miércoles, 24 de julio de 2013

Soledad y Libertad 09




Capítulo Séptimo
"Como tú": La piedra y el centro

Para el que siembra la palabra, la cosecha no puede ser otra que el sentido, la consecución de un significado. El "Zohar" sostiene que "las palabras no caen en el vacío, sino que tienen un destino secreto, un vuelo preciso y magnífico cuando el piloto es diestro y el paisaje celeste propicio." Ya lo hemos dicho antes: todos los caminos llevan, lo importante es como vuela sobre ellos el que los recorre. Por ello, enfrentarse con un texto, un poema, y descifrar su sentido oculto y profundo es una forma de diálogo interior, es una forma de meditación. También constituye un acto de empatía. Esto no es darle un significado a la obra y considerarse por ello su autor crítico como pretende los críticos seguidores de Derrida.
(...)

En ese diálogo interior, las respuestas pueden aparecer de diversas maneras y por canales diferentes: mientras se escribe y trabaja, en un sueño; en cualquier momento en que la conciencia se desprende del fluir del tiempo absorbido por el asombro que produce una metáfora; a través de la pura y simple intuición; por medio de la resonancia y la empatía. Y todo esto se da, en alguna manera, a la par que el estudio y la meditación de un texto del que se busca su significado profundo, un significado que solamente me afecta a mí, pues cualquier otra persona puede llegar a significados diferentes y no por ello menos válidos. Es el reduccionismo el que sigue agazapado en las teorías postmodernas al pretender que solamente puede existir una e inamovible única verdad, un único e inamovible significado.
En todo análisis, ya sea de un texto o de otro elemento cualquiera, se producen siempre una serie de extrañas asociaciones, en las que comienza a funcionar un principio nuevo al que Jung y Pauli llamaron "Sincronicidad". Según este principio, el mensaje no está sólo en el texto, sino también en nuestro interior, en la memoria de ese cuerpo-tiempo. Y leerlo, entenderlo, supone darse cuenta de ciertas señales internas que se corresponden con las externas a través de un proceso no lógico y causal, sino analógico y sincrónico. Y cuando llegamos a ser capaces de leerlo, es como si hubiéramos escalado una montaña. El ascenso ha producido una sensación de placer y liberación, y al llegar a la cima, de pronto, toda una realidad se hace visible a nuestro alrededor. Esa sensación, visión, iluminación, es un estado elevado de la mente, otro estado de conciencia y comprensión.
Os invito a entrar en el interior de este poema de León Felipe que, como colofón, cierra este proceso, este itinerario que nos ha llevado de la Soledad a la Libertad. Tiene que ver con la piedra y con lo que de ellas con anterioridad se dijo sobre la profunda interrelación que existe entre la piedra y el hombre. Vamos a intentar pasar a través del trazo negro de la escritura al blanco que la envuelve de un extraordinario poema de León Felipe; Vamos a tomar los con los dos polos de esa realidad en nuestras manos, vamos a proyectar sobre él todas las facultades de nuestra mente, incluida la intuición, así como también las sensaciones de nuestro corazón, esos polos que son piedras molineras, para poder desentrañar su secreto.
Como Tú

Así es mi vida,
piedra,
como tú. Como tú,
piedra pequeña;
como tú,
piedra ligera;
como tú,
canto que ruedas
por las calzadas
y por las veredas;
como tú,
guijarro humilde de las carreteras;
como tú,
que en días de tormenta
te hundes
en el cieno de la tierra
y luego
centelleas
bajo los cascos
y bajo las ruedas;
como tú, que no has servido
para ser ni piedra
de una lonja,
ni piedra de una audiencia,
ni piedra de un palacio,
ni piedra de una iglesia...
como tú, piedra aventurera...
como tú,
que tal vez estás hecha
sólo para una honda...
piedra pequeña
y
ligera...
León Felipe
Al iniciar nuestro análisis descubrimos, en primer lugar, una serie de cosas. Todo el poema está construido con sólo dos oraciones. La primera es una comparación. La segunda es aquella en que la comparación se hace metáfora. Esto quiere decir que el poema sólo transmite una idea. Todo el poema no dice sino una sola y única cosa.
‑ ¿Qué es esa cosa?
Por otra parte, el poema es, en su totalidad, un apóstrofe, una figura literaria que consiste en dirigir la palabra con vehemencia en segunda persona a una o varias, presentes o ausentes, vivas o muertas, a seres abstractos o a cosas inanimadas, o en dirigírsela a uno mismo en iguales términos: el poeta se dirige y habla a una piedra, que es como decir que habla consigo mismo. Y el poeta le dice a la piedra que su vida, la del poeta, es como ella, la piedra.
Así es mi vida,
piedra,
como tú.
La comparación como tú se convierte en metáfora al identificarse. Algo ha sido llevado más allá, y por ello su orden lógico ha sido alterado. "Mi vida, piedra, es así, como tú." Este sería el orden lógico. Se ha producido un hipérbaton.
El poema comienza entonces con un hipérbaton, con una alteración de ese orden lógico, que permite al poeta llevar más allá, en la metáfora, la identificación de dos realidades que, en apariencia, y a pesar de la comparación, no tienen nada que ver; pero que en lo profundo, en lo esotérico, ya lo vimos en aquel mensaje, la piedra y el hombre, pertenecen al mismo haz. Tal vez por ello, el poema también comienza con una adverbio de modo, "Así", indicando que es la circunstancia, el modo, la manera, la que hace posible la metáfora. Por todo ello, la comparación como tú se convierte en metáfora, identificando dos realidades: la piedra y la vida del poeta. Viniendo así a decir: "Mi vida, piedra, eres tú"
En la cábala de dice que las piedras hablan, que los seres se transforman, que las secuencias se alteran, que las letras y los números adquieren el irisado color de los diamantes yuxtaponiendo sus facetas en un juego multicolor. Y es a través de este juego como se nos hacen transparentes. Nos ha bastado un mero análisis gramatical de los tres primeros versos para darnos cuanta de cual es la idea que encierra el poema.
El poema habla de una "piedra" llamada León Felipe, porque la metáfora dice que León Felipe es una piedra. Esa es la idea y esa es la realidad trascendida. Y para hablarnos de esa piedra que el él, dedica el poeta el resto del poema. Porque, ¿de qué piedra se trata? ¿Acaso no son iguales todas las piedras?
El poeta nos habla de una piedra que es pequeña, ligera, que es un canto, "canto rodado", un guijarro. En apariencia es una piedra que no sirve para nada. No es una piedra grande, fuerte, importante. Tampoco es una piedra noble como esa con la que se construyen los Palacios, las Iglesias, las Lonjas o las Audiencias. No. La piedra de que habla el poeta y que él es, no es ninguna de ellas. Ella es solamente un "canto que rueda", un "guijarro humilde de las carreteras", una piedra pequeña y ligera que va de aquí para allá. Una piedra que "se hunde en el cieno de la tierra", en el Pantano de la Tristeza como en la "Historia Interminable", o en Pantano del Hedor Eterno como en la película "El Laberinto", cuando los eventos del acontecer de la vida la empujan a ello. Una piedra que tiene vida porque, cuando los "cascos" y las "ruedas" la golpean, saltan chispas de luz, "centellean", lo que indica que en ellas vive el Espíritu.
Ella es una piedra aventurera que va de acá para allá, llevada por el fluir de los eventos del destino y por los golpes de la vida. Es  una piedra vagabunda, peregrina. Es una piedra que desde los valores del mundo que valora a las piedras en preciosas, nobles y vulgares, no sirve para nada.
El poeta se ha identificado con ella en la metáfora, y repite esa identificación en forma persistente: "como tú", "como tú...” No quiere que nos olvidemos de esto: él, León Felipe, es esa "piedra aventurera", ese "guijarro humilde de las carreteras", mostrando con ello cual es la actitud con la que el peregrino ha de recorrer esta tierra extraña. Y como lo que le dice a la piedra al identificarse, se lo dice así mismo, el poeta establece, a través de la metáfora, un diálogo consigo mismo, un diálogo interior. Y en ese diálogo interior, como en un mantra largamente repetido, el poeta se dice así mismo lo que es y lo que no es.
¡Pobre piedra! Sentimos en nuestra propia identificación. Pisoteada, arrastrada por el viento, chocando contra todo y con todos, perdiendo pedazos de sí misma a lo largo de los caminos, con cada pisotón, con cada choque, centelleando de dolor, desbastando su forma a chispazo vivo, limando sus aristas gastadas por la lluvia, el viento... ¿Por cuánto tiempo habrá rodado? Indudablemente por mucho, porque es pequeña, "hacerse pequeño para entrar en el Reino de los Cielos". Aunque no se puede uno hacer pequeño, si antes no ha crecido interiormente y si antes no ha sido grande. Esta piedra que el poeta es, hace tiempo que se desprendió de la roca madre. ¿Cuánto tiempo ha necesitado para llegar a ser piedra pequeña, piedra ligera, para que sus aristas hayan sido limadas por esa vida aventurera y reducida a un pequeño canto redondo y liso?
¡Pobre piedra que ya casi no es nada y que pronto terminará por pulverizarse! Aunque, tal vez por eso, ahora, al final de su viaje, de su aventura, de su peregrinación, sirva para algo. Tal vez ahora que ha perdido su forma como diría D. Juan, y que se ha quedado sólo en su esencia, convertida en un pequeño núcleo, sirva para ser lanzada por una honda.
Una piedra grande no puede ser lanzada por una honda, lejos, a lo alto. Es necesario que sea pequeña, que sea ligera. Además, una piedra grande se tira, se arroja, o es puesta en otro lugar. En cambio, una piedra pequeña, un canto, puede ser lanzado, cantado. Este matiz es importante. Una piedra lanzada lleva una dirección, es dirigida hacia algún blanco, tiene un destino. ¿Cuál es el destino de esta piedra que es el poeta y que desea ser lanzado por una honda, a lo mejor la misma honda y la misma piedra que mató al gigante Goliat, después de un largo movimiento circular? Otra idea que encerraría el significado de la raíz Cig-.
Qué duda cabe que el deseo del poeta es ese: ¡ser lanzado por una honda a su destino final! Las piedras grandes, nobles, importantes no pueden ser lanzadas. Están quietas, fijas, atrapadas, prisioneras por aquello que son, por lo que constituye su grandeza, su nobleza, su importancia, su valor en la forma. En cambio, el canto rodado, una piedra que a la vez es música, el guijarro humilde, no teniendo forma fija, cambiando constantemente esta forma por los golpes de la vida, centelleando, cantando mientras es arrastrado por la corriente del Río de la Vida, va limando sus aristas y se va redondeando.
Si. El poeta es la piedra. Y no cabe duda de que piedra se trata. De una piedra que ha venido a ser núcleo, un nódulo que ya está dispuesto y preparado para ser lanzado hacia su destino final.
¿Cuál es ese destino al que quiere ser lanzado el poeta?
El poema no nos lo dice. Aquí comienza el misterio. Aquí el trazo de la escritura se disuelve en el blanco de la hoja, pues, entre uno y otro, el hombre se abisma para entrar en el Espíritu. Tendríamos que pasar a una segunda fase de la lectura, la meditación, para deslizarnos por esa fisura atemporal en la que el alma se abisma.
Meditemos, pues.
El poeta, la piedra, al perder su forma, aspiraba a llegar a lo que es ahora la piedra: la piedra de una honda. Pero, ¿quién maneja la honda? ¿Quién lanza la piedra?  ¿Hacia dónde se lanza?
La piedra-nódulo ha quedado reducida a centro de si misma, se ha convertido en un onphalos. Ella es también un Bethel. Es decir, una piedra que en si misma es el Centro de la Creación y que, por lo mismo, es el lugar de paso entre los niveles dimensionales de esa Creación. Ella es el canal que una la Tierra y el Cielo. Como Bethel, es una piedra sagrada: como lo es Pedro si lo consideramos como símbolo; como La Cabba, la piedra negra que se venera en la Meca; como la del Dios Solar de Emesa, capital de los nabateos; como las piedras sagradas de todos los pueblos; como la piedra sobre la que durmió Jacob y sobre la que soñó que ascendía al cielo después de vencer al ángel que le cerraba el paso y por la que subían y bajaban seres. Y es por ello que necesita del impulso de la honda y por lo que tiene que ser lanzada: para vencer al ángel que le cierra el paso. No se puede pasar por ese ángel que es el que expulsó a Adán y Eva del Paraíso, cerrándoles el acceso al Árbol de la Vida, sin ese impulso gestado en el movimiento circular de la Rueda de la Vida donde se adquiere, por ese mismo movimiento circular, una mayor vibración.
La meditación nos lleva a un pueblo viejo hecho de la mezcla de otros muchos pueblos y culturas, con mucha experiencia y paciencia sobre las espaldas, con mucha sabiduría oculta, transfigurada. Se llama Al´Andalus. El lugar donde yo nací. Aquí, en las Tabernas, palabra que tiene la misma raíz que tabernáculo, en esos lugares donde se rinde culto al dios Baco, en decir, a Noé, es donde se destila la esencia de las cosas ingiriendo el fruto de la vid, que, desde el punto de vista sagrado, no es la uva, sino ese líquido sangrante que es el vino. El vino es una bebida sagrada porque abre, al transformarse en sangre, las puertas del alma. ¿Se ha preguntado alguien el por qué los grandes viñedos europeos están junto a afamados monasterios medievales y fueron creados por ellos? En alguna parte he leído u oído que, en un pasado lejano de la Humanidad, cuando ésta hubo entrado en la fase de máxima inmersión en el reino material, en el Kali Yuga, hablando espiritualmente, y perdido por ello todo recuerdo de los niveles dimensionales internos del alma, los Maestro Espirituales del hombre recurrieron al vino y a otro tipo de drogas, para recordarle a éste la existencia de esos niveles olvidados por la conciencia del hombre material.
Aquí, en las Tabernas de Al´Andalus, donde se hace pura metafísica de la vida y donde la realidad se convierte en llanto, queja y lamento...; donde también se bebe otro vino, no un vino hecho de sangre, sino de sol. Un vino dorado, luminoso, transparente y solar... Aquí, en las Tabernas, digo, los cantaores cantan coplas, coplas como esta que escuché en una taberna del Albaicín de Granada, cuando estudiaba allí la carrera en su Universidad. En aquel entonces, un grupo de compañeros de carrera nos habíamos aficionada al Cante Hondo, vulgarmente llamado flamenco. Acudíamos casi todo los días, cuando, al anochecer, terminábamos las clases, a escuchar a viejos cantaores que pasaban su tiempo desgranando en lamentos las vicisitudes de sus vidas.
Fui la piedra y el centro
y me arrojaron al mar,
y al cabo de mucho tiempo
mi centro vine a encontrar.
¿Quién puso en el corazón del cantaor la idea que impele a la copla a extenderse por una garganta, a hacerse canto, para surgir desde quién sabe que inconmensurable distancia? Me refiero a distancia interior. En su canto, el cantaor no nos lo dice, pues no hace falta, quién fue la piedra y de qué fue centro, ni por qué le arrojaron al mar. Un compañero de estudio y de taberna intentó averiguar cual era el sentido de la copla. ¡Qué cuál es el sentido de la copla! Aquí, en la Taberna, nadie pregunta por el sentido, por lo que la copla quiere decir. No es necesario. Para el cantaor y para los que le escuchan, la copla es su propio sentido, se lo da la voz que la soporta, esa voz con la que el cantaor canta en el cante y con la que se hace canto, con la que se lanza hacia la interioridad, hacia lo más íntimo de si. Una voz que, precipitada y retraía a la vez, surge desde las más profunda y estrechas cárcavas de su alma. Tal vez por ello puede parecernos carente de sentido. A esa voz, los cantaores la llaman voz natural.
La Voz, como la piedra cuando es arrojada y que, por un instante, como en un suspiro, permanece suspendida, allí donde se encuentra su propio límite a partir del cual ya no puede continuar más ascendiendo, asciende descendiendo. Esta es la posición desde la que canta el cantaor, y lo hace hacia dentro. Y ahí, en ese lugar interior, suspendido y demarcado por la vibración de un "Círculo‑no‑se‑pasa", porque es el límite infranqueable de toda creación, queda la copla, el sentido, aquello que hasta llegar a la garganta y transformarse en voz, ha rodado tiempo y tiempo, como la piedra, "... como la piedra cuando se va más llegando a su centro..." (Canción XI del “Cántico Espiritual” . San Juan de la Cruz)
Si. La Piedra, la piedra y el centro. Y el camino y el tiempo"al cabo de largo tiempo", que para ese alcanzar media. Y así, la Voz Natural, como una oscura señal del fondo abismal desde el que se proyecta la Vida y la conciencia, de ese sentido no visible, nos muestra, desgarradoramente, el tema de la copla. Cuando el cantaor canta por lo bajo, con Voz Natural, se canta así mismo, lo hace en un lugar que para él es sagrado, en la Taberna que, a la vez, es el Tabernáculo de su propia interioridad para que el canto se haga fondo: Cante Hondo.
San Juan de la Cruz, cuando comenta la canción primera de la "Llama de amor viva", señala lo que esa hondura encierra: "cuando llegare y no tuviese de suyo más virtud e inclinación para más movimiento, diremos que está en el más profundo centro suyo."
¿Centro de qué?
Centro de si. Centro de Todo. Centro de lo Uno. Porque la piedra y el centro son en verdad lo mismo, aunque la separación haya sido padecida como desgarramiento de lo Uno.
Fui la piedra y el centro
y me arrojaron al mar.
Me arrojaron al Océano de la existencia, a mí, a la piedra que es a la vez centro. El exilio de la piedra, una piedra llamada León Felipe, o tú, o yo, el Adán expulsado del Paraíso… Ese arrojar constituye, en rigor, la pérdida del centro. Así pues, la piedra y el hombre , se encuentran en el exilio.
Lo que la copla señala también es que el Centro mismo se exilió con la piedra, hasta que llegara ese momento en que la propia piedra pudiera encontrar ese profundo centro suyo, que había perdido y del que había sido arrojada.
Y me arrojaron al mar
El Mar, el símbolo del Océano Primordial, y del que surgió un punto central. Un punto pétreo, sólido, que dio origen a la Creación. Es por ello que la piedra se exilió, y es por ello que la piedra canta como lo hace el Salmo 118, sobre el tema de la piedra rechazada por los constructores, pero que ha de venir al fin a ser situada en su lugar, en su centro, porque es piedra angular y clave de bóveda, el fundamento y la coronación de la obra del Templo‑Hombre, sin la cual la Gran Obra, la Piedra Filosofal, no puede ser obrada.
La piedra ha hecho un largo recorrido. Y el canto canta en la voz, la reconducción del tiempo hacia el centro de la Unidad del Espíritu, volviendo a ser lo que fue en el origen: "yo fui la piedra y el centro".
¿Necesitamos ya preguntarnos quien es el maneja la honda y hacia dónde será lanzada la piedra?
Interrumpamos aquí nuestra meditación. Miremos la cumbre que se yergue en el paisaje que se ofrece a nuestra mirada, un paisaje de esa realidad de ese más allá a donde nos ha llevado la metáfora y arrojémonos en el corazón de la Libertad, porque, repitámoslo una vez más:
Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol...
y un camino virgen
Dios.
León Felipe
En Santa Cruz de Tenerife, 17 de Agosto de 1991.
 
 
BIBLIOGRAFIA USADA

Mario Satz, "Poética de la kabala". Editorial Altalena.
Wilhelm Reich, "El asesinato de Cristo". Editorial Bruguera.
Los poemas de León Felipe proceden de las siguientes obras:
  • "Obra poética escogida", Austral, Espasa‑Calpe
  • "Nueva antología rota", Editorial Visor de Poesía.
  • "Ganarás la Luz", Editorial Cátedra.
  • "¡Oh, ese viejo y roto violín!", Editorial Visor de Poesía.
Steven Weinberg. Los tres primeros minutos del universo.    Alianza Universidad.
Richard Bach. "Uno". Editorial Urano.
San Juan de la Cruz. “Vida y obra completas”. Biblioteca de Autores Cristianos.

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