A
modo de prólogo
No hace mucho, impartí un seminario en el que hablamos cómo
creamos nuestra realidad. Una realidad “literal” proyectada desde nuestros
lenguajes, a los que nunca se nos ocurre considerar “simbólicamente”. Advertir, que un símbolo, una metáfora, una parábola,
un mito o un cuento de hadas constituyen lenguajes simbólicos que no se pueden
tomar ni interpretar literalmente. Referente a esto hay en el Génesis una “advertencia” para el hombre que se ha
quedado “dormido”. Se la dice Yahwé (un símbolo de algo que se desconoce desde
la literalidad) a Eva (otro símbolo) en el Paraíso: “Tu deseo te llevará a tu esposo y él dominará sobre ti” (Génesis,
III,16). Interpretada al pie de la letra, esta admonición lanzada sobre ambos
(Adán y Eva) al ser expulsados del Paraíso, ha institucionalizado una “ética” social y religiosa de lo
más aberrante: la de la indisolubilidad
matrimonial. Pero esa admonición, llevada al “plano ontológico”, al plano de los significados profundos,
significa lo siguiente:
“HUMANIDAD, AQUELLO QUE SEA OBJETO DE TU DESEO,
TODA IDEA CON LA CUAL TE CASARAS,
TODO VALOR CON EL CUAL HAGAS ALIANZA, TE
DOMINARÁ,
En nosotros, la “vanidad”
es una fuerza espantosa; y la “fantasía”
es la terrible constructora que pone los cimientos de la “vanidad”, pues construye “imágenes
de nosotros mismos”, imágenes que nos aprisionan e impiden trasladarnos a
nuevas etapas, a “nuevas ideas”, a “nuevos significados”, que nos “eleven” a nuevos niveles de conciencia.
En la “imagen”
que la “fantasía” nos muestra de
nosotros mismos, no vemos ni nuestra “vanidad”,
ni todas esas cosas que son desagradables y que solo vemos en los demás. Esa “imagen” que se nos ofrece, está tan
cerca de nosotros, que la confundimos con nosotros mismos, ya que nos sentimos identificados con ella. Somos ella. Y
esa imagen nos envanece.
Asimismo proyectamos una “imagen”, surgida del deseo de nuestra vanidad, sobre el “otro”. A través de ella establecemos
nuestras relaciones de amistad, románticas, de pareja y, como no, matrimoniales.
En toda relación matrimonial hay un punto más o menos elevado de “vanidad” que mueve nuestros deseos.
Todo esto hace referencia al “lado
oscuro del amor”. A este “lado
oscuro” se le ha llamado de diferentes maneras: Satánico, Perverso, Maligno, Depravado, Pérfido, Diabólico, Infernal…
Pero la imagen que tenemos de
nosotros mismo impiden que nos demos cuenta de como nuestro “deseo” nos ha llevado a meternos en una
ciénaga, en un tremendo fregado.
Hagámonos una pregunta: ¿Pos qué se casan las personas? ¿Qué buscan con el matrimonio?
Erich Fromm, en su libro “El Arte de Amar”, aunque visto desde el lado psicológico, señala
que, para él, cualquier “teoría del amor”
debe comenzar con una “teoría del hombre”.
Con la salvedad de que el “Amor” no
es un “objeto” de teoría, si estoy
de acuerdo que su expresión puede ser
objeto de un aprendizaje, incluso
desde el lado que el plantea ese aprendizaje: como un Arte.
Desde el lado de la “psique”,
con su lado conciente e inconsciente, hay un elemento clave llamado “separatividad”. Esta vivencia de estar separado de… -los unos de los otros, los
que creen en algo de los que no creen es ese algo, etc., etc.-; esta “vivencia” genera una “necesidad”, sobre todo psicológica: superar esa separatividad, abandonar
nuestra “prisión de soledad”. Y con
tal de superar este problema, las gentes, sobre todo en el occidente capitalista,
estás dispuestas, de forma consciente o de forma inconsciente, a “someterse” a algún “otro” a través de algún tipo de “relación”, individual o colectiva, con
la “ilusión” de que esa “sensación de separatividad”
desaparezca.
Como tal Arte y
siguiendo a Erich Fromm, el Amor,
necesitaría de un aprendizaje, el cual requiere de cuatro cosas: cuidado, responsabilidad, respeto
y conocimiento. Esto es válido tanto
si consideremos el Amor como un “objeto”
o como un “estado de conciencia”. Os
remito a la obra de Erich Fromm para averiguar que significan esas cuatro cosas
que son igualmente necesarias para “aprender”
cualquier otro Arte.
Hagámonos otra pregunta. Dado que el Amor se encuentra
íntimamente asociado a un vínculo llamado “matrimonio”,
¿sabemos lo que significa la palabra “matrimonio”?
Dos palabras latinas intervienen es la palabra “matrimonio”. “matrius” (madre) y “munium”
(carga), es decir: “la carga, el peso,
que soporta la madre”. Parece destacar el papel oneroso que para la madre implican los hijos, el “resultado” principal del “matrimonio”.
Existe un documento papal, “Las Decretales del papa Gregorio IX” que dice: “para la madre el niño es, antes del parto,
oneroso; doloroso en el parto; y después del parto, gravoso”. Y sin
embargo, la razón que motiva el matrimonio, sigue siendo, como justificación,
el amor. No importa que nos una el
cura, un alcalde, o que nosotros mismos decidamos juntarnos con otro u otra,
nuestro subconsciente sigue siendo cristiano.
Las “justificaciones”
de hombres y mujeres para entrar en este vínculo son variadas y múltiples,
aunque diferentes. Las mujeres
(generalizo) una cierta seguridad y ser madres; los hombres (también generalizo) gratificación
sexual y un centro de operaciones
hogareño.
Por otro lado, el matrimonio, dos mil años de cristianismo
se han encargado de ello, ha llegado a constituirse en la célula fundamental de
la sociedad, y también en el “germen”
que permite la reproducción de la especie. En otras religiones, son ellas las
que se han encargado de institucionalizarlo.
Cientos de miles de matrimonios en todo el mundo cumplen,
“dócilmente”, con lo que se supone
que es su propósito: procrear y proporcionarse mutuamente amor y protección.
Y, justamente, el aspecto que más falla
en la práctica es precisamente el más importante: el amor, puesto que nadie
sabe lo que es. De ahí que haya terminado en convertirse en algo “utilitario”, y así lo recogen las
leyes: mantenimiento económico para la mujer y la administración del hogar, y
la crianza de los hijos para el hombre. ¿Y
qué pasa con el amor? También ha
quedado reducido al utilitarismo del sexo, lo que lleva a la manipulación de cónyuge (en las dos
direcciones) para conseguir satisfacción sexual. También, emocionalmente, nos encontramos con el peligro de una “servidumbre” psicológica.
Y, sin embargo, a pesar de que las cosas son así, aunque
las justifiquemos de múltiples maneras, existe un propósito no comprendido, algunos lo llaman “superior”, para una “unión
amorosa”. Los mitos y las Tradiciones hablan de ello. Pero hablar de ello
no es ahora mi propósito. Aunque esa unión,
que aún no es asequible para la mayoría de los seres humanos, requiere de otro
“estado de conciencia” que no es el
que la generalidad de la humanidad ha alcanzado hasta ahora.
Nuestra actuación, por muy “correcta” que queramos que sea, es inútil si no está motivada por
la “comprensión” esencial de que la
manifestación de la “energía de amar”
también se encuentra regida por ciertas leyes universales.
No existe el “amor
inocente” porque el “Amor”, en
si mismo es “Sabio” y no brota
espontáneamente como puede hacerlo una fuente. El Amor no se mide por los hijos
que se tengan, o por los regalos que se hagan, sino por el “nivel de comunicación”, y de ternura, amistad, entrega mutua y
compenetrabilidad de cuerpos, almas, mentes y espíritus.
Las Tradiciones
hablan de un “Matrimonio místico”,
de una “Hierogamia”. De hecho, hablan
de otra cosa que la que entendemos por tal; aunque al traducir esa “cosa” a nuestros lenguajes literales,
se ha traducido como “matrimonio”,
lo que es una unión de almas (el concepto
“alma” solo es un símbolo de algo
que desconocemos y que usamos para referirnos a ese algo). La unión de cuerpos
y emociones solo es una burda parodia
de esta otra unión.
Antes del cristianismo, el “matrimonio” solo era el establecimiento de una comunidad de bienes. Sobre todo, porque aún no había aparecido el “amor romántico”, que no aparece hasta
el siglo XII, con los trovadores y las Cortes de Amor de Leonor de Aquitania, y
que fue llamado “Amor Cortés”. Esa comunidad de bienes, unida al enfoque “posesivo” del “contrato matrimonial”, así como sus mutuas obligaciones, solo son
un intento artificial para “ligar” a
dos personas en función de los intereses de la “matriz social”. Uno puede darse cuenta que, mientras menos amor
existe, más reglas, más juramentos, más obligaciones y más convencionalismos
se necesitan para mantener unidas a las parejas.
Si la gran mayoría de la Humanidad practica el amor (Satánico, Perverso, Maligno, Depravado,
Pérfido, Diabólico, Infernal, Protervo…) no es por su deseo expreso, sino
por ignorancia. La ignorancia nos empuja a la desidia y despreocupación respecto a la necesidad de cultivar el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento mutuo. Esto es algo que se hace especialmente evidente
al observar como la gente fracasa en
el “amor” y el “matrimonio” de forma tan repetida y generalizada. Nadie se preocupa
de averiguar las causas de ese descalabro, solo las atribuyen a no haber
encontrado a la persona adecuada, así que “seguirá
buscando”.
En ningún momento se les ha ocurrido pensar que los
motivos de su fracaso residen en sus propias
incapacidades, y en el desconocimiento
o ignorancia sobre cual es la
verdadera naturaleza del amor. Nadie
puede saber aquello que no sabe, aunque actúe como si lo supiera.
Pueden ser muchos y variados los aspectos “oscuros” del amor, no así los “claros”. En los próximos capítulos
intentaremos analizarlos con un poco más de profundidad. Estos aspectos “oscuros” abarcan desde nuestra “ignorancia”, hasta los celos o las actitudes narcisistas; desde el matrimonio como finalidad, hasta el acorazarse; desde la búsqueda
compulsiva de placer sexual, hasta el “complejo
de Diana”… La lista es larga, ya que la “oscuridad” que nos envuelve es abundante y espesa. Muchas de estas
cosas oscuras, por no decir todas, suenan fatal, aunque suelen ser más
corrientes y comunes de lo que podamos imaginar. Se camuflan detrás de nuestras
imágenes bienintencionadas, nuestras
morales, nuestras éticas y, sobre todo, detrás de nuestra vanidad sostenida por la imagen
que tenemos de nosotros mismos.
* * * *
Nota: Aunque uno puede encontrar en las
librerías libros con este mismo título, el contenido de este trabajo está
inspirado en la obra de John Baines “La
Ciencia del Amor”. Editorial Kier. Buenos Aires, 2ª edición 1984. John Baines
es el seudónimo literario del chileno Darío Salas Sommer. Fundador en Santiago
de Chile del “Instituto Filosófico Hermético”. Desde 1988 es miembro de “The
Authors Guild Inc.” Una sociedad de escritotes de Nueva York. También es
fundador y directos del “Darío Salas Institute” de Nueva York, que tiene una
filial en Rusia. Ha sido el fundador de otros institutos cuya finalidad era
difundir la Filosofía Hérmetica y sus principios morales y espirituales en
distintos países, entre ellos España. Autor de numerosos libros, destacan,
además del que se basa este trabajo, “Los Brujos hablan”, el “Hombre estelar” y
otros. Como tantos otros dedicados a difundir este tipo de filosofía y de
conocimiento, por decirlo de alguna manera, ha sido tachado de charlatán y
denigrado por los que “no saben lo que
no saben”, es decir, los ignorantes
sabelotodo.
Nació
en Santiago de Chile un 4 de Marzo de 1935, así que ahora debe tener unos 84
años.
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