imagen, la
retuve un segundo y la aparté de mi.
Empezaron a sonar las
notas de una música extraña. Extraña, pero no ajena, porque algo dentro de mi,
en algún perdido rincón, recordó aquél sonido, aquella fragancia de las notas.
La música era extraña porque no respondía a los patrones conocidos por los que
hemos aprendido a oírla.
Unas notas agudas
marcaban el ritmo, un ritmo no acompasado, desigual en sus espacios,
inquietante a veces por esta falta de espacios dentro de un tiempo. Pero este
sonido dejaba de tener importancia al fijar la atención en el otro sonido
acompañante. Ahí no hacia falta ni ritmo, ni espacio, ni regla alguna. La
suavidad, la caricia de la nota al sonar, llenaba el aire de ondas redondas.
Era tan suave el
quejido de la cuerda, tan casi audible, que flotaba entre la cuerda y el oído
como una caricia de terciopelo. Ella contaba una historia, un canto de
sentimiento, de amor, de quejido de amor. Repetía la frase, la volvía a cantar
con acentos más tiernos, la deletreaba, se paraba, insistía en su voz, y volvía
luego a proseguir el canto pasando a decir otra frase en donde la historia
seguía su curso.
Hubo tres historias
dentro del mismo canto, pues por tres veces las notas agudas que golpeaban el
ritmo sufrieron transformaciones. La voz cambió, hubo más fuerza en su ritmo,
los espacios encajaron en el tiempo, la mano derecha impuso un mundo concreto
de forma sólida para que sirviera de base a la nueva historia que la mano
izquierda iba a contar.
Y siguió el baile de
las notas en una cascada de armonía que en ningún momento subió de tono ni
perdió su dulzura. Las notas subían y bajaban, temblaban como gotas de agua a
punto de desprenderse de los hilos invisibles de la luz. Y en ese temblor, las
mil sugerencias de pensamientos sublimes, de silencios del alma, del sentir de
las fibras más ocultas de aquellos corazones que escuchaban y temblaban en una
vibración unida y acorde con el corazón del músico que al crear aquella
maravilla, proyectaba en ella los estados sublimes de su conciencia.
El tiempo dejó de tener
realidad. Las tres canciones quedaron en el aire tan fuertemente creadas, que
los que oíamos fuimos incapaces de romperlas con el aplauso. La música estaba
allí, viva, sólida, tan tenue como los hilos de una araña, pero tan deslumbrante
como si el sol hubiera entrado de pronto inundándolo todo con sus rayos.
Fue un regalo para el
alma poderlo escuchar. Fue un gozo para los sentidos perderse entre aquellas
notas. Algo nuevo nació: un espacio armónico en donde una gota de pureza tomó
refugio. Fue un compartir de almas, en donde el intercambio llegó a la
reverencia, donde el don de los ángeles repartió la parte sublime que se
encierra dentro del hombre a manos llenas. No hubo nada más simple ni más
hermoso, ni más fragante, ni más puro: nos regaló una gota de agua con un arco
iris dentro. Gracias, Fernando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario