miércoles, 8 de mayo de 2013

Sobre el significado de la Navidad 1.

Mosaico de la Capilla Palatina en Palermo.



<ARTICULO PUBLICADO EN LA GACETA DE CANARIAS EL 22-12-91>
<PÁGINA>: LA OTRA PALABRA
<TÍTULO>: Sobre el significado de la Navidad.
<AUTOR>: Alfiar
<CUERPO DEL TEXTO>


1.- EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD

Existe un poema de H. Le Galliene, cuya primera estrofa dice:
"De todos los que buscaron mi cuna en Belén
escuchando una voz y siguiendo una estrella,
¿cuántos me acompañaron hasta el Calvario?
Estaba demasiado lejos."

  En estos momentos, la Humanidad, sea o no consciente de ello, se encuentra sumida en un proceso de cambio. Un año más, nos acercamos a ese punto en que las configuraciones astronómicas se disponen de una determinada manera. En ese ámbito, gran parte de los hombres de este planeta celebran algo llamado Navidad.
  La creencia de estos hombres que toman literalmente el relato y el dogma de sus iglesias, significan este hecho en la historia de un hombre nacido hace dos mil años en un lugar llamado Belén. Su nacimiento estuvo rodeado de extraños acontecimientos. Predicó un extraño mensaje a los oídos de su tiempo y aún a los del nuestro, por el que le crucificaron. Ese mensaje decía que el Padre y El eran Uno; y que esa realidad, resumida en la palabra AMOR, expresaba la misma esencia del Padre. (...)

  Hoy, dos mil años después, aún subsisten las disputas por la defensa del Cristo histórico. Pero ninguna o escasa defensa se hace de su mensaje: AMAOS LOS UNOS A LOS OTROS. ¿Cuántos de los llamados cristianos, que en estas fiestas ya cercanas se disponen a celebrar la Navidad, han entendido el auténtico significado del Espíritu de la Navidad? ¿Cuántos han comprendido que lo que se esconde detrás de la anécdota histórica es el nacimiento del Principio Crístico para cada uno de nosotros?
  Vemos la Navidad como un episodio más, el primero, entre los episodios que constituyeron la vida de un hombre. Pero la Navidad no es un episodio individual, es un acontecimiento cósmico. No debe verse aisladamente. No debe circunscribirse a sólo unos cuantos días alrededor del 25 de Diciembre. Navidad es algo que acontece permanentemente. Lo que es importante en ese periodo de Diciembre es que las influencias astronómicas que afectan a la Tierra, las energías emanadas de los Grandes Seres que rigen el destino de nuestro Cosmos, el Sistema Solar, y las influencias de otros sistemas más allá del nuestro, alcanzan más fácilmente y con mayor intensidad a la Tierra en esos días que en otros momentos del año. Esta energía extra permite revitalizar en nosotros algo que siempre estuvo ahí, latente, en nuestro interior: el Principio Crístico.
  Este principio, conocido por su designación griega de Kristos, es un Principio Cósmico, un aspecto de la Esencia y Naturaleza de la propia Divinidad. Este Principio tenía que ser conocido, comprendido y practicado por el hombre, un hombre que había sido creado a imagen y semejanza de Dios, para que aquello que los Elohim dijeron de Adán y Eva en el Paraíso -"Dioses sois"-, pueda llegar a ser realidad.
  Este Principio Crístico, éste Espíritu que tiene que nacer en cada hombre, es el Amor y la Sabiduría de Dios. Y Fue un hombre, Jesús, el más evolucionado de la raza humana, el que después de alcanzar ese estado de conciencia tan elevado, hizo posible que ese aspecto de la Divinidad llamado Hijo se expresase por Él. Fue entonces cuando el Padre y El fueron Uno.
   La Navidad es el aniversario del nacimiento de ese Principio en el hombre. La Navidad es también el momento en que ese Principio Crístico que late en nuestro interior puede nacer. Y es tarea del hombre restablecer el auténtico significado de ese magno acontecimiento que, en forma permanente, emana hacia la Humanidad, pero que permanece en estado latente en nuestro interior hasta que nosotros mismos le permitamos nacer.
   Por ello, si en esos días en que las energías emanadas de las configuraciones planetarias y cósmicas favorecen el nacimiento en nosotros, en cada uno de los seres de éste planeta, de ese Principio, nos permitimos caer en el grosero materialismo, por muchas luces y decoraciones que pongamos en nuestras casas y en nuestras ciudades, por muchas regalos que hagamos, el Cristo que se gesta en nuestro interior, no nacerá.
   Es cierto que bajo esa superficialidad y autogratificación existe un sentimiento de buena voluntad. Sentimiento que el hombre, tan inclinado a ver las cosas desde su propio interés y desde su propia emoción y sentimiento, le resulta difícil explicar. Todo lo que sabe es que algo se manifiesta en él durante la Navidad y que luego desaparece. Si  nos parásemos a analizar este sentimiento, tal vez llegáramos a entender lo que significa, lo que es el Cristo. Y una vez entendido, empezar a poner en práctica eso que hemos entendido. La práctica de ello se llama Amor y Servicio. El sentimiento de buena voluntad hacia los hombres no debería existir sólo en Navidad. Debería ser eterno. Porque si Dios es Amor, el hombre, como su imagen y semejanza, debe reflejar ese Amor.
   Es por ello que los seres motivados por la Luz que comienza a nacer en ellos, reconocen la necesidad de ser conscientes de la propia evolución espiritual. Saben que es la propia conciencia, y no la de otros, la que es responsable, la que determina el modo en que conducimos nuestras vidas durante el año. Comprenden que hay que utilizar esas influencias que llueven sobre nosotros en ese tiempo para poder incrementar así aquello que conduce al nacimiento de nuestro propio principio Crístico. Sin olvidar, que todo nacimiento no es sólo un acto, sino que involucra un proceso.
   Si esto se realiza en nosotros, nuestra conciencia reflejará la Luz del Cristo; y esta Luz es Amor. Sólo entonces será posible el establecimiento de correctas relaciones humanas; relaciones basadas en la buena voluntad de todos esos seres humanos que por su trabajo sobre ellos mismos, permiten que nazca en ellos su propia Divinidad.
   Cada ser humano debe comprobar esto por si mismo. Cada uno debe vivir la experiencia que narra el mito histórico. Por esa experiencia podemos probar y establecer las veracidad de lo revelado por Jesús en esa escenificación que fue su vida. La revelación de que una Verdad Eterna, el AMOR, es algo real desde cualquier punto de vista que adoptemos: sea éste cósmico, histórico o práctico. Una Verdad Eterna es una verdad comprobable experimentalmente por cada uno de nosotros. Como decía esa sentencia que C. G. Jung mandó grabar encima de la puerta de su casa - "Llamado o no llamado, Dios siempre está presente"-. Esto quiere decir que el hombre, puesto que tiene un origen en esa esencia divina, tiene así mismo un destino, y tarde o temprano ese destino le llevará a "Nacer en Belén", a ser "Bautizado en el Jordán", a "Transfigurarse en el Monte de la Transfiguración", a ser "Crucificado en el Gólgota" y a "Resucitar y ascender al Reino".
   Es la materialidad en la que estamos inmersos la que hace que nuestro miope análisis de la letra del relato evangélico, no perciba el significado de la Palabra misma, no entienda que detrás de la forma externa subyace un mundo de realidades  internas y no pueda ver que "cuando tu cuerpo está lleno de Luz" (Luc. 11,36), entonces, "en tu Luz veremos la Luz" (Salmos.36,9).
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