jueves, 22 de noviembre de 2018

La Enseñanza Eesotérica (22)

LA ENSEÑANZA ESOTÉRICA

(22)


NUEVA REFLEXIÓN SOBRE EL ADVERSARIO.
lA SOMBRA, EL ÁNIMA Y EL ÁNIMUS


Antes de entrar en este tema, me gustaría aclarar que una parte muy importante de esta enseñanza sobre nuestra realidad interior (eso significa la palabra esotérica), tiene que ver con la psicología, aunque no necesariamente con la psicología académica basada, en la actualidad, en las teorías conductistas. Por el contrario, tiene más que ver con las llamadas psicologías transpersonales y la psicología profunda, sobre todo a partir de C. G. Jung.
(...)

La Psicología Transpersonal, también llamada Psicología Profunda, puede ser un buen mapa para transitar por el espacio de estos arquetipos. Los nombres que Jung usó para nombrar al “adversario interior” fueron los de “Sombra” (negativa) y “Ánimus” y “Ánima” (negativos). Pero ¿cuáles son las realidades humanas que se esconden detrás de estas palabras.
Señala Jung que, por lo general, las cualidades innatas de un ser humano son algo que no se pueden destruir. Estas cualidades suelen ser rechazadas ya desde la infancia ya que se contraponen a los esquemas oficiales de la “Matrix colectiva”. Pero por diversas razones, suelen ser empujadas al inconsciente. Y, alrededor de esas cualidades o capacidades enviadas a la profundidad del inconsciente se va formando una personalidad oculta, o diversas personalidades. Jung llamó “Sombra” a esa personalidad, porque, al igual que nuestra realidad física proyecta una sombre, nuestra realidad interna, psicológica, también proyecta una silueta oscura de la totalidad de nuestro ser que se expresa, en principio, a través de nuestros sueños. En ellos, esta parte oscura, la “Sombra”, suele aparecer al comienzo como algo no humano. Con el tiempo, estas imágenes oníricas, van adquiriendo un aspecto más humano y del mismo sexo del que las sueña, pero con un aspecto diabólico, malsano y despreciable. Conforme la imagen sigue evolucionando, ésta va tomando un aspecto desdichado, triste, al que ya podemos “tolerar”, aunque seguimos mirándolo con recelo. Hasta que la “Sombra”, en su última fase, toma el aspecto de alguien conocido y al que toleramos porque forma parte de nuestra vida cotidiana, y termina convirtiéndose en un amigo, un familiar, un amante. Finalmente, cuando aprendemos a integrar sus características no deseadas de nuestra personalidad, estás dejan de actuar desde el inconsciente, pues ahora han pasado a formar parte de nosotros.
La “SOMBRA” constituye nuestro propio “potencial”, ofreciéndonos una imagen de nuestro mismo sexo, cuando dicho potencial no es vivido conscientemente. Designa, pues, la calidad femenina inconsciente de la mujer (a la que Jung llama “Ánimus”) y la calidad masculina inconsciente del hombre (a la que llama “Ánima”). Dicho de otra manera: el “Ánima” constituye el potencial femenino del hombre, y el “Ánimus” constituye el potencial masculino de la mujer.


Jung llamó al rostro que ofrecemos al mundo: “persona”, refiriéndose a las máscaras del teatro griego, donde cada máscara representa un personaje (dios u hombre) determinado. Se supone que el actor no se identificaba con su “máscara”, con su “persona”. En nuestro mundo moderno ocurren cosas curiosas: podemos ver como la profesión de alguien se transforma en su “persona”; así, un hombre se convierte en médico, mecánico, o informático, hasta tal punto que olvida que él es algo más que su profesión. En el caso de las mujeres, hasta hace relativamente poco tiempo, su “persona” era la de ser “ama de casa”.
Cuando, como “personas”, decimos “yo”, creemos que estamos designando a la totalidad de lo que somos; pero esto es falso. Una persona alberga, aunque lo desconozca, a otros personajes que ejercen una gran influencia sobre ella, sobre todo cuando su presencia permanece inconsciente. El primero de estos personajes se llama “SOMBRA”, la cual, aunque como personaje, tiene muchas facetas. Dos de las más importantes hacen referencia al lado femenino no vivido de la mujer y al lado masculino no vivido del hombre.
Igualmente nos construimos una “imagen” de nosotros mismos como “personasamables y educadas; o fuertes y decididas; o leales, serviciales y “limpias”, sin mácula de sombra. Cualquier imagen de este tipo, formada por aquello que consideramos correcto y bueno, es una imagen que adolece de “sombreado”, de “contraste”, para que esté completa. Robin Robertson, psicólogo jungiano, nos ofrece, a nivel colectivo, una descripción de lo que es una “persona”, o un grupo social, sin “contraste”, sin “sombreado”.
“…en Gran Bretaña, durante la segunda mitad del siglo XIX, el ideal masculino erra el de gentleman, con su exquisito autocontrol. El complemento de ese ideal era un salvaje, que era incapaz de controlar sus impulsos instintivos. Naturalmente, ambas imágenes existían solo en la mente británica, no en la realidad.
Creyendo en el espejismo de que dominaban completamente sus vidas, la clase alta británica estaba de hecho dominada por su inconsciente. Impulsada por una necesidad de encontrar el salvaje necesario para su totalidad, los hombres británicos llevaron el colonialismo a sus extremos, dominando la India, África, y todos los lugares del mundo que ellos imaginaban estaban habitados por salvajes. Los colonialistas británicos se instalaron en todos esos países e intentaron vivir exactamente igual a como lo hacían en Inglaterra. En medio del África, el gentleman inglés se ponía cuello almidonado, leía diariamente el London Times (que probablemente tenía ya seis meses cuando llegaba), y tomaba su té. Más que nada, esos colonos temían a sus compañeros, incapaces de resistir la atracción del inconsciente, que se había adaptado a las costumbres nativas.
Para poder desarrollar la autodisciplina necesaria, los jóvenes británicos de la clase alta eran enviados a escuelas donde les pegaba salvajemente e incluso padecían abusos sexuales por parte de sus profesores y compañeros. Su necesidad de la oscuridad y salvajismo reprimidos les llevaba inevitablemente al masoquismo y al sadismo. Incapaces de relacionar la sexualidad con el amor, porque para ello se precisaba cierta disminución de su papel consciente de dominio, se convirtieron en homosexuales en un número verdaderamente extraordinario.”
También el “cristianismo”, o cualquier religión, ha enviado al inconsciente de sus seguidores profundas sombras, aunque se declaren no cristianos o no religiosos o ateos. En el caso de los cristianos, olvidan el siguiente hecho: su inconsciente aún lo sigue siendo, pues el inconsciente individual se asienta en un sustrato que es colectivo. La palabra “Sombra” evoca en nosotros imágenes nocturnas, presencias invisibles, y eso nos provoca miedo. Esta primitiva y profunda sensación de miedo a la noche y a la oscuridad es una herencia de nuestros antepasados prehistóricos. Una “presencia”, sin contornos definidos, imperceptible a la mirada racional, y sin que por ello deje de ser una “presencia”. Por todo ello la “Sombra” pertenece a mundo del inconsciente. Esas presencias que se ocultan en las sombras y que no son identificables a la luz de la razón se llaman “Ánima” y “Ánimus”: la “mujer interior” del hombre y el “hombre interior” de la mujer.
Cuando las personas escuchan por vez primera la palabra “Sombra”, enseguida imaginan algo relacionado con el “mal”, las “fuerzas oscuras”, lo “diabólico”, etc. La Historia se encuentra llena de las “llamadas” de los que se consideraron moralmente superiores (ya vimos antes el caso de élite inglesa); cuando miran a los que consideraban sus enemigos, contemplan todo aquello que no quieren contemplar en ellos mismos. Enfrentar e integrar nuestra propia “sombra” es el primer paso hacia la conciencia.
Los personajes que toma la “Sombra” son auténticos personajes, capaces de lo mejor y de lo peor. Ante ellos, el hombre racional se niega a continuar el viaje.
- “¡Que cosa más absurda! –Dice éste hombre o mujer racional. - Haber, ¿dónde están las pruebas de que tal cosa existe sin que yo lo sepa?”
- ¿Pruebas? He aquí una: no importa lo que diga, “usted ya conoce a esos personajes”.
- ¿Yo? Eso no es verdad.
- ¿Acaso no es verdad que usted ha fijado su atención en ese hombre o en esa mujer, que le atrae o le repele, que siente una especial fascinación o miedo por él o ella?
- Pero todo ello el algo subjetivo.
Santa palabra para exorcizar nuestro “demonios”.
Marie-Louise von Franz, una discípula de Jung, especialista en el simbolismo de los “cuentos de hadas”, señala que estos, “son la expresión más simple de los procesos psíquicos del inconsciente… Representan los arquetipos en su forma más simple, desnuda y concisa”. Por su parte, Robin Robertson dice:
“Cuando la sombra aparece por primera vez, nos parece tan repulsiva que ni siquiera imaginamos que necesitamos tratarla con respeto. Intentamos hacer tratos con ella, sin la más mínima intención de cumplirlos. Y resulta posible engañar a la sombra y seguir con nuestras vidas durante un tiempo, como si la sombre no fuera a volver nunca. Pero, aunque pensemos que hemos sido muy listos, no podemos evitar a la sombra para siempre: con el tiempo siempre vuelve, llamando de nuevo a la puerta”. (Tu Sombra. Aprende a conocer tu lado oscuro. Pg. 71).
Mientras la persona no racional se siente confusa cuando se encuentra con la imagen de si sombra, incluso puede admitir algo le atrae de esa imagen que proyecta hacia fuera, hombre/mujer racional su objetividad quedaba probada por el hecho de que la presunta subjetividad se corresponde con una apreciación colectiva. Pero lo que el hombre/mujer racional no sabe es que la acusación de subjetividad es uno de los medios más eficaces de poner en duda la percepción que otra persona puede tener sobre ella.
Lo “colectivo” no es algo anodino y, sobre todo, está lejos de ser la prueba de cualquier objetividad. La psicología profunda dice que a través del colectivo se expresa una cualidad femenina arquetípica llamada la Gran Madre o la Diosa Madre. Nuestro hombre o mujer, sin que tenga conciencia de ello, está determinado/a, por la cualidad femenina o masculina que lo/la habita. En el caso del hombre, su juicio aparentemente objetivo no es más que una creación inconsciente de la presencia, en él o ella, del Ánima o del Ánimus.


Jung señala que la represión de estos “arquetipos” suelen ocurrir en la primera mitad de la vida, pero que “…los objetivos de la segunda mitas de la vida son distintos de la primera.” Por ello, lo que Jung llama “Proceso de Individuación” (convertir a una persona en un “individuo integrado” es algo que corresponde a la segunda mitad de la vida. Cuando hemos de comenzar a alejarnos del mundo para encontrar nuestro “Yo” más profundo que él llama “Self”.
Lo fascinante es que, a nuestro pesar, todo se desarrolla como el Ánima o el Ánimus desea. Puesto que el principio arquetípico femenino o masculino no puede conducir a un ser humano a la consecución de una conciencia personal e individualizada, su dominio se centra en lo colectivo y su fin es la salvaguarda de ese colectivo. El hombre o mujer, condicionado hasta ese punto por su Ánima o su Ánimus, se encuentra obligado a ignorar su vivencia personal en favor de lo colectivo.
- ¿Por qué está usted incómodo?
- ¡Qué va! ¡Si estoy muy bien!
Tanto el Ánima o el Ánimus no desean que el hombre o la mujer lleguen a ser conscientes, porque esa misma conciencia le hará distanciase de lo “colectivo” como matriz controladora, dejando con ello de estar integrado (como un niño en el seno de su madre).
Existen otras razones que provocan la ceguera de hombres y mujeres hacia su propia persona. Todas tiene la misma raíz: la presencia dominante del Ánima o el Ánimus que no desaparecen por el simple hecho de negarlos. Esa negación solo le confiere más poder.
Cuando el “adversario interior” y el Ánima negativa se encuentran, la “fuerza que está en contra” se expresa a través de la forma femenina. Tal vez sea necesario recordar que la meta del “adversario” es crear una separación entre el hombre y el Ser Esencial, la presencia de lo divino hecha real y concreta en la experiencia vivida.
El hombre racional está separado de sus vivencias, separado de cualquier instrumento capaz de revelarle el “sonido” del Ser. Éste no se transmite a través de la “máscara-persona”. Toda su energía tiende a mantener la sensación de seguridad. Seguridad material mantenida y sostenida por el reconocimiento de la mayoría de sus semejantes.
Es necesario e ineludible -señala Théa Schuster en el El Adversario Interior-, saber discernir la raíz de la voluntad de poder y la conciencia teórica de la creencia objetiva: ese “yo” que tiende constantemente hacia la estabilidad y la seguridad de su posición. Incluso en esa abstracción del conocimiento teórico y del saber, él “yo personal” defenderá siempre el punto de vista ya adquirido. Para sostener la imagen de su personalidad, necesita un sistema de conceptos definidos. Afortunadamente existe un Ánima positiva con un rostro luminoso y amoroso.
La manifestación femenina del “adversario” es el “Ánimus” o Sombra Negativa. Esa Sombra es la parte de nosotros mismos, del nuestro mismo sexo, que la mujer no “ve” desde la conciencia porque se la ha rechazado y reprimido. En su papel de Sombra Negativa, el “adversario femenino”, el “Ánimus”, actúa de distinta manera que en los hombres actúa su “adversario masculino” y por razones diferentes; manifiesta la “fuerza adversa” femenina dirigida contra la mujer.
La Sombra en general y la Sombra del Ánima y la Sombra del Ánimus son arquetipos. Pero, ¿qué es un arquetipo?



Un arquetipo representa una verdad humana, universal, que existe desde el principio de la Humanidad. Su particularidad estriba en que no puede nunca definirse de manera racional, pero se transmite al hombre únicamente a través del lenguaje de los símbolos, los mitos y las imágenes. El arquetipo mismo no cambia nunca, pero su forma, su imagen, se van transformando según el lugar, la tradición y la época. Pero el contenido de su mensaje permanece y permanecerá siendo siempre el mismo. El arquetipo es independiente del tiempo cronológico y del lugar, por lo tanto, posee una calidad interna, más allá del tiempo y del espacio. Si no fuera así, los mitos del antiguo Egipto o de la Antigua Grecia, ya no tendrían nada que decirnos. Lo que no es el caso, pues aún hoy las mitologías de los celtas, los griegos o los egipcios siguen dando respuestas a las preguntas fundamentales de hombres y mujeres.
Al principio, Jung hacía referencia a “imágenes primordiales”, a las que más tarde llamó “arquetipos del inconsciente colectivo”, destacando que el consciente surgía del inconsciente y no a la inversa como creían los psicólogos conductistas. Señala Jung que “…un arquetipo en estado de reposo y sin proyectar no tiene una forma determinada”, solo es algo indefinido “que puede tomar una forma definida solamente si se proyecta.” Creemos que el inconsciente es algo profundo y misterioso que surge de un remoto pasado humano. Pero tan misterioso como él es el consciente. Aunque pensamos que somos eso solamente, porque lo experimentamos de una manera directa dando por sentado que esto es simplemente así. Una relación entre un “ego” o “yo personal” y esa consciencia, la cual nos proporciona nuestro sentido de identidad. Por influencias de determinados sistemas de pensamiento orientales, creemos que es la causa de todos nuestros males, por ello todo el mundo pretende desembarazarse de él. Pero el “ego” o “yo personal” es algo tan complejo como la consciencia ya que está constituido “…en primer lugar por una conciencia general del cuerpo, de su existencia, y en segundo lugar por su banco de memoria; usted tiene una cierta idea de haber sido una larga serie de recuerdos” (Jung, Psicología analítica). Así, la aparición de ese “ego” parece ser la primera interacción dinámica entre consciente e inconsciente. “El ego es un complejo de hechos psíquicos…; atrae contenidos inconscientes […] También atrae impresiones del exterior, y cuando entran en relación con el ego se vuelven conscientes. Si no lo haces, no son conscientes” (Jung, Psicología analítica). Cuando un bebé percibe que sus pies son algo suyo, pero el pecho de su madre que le alimenta no lo es, está formando su sentido de identidad. Lo que percibimos a lo largo de nuestro desarrollo forma ese sentido de identidad, aunque muchas de las realidades en que nos podríamos convertir son solamente potencialidades.
Jung expresa que:
Del mismo modo que hacia abajo la psique se pierde en su base orgánico-material, hacia arriba pasa a una forma que es denominada espiritual y cuya naturaleza conocemos tanto como la de la base orgánica del impulso: lo que yo quisiera designar como psique propiamente dicha abarca el campo en que las funciones son influidas por la voluntad. La pura impulsividad no deja suponer conciencia alguna y tampoco la necesita. Pero la voluntad, a causa de su voluntad empírica de elección, necesita una instancia superior, así como una conciencialidad de sí misma, para modificar la función. Debe tener conciencia de una meta diferente de la de la función. Si no fuera así, se identificaría con la fuerza impulsiva de la función. Con razón señala Driesch: “no lay voluntad sin conocimiento”. El libre albedrío supone un sujeto que elige, el cual representa distintas posibilidades. Considerada desde este. de vista, la psique es esencialmente de conflicto entre el instinto ciego y la voluntad, o sea libertad elección. Donde rige el instinto comienza los procesos psicóideo, que pertenecen a la esfera de lo inconsciente en calidad de elementos incapaces de conciencia. Pero el proceso psicóideo no es todo el inconsciente, pues éste tiene una extensión considerablemente más grande. (Jung, Arquetipos e inconsciente colectivo, pag. 128).
Y es que “lo inconsciente no es lo simplemente desconocido, sino que por el contrario es… lo desconocido psíquico…”. Aplicada esta observación a la Sombra, al Ánima o al Ánimus (que se vuelven a encontrar bajo formas diferentes en todas las culturas y tradiciones), el hecho induce a pensar que su presencia y su impacto sobre nosotros sobrepasan, con creces, es estrecho marco de nuestra conciencia racional.
Los arquetipos introducen en nuestra vida una calidad y una fuerza que es, por un lado, “sobre-humana” e “in-humana”, por otro. La Sombra, el Ánima y el Ánimus son vividos como dioses que se encuentran dotados de un enorme poder y con los que no deberíamos enfrentarnos jamás. La relación de fuerzas es exageradamente desigual entre la conciencia del “yo”, limitada a lo conocido y lo racional, y la potencia innata de esos “dioses” que habitan nuestro inconsciente.
Los arquetipos son los representantes del inconsciente colectivo, son la suma de todas las experiencias vividas desde que la humanidad existe. Cualquier vida humana aporta su parte a ese océano inmenso que es el inconsciente colectivo. Éste, según Jung, no puede llegar nunca a ser totalmente consciente. ¿De qué manera una gota de agua podría contener o aprehender todo el océano? Tal vez sabiendo que la gota de agua puede ser un “fractal” del océano y que, por lo tanto, contiene la totalidad de lo que “es” el océano. Pero si es cierto que la gota puede tener experiencias concretas de que ella es de la misma esencia del océano, su realidad fractal es la de ser una parte única, aunque imprescindible y necesaria de esa totalidad.
Participamos en el inconsciente colectivo a través de la “Sombra”, del “Ánima” y el “Ánimus”, que son las gotas salidas de ese océano y nos han sido destinadas personalmente. Es decir: a cada hombre le concierne la “integración” de una ínfima parte del inconsciente colectivo. Y esa parte solo le concierne a él y a nadie más. La condición evidente para participar en la inmensidad de la experiencia humana es la toma de conciencia de esa gota de agua que nos es destinada, sin la cual no seríamos nosotros, los hombres, los que haríamos la experiencia de la totalidad en nuestra limitada existencia.
Cada ser humano se ve un día enfrentado con el colectivo. Pero no solo con el inconsciente colectivo, sino también con la conciencia de la Matrix colectiva”. También aquí hay un “adversario colectivo”. Es el “Mal Absoluto”, que se exterioriza, sobre todo, en las guerras y los holocaustos a los que tan inclinada es la humanidad. Nadie alberga en si mismo la totalidad del Mal Absoluto (esta expresión solo es una metáfora de algo que aún desconocemos racionalmente) bajo la forma de un “adversario interior” y personal. Nuestra participación en el mal colectivo es en el fondo una llamada a la responsabilidad humana. En cambio, nuestro problema es: ¿cómo se llega a ser consciente de esa partícula del Mal Absoluto que habita en cada uno de nosotros?


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