<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 02/01/1994>
<PAGINA>: LA OTRA PALABRA
<TITULO>: Las piedras que apilamos.
<SUBTITULO>: Un regalo de los Reyes Magos.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: Nacemos enfermos, pero lo que hay que sanar a través de cada uno de nosotros es el cuerpo de la Humanidad Una.
<ILUSTRACION>: Monte Williamson (California, 1943)
<CUERPO DEL TEXTO>:
Terminaba el artículo de la semana pasada diciendo que el mortero que
une las piedras humanas separadas del cuerpo de la Humanidad está hecho de
Confianza, Voluntad y Amor, es decir, de Acción. Pero el mortero es bueno
siempre que haya piedras que apilar. Piedras personales -todos somos Pedro-,
piedras que encontramos ante nosotros desde que abrimos los ojos cuando suena
el despertador hasta que apagamos el televisor para irnos a dormir. Piedras que
iluminamos u oscurecemos, abrazamos o rechazamos en la manera en como pasamos
la escoba por el suelo cada mañana, en la manera como cogemos el volante del
coche, en la sonrisa gratuita que le ofrecemos a los que esperan el autobús, en
la respuesta que damos a una caricia o a un beso que se nos da con amor.
(...)
El poder de la Sombra nos cuenta
entre sus filas cada vez que con tristeza y dolor ofrecemos resistencia a las piedras que cada día se nos regalan para
que construyamos esa porción del cuerpo de la Humanidad que nos
corresponde, permitiendo que por nosotros fluya la Luz. Esa resistencia es
nuestro propio miedo. Nadie lo puso ahí. Nosotros mismos lo atesoramos como una
faceta nuestra, como un reflejo inconsciente de nuestra ignorancia proyectada sobre
esas otras piedras humanas que unos Reyes Magos nos ofrecen cada día. Queremos
huir del mundo para ahuyentar ese miedo y encontrar la estabilidad; pero la
estabilidad no es otra cosa que un matrimonio de amor entre la Sombra y la Luz. Lo que se nos pide es
que permitamos que se apague en nosotros ese brasero que siempre está diciendo:
¡Tengo miedo de ti, de esto, de aquello...!
El gesto no es cerrar el puño, ni crispar el rostro o ladear la
cabeza, sino abrir la mano y la sonrisa para que todo lo que miremos de frente
sea fluido. Es la Vida Una
la que debe querer a través nuestro. Sólo somos su vía. Ese somos, Ser, no es afirmación de uno
mismo, sino fusión con la Vida,
comprensión de que cada uno de nuestros cuerpos es una célula del cuerpo de la Humanidad. El gesto
no es el de identificarse con lo que en nuestro interior experimenta
dificultades. Esa identificación nos impide respirar, nos ahoga.
Las piedras dispersas se reúnen cuando cada hombre parte a la búsqueda
de si mismo a través de cada hombre, y aplica a si mismo el perdón y la compasión; esa fuerza que nos permite sentirnos en el otro como
parte integrante de su alma, de su carne... Nos permite respirar para que
nuestros pulmones se llenen de Sol.
Las piedras que nos regalan los Reyes Magos todos los días, regalos
mágicos, son espejos que nos devuelven la imagen infalible de lo que nos
limitamos a ser y de lo que no somos aún debido a nuestro miedo.
Cuando aún estábamos en el vientre de nuestra madre, el feto que
éramos, ya tenía miedo de abrir su equipaje lleno de incómodos pertrechos
arrastrados vida tras vida: deseos que esperábamos satisfacer para demostrar
que éramos los mejores y que eso de saldar alguna antigua deuda era pan comido.
Allí, momentos antes de nacer, comenzó nuestra vacilación, la primera rigidez.
No existe un sólo ser en esta Tierra que en el silencio y la oscuridad del
claustro materno -ese al que aún queremos volver para seguir huyendo-, no se
haya seguido soñando a sí mismo y a su enfermedad.
Nacemos enfermos, pero lo que hay que sanar, a través de cada uno de
nosotros, es el cuerpo de la
Humanidad. No padecemos cientos de enfermedades, sino una
sola, pero tan sutil que parece adoptar miles de máscaras diferentes: es el
olvido de fluir, el olvido de respirar la Vida. En algún sitio leí que un alma que olvida
la existencia del Sol es un pulmón al que no llega el aire.
Todo dolor nace del hecho de no dejar a la Vida circular a través de
uno mismo. El dolor es la enfermedad de
una humanidad que ha querido demostrar que ella es superior a la Vida. Nosotros,
mujeres y hombres, células de un cuerpo desmembrado, siempre a la búsqueda de
espectadores que nos devuelvan la imagen de nuestra propia grandeza,
necesitados del aplauso de la
Vida, no nos damos cuenta que el remedio a nuestra
enfermedad por haber dejado de respirar la Vida es el PERDÓN.
Hay que vivir esa palabra. Vivirla limpia de toda moral, de toda
culpabilidad. Perdón quiere decir Amor. Perdón a nosotros mismos. No hay nada
más que perdonar. Perdonarnos por haber dejado de respirar la Vida. La única finalidad
de nuestros sufrimientos, psíquicos y físicos, es hacernos comprender esta gran
verdad. El perdón que nos damos a nosotros mismos nos devuelve la capacidad de
respirar.
Hemos hablado en esta página, muchas veces, del alma. El alma
también significa personalidad, memoria dotada de libre albedrío, ilusoria
individualidad, una realidad que se proyecta episódicamente hacia el mundo, al
aprendizaje de la experiencia necesaria. Es ella la que está enferma.
Para curar su enfermedad de olvidarse de respirar, el Espíritu del que
el alma procede, le envía, con los Reyes Magos, el regalo de las piedras. Y
aunque estas revistan a veces la apariencia de un cuchillo que todo lo destroza
a su paso, la honda que las lanzó, apuntó directamente a su objetivo para
desarmar sólo aquello que la impedía fluir. ¿Se han dado cuenta de que el
problema ecológico más grave es el de la atmósfera, el del aire que respiramos?
Volver a respirar es renacer. Nuestro miedo ecológico a la muerte es
miedo a esa transformación, miedo a ese acto de serenidad que nos permita
soltarnos de las ligaduras internas, levantarnos, ponernos de pie para
contemplar desde nuestra altura, cuales son nuestras heridas. Todas las heridas
del mundo incumbe al que ama. Nadie puede elevarse dejando tras de sí a
aquellos de sus hermanos que aún permanecen en el sueño. Es un servicio que nos
reclaman.
Así como cada instante puede ser un acto de oración y de meditación,
cada acto se puede vivir como una piedra más de la obra de restauración del
cuerpo de la Humanidad
que tenemos que acometer. Nuestra tarea de servicio es reencontrar la unión a
través de los miles de actos de la vida diaria, es nuestra disponibilidad de
servicio para con el mundo.
Necesitamos dirigir otra
palabra, otra mirada, otra atención a aquello de lo que se
compone esa vida diaria. Esa es la acción que se nos demanda. La acción de
modificar nuestras relaciones con las cosas y los seres. Volvemos a lo mismo:
la acción no es levantar el puño, sino tender la mano; no es apartar la
mejilla, sino ofrecerla; no es cerrar los brazos, sino abrirlos. Nada de la
vida que encontramos a nuestro alrededor es nuestro enemigo, aunque todo nos
devuelva la imagen de aquello que somos. De ahí que todo sugiera de una acción.
No hablo de las buenas acciones.
El servicio del que hablo nada tiene que ver con la moral ni con el
sentimentalismo. El servidor que sirve para curar el cuerpo de la Humanidad no lo hace por
piedad o por que hay que hacer el bien. No se trata de perderse en acciones en
las que se derrocha la fuerza necesaria para llegar a Ser, porque hay que hace
el bien cueste lo que cueste para salvarse. La Voluntad de Servir no es algo personal, no
concierne a nuestro egoísmo. Sólo incumbe al corazón y por éste hay que
entender, no nuestra reacción emocional o sentimental ante las cosas y los
seres, sino la energía Amor que fluye del chakra del Corazón.
A través del chakra del Corazón, el Sagrado Corazón, nos convertimos en canales de ese Amor omnipotente
que solicita encarnarse en cada uno de nosotros y construir, a través nuestro,
el puente por el que el Don se ofrece así mismo como Servicio. Es algo que nada
tiene que ver con la hipocresía que da limosna a los niños hambrientos porque
eso nos alivia y nos priva de reproches, o que ayuda al minusválido porque en
algún modo nos sentimos culpables cuando nos mira y ponen en entredicho nuestra
aureola de buena persona.
La acción que se nos pide es la de dejarnos invadir por el Grito de la Vida, para que él sea el que
actúe. Por ello, la respuesta no reside en como hacerlo, sino en Ser. Ser
fluido.
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