miércoles, 19 de junio de 2013

La Esencia 1. Crisálida 014




La Esencia

1ª Parte
Dice la Enseñanza que el Hombre está compuesto por cuatro elementos: cuerpo, alma, esencia y personalidad. Aquí habría que entender que esta “personalidad” no se refiere únicamente a la personalidad que adquirimos a partir de nuestro nacimiento y que se va formando a lo largo de la vida, sino sobre todo a la personalidad que acompaña a la Esencia y que se va también formando a lo largo de sus recurrencias. Otras tradiciones dicen que los elementos que integran un ser humano son: cuerpo, alma y espíritu. ¿Podemos decir entonces que lo que esas tradiciones llaman espíritu sería algo equivalente a la personalidad y la esencia consideradas como una unidad? Toda la información que transmite este sistema de Enseñanza nos lleva a pensar que puedan estar interrelacionadas, como si fueran los dos polos o extremos de una única entidad. En principio desconocemos que es esa entidad cuyos extremos serían “esencia-personalidad”. Aún así, aunque no sepamos lo que pueda ser esa entidad, si podríamos analizar aquello que pertenece a la Esencia y lo que pertenece a la Personalidad para así poder diferenciarlas.
(...)

Por otra parte, la idea del “Alma”, como “algo” separado que controlaría nuestro cuerpo físico, tampoco parece que tenga una realidad objetiva, sobre todo si la consideramos desde el punto literal de la palabra, ya que el “Alma” no parece ser un “objeto”. Hasta el siglo XVII, lo más aproximado a la idea del “Alma” era lo que la Enseñanza llama Esencia, simplemente que esta tiene un significado más complejo que la idea, más simplista, que en la antigüedad de tenía del Alma. El término “Alma” es considerado en esta Enseñanza, como algo más que un “principio vital”. Generalmente, el término “Alma”, se suele confundir con los términos espíritu y conciencia. En latín, “Ánima” (alma) significa aire, aliento, respiración. Por su parte, los griegos tenían dos concepciones sobre el concepto “alma”: como principio de racionalidad, aquello que nos permite alcanzar el conocimiento y el saber y, por ello, nos acerca a los dioses; y como un “algo” que se encuentra en todos los seres vivos y del que carecen los seres inertes.  A la vista de estas consideraciones y significados, bien podríamos considerar que la Esencia, la personalidad y el Alma, tomadas conjuntamente, corresponden a lo que antes solía llamarse simplemente Alma.
Sobre este término “Conciencia” habría algo que aclarar, sobre todo para saber sobre qué estamos hablando. La generalidad de las gentes suelen confundir conciencia con consciencia, y aunque la etimología hace derivar una de la otra, no son lo mismo. Mientras el diccionario de la RAE considera a ambos sustantivos de la siguiente manera.
Consciencia: (Del lat. conscientĭa). 1. f. conciencia. 2. f. Conocimiento inmediato que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones. 3. f. Capacidad de los seres humanos de verse y reconocerse a sí mismos y de juzgar sobre esa visión y reconocimiento.
Conciencia: (Del lat. conscientĭa, y este calco del gr. συνείδησις). 1. f. Propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta. 2. f. Conocimiento interior del bien y del mal. 3. f. Conocimiento reflexivo de las cosas. 4. f. Actividad mental a la que solo puede tener acceso el propio sujeto. 5. f. Psicol. Acto psíquico por el que un sujeto se percibe a sí mismo en el mundo.
Sin embargo, cuando se pretende utilizar el término consciencia en el sentido de tener la percepción o el conocimiento de algo, el “Diccionario panhispánico de dudas” prescribe que es posible emplear indistintamente ambas formas de escritura.
Los términos conciencia y consciencia no son intercambiables en todos los contextos. En sentido moral, como ‘capacidad de distinguir entre el bien y el mal’, solo se usa la forma conciencia: «Mi conciencia fue la más cruel de mis jueces... ¡nunca me perdonó!»; con este sentido forma parte de numerosas locuciones: como tener mala conciencia, remorderle [a alguien] la conciencia, no tener conciencia (‘no tener escrúpulos’), tener cargo de conciencia, etc. Con el sentido general de ‘percepción o conocimiento’, (consciencia) se usan ambas formas, aunque normalmente se prefiere la grafía más simple: «Tengo conciencia de mis limitaciones»”.
En lo que yo conozco de esta “Enseñanza”, la Consciencia es algo que pertenece al “lado externo” del hombre y que ha ido surgiendo a lo largo de la evolución, desde los homínidos o quizás desde antes. Es la facultad que nos ha llevado a ser conscientes de nosotros mismos, poder decir, “yo”, e irnos diferenciándonos de lo que llamamos “mundo externo”. Mientras que la Conciencia, sería un atributo intrínsico de la Esencia, realidad que pertenece al “mundo interno”. Aquí hemos de enfrentarnos con un problema: la Ciencia, al no dar realidad nada más que al “mundo externo”, considera que todo lo que llamamos “mundo interno” es un subproducto de la realidad objetiva que constituye nuestra máquina físico-biológica y sus procesos bioquímicos. En cambio, la Tradición Esotérica, viene señalando desde hace milenios que es al revés, que lo externo tiene su origen en lo interno, y es un producto de su manifestación. Por ello, todo en la Naturaleza crece desde lo más interior hacia lo más exterior. Y dado que la Esencia es la que posee la conciencia, es esta, la conciencia interior, la que cuando nuestra máquina biológica ha alcanzado un cierto nivel de desarrollo, posibilita la aparición de la consciencia exterior. En esto, el lenguaje y el Diccionario, tienen razón, aunque la Ciencia no “crea” en ello, o carezca de “pruebas” para aceptarlo. Carecer de pruebas no es negar que esto sea así.
Debido a la ignorancia que nos cubre como un pesado manto, la generalidad de las gentes no se acuerda, o mejor sería decir que nada saben, de de las distintas tesis que se enfrentaron en la Junta de Valladolid de 1550-51 en la que fray Bartolomé de las Casas, representantes de las ideas abiertas de Erasmo, se enfrento a los círculos más retrógrados y cerrados del alto clero español de la época, en la consideración sobre si los indios y negros tenía o no tenían Alma. Platón había sido dejado de lado por la escolástica medieval y su idea de que todos los seres vivos tienen alma, y por ello hablaba del “Alma del Mundo”, había quedado en el olvido. El tan admirado por Don Marcelino Menéndez y Pelayo, el dominico Francisco de Vitoria, considerado padre del Derecho Internacional español, decía cosas como ésta:
“Esos bárbaros, aunque, como se ha dicho, no sean del todo incapaces, distan, sin embargo, tan poco de los retrasados mentales que parece no son idóneos para constituir y administrar una república legítima dentro de los límites humanos y políticos. Por lo cual no tienen leyes adecuadas, ni magistrados, ni siquiera son suficientemente capaces para gobernar la familia. Hasta carecen de ciencias y artes, no sólo liberales sino también mecánicas, y de una agricultura diligente, de artesanías y de otras muchas comodidades que son hasta necesarias para la vida humana.”
Aunque más radical es fray Ginés de Sepúlveda, quien en su “Tratado sobre las justas causas de la guerra contra los indios”, no se cansa de buscar motivos para justificar el sometimiento de los indígenas americanos. Deposita sobre ellos, además de la manida falta de razón, todos los vicios y defectos que es capaz de imaginar. Les llama “hombrecillos con apenas vestigios de humanidad”. Para todo ello se apoya en Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás de Aquino y pasajes sacados de la Biblia. De muestra, un párrafo:
“Con perfecto derecho los españoles ejercen su dominio sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio y todo género de virtudes y humanos sentimientos son tan inferiores a los españoles como los niños a los adultos, las mujeres a los varones, como gentes crueles e inhumanos a muy mansos, exageradamente intemperantes a continentes y moderados, finalmente, estoy por decir cuanto los monos a los hombres.
La justa guerra es causa de la justa esclavitud, la cual contraída por el derecho de gentes, lleva consigo la pérdida de la libertad y de los bienes.”
Ante tales cerrazones mentales, a las que tanto somos dados los españoles, el Papa Pablo III publicó el 2 de junio de 1537 una Bula, la “Siblimis Deus”, prohibiendo la esclavización de los indios, en cuanto que son hombres. También declaró que tenían derecho a su libertad, a disponer se sus posesiones y a la vez tenían derecho a abrazar la fe, que debería serles predicada con métodos pacíficos, evitando todo tipo de crueldad. Lo del “derecho a abrazar la fé” seguramente fue porque aquellos cerriles y retrógrados de la Junta de Valladolid, predicaban que puesto que no tenían alma, para que iban a ser evangelizados y que, como animales que eran, solo cabía esclavizarlos.
Que la conciencia es algo forma parte del alma y que todos los seres vivos la poseen, desde la célula al hombre, es algo que ya ha sido admitido por la Ciencia. No el Alma, sino que los animales poseen conciencia. Aunque yo pienso que lo piensan desde la perspectiva de que esta, la conciencia, sigue siendo el resultado del metabolismo de ese ser vivo.  Aún no hace un año, el 7 de julio de 2.012, científicos destacados en diferentes ramas de las Neurociencias, se reunieron en la Universidad de Cambridge para celebrar la “Francis Crack Memorial Conference 2.012”, la cual trató sobre Conciencia en Animales Humanos y no Humanos. Al acabar la Conferencia se firmó, en presencia de Stephen Hawking, la “Cambridge Declaración On Consciusness (Declaración de Cambridge sobre la Conciencia)”, la cual resumió lo que en ella se discutió y se acordó. En ella se dice:
“…decidimos llegar a un consenso y hacer una declaración para el público que no es científico. Es obvio para todo este salón que los animales tiene conciencia, pero no es obvio para el resto del mundo. No es obvio para el resto del mundo occidental ni el lejano Oriente. No es algo obvio para la sociedad” (El subrayado es mío.)
Philip Low, en la presentación de la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, 7 de julio de 2.1º12
Bien, después de esta digresión, retomemos el tema de la Esencia.
Mientras que en contextos religiosos se supone que el alma tiene una existencia separada del cuerpo, en este sistema se prescinde de tales supuestos. Lo que esta Enseñanza establece, apoyándose en el significado del Rayo de Creación, es que cuando un hombre muere, o cuando cualquier otra cosa muere (árbol o cucaracha, da lo mismo) su “alma”, es decir, su principio vital y su personalidad si la tuviere, va a la Luna o realidad última del Rayo de Creación. Para esta Enseñanza, el Alma o Esencia (aunque sabemos que no es lo mismo) es algo material, eso sí, algo compuesto de una materia muy fina, más etérea incluso que el aire que está compuesto solo de átomos y moléculas gaseosas. Este “alma” se separa y deja el cuerpo físico tras la muerte de éste. Si el hombre fuera totalmente mecánico, el alma carecería de conciencia (solo estaría la consciencia del cuerpo físico). Si el alma ha desarrollado algún tipo de conciencia en sus recurrencias, esa conciencia permanece y cuando el alma, digamos, desencarna, en el caso de que vaya a la Luna (un símbolo de la terminación del Rayo de Creación), esa conciencia le permitirá ser conciente de lo que le sucede. Esto sería algo sumamente raro: el que la Esencia muriera realmente mientras está incorporada al cuerpo físico.
Hay varios rasgos que nos caracterizan como seres “dormidos”. El primero de ellos es que no somos una entidad única, sino muchas. Por ello se nos insta a que unifiquemos nuestro ser. Luego nos caracteriza la ausencia de un “yo permanente. También nos caracteriza el pasarnos la vida imaginando lo que queremos ser, en vez de ser lo que realmente somos. Luego están nuestras emociones negativas y la obstinación, siempre en lucha contra la voluntad. Pero el principal y más inconsciente de nuestros rasgos es nuestro comportamiento mecánico, sobre el carecemos de la más mínima conciencia. Estos rasgos, y muchos otros, definen el estado de nuestro ser y explican por qué nunca somos Uno y nunca somos el mismo. Cada uno de estos rasgos pueden y deben ser cambiado si queremos que nuestra Esencia o Conciencia evolucione. Debemos saber que un pequeño cambio en un rasgo significa también un cambio en los demás.
La Enseñanza dice que somos nosotros los que debemos cambiarnos a nosotros mismo. Nadie puede hacerlo por nosotros. Esto se logra cuando logramos llevar a cabo una división interna entre los que “yo” soy realmente y todo lo demás llamado, en mi caso, Alfiar. Mientras siga creyendo (imaginando que  “yo” soy Alfiar) nada cambiará.
La Esencia es aquello con lo que nacemos, ella contiene nuestras capacidades e incapacidades. Tiene que ver con el “tipo” de ser que somos, y también con el cuerpo físico que hemos desarrollado. No es posible trabajar directamente sobre la Esencia. Hemos de comenzar a hacerlo por aquello que la recubre: nuestra personalidad más externa. La Esencia o alma también tiene su “personalidad” que va modificándose conforme incrementa su conciencia. Pero esta personalidad del alma es, enseguida, sustituida por una “falsa personalidad”, la de nuestra realidad exterior con su consciencia exterior.
Cuando comenzamos a trabajar sobre nosotros mismos, nuestro “centro magnético” (la memoria de este centro puede estar ya en la Esencia, o si no habrá que crear uno) atrae, hacia el ser que realmente somos, a lo que la Enseñanza llama “yoobservador. Podríamos decir que este “yoobservador también tiene una “personalidad” y un “saber”. Al principio, él será el encargado de “enseñar” al resto de la personalidad y a la y a Esencia.
Este aprendizaje no depende tanto del “peso” que tenga esta personalidad, como de su propio estado de ser, de si su nivel de ser.  Dado que “conocimiento” y “ser” son las dos caras de una misma realidad, son inseparables, deben funcionar juntas en nuestro desarrollo. La otra moneda o el otro par de opuestos son la Esencia y la personalidad (generalmente secuestrada por la falsa personalidad, el falso yo). Estas dos monedas o estos dos pares de opuestos funcionan en escalas diferentes.
Lo que comúnmente llamamos personalidad es algo adquirido, no la poseemos cuando nacemos. Nacemos como Esencia, es lo que nos pertenece y nunca puede sernos quitado ni ser separado de nosotros. Ya se ha dicho que esa Esencia tiene su propia personalidad (es la impronta que diferencia a los bebes desde nada más nacer). Tampoco se pueden separar una de otra. Están mezcladas. Ni siquiera podemos distinguirlas como cosas diferentes.


Podría decirse que una fotografía de nuestra Esencia, en el momento en que nacemos, sería nuestra carta natal, pero sin las interpretaciones que de ella hacen los astrólogos. Nuestra Esencia, al ser un corpúsculo del Sol, se encuentra ubicada en la Octava Lateral creada por el Sol en el Rayo de Creación y es el resultado de “influencias” planetarias. Los astrólogos “imaginan” creer saber o poder interpretar como son o que características tienen o tendrán esas influencias en el desarrollo de esa Esencia. Esas influencias, sean las que fueren, determinarían los eventos, no ya de cada hombre, individualmente considerado, sino de la humanidad en su conjunto.  La combinación de estas distintas “influencias” crean Esencias diferentes. La interpretación que hacen los mayas respecto a esas influencias, siguiendo el Tzolkin, para considerar que tipo de educación y formación se le debe dar a cada Esencia que nace, estarían más acertadas que lo que propone la Astrología Occidental (no me refiero a esas presuntas astrología mayas configuradas como si fuera la Astrología Occidental, que circulan por librerías y por Internet.
Podríamos preguntarnos si se puede cambiar la Esencia con la que se nace. La respuesta es que sí. Si la respuesta fuera no, carecería de sentido esta Enseñanza y su Trabajo. El problema es que nuestra Esencia se encuentra recubierta por nuestra personalidad exterior, por la falsa personalidad, que impide incluso que esas influencias planetarias puedan llegar hasta ella. Llamémoslas como las llamemos, radiaciones, rayos X, rayos gamma, viento solar, gravedad, campos electromagnéticos…, somos afectados por esa “influencias planetarias”, pero solo en ciertas partes de nuestros Centros considerándolos; aunque si nos afectan considerándonos como grupo humano, como masa.
    Hagamos de nuevo un paréntesis para explicar algo. Todo hombre que se considera serio, asegura que la Astrología en un cuento y opino que pueden tener razón. Y, por supuesto, eso es lo que opina la Ciencia. No voy a tratar de  defender esta postura. Carece de defensa pues, desde el punto de vista de esta Enseñanza, es en su generalidad fruto de la “imaginación” de los astrólogos y de la fe puesta en un pretendido saber que se la ido desarrollando desde la antigüedad. Yo solo voy a aportar algunos datos, llevados a cabo por los científicos, apoyando la idea de que el Sol y sus planetas, así como todo lo incluido en el Sistema Solar, radiaciones, rayos X, campos gravitacionales, etc., si ejercen una influencia demostrable en la biología y el comportamiento humano, así como en la vida en general. Remontémonos solamente a principios del Siglo XX.

Alexander Ivanovich Oparin. Fue un biólogo y bioquímico soviético que llevó a cabo importantes estudios sobre el origen de la vida. En 1924 comenzó a desarrollar una hipótesis sobre el origen de la vida basado en una evolución química de las moléculas de carbono en el “caldo” de los mares primitivos. La energía ultravioleta del sol habría producido los cambios necesario en la molécula de carbono para que surgiera la vida. Esta hipótesis de Oparin (el llegó a crear materia orgánica a partir de materia inorgánica) fue retomada por el norteamericano Stanley Millar, quién repitió los primeros experimentos de Oparin. Recreó en su laboratorios la atmósfera que podría haber existido en la Tierra unos tres mil millones de años atrás. Logró demostrar que la hipótesis de Oparin era cierta. La radiación solar era causa de la aparición de vida en la Tierra. En 1946 se le concedió el Premio Nóbel por haber descubierto como se producían las mutaciones genéticas de las células cuando se bombardean con rayos X, como los que provienen del Sol.
De Izquierda a derecha. Chijevski, Takata, Brown y Piccardi. Todos habían hecho experimentos comprobando la "influencia" estelar en los procesos de los seres vivos.
No mucho después, aunque casi contemporáneo con los anteriormente citados, tenemos al profesor Giorgio Picarddi, que fue director del Instituto de química física de la Universidad de Florencia. Solo me circunscribiré a un aspecto de sus múltiples descubrimientos, que tienen que ver con el agua. “En 1939 -dice- percibí que la diversidad fluctuante de los comportamientos del agua activada, dependían de algo que sucedía en el espacio que nos rodea.” Invitó a los físicos y químicos de su época a estudiar este fenómeno y propuso un programa de experimentación para comprobar los cambios que experimentaba el agua por “influencias” que provenía del Cosmos. En 1954 el sabio alemán Bortels acometió la investigación del extraño comportamiento del agua, llamado por los especialistas “sobrefusión”, demostrando que este cambio no era fruto del azar, sino que estaba ligado a un “determinismo” difícil de explicar. Picarddi había llevado a cabo, durante años, un mismo experimento en lugares distintos. Le bastaron una pocas probetas y un solo producto químico, el oxicloruro de bismuto, agua y pantallas metálicas.
Para adquirir un pleno conocimiento de lo que sucedía, Picarddi decidió variar simultáneamente tres factores. Ello le permitiría comprobar si las condiciones exteriores desempañaban alguna influencia; las placas eran para interceptar esas influencias. Para saber si eran determinantes las condiciones en el interior de las probetas, fue modificando el contenido de las mismas: había probetas con agua activada y probetas con agua normal que actuaban de diferenciadores. Solo ejecutó tres tests de rutina, que fueron repetidos durante años, día a día. Picarddi observó cual era la velocidad de precipitación de un coloide inorgánico, el oxicloruro de bismuto. Este coloide es insoluble en el agua, se prepara vertiendo tricloruro de bismuto en agua. Entonces se precipita, pero esa precipitación se efectúa con una mayor o menos velocidad. La rapidez de esa precipitación era lo que le interesaba a Piccardi, y ello era lo que observaba en los tres tests a los que llamó F, D y P.
Llegó a establecer leyes allí donde los demás solo habían hecho sondeos al azar. Terminó comprobando que el cambio en la velocidad de precipitación del oxicloruro de bismuto no era debida al azar, sino de factores que estaban fuera de la Tierra. Las variaciones las había de tres clases: variaciones cortas, que coincidían cuando la Tierra era bombardeada por bruscas y excepcionales perturbaciones magnéticas procedentes del Cosmos; variaciones de once años, que tenían que ver con el ciclo solar de once años; variaciones anuales, donde la velocidad de precipitación aumentaba o disminuía según los meses del año.
A lo largo de los años, en tiempos o meses concretos, sucedían los mismos fenómenos. Declaró que esos cambios eran debidos al movimiento de la Tierra alrededor del Sol, y al movimiento helicoidal de éste sobre el centro galáctico. Existen en nuestra Galaxia “campos” de fuerza (en 1947 Enrico Fermí, premio Nóbel de física, mostró que la Vía Láctea era una especie de imán gigante que posee su propio campo magnético que, como si fuera un ciclotrón (acelerador de partículas) gigante, impulsaba a las partículas del espacio interestelar. Por su parte, el llamado tests D demostró como la actividad solar coincidía en su ritmo con el ritmo de los cambios en la velocidad de precipitación.
Precediendo a la Segunda Guerra mundial, un médico japonés, llamado Maki Takata, había desarrollado un método para estudiar el ciclo ovárico de la mujer. Su método daba tan buenos resultados que su nombre era conocido mundialmente y todos los ginecólogos del mundo usaban la “reacción Takata”, que controlaba la albúmina del suero sanguíneo. La albúmina es un coloide orgánico. El método de Takata proporcionaba índices de floculación de la albúmina. Este método permitía saber donde se encontraban las mujeres en su ciclo ovárico. Pero he aquí que en enero de 1938, todos los hospitales de Japón comunicaron a Takata que su método había comenzado a sufrir variaciones de forma descontrolada. Takata, que había tenido la curiosidad de experimentar su tests en varones, comprobó que el suero sanguíneo del hombre sano, siempre igual hasta ese momento, también se veía afectado. En las restantes partes del mundo sucedía lo mismo. Takata y mucha gente se puso a averiguar la causa. Conclusión, para no cansarles: el fenómeno responsable de estas variaciones biológicas influía simultáneamente a todos los sujetos fuera cual fuese el lugar de planeta en que se encontrasen.
Takata había descubierto un efecto, ahora tenía que averiguar el por qué. Elaboró una hipótesis que apuntaba hacia el Sol. “Si no me he engañado, -decía-, es preciso que llegue a demostrar que la actividad del Sol corresponde a las fluctuaciones del suero sanguíneo de mis sujetos de experimentación”. Después de diecisiete años de investigación, Takata puso anunciar en 1951 que la conclusión de sus trabajos eran que “El hombre es una especie de reloj viviente del Sol”.
Giorgio Picarddi afirmó:
Siendo cierto que los fenómenos exteriores obran sobre un coloide inorgánico tanto como sobre un coloide orgánico, la acción de esos fenómenos no concierne a uno u a otro organismo, a una u otra enfermedad, a una u otra función biológica, sino al estado complejo de la materia viviente.
Los organismos deben mantener, tanto como sea posible, sus condiciones vitales y, para ello, deben reaccionar a las fluctuaciones de las propiedades del espacio en que viven y luchar por su estabilidad. De ahí su sufrimiento profundo y advertible, una “fatiga” de todos sus sistemas coloidales, de toda sus sustancia material. Puede suponerse que es la materia viviente la que está perturbada in toto. Las reacciones visibles a las perturbaciones exteriores, caso de producirse, son de géneros muy diferentes según los casos. Por eso, los trabajos de Düll, de Reiter y otros, muestran que todos los fenómenos biológicos y psicológicos que han considerado, responden a las mismas causas exteriores. Inversamente, las causas más diferentes pueden producir el mismo efecto biológico. El “tiempo de reacción” personal, el dolor de los amputados, el número de suicidios, presenta una variación análoga, en relación con las manchas solares o las ondas atmosféricas o el magnetismo terrestre.”
Solo he querido mostrar que para esos científicos, como demostraron, esas influencias si existen. La pregunta ahora sería: ¿Cuantas veces se vuelve sobre esas investigaciones pasadas para seguir profundizando? Tal vez, solo la Historia de la Ciencia lo recuerde, porque los que usas esa herramienta que es la Ciencia pocas veces lo hacen, se encuentran obnubilados con sus aparentes logros, ya que ellos les proporcionaran el poder y la fortuna que demanda su ambición. Unos objetivos finales poco objetivos y científicos y si bastante subjetivos. El gran físico Heisenberg, en “La Naturaleza de la Física contemporánea” dice:
“La antigua división del Universo en un desarrollo objetivo en el espacio y el tiempo por una parte y, por otra, en un alma que refleje ese desarrollo, no es ya apropiada para servir de punto de partida si se quiere comprender las ciencias modernas de la naturaleza. Es ante todo la red de las relaciones entre el hombre y la naturaleza lo que constituye la mira central de la Ciencia.”
Puesto que las influencias planetarias no alcanzan a la Esencia del hombre centrado en su “Falsa personalidad”, solo le afectan de verdad en dos momentos claves de su recurrencia, el nacimiento y la muerte. Por ello, podría decirse que el Destino (llamado por los griegos Hado) rige nuestro nacimiento y nuestra muerte pero, que una vez nacidos, caemos bajo la Ley del Accidente, aunque esto depende de la relación que exista entre la personalidad y la Esencia. Si la personalidad externa es muy fuerte, de tal manera que esta se organice como una verdadera coraza alrededor de la Esencia, el Destino de esa Esencia será muy débil y la Esencia tiene pocas posibilidades de desarrollarse. Existen personas, fuera incluso de cualquier enseñanza esotérica, que viven más desde su Esencia, y ésta predomina sobre su personalidad, que es más débil, por lo que su Destino aparece más marcado, y algunas de esas “influencias” llegan hasta ellas.
Dice el Trabajo que aquello que sean esas “influencias” debe ser averiguado por uno mismos. Por lo general, la gente corriente carece de Destino o Hado, como quieran llamarle. Cuando esas influencias no pueden penetrar en la personalidad, como se ha dicho, el hombre se encuentra bajo la Ley del Accidente. Si pudiéramos vivir en nuestra Esencia, las influencias planetarias o Destino, llegarían hasta nosotros y nos “marcarían” un camino. En nuestra realidad actual, esa nuestra personalidad exterior actúa de espejo y refleja hacia fuera esas influencias, pero sin que la atraviesen.
La Enseñanza solo dice que las combinaciones de esas influencias planetarias dan origen la los distintos tipos de hombres, pero que en el estado actual del ser humano nada se puede saber en que consisten, y tampoco es posible averiguarlo a través de una carta natal. Lo que la Enseñanza si dice es que todo eso que llamamos “nuestras emociones” y todas las ideas y pensamientos ligados a ellas, si tienen su origen en esas influencias.

 Se ha dicho que el hombre externo, el hombre máquina, es un ser “mecánico”, pues es movido por toda esa serie de “máquinas” u órganos que estudia la anatomía, la fisiología, la bioquímica, etc., pues su vida depende del funcionamiento de esas máquinas. Hasta cierto punto, la Esencia no es diferente y también tiene algo de mecánica, no vive, por ahora, por sí misma. Carece de una mente que le permita pensar por sí misma. Tiene que hacerlo a través de la personalidad. En nuestro estado subdesarrollado, la Esencia rara vez trabaja separada de la personalidad. Pero podemos observar algunas cosas. La Esencia tiene propiedades magnéticas. Por ello, ciertos tipos de personas atraen a ciertos tipos de personas. Tienen el mismo tipo de amigos y el mismo tipo de problemas, así como parecidas dificultades. Pero esto no se debe al Destino, sino a la Ley de Causa y Efecto.
Nuestro Trabajo es con nuestra personalidad, y si esta llega a hacerse más pasiva, el Trabajo alcanzará a la Esencia.
Nuestra personalidad es un “artificio” que hemos ido construyendo al vivir; pero la Esencia es algo real. No toda la personalidad es un artificio, recordemos que la Esencia ya posee una personalidad, por ello no todos los “yoes” pertenecen a la falsa personalidad, algunos perteneces a la Esencia. Lo que es común a ambos es que todos los “yoes” se encuentran conectados a los mismos Centros, por ello también en la Esencia hay “yoesmentales, motores, instintivos… Un “yo” es, simplemente, un deseo. Todos los yoes desean algo.
La Esencia procede de “otro nivel” simbolizado metafóricamente como “lo alto”, “arriba”, “el Cielo”… Para encarnar, se “viste” con un cuerpo que ha sido construido con los materiales y la información que han aportados sus padres humanos. Ello ya impone un límite a la Esencia. A través de ese cuerpo, la Esencia se pone en contacto con el mundo y con la Vida. El cuerpo posee una herencia biológica, no solo de sus padres sino de todo el “fylum” humano que se remonta a los primeros seres unicelulares. Ese cuerpo se desarrolla en tres dimensiones y la herencia biológica recibida lo hace en una cuarta dimensión: el tiempo, la líneas de los ancestros.
Aunque la Esencia se encuentre íntimamente compenetrada con el cuerpo físico, no es cuerpo. El cuerpo muere, la Esencia no. Es la mente de nuestros sentidos externos la que hace que nos tomemos a nosotros mismos solamente como un cuerpo visible y la que imagina que cuando este cuerpo muere, todo termina y no hay nada más. También es la que impide que nos recordemos, que recordemos lo que realmente somos: un ser complejo formado por cuerpo, alma, Esencia y personalidad. Para la mente sensorial todo esto solamente son tonterías, idioteces, insensateces, niñerías, fantasías, cuentos de hadas, cosas que carecen de sentido…, porque, ¿alguien ha visto (sentido externo de la vista) alguna vez el Alma o la Esencia? La Esencia es algo que se mueve entre las dimensiones.
La mente sensorial para relacionarse con lo que llamamos el mundo exterior, ha creado los lenguajes que conocemos, incluso los sofisticados lenguajes de la Ciencia. Pero estos lenguajes no sirven para describir ninguna de las realidades internas que configuran al hombre y si sus manifestaciones. De ahí que desde la Antigüedad se haya creado un lenguaje “híbrido”, un lenguaje que usa el lenguaje literal para intenta transmitir, a través de parábolas y símbolos, otro tipo de realidad, ya que esa mente enfocada hacia lo exterior, solo puede captar ese lenguaje de forma “psicológica”, no racionalmente. "Por eso les hablo en parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden." ¿Qué sucede si el hombre no quiere cambiar? En principio, nada. Sigue sirviendo a los “intereses” del Rayo de Creación que son “alimentar” a la Luna. Nada en el Universo moverá esta decisión. Solo cada hombre puede decidir si quiere o no quiere cambiar. Pero si él cambia, el Universo cambia y también lo hará su sentimiento de “Yo”.
Escuchar, por ejemplo, escuchar esta enseñanza, es una cosa y Pensar, pensar sobre ella, es otra muy distinta. Escuchar es algo externo, pensar es algo interno. Y este Trabajo es algo mental que sirve para conectarnos con nuestros Centros Superiores, que son algo interno. Solo desde la mente podemos modificar nuestro pensar. Nuestra mente es la primera puerta que hemos de atravesar. Aquí si somos verdaderamente libres para elegir y todos deberían respetar esa elección.
Pero el hecho de que algo como la Enseñanza Esotérica exista, es debido a que también existe la posibilidad que el hombre, cada uno de nosotros, si quiere y esa es su voluntad, pueda “despertar”, pueda “nacer de nuevo” o “renacer”, o “nacer por segunda vez”, pueda “volverse como un niño”. Y si simbólicamente, “niño” es igual a Esencia, hemos de nacer o renacer a lo que en verdad somos, Esencia. Lo que significa que si el “niño” es la Esencia, debemos convertirnos en “Esencia”. Cualquier Enseñanza Esotérica, por muy deteriorada que esté, siempre trata de éste desarrollo interior que le es posible realizar al Hombre: el crecimiento de su Esencia. Las Parábolas dicen también que la Esencia no podrá crecer a no ser que sea fertilizada por el Verbo, la Enseñanza o la Palabra que proviene de un lugar más conciente y que debe ser sembrada en el hombre.
Cuando, atravesando capa tras capa de de la Falsa Personalidad, el Trabajo llega hasta la Esencia, esta se vuelve activa.La "palabra” del esoterismo se vuelve espermática y la impregna; entonces comienza a crecer y desarrollarse. Si comparamos la Esencia con la galladura en el huevo, la personalidad sería la yema y la clara. Cuando el huevo es fertilizado la galladura crece y consume la yema y la clara. El resultado es un ser vivo.
Señala el Trabajo que si somos como Narciso, si nos encontramos llenos de “amor de si”, prendados de nosotros mismos, y por ello nunca cuestionamos nuestra propia importancia, nunca seremos capaces de ascender por la Escala del Ser hasta un nivel superior de desarrollo. Para alcanzar un mayor nivel de desarrollo hemos de ascender por la “Escala Ascendente” DO, RE, MI, - FA, SOL, LA, - SI. Por su parte, la Esencia, ha bajado por la “Escala DescendenteDO, SI, - LA, SOL, FA, - MI, RE, DO, para introducirse en un cuerpo de sangre y carne. Por lo tanto, el ascenso del hombre debe tener alguna relación con ese descenso. La idea es que si la Esencia ha descendido, también debe ser capaz de volver a ascender.
Si la Esencia volviera a ascender, el centro de gravedad de la conciencia humana, volvería a situarse en su Esencia, y no en su personalidad, con lo que la ascensión de la Esencia, sería también el ascenso del hombre. Este "viaje de retorno" es mencionado en la antigua literatura esotérica, como en el “Himno de la Vestidura de Gloria” en los escritos gnósticos, o en escritos modernos como en la obra de Herman Hesse “Viaje a Oriente”. Y, evidentemente, existe una clara referencia a ello en la parábola del Hijo Prodigo (Lucas, XV 11-32). No vamos a comentar ahora esta parábola, lo dejaremos para otro momento.
Cuando somos capaces de volver sobre nuestros pasos, dejando atrás a nuestra falsa personalidad, hemos comenzado a movernos en dirección a la Esencia. Entonces, dejamos de estar “muertos” en el lenguaje de las parábolas, y “renacemos” internamente, haciéndonos cada vez más concientes de aquello en lo que, en nosotros, hemos de trabajar y de lo que hemos de despojarnos. Nos encontramos en el verdadero viaje iniciático.
Recordemos de nuevo que la Esencia tuvo su origen, dentro del Rayo de Creación, a partir de la Octava lateral creada por el Sol, y que esta Octava lateral ha sido llamada “la Vida Orgánica sobre la Tierra”. Por lo tanto la Esencia se origino en el nivel de inteligencia representado por el Sol. Hablar de esto solo es posible hacerlo desde el símbolo y la alegoría. El Sol planificó la creación y el mantenimiento de esta capa de vida orgánica con un propósito: permitir que las energías del Gran Rayo de Creación lleguen hasta la Luna. Pero en este propósito parece haber algo oculto: el Sol creó ( no de la “nada” como dice la errónea traducción de la Biblia cristiana, sino de su propia Esencia) al hombre como parte de esa capa de vida orgánica sobre la Tierra, pero lo creó como un organismo capaz de desarrollo propio. Como un experimento que, como todo experimento, puede fracasar.
¿Por qué lo hizo? ¿Cuál era su propósito?
No lo sabemos. Lo que la Enseñanza si señala es que si un numero suficiente de seres humanos se desarrollan a si mismos, mas allá de lo que es necesario para existir y sobrevivir en la tierra como “vida orgánica”, elevándole en la Escala de Ser hasta el nivel de lo que representa el Sol, éste recibirá “algo”. Y con ese fin, una cierta clase de instrucciones o Enseñanza, fue “sembrada” en la Tierra, el lugares y épocas diferentes. Algo que aún se sigue produciendo. El problema es que el “hombre dormido” no puede alcanzar sus Centros Superiores, para captar por si mismo, esas “influencias”. Nuestro nivel de inteligencia normal no es suficiente; tampoco el nivel de nuestra conciencia.
La Vida Orgánica fue creada como si fuese una fábrica para producir una cierta clase de energía de baja vibración. El “roce” que produce el vivir de la Vida Orgánica, a la que como hombres dormidos pertenecemos, genera, para una conciencia más alta en la Escala del Ser, dolor y sufrimiento. Pero no para la propia Vida Orgánica. El hombre, por haberse ido “elevando” por encima del nivel de esa vida orgánica, por haber adquirido una mayor conciencia que ella, percibe ese “roce” de la vida como sufrimiento y dolor. Y, al haber desarrollado también una mente y un proceso de pensar más complejo, piensa y desarrolla ideas, tratando de comprender lo que sucede en esa Vida Orgánica que percibe como “fuera de él”. El problema es que esta percepción, falta de comprensión interna, genera emociones negativas, que también sirven de “alimento” a la Luna.
No creo que lleguemos a saber en que Escuela Esotérica estudió Pablo. Pero si es evidente que lo hizo en alguna de las que existían en su época. Dice:
"Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios... porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una esta con dolores de parto hasta ahora..." 
                  (Romanos, VIII, 19, 22)
   Esa expresión de que “toda la creación gime a una” porque está con “dolores de parto”, señala que el hombre tiene la posibilidad de ser otra cosa, de convertirse en un auténtico Ser Humano. El Hombre, al ser diferente de las otras formas de vida, posee en él algo más que no está en la Vida. Tiene una Esencia diferente que le permite, después de haber sido “sembrado” en la Tierra, y haberse desarrollado externamente a través de sus sentidos externos, desarrollar sus sentidos internos para conectarse con la dimensión, con el nivel de ser, que se encuentra por encima de él; para, como dicen los textos, dejar de ser un “Hijo del Hombre” y convertirse en un “Hijo de Dios”.

Continúa




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