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Mosaico de la Capilla Palatina en Palermo. |
<ARTICULO
PUBLICADO EN LA GACETA DE
CANARIAS EL 22-12-91>
<PÁGINA>: LA
OTRA PALABRA
<TÍTULO>: Sobre
el significado de la Navidad.
<AUTOR>: Alfiar
<CUERPO DEL TEXTO>
<CUERPO DEL TEXTO>
1.- EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD
Existe un poema de H. Le Galliene, cuya primera estrofa dice:
"De todos los que
buscaron mi cuna en Belén
escuchando una voz y siguiendo
una estrella,
¿cuántos me acompañaron
hasta el Calvario?
Estaba demasiado
lejos."
En estos momentos, la Humanidad, sea o no
consciente de ello, se encuentra sumida en un proceso de cambio. Un año más,
nos acercamos a ese punto en que las configuraciones astronómicas se disponen
de una determinada manera. En ese ámbito, gran parte de los hombres de este
planeta celebran algo llamado Navidad.
La creencia de estos hombres que toman
literalmente el relato y el dogma de sus iglesias, significan este hecho en la
historia de un hombre nacido hace dos mil años en un lugar llamado Belén. Su nacimiento estuvo rodeado de
extraños acontecimientos. Predicó un extraño mensaje a los oídos de su tiempo y
aún a los del nuestro, por el que le crucificaron. Ese mensaje decía que el Padre y El eran Uno; y que esa
realidad, resumida en la palabra AMOR,
expresaba la misma esencia del Padre. (...)
Hoy, dos mil años después, aún subsisten las
disputas por la defensa del Cristo histórico. Pero ninguna o escasa defensa se
hace de su mensaje: AMAOS LOS UNOS A LOS
OTROS. ¿Cuántos de los llamados cristianos, que en estas fiestas ya
cercanas se disponen a celebrar la
Navidad, han entendido el auténtico significado del Espíritu de la Navidad? ¿Cuántos han
comprendido que lo que se esconde detrás de la anécdota histórica es el
nacimiento del Principio Crístico
para cada uno de nosotros?
Vemos la Navidad como un episodio más, el primero, entre
los episodios que constituyeron la vida de un hombre. Pero la Navidad no es un episodio
individual, es un acontecimiento cósmico. No debe verse aisladamente. No debe
circunscribirse a sólo unos cuantos días alrededor del 25 de Diciembre. Navidad
es algo que acontece permanentemente. Lo que es importante en ese periodo de
Diciembre es que las influencias astronómicas que afectan a la Tierra, las energías
emanadas de los Grandes Seres que
rigen el destino de nuestro Cosmos, el Sistema Solar, y las influencias de
otros sistemas más allá del nuestro, alcanzan más fácilmente y con mayor intensidad
a la Tierra en
esos días que en otros momentos del año. Esta energía extra permite revitalizar
en nosotros algo que siempre estuvo
ahí, latente, en nuestro interior: el Principio
Crístico.
Este principio, conocido por su designación
griega de Kristos, es un Principio Cósmico, un aspecto de la Esencia
y Naturaleza de la propia Divinidad.
Este Principio tenía que ser conocido, comprendido y practicado por el hombre,
un hombre que había sido creado a imagen y semejanza de Dios, para que aquello
que los Elohim dijeron de Adán y Eva
en el Paraíso -"Dioses sois"-, pueda llegar a
ser realidad.
Este Principio
Crístico, éste Espíritu que tiene que nacer en cada hombre, es el Amor y la Sabiduría de Dios. Y Fue un hombre, Jesús, el
más evolucionado de la raza humana, el que después de alcanzar ese estado de
conciencia tan elevado, hizo posible que ese aspecto de la Divinidad llamado Hijo se expresase por Él. Fue entonces cuando el Padre y El
fueron Uno.
La Navidad es el aniversario del nacimiento de ese Principio
en el hombre. La Navidad
es también el momento en que ese Principio
Crístico que late en nuestro interior puede nacer. Y es tarea del hombre
restablecer el auténtico significado de ese magno acontecimiento que, en forma
permanente, emana hacia la
Humanidad, pero que permanece en estado latente en nuestro
interior hasta que nosotros mismos le permitamos nacer.
Por ello, si en esos días en que las
energías emanadas de las configuraciones planetarias y cósmicas favorecen el
nacimiento en nosotros, en cada uno de los seres de éste planeta, de ese
Principio, nos permitimos caer en el grosero materialismo, por muchas luces y
decoraciones que pongamos en nuestras casas y en nuestras ciudades, por muchas
regalos que hagamos, el Cristo que se gesta en nuestro interior, no nacerá.
Es cierto que bajo esa superficialidad y
autogratificación existe un sentimiento de buena voluntad. Sentimiento que el
hombre, tan inclinado a ver las cosas desde su propio interés y desde su propia
emoción y sentimiento, le resulta difícil explicar. Todo lo que sabe es que algo
se manifiesta en él durante la
Navidad y que luego desaparece. Si nos parásemos a analizar este sentimiento,
tal vez llegáramos a entender lo que significa, lo que es el Cristo. Y una vez
entendido, empezar a poner en práctica eso que hemos entendido. La práctica de
ello se llama Amor y Servicio. El sentimiento de buena voluntad hacia los
hombres no debería existir sólo en Navidad. Debería ser eterno. Porque si Dios
es Amor, el hombre, como su imagen y semejanza, debe reflejar ese Amor.
Es por ello que los seres motivados por la Luz que comienza a nacer en
ellos, reconocen la necesidad de ser conscientes de la propia evolución
espiritual. Saben que es la propia conciencia, y no la de otros, la que es responsable,
la que determina el modo en que conducimos nuestras vidas durante el año.
Comprenden que hay que utilizar esas influencias que llueven sobre nosotros en
ese tiempo para poder incrementar así aquello que conduce al nacimiento
de nuestro propio principio Crístico. Sin olvidar, que todo nacimiento no es
sólo un acto, sino que involucra un proceso.
Si esto se realiza en nosotros, nuestra
conciencia reflejará la Luz del Cristo; y esta Luz es Amor. Sólo entonces será posible el establecimiento de correctas
relaciones humanas; relaciones basadas en la buena voluntad de todos esos seres
humanos que por su trabajo sobre ellos mismos, permiten que nazca en ellos su
propia Divinidad.
Cada ser humano debe comprobar esto por si
mismo. Cada uno debe vivir la experiencia que narra el mito histórico. Por esa
experiencia podemos probar y establecer las veracidad de lo revelado por Jesús
en esa escenificación que fue su vida. La revelación de que una Verdad Eterna, el AMOR, es algo real desde cualquier punto de vista que adoptemos:
sea éste cósmico, histórico o práctico. Una Verdad Eterna es una verdad comprobable experimentalmente por cada
uno de nosotros. Como decía esa sentencia que C. G. Jung mandó grabar encima
de la puerta de su casa - "Llamado o
no llamado, Dios siempre está presente"-. Esto quiere decir que el
hombre, puesto que tiene un origen en esa esencia divina, tiene así mismo un
destino, y tarde o temprano ese destino le llevará a "Nacer en Belén", a ser "Bautizado en el Jordán", a "Transfigurarse en el Monte de la Transfiguración",
a ser "Crucificado en el
Gólgota" y a "Resucitar y
ascender al Reino".
Es la materialidad en la que estamos
inmersos la que hace que nuestro miope análisis de la letra del relato
evangélico, no perciba el significado de la Palabra misma, no entienda que detrás de la forma
externa subyace un mundo de realidades
internas y no pueda ver que "cuando
tu cuerpo está lleno de Luz" (Luc. 11,36), entonces, "en tu Luz veremos la Luz" (Salmos.36,9).
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