(último)
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A R M A D E F I N I T I V A *
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( Historia de marineros )
" Las ilusiones
seguirán
hasta que la mente
desaparezca
completamente."
Bhai Sahib
mucho más
terrible que su canto:
su
silencio."
F. Kafka
En un triste lugar, un pequeño puerto
escondido en el fondo del Mediterráneo, escuché una vez la sombra de un
marinero de ojos vacíos y mirada vuelta hacia el infinito interior. Con la
menten perdida en el abismo insondable del delirio, y las palabras incoherentes
y trabadas en una agustiosa desesperación ‑la de haber encontrado y perdido el
Camino‑, le oí contar una extraña historia.
Siempre en silencio, con aquella mirada
dirigida a ninguna parte, solo pronunciaba en palabras incoherentes una
monótona salmodia cuando alguien le ofrecía un vaso del más apestoso ron que
pudiera beberse. Después, volvía al silencio y a la ausencia.
Su salmodia era un relato extraño,
balbuceante, con el argumento roto... Una vieja y terrible historia de
marineros.
He intentado recomponer su argumento, pero no
he podido. De entre toda aquella retahíla de palabras trabadas, solo he podido
percibir con claridad una idea, un sentido último y profundo...
Y esa idea, ese sentido, es el que yo os
transmito:
El mundo que mis sentidos
han construido en mí y para mí,
se ha quebrado de repente.
La luz ya no llega a mis ojos,
el sonido ya no hace vibrar mis oídos,
ni mi piel siente la textura del mundo.
Ya no hay olas que embriagen,
ni señal sonora
que me ponga en movimiento.
¿Qué ha sido del mundo
que existía a mi alrededor?
Es como si una ráfaga...
de silencio
se lo hubiera llevado de repente.
Y aunque mi memoria guarda recuerdo de él,
ya no quedan estímulos
que activen mis sentidos
y despierten mi memoria perdida.
¿Con qué terrible arma
han abatido la
Ilusión?
De pronto, todo es SILENCIO.
Ya no cantan las sirenas.
Ya no atraen en forma irresistible
a ese Ulises que somos
-errantes y en busca siempre de si-mismo-.
Ya no nos "encanta" su canto ilusorio,
tejido de ensueños.
El "encantamiento" ha cesado.
Ahora, todo es silencio.
El mundo ya no vibra su canto dentro de mí,
y con el silencio han cesado las vibraciones,
todas las melodías que entraban de fuera a dentro.
Ya sólo queda una única vibración
que sale
de dentro a fuera.
¡Y ESA VIBRACION SOY YO!
Ahora
me doy cuenta.
Yo
soy la única vibración del Universo.
Es
de ella de donde se extrae la fuerza
para
crear el mundo,
y
el paisaje,
y el color,
y el murmullo del
follaje al atardecer,
sin
advertirlo.
Era
ella
- yo -
quién
creaba
- para entretenerse -
las caricias
tiernas,
los besos esparcidos
alrededor,
tirados en la arena,
con sabor a broza,
a
ola,
a sal...
de
dos cuerpos entrelazados.
Era
ella
- yo -
quien
creaba
- para
entretenerse -
el susurro
del viento,
el grito
de angustia,
la risa,
la
"Palabra Perdida",
tre el ir y venir del rumor de las olas,
y el calor húmedo sobre
la piel,
y el frío en las entrañas...
Todo había salido de mí
sin yo saberlo.
Estaba ciego,
"encantado".
Y ahora todo ha sido destruido
por la terrible arma de las sirenas.
Al acallar su canto
hizo explosión el SILENCIO.
Nos quitaron el ensueño
que hacía titilar nuestro sentidos.
Se llevaron las ilusiones,
nos dejaron solos
y desnudos
- de nuevo -,
con nosotros mismos
en el Paraiso.
Tiraron al pozo de la
Nada
nuestros juguetes de niños traviesos...
Y ahora,
nos obligan
- en el SILENCIO -,
a convertirnos en Seres Humanos.
Quieren que nos convirtamos en Hombres
y que asumamos el deber de los dioses
para el que nacimos.
Sí.
Las sirenas tienen un arma terrible.
De las palabras de aquel marinero,
sólo pude entender con claridad
estas palabras:
"TODA LA
SABIDURIA DEL UNIVERSO
ESTA EN EL SILENCIO"
ESTA EN EL SILENCIO"
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" No podemos hablar y decir toda la
verdad, porque el
el lenguaje no alcanza a describirla...
Para
mí, decir "yo" sin darle a esta palabra el
significado de "vosotros-nosotros-todos-Espíritu-Uno"
es decir una mentira; pero no hablar con
palabras
es desaprovechar esta oportunidad de hablar.
Mejor
una mentira bienintencionada, que el silencio,
o que no hablar en absoluto... "
Richard Bach
" Cualquier idea poderosa
es absolutamente fascinante
y absolutamente inútil
hasta que optamos por utilizarla."
Richard Bach
El atardecer ponía tonalidades anaranjadas en el corazón del valle.
Las nubes, blancas y grises, se precipitaban en cascada por la vertiente norte
hacia el interior del valle susurrando un fluir de pensamientos elementales
que, llevados por el viento, se hacían palabras en el tremolar de las palmeras.
Las montañas envolvían aquel secreto y escondido rincón. Los rocosos
picachos formaban pétreas columnas que sujetaban la cúpula celeste de ese templo
natural que era el valle. Un pasillo estrecho y alargado, como el cuello de un
útero, por el que discurría un arroyo, conducía a una pequeña rotonda en la que
dos grandes y ciclópeas piedras, cerraban y abrían, al mismo tiempo, el paso al
corazón del valle: a esa matriz en la que la Naturaleza engendra sus
designios. Entre ambas rocas, invisibles a la mirada dormida, una corriente de
energía, saltando de una a la otra, cerraba el paso a los curiosos. Porque,
pasar por aquella puerta, requería adecuar la propia vibración a la que impedía
el paso. Si la disposición interior no era la correcta, si no estaba
sintonizada con las leyes de la naturaleza, si el propio espíritu no vibraba
con la intensidad necesaria, se era rechazado. Se sentía algo desagradable, una
especie de repulsión interna, una desazón, un miedo inconsciente que impedía
seguir avanzando.
Pequeños y grandes seres elementales, constructores de la forma,
dueños de los elementos de la tierra, el agua, el aire y el fuego, servidores
de la Naturaleza,
vigilaban el lugar. Su misión era impedir cualquier intromisión al interior de
aquel sagrado recinto. Un Guardián se había personificado en una gran roca que
había incrustada en una ladera. La roca había tomado la forma de un rostro
impasible, resaltado por el mutismo pétreo de sus grandes labios y de su chata
nariz. Para la mirada dormida, solamente una gran piedra medio enterrada en el
suelo. Para la mirada despierta, un poderoso ser elemental, cuya energía
reberberaba en luminosos contornos a la sombra incipiente del anochecer.
Entre las ramas de las palmeras que se desparramaban a lo largo del
valle, las pardelas repetían, en sus agudos chillidos, las palabras de
advertencia de los guardianes del lugar y de los seres elementales que lo
habitaban, a la intromisión y profanación de aquel recinto sagrado. El croar de
las ranas en el arroyo, el susurro reptante de los lagartos en la seca hierba,
los agitados brazos de las palmeras sacudidos por el viento, el monótono y
cantarín sonido del agua corriendo por la pendiente eran las palabras y los
gestos con los que los seres elementales advertían de que aquel lugar no debía
ser profanado.
Al otro lado de una puerta, marcadas por las dos descomunales rocas,
se hallaba el corazón del lugar. Eran dos grandes esferoides de un alto
contenido magnético, tal vez debido a la gran cantidad de hierro que entraba en
su composición. En aquel lugar, al otro lado de la puerta, los mundos regidos
por los cuatro elementos alquímicos y los reinos de la naturaleza se habían
hermanado para formar una inmensa matriz. Y allí, invisible a la mirada del
hombre dormido, flotando en medio de un mar de energía que emanaba de la
tierra, el agua y la vegetación, se hallaba un gran huevo de luz. Permanecía a
la espera de ser fecundado cuando llegara la noche, y las estrellas bañaran con
sus efluvios su esencia. Grandes Seres de Luz, venidos de otros mundos,
magnetizaban el lugar y lo que en el se guardaba, con su alta energía de Amor.
Cuando la última claridad se hubo ocultado tras las montañas y la
oscuridad se adueñó del valle, la agitación se hizo más intensa. Los Señores de
la Luna, cumpliendo
el designio de los ciclos cósmicos, en ese momento en que la luna se acercaba a
su punto más oscuro llamado Luna Nueva, en ese punto en que no reflejaba
ninguna luz solar, en ese día 28 de Abril, habían levantado las barreras con
las que la Luz
del Espíritu ponía límites a los bajos planos del astral: ese lugar donde el
mal tiene su guarida y donde miríadas de formas repulsivas y malignas se espanden
por los espacios en busca de presas a las que arrebatar su energía vital. Sin
embargo,aquel valle era una fortaleza inexpugnable. Los señores que lo
guardaban habían cubierto el lugar con una infranqueable cúpula de luz, de una
vibración tan alta, que todo lo que no vibrase con su intensidad era repelido o
destruido. Solamente un corazón en el anidaran el miedo y la desarmonía, podría
abrirles, desde el interior, la puerta.
Escaso tiempo quedaba ya para que sonara la treceava hora, cuando una
larga fila de seres pertenecientes al cuarto Reino de la Naturaleza, iniciaron
su entrada en el valle. Entre susurros y comentarios, sorteaban los obstáculos
del terreno alumbrados por algunas linternas. De vez en cuando, el viento, en
fuertes ráfagas, advertía a los intrusos que aquel lugar era sagrado. Qué
entrar en él, requería también de un corazón sagrado. Entre aquellos hombres y
mujeres, jóvenes y adultos, que recorrían el sendero, se producían extrañas
agitaciones internas, oscuros estremecimientos, cuando los seres elementales
agitaban la naturaleza en todos sus reinos, advirtiéndo del peligro que corrían
los que profanasen el lugar, induciendo en forma perentoria a que se marcharan.
La hilera humana era como un fino hilo de luz para la visión
clarividente. Tenía iridisaciones nacaradas, doradas y violetas. Pero este hilo
de luz que serpenteaba en la noche, sólo era visible para los Grandes Seres de
Luz que, desde la altura, vigilaban ocultos en la noche.
Al llegar a un calvero, a la derecha del sendero, cubierto por una
inmensa palmera cuyas ramas se agitaban a impulsos del viento, el hilo de luz
se detuvo. Se enroscó sobre sí mismo y formó un círculo. Las voces humanas
guardaron silencio. La naturaleza respondió al silencio del hombre con una
fuerte ráfaga de viento y, luego, guardó silencio también. Bajo la mirada de
los mil ojos de la noche, las consciencias que formaban el círculo de luz se
recogieron sobre sí mismas. El brillo y la luminosidad del círculo se
incrementó. Al hacerlo, la naturaleza y los seres elementales que la sirven
volvieron a su trabajo de manifestarse e infundir temor a aquellos que no
estuviesen preparados. Ante la manifestación de la Naturaleza, el anillo
de luz fluctuó en algunos puntos; pero aguantó la tensión y la energía que giraba
cada vez con más celeridad alrededor de aquel anillo‑no‑se‑pasa, no se
interrumpió.
Pasaron los minutos. Las personalidades que eran el soporte de la luz
de las conciencias se fueron relajando, se fueron abriendo a la realidad del
mundo mágico. Después de diez minutos, la intensidad de la Luz interior se mantuvo
constante a lo largo del círculo. La baja tensión que pudiera haber en algunos
puntos, era compensada por la más alta de otros. El resultado era una
intensidad lumínica elevada. Entonces el anillo de Luz se partió y el hilo
luminoso inició de nuevo la marcha. El sendero era ahora más angosto. Cada
unidad de Luz iba sumida en sus propios pensamientos, en sus propios sueños y
esperanzas, abrazada a sus anhelos, impulsada por sus propias motivaciones.
Pero ninguna unidad era realmente consciente de lo que hacía allí. Había
llegado a aquel lugar por un sentimiento indefinido de hermandad, de unidad.
Más era sólo un oscuro impulso en el corazón de muchos, y una oscura sensación
física y emocional en la superficie de sus naturalezas.
El arroyo que fluía por el fondo del valle, cortaba el sendero que
conducía al otro lado. Un estrecho y dificultoso paso que, sobre el agua y el
fondo formaban unas piedras, esparcidas aquí y allá, hacían de puente para
cruzar a la otra orilla. Esa "otra orilla", cuyo paso tanto suponía
en las historias que narraban el recorrido del alma por el sendero de la
iniciación. Y aunque aquí eran sólo unos pocos metros, la noche, las piedras
escurridizas y mal asentadas en el fango, el sentimiento de ser un paso
importante aquel que recorrían supuso, para la hilera de puntos de luz que
avanzaban en la noche, toda una aventura.
Por fin la "otra orilla". El sendero conducía a un pequeño
calvero que, en forma de luna en cuarto menguante ‑la misma forma que la luna
tenía aquella noche si hubiese sido visible desde el interior del valle‑,
rodeaba una roca y una palmera que habían hermanado sus naturalezas. Todo el
conjunto, de unos cinco metros de diámetro, formaba la antesala de la puerta al
corazón del valle. Era el atrio de aquel mágico templo natural.
Al llegar a aquel lugar, el hilo de luz se detuvo. Una vez más, en
respuesta, la Naturaleza
habló en la multiplicidad de sus formas: cada sonido era una palabra que
anunciaba lo aún por acontecer. Los elementales del lugar, encaramados a las
rocas, subidos a las palmeras, meciéndose colgados de sus cimbreantes ramas
impulsadas por el viento, reptando entre los puntos de luz, repetían, desde que
aquellos humanos entraron en el valle, incansablemente, una y otra vez, siempre
la misma canción.
‑ ¡Marcharos! ¡Marcharos!
‑ ¡Marcharos! ¡Este es nuestro lugar!
‑ No lo profanéis.
Los seres de la noche, las pardelas, los grillos, las ranas en el
arroyo, pusieron en palabras la advertencia disuasoria de los elementales del
lugar. Hasta los perros, que había acogido con fuertes y bruscos la llegada de
los intrusos, habían terminado por callar ante ese otro grito más tenaz y
persistente.
El círculo de luz se formó de nuevo. Nada de lo que acontecía alrededor
perturbó el flujo de la energía que circulaba en el anillo. A cada minuto que
pasaba, el silencio era más profundo en los corazones; a cada minuto la unidad
del círculo era más absoluta; a cada minuto su energía se hacía más densa e
intensa; a cada minuto ésta, con un fuerte color dorado‑violeta, giraba a mayor
velocidad.
Los Grandes Seres de otros
Mundos se habían situado en el exterior del círculo. Con las manos extendidas y
vueltas las palmas hacia arriba, recibían la lluvia de gotas de luz que, procedentes
de una gran nave suspendida en lo alto e invisible a la mirada, caían desde la
altura sobre los allí reunidos.
Luego, volviendo las manos hacia el anillo de luz que giraba,
incrementaron la energía de éste, con la que salía de sus manos. Querían así
fortalecer el ánimo de aquellos puntos de luz que, alucinados por la propia
clarividencia, observaban a los elementales del valle y comenzaban a
comprender, en los gestos y en los gritos de estos, cual era su deseo:
‑ ¡Marcharos! ¡Marcharos!
Gracias a esa energía el anillo de Luz se mantuvo y no se quebró. La
armonía se hizo más intensa y más fuerte que el miedo. La emoción fue
controlada en la mente de quiénes contemplaban asombrados a aquellos seres
salidos de la fantasía.
En el cielo, las estrellas aumentaron su brillo. Su titilar se hizo
más intenso. Su pulsar más rápido. El momento se acercaba. La treceava hora se
deslizaba imperceptiblemente en el corazón de los puntos de Luz que eran UNO en
el anillo. Algunos comenzaron a ver a los Grandes Seres que desde el exterior
sostenían el fluir de la energía; otros, ascendían en la visión a la nave que
flotaba en lo alto y, allí, eran purificados en sus auras; alguno quedó
prendido de una estrella y su conciencia salió disparada a través del espacio
infinito hasta ese mundo de procedencia; otros, llamaban en silencio, un
silencio que era grito en la conciencia, al punto de realización de sus sueños.
Y todo ello sirvió para que la energía se mantuviera en un vertiginoso girar de
alta frecuencia y, para que la hora trece se deslizara inexorablemente en el
corazón del círculo que, ahora, era UNA sola Luz, UNA sola energía, UN solo
punto más denso y abierto.
Una forma de pensamiento, con una orden impresa, surgió de los Grandes
Seres y entró en el círculo de Luz. Un punto del círculo, en respuesta a la
orden, abandonó este y, sin que la unión con el círculo quedara interrumpida,
se dirigió a la puerta que cerraba y abría el paso al corazón del valle. Esta
resplandecía por la propia luz que emanaba de ella.
El punto de Luz se situó entre las dos grandes rocas, y por un
infinitésimo de tiempo interrumpió el arco de energía que fluía de una a la
otra. El circuito se restableció de nuevo y el brillo del punto de Luz aumentó;
se hizo más blanco, más intenso en el centro y de un violeta más puro en los
extremos, rodeado por la luz anaranjada de dorados reflejos que emanaban de la
puerta.
Todo el valle estaba lleno de luz, y los ojos dormidos no comprendían
como de podían ver entre sí con tal claridad, a pesar de ser noche cerrada y de
la ausencia de la luna. Pero la luz más intensa, de un azul pálido, emanaba del
propio anillo luminoso que no cesaba de girar a tremenda velocidad, a altísima
vibración.
Hasta la
Naturaleza, en sus Reinos, calló por un instante ante la
visión. Todo quedó quieto. El tiempo se detuvo, y una fisura se abrió en su
fluir. Por ella se filtró la
Eternidad. En el corazón del valle, en su nido de energía, el
huevo luminoso que había sido formado por los propios puntos del círculo en
anteriores entradas al valle, aunque sin que estos fueran conscientes de ello,
esperaba vivo, pulsante. Esperaba a que un pensamiento‑semilla entrara en su
interior y fecundara su esencia, para que el proceso de la creación de la forma
de un Ser UNO se iniciase.
Y allí, en la Puerta
de la Eternidad,
un punto de Luz, que era a la vez todos los puntos de Luz que giraban,
contemplaba las corrientes, los efluvios de energía que circulaban en la matriz
que contenía al Huevo‑UNO. Absorto en la visión, no se dio cuenta de que su
mente superior entró en él. Ni tampoco percibió como ésta proyectaba el
pensamiento‑semilla que, como una saeta, salía disparada a su destino. En el
iba toda la energía generada por el vórtice al que en punto de luz permanecía
unido. En él, el significado, la imagen de la forma, la vida de un nuevo ser.
En el mismo instante sin tiempo en el que el pensamiento‑semilla salió
disparado hacia su destino, y por un momento, el círculo se oscureció. Aquel
espermatozoide mental, cargado de potencia de
Unidad, de potencia de Amor‑UNO, atravesó la distancia y se clavó en el
centro del huevo de energía. Allí, la energía contenida en el pensamiento‑semilla,
se vertió mezclando las esencias. Y en el mismo instante, como si la brecha de la Eternidad se hubiera
cerrado para que el tiempo siguiera su curso, el viento sopló con fuerza
anunciando que la fecundación se había efectuado. La Naturaleza recobró su
voz para proclamar el acontecimiento.
Cuando el punto de Luz volvió al círculo, éste estaba ya
desmembrándose. La energía se había amortiguado, pero aún envolvía a los puntos
arremolinados, produciendo en ellos sensaciones que hacían perceptible a las
conciencias que ese mito de unidad grupal era posible.
Los Grandes Seres abandonaron el exterior del anillo roto y se
internaron en el corazón del valle. Rodearon el Huevo‑UNO fecundado que, ahora,
se ida llenando de una luz intensa. Esa luz que era la misma Luz con la que se
iluminó el Cosmos Solar después de que el pensamiento‑semilla que le fecundó
entrase en él. Porque ambos procesos eran uno y el mismo. Lo "de
abajo" y lo "de arriba" creaban de la misma manera, aunque los
hombres no lo supieran, aunque los hombres no lo entendieran aún. Pero aunque
los hombres no tuvieran conciencia de ello, al igual que los dioses creaban los
mundos como su forma de expresión, los hombres creaban su realidad futura, sus
formas de expresión futura: el Ser UNO.
Los Grandes Seres de Otros Mundos, ante la mirada atónita de los seres
de la noche, de los Reinos de la
Naturaleza, de los mundos en los que se efectuaba la alquimia
del Universo, transportaron el Huevo del que saldría la forma del Ser UNO a la
nave que aún permanecía suspendida sobre el pequeño calvero.
Y UNO, como había sido
prometido por los Grandes Seres, subió a la nave. Aunque estos, otros, no lo
supieron hasta más tarde.
Alfiar
Santa Cruz de Tenerife, 2 de Junio de 1991
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