lunes, 4 de marzo de 2019

La Enseñanza Esotérica (29)

¿Cómo se convierte uno en “uno mismo”?

Dice la Enseñanza que el Hombre está compuesto por cuatro elementos: cuerpo, alma, esencia y personalidad. Aquí habría que entender que esta “personalidad” no se refiere únicamente a la personalidad que adquirimos a partir de nuestro nacimiento y que se va formando a lo largo de la vida, sino a la “personalidad” que acompaña a la “Esencia” y que se va también formando a lo largo de sus encarnaciones. Otras tradiciones dicen que los elementos que integran un ser humano son: cuerpo, alma y espíritu. ¿Podemos decir entonces que lo que esas tradiciones llaman espíritu sería algo equivalente a la personalidad y la esencia consideradas como una unidad? Toda la información que transmiten esas Enseñanza nos lleva a pensar que “Esencia” y “personalidad” pudieran ser los dos polos o extremos de una única entidad.
(...)
En un remoto pasado, cuando todo comienza de nuevo, por ejemplo, en lo que nosotros llamamos Prehistoria, existía un rito al que luego fue llamado “iniciación”. Este rito se producía cuando en los y las jóvenes iba a acontecer un cambio de estado, no solo biológico, sino psíquico y de conciencia. Ritos (no vamos a entrar aquí en ellos) los hubo, y aún los hay, de muchas variedades y formas que pueden encontrar en innumerables libros de etnología y antropología e Internet. Cuando un niño nace, su cuerpo de bebé, es la expresión de su “Esencia”; ambos son una y la misma sola cosa: un “individuo”, que quiere decir “no dividido”, “indiviso”. Luego, dejamos de ser “individuos”, pues para encontramos “divididos” en nosotros mismos. Así que el bebé recién nacido y durante los dos o tres primeros años, es “Esencia” (por ello n os atraen tanto), ya que ésta no se encuentra separada de su cuerpo físico. El bebé ha nacido como una unidad integrada. Esta “Esencia” ha ido formando, a través de sus encarnaciones, una “Personalidad”, la cual tiene como centro de expresión un “yo” que recibe distintos nombres según las tradiciones, y que le permite a esa “Esencia” o “alma”, poder relacionarse con lo que, aparentemente, es exterior a ella. Luego, generalmente a partir del segundo o tercer año, la “matriz colectiva” comienza, poco a poco, a “entrar” en él, o a “cubrirle”. En la medida que el contenido de esta “matriz social” recubre a la “Esencia”, va surgiendo una nueva personalidad, una “falsa personalidad”, que también tiene un “falso yo”, vulgarmente llamado “ego”. Este “ego” de la “falsa personalidad” se encuentra “desconectado” del “yo” de la “Esencia”. Este “falso ego” se encuentra inscrito en lo que Jung llamo “complejo del ego”. Esta “falsa personalidad” y su “falso ego”, a medida que adquiere las formas externas de la “matriz colectiva” comienza a llenarse de “contradicciones”. Cada época ha desarrollado su propia matriz colectiva y sus propias contradicciones. En el nuestra, por ejemplo, el rol social entra en conflicto con el rol político, y estos con el rol económico, y todos con el rol ético o moral, etc. Así que no somos una unidad, no somos un “individuo”.
Las investigaciones y los trabajos de Jung descubrieron que, desde la propia psique, si se le permite, existe un proceso proyectado por la “Esencia”, y que él llamo “proceso de individuación”, y cuya finalidad es la de volver a ser un “individuo”, un ser integrado. Volver a estar en sintonía con la naturaleza de la que henos sido escindidos y con el Universo al que consideramos como algo ajeno a nosotros.
En las antiguas sociedades, el “rito de la iniciación”, tenía como finalidad volver a renacer a la conciencia de la vida; renacer psíquicamente, transformarse, no desde el punto de vista de la “falsa personalidad”, sino desde el punto de vista de la “Esencia”, permitiendo que ésta vuelva a “crecer” y continuar su desarrollo. En la antigüedad se hablaba de tres nacimientos o renacimientos: el nacimiento a la realidad física; el nacimiento (llamado “despertar”) al conocimiento de lo que realmente somos, un “renacimiento” a la conciencia del “yo” de la “Esencia”; y el nacimiento o renacer a la conciencia unificada que las tradiciones han denominado conciencia búdica, conciencia Crística, etc.
Sobre este término “Conciencia” habría algo que aclarar, sobre todo para saber sobre qué estamos hablando. La generalidad de las gentes suele confundir conciencia con consciencia, y aunque la etimología hace derivar una de la otra, no son lo mismo. Mientras el diccionario de la RAE considera a ambos sustantivos de la siguiente manera.
Consciencia: (Del lat. conscientĭa). 1. f. conciencia. 2. f. Conocimiento inmediato que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones. 3. f. Capacidad de los seres humanos de verse y reconocerse a sí mismos y de juzgar sobre esa visión y reconocimiento.
Conciencia: (Del lat. conscientĭa, y este del griego συνείδησις – “sineydesis”). 1. f. Propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. 2. f. Conocimiento interior del bien y del mal. 3. f. Conocimiento reflexivo de las cosas. 4. f. Actividad mental a la que solo puede tener acceso el propio sujeto. 5. f. Psicol. Acto psíquico por el que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo.
Sin embargo, cuando se pretende utilizar el término consciencia en el sentido de tener la percepción o el conocimiento de algo, el “Diccionario panhispánico de dudas” prescribe que es posible emplear indistintamente ambas formas de escritura. Los términos conciencia y consciencia no son intercambiables en todos los contextos. En sentido moral, como ‘capacidad de distinguir entre el bien y el mal’, solo se usa la forma conciencia: «Mi conciencia fue la más cruel de mis jueces... ¡nunca me perdonó!»; con este sentido forma parte de numerosas locuciones: como tener mala conciencia, remorderle [a alguien] la conciencia, no tener conciencia (‘no tener escrúpulos’), tener cargo de conciencia, etc. Con el sentido general de ‘percepción o conocimiento’, (consciencia) se usan ambas formas, aunque normalmente se prefiere la grafía más simple: «Tengo conciencia de mis limitaciones»”.
En lo que yo conozco de esta “Enseñanza”, la Consciencia es algo que pertenece al “lado externo” del hombre, y que ha ido surgiendo a lo largo de la evolución, desde los homínidos, o quizás desde antes. Es la facultad que nos ha llevado a ser conscientes de nosotros mismos, poder decir, “yo”, y al irnos diferenciándonos de lo que llamamos “mundo externo”. Mientras que la Conciencia, sería un atributo intrínseco de la “Esencia”, realidad que pertenece al “mundo interno”. Aquí hemos de enfrentarnos con un problema: la Ciencia, al no dar realidad nada más que al “mundo externo”, considera que todo lo que llamamos “mundo interno” es un subproducto de la realidad objetiva que constituye nuestra máquina físico-biológica y sus procesos bioquímicos. En cambio, la Tradición Esotérica, viene señalando, desde hace milenios, que es al revés, que lo externo tiene su origen en lo interno, y es un producto de su manifestación. Por ello, todo en la Naturaleza crece desde lo más interior hacia lo más exterior. Y dado que la Esencia es la que posee la conciencia, es esta, la conciencia interior, la que cuando nuestra máquina biológica ha alcanzado un cierto nivel de desarrollo, posibilita la aparición de la consciencia exterior. En esto, el lenguaje y el Diccionario, tienen razón, aunque la Ciencia no “crea” en ello, o carezca de “pruebas” para aceptarlo. Carecer de pruebas no es negar que esto sea así.
Hombres salvajes. Fachada del Colegio de San Gregorio, Valladolid.
Debido a la ignorancia que nos cubre como un pesado manto, la generalidad de las gentes no se acuerda, o mejor sería decir que nada saben, de las distintas tesis que se confrontaron en la Junta de Valladolid de 1550-51 en la que fray Bartolomé de las Casas, representantes de las ideas abiertas de Erasmo, se enfrentó a los círculos más retrógrados y cerrados del alto clero español de la época, en la consideración sobre si los indios y negros tenía o no tenían Alma.
Juan Ginés de Sepúlveda, partidario de la guerra justa contra los indios fue su máximo oponente. Platón, que había sido dejado de lado por la escolástica medieval, y su idea de que todos los seres vivos tienen “alma”, y por ello hablaba del “Alma del Mundo”, había quedado en el olvido. El tan admirado por Don Marcelino Menéndez y Pelayo, el dominico Francisco de Vitoria, considerado padre del Derecho Internacional español, decía cosas como ésta:
“Esos bárbaros, aunque, como se ha dicho, no sean del todo incapaces, distan, sin embargo, tan poco de los retrasados mentales que parece no son idóneos para constituir y administrar una república legítima dentro de los límites humanos y políticos. Por lo cual no tienen leyes adecuadas, ni magistrados, ni siquiera son suficientemente capaces para gobernar la familia. Hasta carecen de ciencias y artes, no sólo liberales sino también mecánicas, y de una agricultura diligente, de artesanías y de otras muchas comodidades que son hasta necesarias para la vida humana.”
Aunque más radical es fray Ginés de Sepúlveda, quien en su “Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios”, no se cansa de buscar motivos para justificar el sometimiento de los indígenas americanos. Deposita sobre ellos, además de la manida falta de razón, todos los vicios y defectos que es capaz de imaginar. Les llama hombrecillos con apenas vestigios de humanidad. Para todo ello, se apoya en Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás de Aquino y pasajes sacados de la Biblia. De muestra, un párrafo:
“Con perfecto derecho los españoles ejercen su dominio sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales, en prudencia, ingenio y todo género de virtudes y humanos sentimientos son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las mujeres a los varones, como gentes crueles e inhumanos a muy mansos, exageradamente intemperantes a continentes y moderados, finalmente, estoy por decir cuánto los monos a los hombres.
La justa guerra es causa de la justa esclavitud, la cual, contraída por el derecho de gentes, lleva consigo la pérdida de la libertad y de los bienes.”
Ante tales cerrazones mentales, a las que tanto somos dados los españoles, el Papa Pablo III publicó, el 2 de junio de 1537, una Bula, la “Siblimis Deus”, prohibiendo la esclavización de los indios, en cuanto que son hombres. También declaró que tenían derecho a su libertad, a disponer se sus posesiones y, a la vez, tenían derecho a abrazar la fe, que debería serles predicada con métodos pacíficos, evitando todo tipo de crueldad. Lo del “derecho a abrazar la fe” seguramente fue porque aquellos cerriles y retrógrados de la Junta de Valladolid, predicaban que, puesto que no tenían alma, para que iban a ser evangelizados y que, como animales que eran, solo cabía esclavizarlos.
Que la conciencia es algo que forma parte del Alma o de la “Esencia” y que todos los seres vivos la poseen, desde la célula al hombre, es algo que ya ha sido expresado por numerosos investigadores. No el alma, sino que los animales poseen conciencia. Aunque yo intuyo que lo piensan desde la perspectiva de que ésta, la conciencia, sigue siendo el resultado del metabolismo de un ser vivo.  Hace algunos años, el 7 de julio de 2.012, científicos destacados en diferentes ramas de las Neurociencias, se reunieron en la Universidad de Cambridge para celebrar la “Francis Crack Memorial Conference 2.012”, la cual trató sobre Conciencia en Animales Humanos y no Humanos. Al acabar la Conferencia se firmó, en presencia de Stephen Hawking, la “Cambridge Declaración On Consciusness (Declaración de Cambridge sobre la Conciencia)”, la cual resumió lo que en ella se discutió y se acordó. En ella se dice:
“…decidimos llegar a un consenso y hacer una declaración para el público que no es científico. Es obvio para todo este salón que los animales tienen conciencia, pero no es obvio para el resto del mundo. No es obvio para el resto del mundo occidental ni el lejano Oriente. No es algo obvio para la sociedad” (El subrayado es mío.)
Philip Low, en la presentación de la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, 7 de julio de 2.112
Si les digo la verdad, me quedé impresionado por esta declaración, aunque no me dejé engañar. Cuando estudiaba Historia de la Ciencia descubrí que hacia 1932, solo eran conocidas estas partículas elementales: el protón, el neutrón, el electrón y el fotón. Después de detectar un déficit de energía en la desintegración beta (b) del radón, Bohr se encontraba dispuesto a “sacrificar” algo tan fundamental para la Física de entonces, como era el Principio de Conservación de la Energía, en la realidad subatómica, con tal que la “teoría” cuadrase. Pauli se negó y su paciencia le llevó a descubrir el neutrino en 1956. Esta “postura” de Bohr no es algo aislado, solo ilustra como los “científicos” “ajustan” sus teorías con los experimentos que pretenden demostrarlas, para que las cosas concuerden con lo esperado o lo expuesto en la teoría.
Todo el mundo da por supuesta la “excelsitud” de la Ciencia a la hora de proclamar sus ventajas. Su “superioridad” es considerada como un artículo de fe, hasta el punto de no diferenciarse, sus dogmas científicos, de los preceptos dogmáticos de una religión. Si intentamos hablar de magia, astrología o mitos en una clase de Física, seremos vilipendiados. Aceptamos, copernicanamente, la cosmología científica, tal como un creyente acepta la virginidad de María, literalmente. Es cierto que, en el siglo XVII, la ciencia fue una fuerza liberadora que permitió que nos sacudiéramos de encima las “pulgas” de los dogmas eclesiásticos, pero ello no se debió a que estuvieran en posesión de la “verdad”, sino porque era la ideología dominante de ese momento, como nueva religión del nuevo Estado que se estaba fraguando. Hoy día, la antropología cuestiona todas las concepciones del mundo, menos la científica. De la misma manera cuestiona todo lo que se refiere a una evolución de la conciencia.
Ya se ha señalado que “Individuación” significa “hacerse individuo, en tanto que por individualidad entendemos nuestra más íntima, última en incomparable particularidad” hasta alcanzar lo que Jung llamó “si-mismo.” “Individuación” no significa individualismo es un sentido egocéntrico y limitado de esa palabra. Individuación convierte al hombre en un ser “Uno”, y no solo una vez. También significa que lleva a cabo su “particularidad”, como ser individual y colectivo con los que se relaciona a través de la conciencia y el inconsciente. Como asume su “saber propio” en contra del “saber del colectivo”, constituye un peligro pala la “matriz colectiva”.
Son varios los rasgos que nos identifican como seres “dormidos”. El primero de ellos es que no somos una entidad única, sino muchas. Por ello se nos insta a que unifiquemos nuestro ser. Luego, nos define la ausencia de un “yo permanente. Normalmente pasamos la vida poniéndolos y quitándonos caretas según sea el rol que queremos representar y que imagen pretendemos ofrecer en cada momento. También nos caracteriza el hecho de pasarnos la vida imaginando lo que queremos ser, en vez de ser lo que realmente somos. Tampoco hay que olvidar nuestras emociones negativas y nuestra obstinación, siempre en lucha contra la voluntad. Pero el principal y más inconsciente de nuestros rasgos es nuestro comportamiento mecánico, sobre el carecemos de la más mínima conciencia. Estos rasgos, y muchos otros, definen el estado de nuestro ser y explican por qué nunca somos Uno y nunca somos el mismo. Cada uno de estos rasgos pueden y deben ser cambiado si queremos que nuestra “Esencia” o Conciencia evolucione. Debemos saber que un pequeño cambio en un rasgo significa también un cambio en los demás.
La Tradición dice que somos nosotros, después de conocernos, los que debemos cambiarnos a nosotros mismo. Nadie puede hacerlo por nosotros. Esto se logra cuando logramos llevar a cabo una división interna entre lo que “yo” soy realmente y todo lo demás llamado, en mi caso, Alfiar. Mientras siga creyendo e imaginando que “yo soy Alfiar, nada cambiará. Ese “yo” pertenece a la “Esencia”, es aquello con lo que nacemos, y ella contiene nuestras capacidades e incapacidades. Tiene que ver con el “tipo” de ser que somos, y también con el cuerpo físico que hemos desarrollado.


No es posible trabajar directamente sobre la “Esencia”. Hemos de comenzar a hacerlo por aquello que la recubre: nuestra personalidad más externa. La Esencia o Alma también tiene su “personalidad”, la cual va modificándose conforme incrementa su conciencia. El problema es que esta personalidad del alma es, enseguida, sustituida por una “falsa personalidad”, creada por la “matriz colectiva” a partir de nuestra realidad exterior con su consciencia exterior. Cuando comenzamos a trabajar sobre nosotros mismos, nuestro “centro magnético, un “atractor”, que puede estar ya en la Esencia (o si no habrá que crearlo) atrae, hacia el ser que realmente somos, a lo que la Enseñanza llama “yo observador”. Un delegado del yo esencial. Al principio, él será el encargado de “enseñar” al resto de la personalidad y, también, a la Esencia.
Este aprendizaje no depende tanto del “peso” que tenga esta personalidad, como de su propio estado de ser, de si su nivel de ser.  Dado que “conocimiento” y “ser” son las dos caras de una misma realidad, son inseparables, por lo que deben funcionar juntas en nuestro desarrollo, han de trabajar con el otro par de opuestos que son la Esencia y la personalidad (generalmente secuestrada por la falsa personalidad, el falso yo). Estas dos monedas o estos dos pares de opuestos funcionan en escalas diferentes. 
Jung señala que el “proceso de individuación” es algo espontáneo, natural y autónomo y, potencialmente, se encuentra dentro la psique humana. Pero advierte que ese “camino” no puede ser seguido por todos, pues requiere, frente a la pulsión de los contenidos del inconsciente, de integridad y de control. Jolande Jacobi (1890-1973), psicóloga suiza-alemana que trabajó con Jung, comenta sobre esto:
“El curso de la individuación ha sido descrito a grandes rasgos y muestra unas leyes formales. Consiste en dos grandes estadios que llevan signos opuestos y se condicionan y complementan recíprocamente: el de la primera y el de la segunda mitad de la vida. El primero tiene como tarea la <<iniciación de la realidad externa>>, y se cierra con la firme configuración de yo, la diferenciación de la función principal, el modo de enfoque dominante y el desarrollo de una persona correspondiente; en definitiva, tiene como objetivo la adaptación y ordenación del hombre en su mundo. El segundo conduce a una <<iniciación en la realidad interna>>, a un profundo conocimiento del <<sí mismo>> y a un conocimiento del hombre, una <<reflexión>> sobre los rasgos del ser, que hasta entonces habían quedado o se habían hecho inconscientes; a su concienciación y, por ello, a una ligazón consciente interna y externa del hombre con la estructura del mundo, telúrica y cósmica.” (La Psicología de C.G.Jung, pg., 165)
Cuanto más grande es una comunidad, y las actuales son descomunales, y cuanta más influencia tienen los factores colectivos, sustentados generalmente por prejuicios conservadores (lo común a todo organismo que tiende a sobrevivir), en detrimento del “individuo”, tanto más queda éste anulado y constreñido en su proceso psíquiconatural”. Con ello, “lo individual” cae en el inconsciente, donde, por ley psicológica, se convierte en lo “malo”, “destructivo” o “anárquico”. En una sociedad como la nuestra, el “individuo” está condenado a sucumbir. El proceso de “erradicar” lo “individual” por parte de la “matriz colectiva”, comienza en la escuela, continua en la universidad e inunda (en palabras de Jung) “todo aquello donde mete mano el Estado.” En las comunidades tribales indígenas, la libertad individual estaba garantizada de forma relativa, y con ello la existencia de una responsabilidad consciente.
“[…]un ser humano de hoy [mediados del siglo pasado] que responda más o menos al ideal moral colectivo ha hecho de su corazón una cueva de asesinos, lo que puede mostrarse sin dificultad por el análisis de su inconsciente, aun cuando él mismo no experimente por ello molestia alguna. Y, en la medida en que se <<acomoda>> de modo normal a su ambiente, tampoco experimentará molestia antes las máximas sevicia [crueldad excesiva, malos tratos] de su sociedad, con tal que la mayoría de sus semejantes crea en la alta moralidad de su organización social. Ahora bien; lo mismo que he dicho acerca del influjo de la sociedad sobre el individuo vale también para el influjo del inconsciente colectivo sobre la psique individual. (…) este último influjo resulta tan imperceptible como perceptible es el primero.” (Jung. Las relaciones entre el yo y el inconsciente, pag. 45).
Si “individuación” es el proceso a través del cual nuestra “personalidad individual” (la que pertenece a la “Esencia”) se diferencia y separa de la “personalidad colectiva”, es evidente que necesitamos de una profunda reflexión para darnos cuenta de lo sumamente difícil que es “descubrir” nuestra verdadera “individualidad”.
La “máscara” con la que se recubre la “falsa personalidad”, no es real, “finge individualidad” haciendo creer a los demás, incluso a sí misma, que es un individuo. Comenta Jung, desde su comprensión, pues el mismo pasó por ese estado, que el “derrumbe de la actitud consciente no es algo insignificante”, pues “constituye una destrucción” del mundo interior de la “falsa personalidad”. Por ello, “uno se siente abandonado, desorientado, un barco a la deriva…” Uno a caído en el inconsciente colectivo y éste, por lo general, toma el mando.
También puede ser que el “derrumbe” suponga una catástrofe que destruya nuestra vida. Aunque, a veces, una “idea salvadora”, o una “visión interior”, incluso una “voz interior” nos proporciona una orientación nueva. Jung señala que la primera posibilidad “significa paranoia o esquizofrenia”; la segunda nos lleva a una “excentricidad con aires proféticos o a un infantilismo que se escinde empero de la comunidad cultural.” El tercer caso significa “la restauración regresiva de la persona.” De ahí que la “individuación”, solo pueda significar “un proceso de evolución psicológica que realiza las determinaciones individuales dadas, o, en otras palabras, constituye al ser humano como ese ente singular que es. (o.c., pg., 65 y ss)”.
Los arquetipos que, según Jung, marcan el “proceso de individuación” vienen ilustrados por una serie de “imágenes”. El primero de ellos es la “Sombra”, esa parte de uno mismo que ha sido rechazada desde la consciencia. Su desarrollo ha ido paralelo al desarrollo del “yo”; cualidades que éste ha dejado de lado o ha reprimido y que ya no forman parte de la vida consciente. “Todo individuo es seguido de una sombra, pero cuanto menos es ésta incorporada a la vida consciente de aquel, tanto más negra y espesa es.” (Jung, Psicología y religión, pg.,112).
La segunda etapa del “proceso de individuación” viene marcada por el encuentro con la “imagen del alma”, imagen a la Jung llama “Ánima” y “Ánimus”. Estas imágenes corresponden a la parte sexual complementaria de nuestra psique. Ambas imágenes nos muestran como como se encuentra formada nuestra relación personal con el sexo contrario. Un dicho popular nos recuerda que todo hombre lleva dentro de si su Eva y que toda mujer lleva interiormente su Adán. La “imagen del alma” no es unívoca, sino que puede manifestarse como dulce doncella, diosa, bruja, ángel, demonio, mendiga, prostituta, compañera, mujer fatal, etc.; aunque la primera portadora de la imagen del alma es la madre. También, esta imagen se encuentra en una relación directa con la condición de la “persona” del individuo. Si, por ejemplo, la “persona”, como mediadora entre el “yo” y el “mundo exterior”, es un intelectual, la imagen del alma será sentimental.
Antigua Sabiduría
     La tercera etapa se manifiesta a través de los arquetipos del principio espiritual y material.
“Cuando todos los peligros de la confrontación con la imagen del alma se han salvado, asciende entonces al inconsciente nuevos arquetipos, que obligan al individuo a nuevos acuerdos y actitudes. […] El inconsciente es pura naturaleza, desprovista de propósito, tan solo con una <<capacidad potencial de dirección>>, pero, por una organización interna invisible para nosotros, posee un saber a dónde va, latente.” (J.Jacobi, o.c., pg., 186).
La imagen, pintada por un paciente de Jung, nos muestra el arquetipo de la “Antigua Sabiduría”, la personificación del “principio espiritual”. Su contrafigura, en la mujer, es la “Magna Mater”, representante de la Madre Tierra, la “fría y objetiva verdad de la na naturaleza.” De lo que se trata es de llegar a entrar en relación, no la parte de otro sexo de la psique (ánima y ánimus), sino con aquello que da forma al propio ser. La “Antigua Sabiduría”, representada por una imagen “masculina”, nos ofrece una mirada vuelta hacia el interior; sus rasgos inmóviles, expresan la alta espiritualidad, que se confunde con la naturaleza. Hombros y pecho se han convertido en tierra, cubiertos de hierba y musgo, que alimentan a los pájaros de Afrodita que simbolizan la dualidad del “bien” y el “mal”. Detrás de la cabeza, el disco solar, apunta al “logos” y en sus manos sostiene la joya del “si-mismo”, pues este arquetipo de la Vieja Sabiduría se corresponde ya con las figuras del “si-mismo” en su mitad masculina.
Magna Mater
 La “Magna Mater” (imagen arriba), representante del Universo, como muestra su manto recubierto de estrellas e iluminada por la luna creciente, contempla llena de compasión a la pobre criatura que estrecha con sus grandes manos hasta hacerla sangrar por sus profundas heridas.
“El sufrimiento producido por el desgarramiento originado por los pares de opuestos de contrarios de la esfera superior e inferior de su ser y el sufrimiento de la tensión así engendrada presenta la vida, en efecto, como un martirio, pero también como una condición previa para renacer en el hijo como símbolo de <<si misma>> e iluminar con los rayos del sol las profundidades insondables del fondo primitivo en el seno del mundo. La tensión contraria, y que como todo arquetipo entraña también, se representa aquí con toda claridad.” (J. Jacobi, o.c., pg., 187. Las dos imágenes anteriores pertenecen a esta obra).
Llegar hasta aquí significa que la “sombra” se ha hecho conciente, lo sexual contrario se ha diferenciado en nosotros, igualmente ha quedado clara nuestra relación con la naturaleza más primitiva y con el espíritu. La doble faz de lo profundo del alma ha sido conocida, y el engreimiento del espíritu ha sido extirpado. Nos encontramos en las capas más profundas del inconsciente tal y como nos muestran estas imágenes arquetípicas en las que la unión entre ambos sistemas psíquicos parciales, el consciente y el inconsciente, en un punto central común llamado “si-mismo”. Para Jung, solamente cuando ha sido encontrado e integrado este punto central es cuando se puede hablar de un hombre “completo”.
“Cuando más consciente es uno de sí mismo merced al conocimiento de sí propio y de la conducta correspondiente, tanto más se reduce aquella capa del inconsciente personal localizada en el inconsciente colectivo. De este modo nace una conciencia que ya no se halla intimidada en un mezquino y personalmente sensible yo-mundo, sino que participa de un mundo más amplio, el mundo de los objetos. Esta conciencia amplificada ya no es tampoco aquella madeja de ambiciones personales, deseos, temores y esperanzas que tiene que ser compensada por tendencias contrarias personales inconscientes o acaso corregida, sino que es una función de relación vinculada al objeto, al mundo exterior, que pone al individuo en relación indispensable, obligatoria e indisoluble con el mundo exterior.”  (Citado por J. Jacobi. O.c., pg., 191).
Tal “renovación de la personalidad es un estado subjetivo, cuya existencia real no puede ser certificada por ningún criterio exterior; resiste a todo intento de descripción y explicación, y tal solo el que ha realizado esta experiencia es capaz de comprender y atestiguar su realidad”. (Jung, Psicología y Alquimia, pg.209).

Este esquema pretende ofrecer una idea de la totalidad de la psique. Sitúa el “si-mismo” en el centro, entre la conciencia y el inconsciente, participando de ambos, pero engloba a los dos con su corona radiada, pues, el “si-mismo” no es solo el punto central, sino también la circunferencia que incluye la conciencia y el inconsciente; es el centro de la totalidad psíquica, al igual que el “yo” es el centro de la conciencia.


     El dibujo anterior, elaborado por una paciente de Jung, es un reflejo de la totalidad psíquica tal y como se manifestó en el curso de su tratamiento analítico. El pájaro azul simboliza la esfera de la conciencia; el fuego con la serpiente, el dominio del inconsciente; el pequeño círculo amarillo del medio es el centro del “si-mismo”, situado entre la parte femenina del alma (el campo negro con el huevo blanco) y la parte masculina (el campo blanco con el huevo negro), rodeado de la corriente de la vida, que une y baña todos los círculos. El “si-mismo” solo tiene un contenido que nosotros podamos conocer: el “yo”. “El yo individualizado se percibe a sí mismo como objeto de un sujeto desconocido y superior.” (Jung). El resto de los contenidos del “si-mismo” se encuentran más allá de nuestras capacidades de conocimiento, por ello solo podemos “vivirlos”. Jung lo caracteriza como “una especie de compensación del conflicto existente entre lo interior y lo exterior”, siendo éste conflicto un “objetivo” en nuestra vida, “porque es la más completa expresión de la combinación del destino que se llama individuo, y no solo un hombre aislado, sino de un grupo entero, en el cual uno completa al otro formando la imagen total.” (Jung, El yo y el inconsciente. pg. 229).
Este proceso no es accesible a la conciencia a no ser que se tenga una técnica y un conocimiento psicológico específico, así como una especial actitud. El “proceso de individuación” es el método que descubrió Jung para acceder al conocimiento y regulación de uno mismo. Igualmente constituye un camino para la formación del “carácter” que sostenga una conciencia superior y una nueva visión del mundo.

       La imagen arquetípica de este acontecimiento ya era conocida por los alquimistas, que ellos llamaron “coincidentia opositaron” o unión de los opuestos. El símbolo de la Conniutio o Conjunción aparece cuando lo intrapsíquico, es experimentado como real en el mundo exterior.
       Lo que tanto la imagen de una paciente de Jung como la alquimista nos muestran es el hecho de se ha alcanzado el equilibrio entre el “yo” y el “inconsciente”. Las representaciones simbólicas con las que, en Oriente, aluden a este equilibrio se llaman “Mandalas” o “círculos mágicos”.
Nuestro Trabajo, un trabajo interior y psicológico, es con nuestra personalidad. Cuando ésta llega a hacerse más pasiva, el Trabajo alcanzará a la Esencia. Nuestra personalidad, la “falsa personalidad” es un “artificio” que hemos ido construyendo a lo largo de nuestra vida; pero la Esencia es algo real. No toda la personalidad es un artificio, recordemos que la Esencia ya posee una personalidad, por ello no todos los “yoes” pertenecen a la falsa personalidad, algunos pertenecen a la Esencia. Lo que es común a ambos es que todos los “yoes” se encuentran conectados a los mismos Centros, por ello también en la Esencia hay “yoesmentales, motores, instintivos… Un “falso yo” es, simplemente, un deseo. Todos los yoes desean algo.
La Esencia procede de “otro nivel” simbolizado metafóricamente como “lo alto”, “arriba”, “el Cielo”. Para encarnar, se “viste” con un cuerpo que ha sido construido con los materiales y la información que han aportado sus padres humanos. Ello ya impone un límite a la Esencia. A través de ese cuerpo, la Esencia se pone en contacto con el mundo y con la Vida. El cuerpo posee una herencia biológica, no solo de sus padres sino de todo el “fylum” humano que se remonta a los primeros seres unicelulares. Ese cuerpo se desarrolla en tres dimensiones y la herencia biológica recibida lo hace en una cuarta dimensión: el tiempo, la línea de los ancestros.
Aunque la Esencia se encuentre íntimamente compenetrada con el cuerpo físico, ella no es “cuerpo”. El cuerpo muere, la Esencia no. Es la mente de nuestros sentidos externos la que hace que nos tomemos a nosotros mismos solamente como un cuerpo visible, y es ella la que “imagina” que cuando este cuerpo muere, todo termina y ya no hay nada más. También es la que “impide” que nos recordemos, que recordemos lo que realmente somos: un ser complejo formado por cuerpo, alma, Esencia y personalidad. Para la mente sensorial todo esto solamente son tonterías, idioteces, insensateces, niñerías, fantasías, cuentos de hadas, cosas que carecen de sentido…, porque, ¿alguien ha visto (sentido externo de la vista) alguna vez el Alma o la Esencia? La Esencia es algo que se mueve entre las dimensiones.
La “mente sensorial”, para relacionarse con lo que llamamos el mundo exterior, ha creado los lenguajes que conocemos, incluso los sofisticados lenguajes de la Ciencia. Pero estos lenguajes no sirven para describir ninguna de las realidades internas que configuran al hombre ya sus manifestaciones. De ahí que desde la Antigüedad se haya creado un “lenguaje híbrido”, un lenguaje que usa el “lenguaje literal” para intentar transmitir, a través de parábolas y símbolos, otro tipo de realidad, puesto que esa mente enfocada hacia lo exterior, solo puede captar ese otro lenguaje de forma “psicológicamente”, no racionalmente. "Por eso les hablo en parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden." ¿Qué sucede si el hombre no quiere cambiar? En principio, nada. Pero si él cambia, el Universo cambia y también lo hará su sentimiento de “Yo”.
Escuchar, por ejemplo, escuchar esta enseñanza, es una cosa y Pensar, pensar sobre lo que ella contiene, es otra muy distinta. Escuchar es algo externo, pensar es algo interno. Y este Trabajo, que es algo mental, sirve para conectarnos con nuestra realidad interna. Solo desde la mente podemos modificar nuestro pensar. Nuestra mente es la primera puerta que hemos de atravesar. Aquí si somos verdaderamente libres para elegir, y todos deberían respetar esa elección.
Pero el hecho de que algo como la Enseñanza Esotérica haya existido, es una señal de que también existe la posibilidad que el hombre, cada uno de nosotros, si quiere y esa es su voluntad, pueda “despertar”, pueda “nacer de nuevo” o “renacer”, o “nacer por segunda vez”, pueda “volverse como un niño”. Y si, simbólicamente, “niño” es igual a Esencia, hemos de nacer o renacer a lo que en verdad somos, Esencia. Lo que significa que, si el “niño” es la Esencia, debemos convertirnos en “Esencia”. Cualquier Enseñanza Esotérica, por muy deteriorada que esté, siempre trata de éste desarrollo interior que le es posible realizar al hombre. Las Parábolas dicen también que la Esencia no podrá crecer a no ser que sea fertilizada por el Verbo, la Enseñanza o la Palabra que proviene de un lugar más conciente y que debe ser sembrada en el hombre.
Cuando, atravesando capa tras capa de la Falsa Personalidad, el Trabajo llega hasta la Esencia, ésta se vuelve activa. La "palabra” se hace espermática y la impregna; entonces comienza a crecer y desarrollarse. Si comparamos la Esencia con la galladura en el huevo, la personalidad sería la yema y la clara. Cuando el huevo es fertilizado la galladura crece y consume la yema y la clara. El resultado es un ser vivo.

Señala el Trabajo que, si somos como Narciso, si nos encontramos prendados de nosotros mismos, nunca cuestionamos nuestra propia importancia, nunca seremos capaces de ascender por la Escala del Ser hasta un nivel superior de desarrollo. La Enseñanza también señala el siguiente hecho: si un número suficiente de seres humanos se desarrollan a sí mismos, más allá de lo que es necesario para existir y sobrevivir en la tierra como “vida orgánica”, elevándose en la Escala de Ser, hasta el nivel simbolizado como “cielo”, entonces recibirá “algo”. Y con ese fin, una cierta clase de instrucciones o Enseñanza, fue “sembrada” en la Tierra, el lugares y épocas diferentes. Algo que aún se sigue produciendo. El problema es que el “hombre dormido” no puede alcanzar esas “influencias”. Nuestro nivel de inteligencia normal no es suficiente; tampoco el nivel de nuestra conciencia.

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