domingo, 24 de marzo de 2019

El lado oscuro del Amor (1)

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La ignorancia


Veamos primero que significa esta palabreja. “Ignorancia”, sustantivo del verbo "ignorar", procedente del latín “ignorare”, significa "no saber"; a su vez es un derivado negativo de la raíz “gnō de (g)noscere que significa "saber". Suele entenderse de forma general como falta de conocimiento acerca de un asunto determinado.
(...)

Esto se puede entender en dos sentidos:
- En un sentido absoluto: Ignorancia o ignorante, aplicado sin matices y en sentido absoluto a una persona o grupo social, equivale a un insulto que manifiesta una degradación en la escala social y en la valoración individual.
Y como un contenido concreto: Cuando se aplica a un contenido concreto significa «no saber algo determinado», frente al conocimiento de otras muchas cosas o «tener un conocimiento imperfecto sobre…»
En este segundo sentido es donde el concepto de ignorancia adquiere toda su dimensión en su referencia al conocimiento, transformándose en una herramienta para conseguirlo.
No se trata, entonces, de una «ausencia de», sino de una «carencia de» o de una «imperfección» respecto de un conocimiento adecuado.
De entrada, quiero señalar que todo lo que vamos a ver son “generalidades” y, como tales, no se pretende particularizar en ningún sentido. Sobre estas generalidades, cada uno/a deberá trabajar en la particularidad propia que haya sido capaz de “observar” en si mismo/a. Sobre todo, en las “justificaciones” que pueda dar por lo que pueda sentirse aludido.
Hay cosas que el hombre desconoce o no conoce (por mucho que uno quiera aparentar lo contrario, uno no puede saber aquello que no sabe, aunque actúe como si lo supera), y cuando se encuentra ante ellas se limita a improvisar o deja que sus instintos actúen. Una pregunta: ¿recuerdan a alguien que nos haya enseñado alguna vez “higiene emocional”? ¿Alguien nos haya enseñado a “amar”? Que yo sepa, la enseñanza de esta asignatura no se imparte en ningún centro de enseñanza de todo el planeta. Usualmente dejamos que la “pasión”, o la “emoción amorosa”, fluyan libremente (cuando lo hacen) como un grifo abierto y “choquen” con la energía equivalente que proviene de la pareja (o de algún otro como madre, padre, hermano, amigo/a…), mientras ambos se entregan al deleite que tal embestida pueda producir.
¿Es esto suficiente y satisfactorio para mantener enlazados a dos personas? El elevado índice de separaciones nos señala que no es así. Ni siquiera los votos religiosos, o la moral imbuida de cuidar a los hijos, o la “falsa moral social”, es suficiente para ello. No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta que la gente desconoce los que es el Amor y, mientras lo ignore, nunca logrará cumplir sus expectativas de felicidad. Nuestra “ignorancia” a este respecto viene causada por una deficiencia. La “Matriz colectiva” elude enseñarnos algo sobre ello y, lo terrible, es porque seguramente ella no lo sabe tampoco, o puede que por otros oscuros motivos no le interese.
Si, en cambio, se nos dice que la “felicidad” es una necesidad básica de todo ser humano (aunque tampoco se nos “enseña” que es ni se nos educa en ella), de ahí que tengamos que buscarla, a nuestra libre interpretación, para incorporarla a nuestra realidad, a fin de “realizarnos” como individuos. Sin embargo, en la práctica, esa búsqueda de felicidad constituye una de las mayores fuentes de frustración y desamor. Esa frustración genera poco a poco “inhibición” y “alejamiento”, lo que a su vez engendra amargura, agresividad, desdicha, envidia, autodestrucción, soledad, vacío… De hecho, son muy pocos los que logran alcanzar algún tipo de “felicidad” en relación con un amor auténtico.
Un análisis somero pone en evidencia nuestra incapacidad para amar, así como la incapacidad de la mayoría de los seres humanos. Tal fracaso debe buscarse, por una parte, en la “ignorancia” de las parejas para establecer una relación consciente por parte de ambos y, por otro, de un pesado saco de errores, prejuicios y falsedades que se repiten generación tras generación y que mimetizamos de forma inconsciente. De hecho, el conocimiento que la gente posee del amor, no pasa de ser una idea llena de caprichosas y egoístas fantasías.
Cuando las “fantasías amorosas” no coinciden entre los intereses que integran la pareja, estas se desilusionan, frecuentemente en un tiempo breve. Si sus fantasías son similares, la “disolución” se hará más lenta y penosa, llegando a producir fuertes dramas emocionales y psicológicos. Son los lacerantes dramas amorosos cotidianos. En ambos casos, todo termina “enfriándose” y, a la vez, con el frío, el cansancio y la muerte. El frío es cansancio.
Cuando en el “Trabajo Interno” se habla que es necesario renunciar a las ilusiones y a las fantasías, se refiere a esos “sueños fantasiosos” que todos tenemos, y que están motivados por nuestros más ocultos deseos y temores. Al igual que un niño/a sufre para convertirse en una mujer o un hombre (a veces solo una imitación de hombre o mujer), el “amado/a”, cuando se encuentra aquejado de la “enfermedad” del sueño y la quimera, debe transitar un proceso doloroso para sanar su mal.
Pero: ¿cómo se persuade a la gente que el construir “castillos en el aire” les lleva ineludiblemente a la infelicidad y el dolor? Sobre todo, cuando la gente considera lo “no-fantasioso” (¿realista?) como un sacrificio; es decir, como si el hecho de ser realista implicara renunciar a cosas muy queridas. O, a la inversa, se tenga que renunciar a expectativas concretas y reales para poder así satisfacer un romanticismo fantasioso. Lo reconozcamos o no, todos tenemos una gran dosis de fantasía que proyectamos en la pareja o en algún otro/a.
Por desgracia, nuestra “sabiduría”, en lo que respecta a la pareja, se limita al conocimiento de las diferencias anatómico-genitales, teniendo una supina ignorancia respecto en que se diferencian un hombre y una mujer a nivel psíquico o del alma, así como a la constitución de los diferentes cuerpos (físico, psíquico, mental, etc…) que nos constituyen, ateniéndose además a la cultura de cada uno.
Es fundamental comprender que “masculino” y “femenino” no representan una simple diferencia de género, sino que son “principios” de la polaridad del Universo. El hombre irradia el principio activo de “Dios”, del “Campo” o como quieran llamarle; y la mujer, lo pasivo o concebidor de la Naturaleza, el principio pasivo de esa Divinidad (consideren que “Dios” y “Divinidad”, incluso el concepto de la física “campo”, solo son símbolos de “algo” que desconocemos). Se necesita conocer y comprender, por lo tanto, en que se asemejan y en que se diferencian el hombre y la mujer para que pueda existir entre ambos una auténtica comunicación. Es bastante común que el hombre subestime a la mujer a causa de una incontable cantidad de ideas equivocadas, de prejuicios y miedos inconscientes. Lo mismo podría decirse de la mujer respecto al hombre.
Uno de los principales requisitos para formar una verdadera pareja sin “oscuridad” es permitir que la relación se fundamente en un plano de “igualdad”. Por “igualdad” hay que entender, esotéricamente hablando, no solo el nivel físico, sino también el nivel del EGO, el nivel Mental y el nivel Astral o emocional.
Durante la etapa patriarcal, y por comodidad y salvo excepciones, la mujer se ha acostumbrado a transferir su responsabilidad al hombre. Aunque las dos posibilidades siempre estuvieron presentes: o se convierte en la protegida del hombre poniendo un fin prematuro a sus posibilidades de evolución, o se pone al mismo nivel de igualdad social, asumiendo sus propias responsabilidades. En esta sociedad patriarcal, el varón también tiene la responsabilidad de comprender lo que significa “igualdad”, incluso igualdad social. Si ambos no crean unespacio o campo matrimonial” que sea más importante que las particularidades subjetivas de cada uno, y donde esa “igualdad” se desarrolle, nada se conseguirá.
Por otro lado, mujer y hombre no son enteramente femeninos o masculinos al cien por cien. El hombre solo posee ¾ de energía masculina y ¼ de energía femenina. Los mismos porcentajes valen para las energía femeninas y masculinas de la mujer. Esto es un porcentaje estándar. Esos porcentajes pueden variar, y de hecho lo hacen, en el transcurso de las vidas, de acuerdo con múltiples factores energéticos, del alma, planetarios y otros. También varía a lo largo de la vida.
¿Qué representa ese porcentaje de energía contraria que tiene cada miembro de la pareja?
Lo “masculino” en la mujer, contemplando solo el lado “oscuro”, que es el que aquí nos interesa, significa: volubilidad, brusquedad, amargura, matriarquismo, celos, orgullo, vanidad, envidia, verborrea, agresividad, espíritu de posesión, frigidez sexual, frigidez emocional, mal genio, lenguaje soez, mojigatería, ansia de poder, pereza, egoísmo, hipocresía, irresponsabilidad, histeria, autocompasión, sadismo, odio, impulsos destructivos, morbosidad fantasiosa, deslealtad, narcisismo, capricho. Lo miren por dónde lo miren, esto es mucha “oscuridad”.
Lo “femenino” en el hombre: fanatismo, apasionamiento, sensualidad, debilidad de carácter, fanfarronería, narcisismo, deslealtad, mojigatería, egoísmo, histeria, vanidad, orgullo, celos, prepotencia, mal genio, machismo, carácter voluble, odio, carácter explosivo, agresividad física y oral, irresponsabilidad, envidia, masoquismo, pereza, comodidad, abulia, hipocresía, exhibicionismo, falta de autodominio, fantasía, rigidez emocional y mental, avaricia, subjetividad, cobardía. (Así lo e3xpresa John Baines en su libro “La Ciencia del Amor”).
Tampoco debe extrañarnos que muchas de las características que son “masculinas” en la mujer, sean “femeninas” en el hombre, y viceversa, ya que su condición de género no reside en la característica misma, sino en relación a cómo se manifiestan en cada uno.
También podemos conocer las cualidades “femeninas” en la mujer y las “masculinas” en el hombre, ahora desde el lado luminoso.
Lo “femenino” en la mujer representa y tiene a manifestarse como: amor, suavidad, dulzura, equilibrio, franqueza, naturalidad, autodominio, comprensión, poder generador equilibrado (libido), imaginación limpia y controlada, amistad, lealtad, objetividad, humildad, seguridad, responsabilidad, realismo, generosidad, armonía, prudencia.
Lo “masculino” en el hombre como: valor, modestia, humildad, responsabilidad, franqueza, autodominio, seguridad, actividad, fuerza controlada, ausencia de celos, no machista, rectitud moral, razonamiento lógico, capacidad de comprensión, flexibilidad emocional e intelectual, armonía, equilibrio, espiritualidad, inteligencia, carencia de prejuicios, solidez mental y psicológica.
Estas características nos permiten conocer de una forma sumaria aquello que nos viene de nuestro polo opuesto. Es necesario entender también que los aspectos “positivos” de cada polaridad pocas veces se manifiestan. Lo que hace que una mujer o un hombre sientan celos, agresividad, amargura o histeria, se debe a la vaguedad o indefinición que cada uno tiene con su propia polaridad.
Estas características, masculinas y femeninas dan lugar a un doble fenómeno:
A.   La presencia en todo individuo de una cantidad de energía de polaridad opuesta a su sexo, la cual se encuentra en estado latente.
B.   El comportamiento psicológico que esta fuerza induce. Es aquí, en este fenómeno tan simple, que radica el secreto del comportamiento libidinoso e inconsciente de todo ser humano.
Podemos conocer el sexo físico de una persona, pero ignoramos todo sobre su “sexo psicológico”.
Ambos sexos, masculino y femenino, han sido representados desde la más remota antigüedad, por dos símbolos que indican el género: el huevo y el espermatozoide o la culebra. Símbolos que se corresponden con las actitudes básicas de cada género: “impulso de penetración”, confundido a veces con agresión (espermatozoide), o “envolvimiento”, confundido con fuga (huevo). Lo que nosotros entendemos, muchas veces de forma equivocada, como agresión y violencia solo es la fuerza impulsora de la Creación, aunque pervertida y mal aplicada. Metafóricamente hablando, quien agrede trata en realidad de hacer concebir en el agredido un estado anímico diferente. El que se envuelve o huye, busca con esto vencer al agresor absorbiéndolo dentro de si mismo, como lo hace el huevo con el espermatozoide. Es por esto que agresión y huida son conductas primarias de una fuerza extraordinaria, ya que se corresponden con energías cósmicas de carácter equivalente. Tal vez algún día pueda explicar la relación que existe entre el impulso violador del Dios Pan y el “pán-ico” que produce en las Ninfas a las que intenta violar.
Lo que hay que entender es que “macho” y “hembra” solo expresan “género”, y que el hecho que un sujeto “varón”, sea psicológicamente “hembra”, o viceversa, solo indica una pérdida de “luz”, una “oscuridad”, fruto de la ignorancia sobre el principio “género” universal, y no puede servir para indicar la bondad o maldad de un individuo. Es preciso considerar que el género puro no se encuentra en ningún humano como una manifestación vital natural, es decir, un individuo no nace así, como género puro, esto es algo que solo se consigue por un “Trabajo Interior o Esotérico” sobre uno mismo en relación con la propia polaridad.
Es cierto que la “pérdida” del principio “género” no impide la presencia de las cualidades normales del ser humano, pero si es cierto también que es uno de los principales obstáculos para la realización amorosa de las parejas. La plena satisfacción (felicidad) solo se consigue al unirse dos individuos cien por cien definidos. Cuando las polaridades no son las apropiadas se producen “cortocircuitos emocionales”.
Desde un conocimiento esotérico, los siguientes esquemas que nos ofrece John Baines, nos muestran, de una forma gráfica, esto.

En estos esquemas se esconde un secreto: el de la “atracción” entre los géneros. Resulta evidente el motivo por el cual una mujer, por ejemplo, se siente siempre atraída por el mismo tipo de hombres con aspectos femeninos, tímidos, débiles e inseguros. Con lo que se pone en evidencia que ella es muy masculina y, por ello, sus preferencias se dirigen por lo general hacia hombres energéticamente más sensibles y femeninos (en el sentido psicológico). Por lo mismo, ese mismo varón se sentirá atraído por mujeres con caracteres más masculinos.
En nuestra sociedad moderna, la escala de valores se encuentra trastocada, por ello muchos hombres siguen creyendo que el “machismo” es una muestra de virilidad; mientras que muchas mujeres creen que los celos, la sensiblería histérica y la pasión son una exhibición de femineidad.
A pensar de este mecanismo de “atracción-repulsión”, intervienen todos los mecanismos inconscientes promovidos por el “adversario interior” y la “Sombra” de los que habla la Psicología de C.G.Jung. A pesar de que existe una amplia “literatura” psicológica y cultural sobre el tema de la “ignorancia” en las relaciones de pareja, nadie se preocupa de “conocer”. El “impulso instintivo”, aparentemente, no requiere esfuerzo.



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