<PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 30/05/1993>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: El Ángel desconocido
<SUBTÍTULO>: Imagen de nuestra situación en el mundo.
<AUTOR>: Alfiar
<SUMARIO>: Al nacer, un doble luminoso nos aguarda al otro lado de la frontera del tiempo e intenta que nos unamos a él.
<CUERPO DEL TEXTO>:
El otro día, comentando en clase un poema de Rafael Alberti, me vino a
la memoria una vieja historia judía. Me di cuenta que poema y leyenda tenían
una profunda relación de significado: el de nuestra situación en el mundo. Les
mostraré ambas cosas.
(...)
(...)
EL
ÁNGEL DESCONOCIDO
¡Nostalgia de los arcángeles!
Yo era...
Miradme.
Vestido como en el mundo,
ya no se me ven las alas.
Nadie sabe como fui.
No me reconocen.
Por las calles, ¿quién se
acuerda?
Zapatos son mis sandalias.
Mi túnica, pantalones
y chaqueta inglesa.
Dime quién soy.
Y, sin embargo, yo era...
Miradme.
Rafael Alberti
Los críticos literarios dicen que Alberti alude en este poema a su
pérdida de fe religiosa. Puede que ello sea cierto. Pero desde otra
perspectiva, la del inconsciente, hay algo más. Si no es así, ¿a qué esa
admirada "¡Nostalgia de los
arcángeles!"? Y aunque el recuerdo parece haberse sumergido en el
inconsciente, algo ha quedado en la memoria de la conciencia como vago
recuerdo: el de haber sido arrojado de algún Paraíso en el que el poeta era un
arcángel. ¿Es pura coincidencia que lleve el nombre de uno de ellos?
"Yo era...".
Parece que nos va a contar lo que era; pero, apenas surgida, la intención queda
cortada y renuncia a evocar algo tan íntimo. Se limita a decirnos que contemplemos
lo que ahora es: un hombre. Ahora ya no se le ven las alas, porque va vestido
como todo el mundo en el mundo: de carne. Ha tomado forma y apariencia humana.
Nadie puede reconocerle. ¿Quién podría imaginar que tras esa apariencia humana
se esconde un ángel?
No sabemos como es un ángel, aunque los pintores medievales los pintan
con alas, túnica y sandalias doradas. Ahora ya no se le ven las alas; las
sandalias arcangélicas han sido sustituidas por zapatos y la túnica por
pantalón y chaqueta del Corte Inglés. Tras esta imagen de su actual condición
-"Por las calles, ¿quién se
acuerda?"-, nos interroga en forma indirecta: "Dime quién soy".
La interrogación lleva implícita otra pregunta: ¿sabes quién eres tú?
Porque si tu lo sabes, si recuerdas que eres un ángel, dímelo. Los críticos
dicen que exhorta a que le respondamos que es un hombre. Pero lo que realmente
quiere que le digamos es si es un ángel. Y si la respuesta es que es un hombre,
¿a qué esa nostalgia, ese vago recuerdo de lo que era?
Parece ser mucha y profunda la nostalgia que le empuja a contarnos lo
que fue: "Y, sin embargo, yo era...".
Al final, hemos vuelto al Principio, al Origen. Y de nuevo la voz se corta e
interrumpe. ¿Qué secreto oculta ese yo era...? Continuamos sin saberlo. La voz
vuelve a repetir la decepcionada petición: "Miradme".
¡Cuánto desaliento hay en ese último verso! Por dos veces ha intentado
hacernos partícipes de una confesión, de descubrirnos un secreto que, apenas
esbozado, concluye en el desaliento y en la nostalgia.
Jeuda ha-Levi, místico judío del S.XI, decía a sus discípulos:
¡Estudiar! Extraña recomendación para un místico. Además era cabalista y ello
le permitía saber que aunque los estudios no conducen al saber, si conducen a
la conciencia de la ignorancia de lo que se cree ser. "Lo que está a la vista -dice el Zohar- llena los ojos; lo que está oculto atrae el
saber".
Ese saber que recomienda el Zohar y el místico no es más que una
introducción al no-ser. Porque,
aquí, "vestidos como en el mundo",
sentimos nostalgia, junto al poeta, de aquello que, por no saber lo que somos,
no somos lo que éramos: "Yo era...".
Y en este punto de la reflexión se inscribe el recuerdo de la leyenda
judía. Narra ésta como en un viejo poblado, una noche, a la terminación del
Sabat, un grupo de judíos se encontraba reunidos en una mísera casa. Todos
pertenecían al mismo pueblo, menos uno a quien nadie conocía. De aspecto mísero
y harapiento, permanecía sentado en el suelo de un oscuro rincón de la
estancia.
A alguien se le ocurrió plantear la pregunta de cual sería el deseo
que cada uno formularía si pudiera ser satisfecho.
- "Quiero dinero", dijo uno.
- "Yo, un yerno", añadió otro.
- "Para mí un banco de carpintero", respondió un
tercero.
Así, hasta completar el grupo. El único que permaneció en silencio fue
el mendigo. Le interpelaron a que respondiera, cosa que hizo de mala gana.
- "Quisiera ser un rey poderoso -dijo-, reinar en un
infinito y vasto reino. Y una noche, mientras me hubiera quedado dormido, el
enemigo hubiera irrumpido desde las fronteras del reino, asaltando mi
fortaleza, que no ofreció resistencia; haberme despertado de súbito y lleno de
terror, sin tiempo para vestirme y haber emprendido la huida sólo con una
camisa. Perseguido por montes y valles, bosques y colinas, sin descanso,
hubiera llegado sano y salvo a éste rincón. Eso querría".
El grupo le miró desconcertado.
- "¿Y qué hubieras ganado con eso?" -preguntaron.
- "Una camisa" -, fue la respuesta.
Las peripecias que el mendigo narra parecen claras. Querría haber sido
rey. Es evidente que lo fue. Ahora es el hombre. Todo hombre es ahora mendigo.
Fue ángel, Adán, el rey del Paraíso. Pero, él mismo lo dice, se durmió y el
enemigo le arrojó de su reino. Aconteció que el tiempo no existía y que aquí
fue creado y se dilató con la huida. Ahora está en la indigencia. Como mendigo
recorre los caminos del tiempo intentando vivir de sus frutos. Es un Hijo
Pródigo.
Ante esta realidad, la actitud vulgar es querer poseer estos frutos
sin más. Los frutos del Árbol de la Ciencia. Es la actitud del grupo que pide sus
deseos aunque sólo como tales. En ellos el recuerdo de la otra mitad de sí
mismos, el Árbol de la Vida,
ha sido olvidada. Han olvidado el origen de su realidad, incluso el origen del
tiempo. Se han vuelto triviales e indiferentes.
El mendigo conserva un vago recuerdo de lo que era. Incluso su actitud
nos enseña que no hemos de poseer sin más los frutos del tiempo, que lo único
que poseemos es esa "camisa de carne". La señal de que alguna vez fuimos ángeles.
En casi todas las culturas se encuentra la misma idea. Al nacer, un
doble dimensional nuestro aguarda al otro lado de la frontera del tiempo. Ese
doble luminoso se encuentra en una dimensión superior a la nuestra. Trata de
conectar con su mitad dimensional material para que se una a él.
Toda la creación es luz. En realidad, lo que llamamos materia y
espíritu no existen en sí mismos. Las diferencias que captamos y los nombres
que damos a esas diferencias obedecen a las distintas e infinitas frecuencias
de la Luz Una.
Para nuestro nivel de Luz, la frecuencia más densa es la piedra; la
más alta la llamamos espíritu. Por la mitad de la escala andamos los hombres
encarnados, los mendigos en camisa. En esta zona media de la Luz existe una separación de
las frecuencias, falta un puente que aún no ha sido construido por la Luz. Es la misión del
hombre hacerlo. Tiene que hacerse pontífice, constructor de puentes de energía.
Las dos mitades del hombre han de realizar ese trabajo. La mitad
superior, el ángel, ha descendido todo lo que podía descender en su frecuencia
hasta nosotros, al otro lado de la fisura.
La vibración del hombre es más densa. Pero si se desarrolla
internamente, podrá alcanzar a su otra mitad, el ángel. Entonces los dos se
fundirán en un sólo ser: el Hombre Nuevo,
cuya naturaleza estará hecha de materia y Luz.
El fin no es alcanzar la vibración más fina en nosotros que nos una a
la más densa del ángel; es vivirla, llegar conscientemente a ser esa vibración.
Algo así es lo que nos cuenta esa bella historia narrada por la película que se
llamó "Cristal Oscuro", o
por esa otra contada por Asimov en "Los
propios dioses".
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