(Continuación)
Capítulo Tercero
La maestría
Repitamos
de nuevo una pregunta anterior: ¿poseemos eso,
sea lo que fuere eso, que somos
nosotros mismos? Porque si lo poseemos, ¿qué necesidad hay de este sufrimiento
y de esta soledad?
Si entendimos bien las palabras de Filoxenos, nos habremos dado cuenta de que el Camino es ese lugar en que las facultades generadas por la matriz se desarrollan. Y para conseguir ese desarrollo, que también se llama Libertad, y que esta en nosotros como semilla, nos vemos abocados a "nacer", a desprendernos de la matriz colectiva que se resiste a dejarnos ir, que se resiste a dejar de imponernos su ley y su orden, que se resiste a que nazcamos. En estas condiciones, el parto es doloroso. Doloroso para la matriz que tiene que parirnos, y doloroso para el que se pare así mismo, para el que tiene que abandonar un medio, que a pesar de todo es acogedor y protector, para pasar a otro medio que siempre es nuevo y desconocido.
Si entendimos bien las palabras de Filoxenos, nos habremos dado cuenta de que el Camino es ese lugar en que las facultades generadas por la matriz se desarrollan. Y para conseguir ese desarrollo, que también se llama Libertad, y que esta en nosotros como semilla, nos vemos abocados a "nacer", a desprendernos de la matriz colectiva que se resiste a dejarnos ir, que se resiste a dejar de imponernos su ley y su orden, que se resiste a que nazcamos. En estas condiciones, el parto es doloroso. Doloroso para la matriz que tiene que parirnos, y doloroso para el que se pare así mismo, para el que tiene que abandonar un medio, que a pesar de todo es acogedor y protector, para pasar a otro medio que siempre es nuevo y desconocido.
(...)
En una obra de teatro que escribió J. P. Sartre llamada "Las moscas", encontramos este problema planteado en toda su crudeza. Allí encontramos un diálogo entre Júpiter, el padre de los dioses, y Egisto, rey de Argos. Egisto asesina a Agamenón después de que este vuelve de la Guerra de Troya, y se casa con Clitemnestra, esposa de Agamenón, para consolidar la usurpación al trono. Egisto, es acusado por Orestes y Electra, los hijos de Agamenón, del asesinato de su padre. Y esa acusación pervierte el orden de la ciudad.
En el
diálogo, Júpiter le confiesa a Egisto que los dioses y los reyes, los reales y
no los usurpadores, tienen un secreto doloroso: el secreto de que los hombres
son libres, pero que ellos no lo saben, y que tanto dioses como reyes
representan una comedia para ocultarles al hombre su poder.
En ese
momento del diálogo, Júpiter dice:
<<Júpiter: Egisto, criatura mía y
hermano mortal, en nombre del orden al que servimos los dos, te lo mando:
apodérate de Electra y de su hermano.
Egisto: ¿Son tan peligrosos? ...
entonces no basta con cargarlo de cadenas. Un hombre libre en una ciudad es
como una oveja sarnosa en un rebaño. Contaminará todo mi reino y arruinará mi
obra. Dios todopoderoso, ¿qué aguardas para fulminarlo?
Júpiter: Egisto, los dioses tienen
otro secreto... Una vez que ha estallado la libertad en el alma de un hombre,
los dioses ya no pueden nada contra ese hombre.>>
J. P. Sartre
nos plantea muy claramente cual es el origen y la raíz del dominio que la matriz colectiva, generadora de orden,
ejerce sobre el individuo; así como la lucha por el control de ese orden. Por
ello, cuando Orestes, el hombre, dice: "No
soy ni el amo ni el esclavo, Júpiter. ¡Yo soy mi libertad!", el camino
de la soledad se inicia y le aplasta.
<<Orestes: de pronto la soledad cayó
sobre mí y me traspasó; la naturaleza saltó hacia atrás, y ya no tuve edad, y
me sentí completamente sólo... Y ya no hubo nada en el cielo, ni el Bien ni el
Mal, que me dieran ordenes.>>
¡Qué
impresionante es esto que dice Orestes!: "la
naturaleza saltó hacia atrás y ya no tuve edad." Nació. Entonces se sintió sólo. ¿Por qué? Porque anuló el efecto de
la Caída, porque unificó en sí el fruto del Árbol de la Ciencia, porque ya ni
el Bien ni el Mal tenían influencia sobre él; porque esa dualidad que está en
nuestra propia naturaleza, en esa naturaleza que aún somos, esa misma
naturaleza, saltó hacia atrás, y
acabó con el tiempo, y le dejó sin edad, recién nacido.
Hace algún
tiempo escribía yo unas reflexiones sobre mi propia experiencia en este tema, y
les decía a mis Maestros Internos:
<<... y aunque a veces me
falta el valor para poder pensar un pensamiento libre, para tener un sentimiento
original y genuino, para ejecutar una acción nueva, nunca antes realizada, es
por lo que creo entender, a veces, las contradicciones, propias y ajenas, en
que incurrimos en esta realidad... Sé que la contradicción se manifiesta en la
mente en la que anida algún tipo de temor, alguna forma de miedo... Sé que este
miedo, no importa la forma que tome, es siempre miedo a lo desconocido. El sentimiento,
la vivencia de esta realidad, es la conciencia de estar partido: una parte de ti,
la más grande, o al menos la de mayor peso aparente, te mantiene anclado,
sujeto, seguro en alguna parte de ti mismo. La otra, una llamada que surge en
alguna parte desconocida de tu propia profundidad, te dice: ¡VEN!. Y en medio,
un profundo abismo lleno de miedo y desde el que algo de ti mismo mira perplejo
el enigma. Un enigma que es siempre una paradoja. Una paradoja llamada
Libertad. (...) Yo entiendo que ejecutar una acción libre, es estar parado en
medio de ese abismo, ante el miedo, entre la tensión de estas dos mitades, a
solas contigo mismo. Escuchar esa voz que dice: ¡Ven!, y que no procede del
pasado, sino de un futuro no realizado, porque eres tú quien lo tiene que
realizar por primera vez al dar este salto en el vacío.>>
Y esos
Hermanos Cósmicos, que aquí llamamos extraterrestres, respondieron a mi
reflexión con estas palabras:
<<La libertad es dada al
ser como un patrimonio de la
Creación Divina, que el Padre ha implantado dentro de las
conciencias humanas para que sirva en el desarrollo de su avance espiritual.
Las grandes fuerzas de la
Creación respaldan este objetivo a alcanzar, pues todo en el
Universo resguarda y protege la iniciativa humana de perfección, a la que sólo
se accede por el uso libre de esa libertad. (...) Pocos alcanzan el derecho a
la responsabilidad de aceptar sus acciones libres; la libertad pesa a pesar de
ser ligera, y ata a pesar de no tener ataduras. Su peso y sus ataduras son
aquellas condiciones con que vosotros la revestís en una acción involuntaria de
la conciencia, y es en eso mismo sobre lo que tenéis que actuar más que en ese
espejismo llamado libertad al que miráis como un hito utópico a alcanzar. Son
sus hiladuras, trabadas internamente en las que hay que trabajar, pues ahí está
el verdadero espíritu de la libertad. Entonces, rotas estas ataduras, la
verdadera libertad llega por si misma al hombre, como una lluvia silenciosa
caída del cielo y que ningún ojo humano ha contemplado.>>
De estas
palabras se desprende que Soledad y Libertad se hacen sinónimas en el parto
y en las primeras etapas del Camino.
La Soledad
aparece a partir del momento en que nos ponemos más allá del Bien y del Mal; desde el momento en que asumimos
nuestra verdadera capacidad de decisión y de elección; desde el momento en que
hacemos de nuestra vida una metáfora. Pero la matriz no permite que nadie se desprenda de ella, que rompa el
orden, e intenta absorberlo, intenta reintegrarlo como puede. Y si el solitario
no puede ser absorbido, entonces, es perseguido y condenado. ¿El motivo? Lo
expresa Orestes cuando dice:
<<Orestes: Los hombres de Argos son mis
hermanos, tengo que abrirles los ojos.>>
Es para
defenderse de este intento de conciencia colectiva, por lo que la matriz, que ya no puede ocultar la
verdad, recurre a presentar una cara negativa de ella.
<<Júpiter: ¡Pobres gentes! Vas a
hacerles el regalo de la soledad... Vas a arrancarles las telas con las que yo
los había cubierto, y les mostrarás de improviso su existencia.
Orestes: Son libres, y la vida humana
comienza al otro lado de la desesperación.>>
El camino
que lleva a uno mismo cruza por ese desierto de nuestra interioridad y del que
nos habla Filoxenos. Y Orestes lo sabe.
<<Orestes: (A Electra) Me darás la mano
e iremos...
Electra: ¿A dónde?
Orestes: Hacia nosotros mismos. Del
otro lado de los ríos y de las montañas hay un Orestes y una Electra que nos
aguardan. Habrá que buscarlos pacientemente.>>
Creemos
saber quiénes somos, pero la soledad nos plantea un problema de identidad. El
ser que somos debe ser buscado con paciencia. ¿Seguimos siendo humanos? Nos
miramos en el espejo y vemos que sí, pero los otros han cambiado. Este problema
nos lo plantea Ionesco en el "Rinoceronte".
Es el problema de Berenguer, el protagonista de la obra, nuestro reflejo
especular, el reflejo del ser humano inmerso en lo que parece ser una sociedad
de monstruos. De repente, Berenger se encuentra con que es el único ser humano
en una sociedad que se ha ido convirtiendo en un rebaño de rinocerontes, de
seres acorazados, que le persiguen para convertirle en uno de ellos.
Ionesco nos
muestra, con trágica ironía, cómo el problema de la soledad es también un
problema de identidad. Y nos aclara que "al
hombre mismo le toca salir de ese vacío con sus propias fuerzas y no con las
fuerzas de los otros." En esto, Ionesco se acerca a Orestes, y también
al Zen. "En todas las ciudades del
mundo ‑dice Ionesco‑, el hombre
moderno es el hombre precipitado, el rinoceronte, un hombre que no tiene
tiempo, que es prisionero de la mecanicidad. ‑ Y añade. ‑ La rinoceritis es la enfermedad de los que han
perdido el sentido y el gusto por la soledad."
Tenemos que
darnos cuenta que en nuestra sociedad de seres protegidos por su coraza
caracteriológica, nuestra sociedad de rinocerontes, el amor a la soledad se le
condena, porque se le considera como odio
al prójimo. Entendiéndose por amor al
prójimo el acatar las normas del orden emanado de la matriz. Y hay que darse cuenta también que la dialéctica del poder
y la necesidad, la dialéctica de la sumisión y la satisfacción, acaba siendo una
dialéctica del odio.
El vientre social no sólo necesita absorber
todo lo que pueda, sino implícitamente, destruir todo aquello que no puede ser
absorbido. Esto hace que el solitario no pueda sobrevivir mientras no sea capaz
de amar a todos, sin importarle el hecho de que probablemente le consideren un
traidor. Solamente el ser humano que ha alcanzado su propia identidad, puede
vivir sin la necesidad de que le digan como tiene que vivir. "Siempre habrá un sitio ‑ decía
Ionesco ‑, para las conciencias aisladas
que se hayan levantado en favor de la conciencia universal." Ese lugar es la Soledad.
La Soledad es ese tiempo que necesitamos
para recomponernos. Y a veces, necesitamos mucho tiempo para darnos cuenta de
que el motivo de un vida, mejor dicho, el motivo de un acto vivo, sólo adquiere
realidad en el acto mismo. La vida es una escala de actos espirituales, una Escala de Jacob, en la que cada peldaño
es semejante al verso de un poema.
Un
verso...
y
otro verso...
muchos versos
cada vez más
perfectos...
una escala de versos
que se alce
desde la tierra al
cielo.
Y se prenda en la luz
de los luceros;
y luego,
yo subiendo...
subiendo
por esta escala de
versos
con todos los poetas
con todos los
hambrientos
de verdad,
y con todos aquellos
que aún buscan el amor.
Subiendo...
Subiendo
desde la tierra
al cielo,
de lucero
en
lucero,
hasta llegar a la Suprema Claridad
del Verbo;
hasta llegar
a la Belleza Única del Verbo.
hasta llegar
al Corazón del
Verbo.
León Felipe
La poesía, y
lo decía Paul Valery, no es un querer
decir, es un querer hacer. Y este
querer hacer depende de un acto libremente asumido y, por ello mismo, dicho
acto es siempre un acto solitario.
Llegados a
este punto, podemos preguntarnos quién realiza ese acto. ¿Quién somos, o quiénes
no somos? El poeta se hace esas preguntas, porque ya está en la tarde su vida,
porque ya está cansado de andar por los caminos, porque quiere sentarse a
esperar en el umbral de la noche a recapitular su existencia y sacar de ella la Sabiduría que le lleve a
la Eternidad. Y
es esta, ¿quién soy yo?, una pregunta a la que nadie nos puede responder,
nadie, sino las piedras que, como el hombre libre de su coraza, están llenas de
Eternidad. Pero es una pregunta y una recapitulación que pocos osan hacer,
porque es esto un querer hacer, y no
un querer decir, porque es un acto de
la voluntad y, por ello mismo, un acto conciente.
(Continua)
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