domingo, 10 de marzo de 2019

El lado oscuro del Amor (0)


A modo de prólogo

No hace mucho, impartí un seminario en el que hablamos cómo creamos nuestra realidad. Una realidad “literal” proyectada desde nuestros lenguajes, a los que nunca se nos ocurre considerar “simbólicamente”. Advertir, que un símbolo, una metáfora, una parábola, un mito o un cuento de hadas constituyen lenguajes simbólicos que no se pueden tomar ni interpretar literalmente. Referente a esto hay en el Génesis una “advertencia” para el hombre que se ha quedado “dormido”. Se la dice Yahwé (un símbolo de algo que se desconoce desde la literalidad) a Eva (otro símbolo) en el Paraíso: “Tu deseo te llevará a tu esposo y él dominará sobre ti” (Génesis, III,16). Interpretada al pie de la letra, esta admonición lanzada sobre ambos (Adán y Eva) al ser expulsados del Paraíso, ha institucionalizado una “éticasocial y religiosa de lo más aberrante: la de la indisolubilidad matrimonial. Pero esa admonición, llevada al “plano ontológico”, al plano de los significados profundos, significa lo siguiente:
“HUMANIDAD, AQUELLO QUE SEA OBJETO DE TU DESEO,
TODA IDEA CON LA CUAL TE CASARAS,
TODO VALOR CON EL CUAL HAGAS ALIANZA, TE DOMINARÁ,
PORQUE SOLO EL HOMBRE INTERNO ES EL ESPOSO”.
(...)
En nosotros, la “vanidad” es una fuerza espantosa; y la “fantasía” es la terrible constructora que pone los cimientos de la “vanidad”, pues construye “imágenes de nosotros mismos”, imágenes que nos aprisionan e impiden trasladarnos a nuevas etapas, a “nuevas ideas”, a “nuevos significados”, que nos “eleven” a nuevos niveles de conciencia.
En la “imagen” que la “fantasía” nos muestra de nosotros mismos, no vemos ni nuestra “vanidad”, ni todas esas cosas que son desagradables y que solo vemos en los demás. Esa “imagen” que se nos ofrece, está tan cerca de nosotros, que la confundimos con nosotros mismos, ya que nos sentimos identificados con ella. Somos ella. Y esa imagen nos envanece.
Asimismo proyectamos una “imagen”, surgida del deseo de nuestra vanidad, sobre el “otro”. A través de ella establecemos nuestras relaciones de amistad, románticas, de pareja y, como no, matrimoniales. En toda relación matrimonial hay un punto más o menos elevado de “vanidad” que mueve nuestros deseos. Todo esto hace referencia al “lado oscuro del amor”. A este “lado oscuro” se le ha llamado de diferentes maneras: Satánico, Perverso, Maligno, Depravado, Pérfido, Diabólico, Infernal… Pero la imagen que tenemos de nosotros mismo impiden que nos demos cuenta de como nuestro “deseo” nos ha llevado a meternos en una ciénaga, en un tremendo fregado.
Hagámonos una pregunta: ¿Pos qué se casan las personas? ¿Qué buscan con el matrimonio?
Erich Fromm, en su libro “El Arte de Amar”, aunque visto desde el lado psicológico, señala que, para él, cualquier “teoría del amor” debe comenzar con una “teoría del hombre”. Con la salvedad de que el “Amor” no es un “objeto” de teoría, si estoy de acuerdo que su expresión puede ser objeto de un aprendizaje, incluso desde el lado que el plantea ese aprendizaje: como un Arte.
Desde el lado de la “psique”, con su lado conciente e inconsciente, hay un elemento clave llamado “separatividad”. Esta vivencia de estar separado de… -los unos de los otros, los que creen en algo de los que no creen es ese algo, etc., etc.-; esta “vivencia” genera una “necesidad”, sobre todo psicológica: superar esa separatividad, abandonar nuestra “prisión de soledad”. Y con tal de superar este problema, las gentes, sobre todo en el occidente capitalista, estás dispuestas, de forma consciente o de forma inconsciente, a “someterse” a algún “otro” a través de algún tipo de “relación”, individual o colectiva, con la “ilusión” de que esa “sensación de separatividad” desaparezca.
Como tal Arte y siguiendo a Erich Fromm, el Amor, necesitaría de un aprendizaje, el cual requiere de cuatro cosas: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. Esto es válido tanto si consideremos el Amor como un “objeto” o como un “estado de conciencia”. Os remito a la obra de Erich Fromm para averiguar que significan esas cuatro cosas que son igualmente necesarias para “aprender” cualquier otro Arte.
Hagámonos otra pregunta. Dado que el Amor se encuentra íntimamente asociado a un vínculo llamado “matrimonio”, ¿sabemos lo que significa la palabra “matrimonio”?
Dos palabras latinas intervienen es la palabra “matrimonio”. “matrius” (madre) y “munium” (carga), es decir: “la carga, el peso, que soporta la madre”. Parece destacar el papel oneroso que para la madre implican los hijos, el “resultado” principal del “matrimonio”.
Existe un documento papal, “Las Decretales del papa Gregorio IX” que dice: “para la madre el niño es, antes del parto, oneroso; doloroso en el parto; y después del parto, gravoso”. Y sin embargo, la razón que motiva el matrimonio, sigue siendo, como justificación, el amor. No importa que nos una el cura, un alcalde, o que nosotros mismos decidamos juntarnos con otro u otra, nuestro subconsciente sigue siendo cristiano.
Las “justificaciones” de hombres y mujeres para entrar en este vínculo son variadas y múltiples, aunque diferentes. Las mujeres (generalizo) una cierta seguridad y ser madres; los hombres (también generalizo) gratificación sexual y un centro de operaciones hogareño.
Por otro lado, el matrimonio, dos mil años de cristianismo se han encargado de ello, ha llegado a constituirse en la célula fundamental de la sociedad, y también en el “germen” que permite la reproducción de la especie. En otras religiones, son ellas las que se han encargado de institucionalizarlo.
Cientos de miles de matrimonios en todo el mundo cumplen, “dócilmente”, con lo que se supone que es su propósito: procrear y proporcionarse mutuamente amor y protección. Y, justamente, el aspecto que más falla en la práctica es precisamente el más importante: el amor, puesto que nadie sabe lo que es. De ahí que haya terminado en convertirse en algo “utilitario”, y así lo recogen las leyes: mantenimiento económico para la mujer y la administración del hogar, y la crianza de los hijos para el hombre. ¿Y qué pasa con el amor? También ha quedado reducido al utilitarismo del sexo, lo que lleva a la manipulación de cónyuge (en las dos direcciones) para conseguir satisfacción sexual. También, emocionalmente, nos encontramos con el peligro de una “servidumbre” psicológica.
Y, sin embargo, a pesar de que las cosas son así, aunque las justifiquemos de múltiples maneras, existe un propósito no comprendido, algunos lo llaman “superior”, para una “unión amorosa”. Los mitos y las Tradiciones hablan de ello. Pero hablar de ello no es ahora mi propósito. Aunque esa unión, que aún no es asequible para la mayoría de los seres humanos, requiere de otro “estado de conciencia” que no es el que la generalidad de la humanidad ha alcanzado hasta ahora.
Nuestra actuación, por muy “correcta” que queramos que sea, es inútil si no está motivada por la “comprensión” esencial de que la manifestación de la “energía de amar” también se encuentra regida por ciertas leyes universales.
No existe el “amor inocente” porque el “Amor”, en si mismo es “Sabio” y no brota espontáneamente como puede hacerlo una fuente. El Amor no se mide por los hijos que se tengan, o por los regalos que se hagan, sino por el “nivel de comunicación”, y de ternura, amistad, entrega mutua y compenetrabilidad de cuerpos, almas, mentes y espíritus.
Las Tradiciones hablan de un “Matrimonio místico”, de una “Hierogamia”. De hecho, hablan de otra cosa que la que entendemos por tal; aunque al traducir esa “cosa” a nuestros lenguajes literales, se ha traducido como “matrimonio”, lo que es una unión de almas (el concepto “alma” solo es un símbolo de algo que desconocemos y que usamos para referirnos a ese algo). La unión de cuerpos y emociones solo es una burda parodia de esta otra unión.
Antes del cristianismo, el “matrimonio” solo era el establecimiento de una comunidad de bienes. Sobre todo, porque aún no había aparecido el “amor romántico”, que no aparece hasta el siglo XII, con los trovadores y las Cortes de Amor de Leonor de Aquitania, y que fue llamado “Amor Cortés”. Esa comunidad de bienes, unida al enfoque “posesivo” del “contrato matrimonial”, así como sus mutuas obligaciones, solo son un intento artificial para “ligar” a dos personas en función de los intereses de la “matriz social”. Uno puede darse cuenta que, mientras menos amor existe, más reglas, más juramentos, más obligaciones y más convencionalismos se necesitan para mantener unidas a las parejas.
Si la gran mayoría de la Humanidad practica el amor (Satánico, Perverso, Maligno, Depravado, Pérfido, Diabólico, Infernal, Protervo…) no es por su deseo expreso, sino por ignorancia. La ignorancia nos empuja a la desidia y despreocupación respecto a la necesidad de cultivar el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento mutuo. Esto es algo que se hace especialmente evidente al observar como la gente fracasa en el “amor” y el “matrimonio” de forma tan repetida y generalizada. Nadie se preocupa de averiguar las causas de ese descalabro, solo las atribuyen a no haber encontrado a la persona adecuada, así que “seguirá buscando”.
En ningún momento se les ha ocurrido pensar que los motivos de su fracaso residen en sus propias incapacidades, y en el desconocimiento o ignorancia sobre cual es la verdadera naturaleza del amor. Nadie puede saber aquello que no sabe, aunque actúe como si lo supiera.
Pueden ser muchos y variados los aspectos “oscuros” del amor, no así los “claros”. En los próximos capítulos intentaremos analizarlos con un poco más de profundidad. Estos aspectos “oscuros” abarcan desde nuestra “ignorancia”, hasta los celos o las actitudes narcisistas; desde el matrimonio como finalidad, hasta el acorazarse; desde la búsqueda compulsiva de placer sexual, hasta el “complejo de Diana”… La lista es larga, ya que la “oscuridad” que nos envuelve es abundante y espesa. Muchas de estas cosas oscuras, por no decir todas, suenan fatal, aunque suelen ser más corrientes y comunes de lo que podamos imaginar. Se camuflan detrás de nuestras imágenes bienintencionadas, nuestras morales, nuestras éticas y, sobre todo, detrás de nuestra vanidad sostenida por la imagen que tenemos de nosotros mismos.
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Nota: Aunque uno puede encontrar en las librerías libros con este mismo título, el contenido de este trabajo está inspirado en la obra de John Baines “La Ciencia del Amor”. Editorial Kier. Buenos Aires, 2ª edición 1984. John Baines es el seudónimo literario del chileno Darío Salas Sommer. Fundador en Santiago de Chile del “Instituto Filosófico Hermético”. Desde 1988 es miembro de “The Authors Guild Inc.” Una sociedad de escritotes de Nueva York. También es fundador y directos del “Darío Salas Institute” de Nueva York, que tiene una filial en Rusia. Ha sido el fundador de otros institutos cuya finalidad era difundir la Filosofía Hérmetica y sus principios morales y espirituales en distintos países, entre ellos España. Autor de numerosos libros, destacan, además del que se basa este trabajo, “Los Brujos hablan”, el “Hombre estelar” y otros. Como tantos otros dedicados a difundir este tipo de filosofía y de conocimiento, por decirlo de alguna manera, ha sido tachado de charlatán y denigrado por los que “no saben lo que no saben”, es decir, los ignorantes sabelotodo.
Nació en Santiago de Chile un 4 de Marzo de 1935, así que ahora debe tener unos 84 años.




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