La mañana es luminosa. Por la ventana de la
clase, el cielo azul contrasta con el perfil de los edificios en los que el sol
produce reflejos luminosos. En la clase, leemos una extraña y divertida
historia cuyo personaje tiene por oficio el de reidor y su especialidad es la risa
contagiosa, a través de la cual el espectador se involucra en el risa. En
contrapartida, el reidor es incapaz
de esbozar la más mínima sonrisa en su vida privada.
La lectura ha servido para hablar y
desarrollar el tema de la personalidad y el mundo íntimo del ser humano. He
intentado hacer comprender a mis alumnos que la personalidad era esa parte de
uno mismo que comienza a formarse al nacer, que se desarrolla en nosotros a lo
largo de nuestra vida y que, llegado el momento, cuando el cuerpo muera, dejará
de estar configurada de esa manera. Hemos hablado como, a través de ella,
evolucionamos, aprendemos, adquirimos experiencia, tomamos decisiones y como,
en cada momento, es el soporte, el sujeto y el objeto de nuestras experiencias.
He intentado hacerles comprender cómo la personalidad es algo que se transforma
en el tiempo, y como presenta diversas facetas según sea la emoción, el
sentimiento, y el pensamiento que la motivan; según sea la cólera, el miedo, la
risa, el deseo de cualquier clase, el odio, la venganza, la pena, el
resentimiento, el remordimiento, la indiferencia, el cinismo o la soledad, los
que sean el móvil de su hacer.
(...)
(...)
Mientras hablo con mis alumnos de todo esto, pienso
en algo que siempre ha sido difícil de desarrollar como tema de diálogo con
otras personas, por la incomprensión que en ellas surge ante el hecho que yo manifiesto:
que el amor, la comprensión y la prudencia son cualidades que no proceden de la
personalidad, ni de sus cambiantes estados, sino que son experiencias del alma.
La incomprensión surge porque mis interlocutores no saben muy bien como manejar
y percibir las manifestaciones de ese concepto -a veces con tan poco sentido
real para muchos-, que es el alma.
Pido a
mis alumnos que escriban una redacción sobre el tema, que analicen cual es la
causa de que el personaje del relato, el reidor, sea incapaz de reír en privado, en esos momentos en que uno se encuentra a
solas consigo mismo; y por qué en ese lugar es un ser triste, oscuro y
taciturno. Les pido también que observen en ellos mismos si, en ese lugar en
que ya no se está en relación con un otro, pueden sentir amor, compasión,
conmiseración, pueden sentir su alma.
Mientras ellos escriben su redacción, pienso
lo abstruso que es para un hombre de nuestra cultura, cuya conciencia está
enfocada hacia la realidad material como única posibilidad, el entrar en la
comprensión de esa idea de que el alma es esa otra parte de nosotros mismos que
es inmortal y que es poseedora de cualidades de amor y sabiduría.
Me doy cuenta cuán pocos hombres han
percibido dentro de sí esa multitud de corrientes de energía de una calidad
diferente a las que mueve la personalidad. Y cuán pocos han aprendido a
distinguir y diferenciar entre esas corrientes, las que pertenecen a la
realidad llamada "personalidad",
y las que pertenecen a la realidad llamada "alma". Y mucho menos a identificar los efectos emocionales,
psicológicos e incluso físicos de esas corrientes.
Una vez, había hablado con el Maestro de
los Alquimistas, sobre este tema. El me había hecho comprender y experimentar
en mí mismo cuales son las corrientes que provocan cólera, pensamientos
mezquinos o acciones destructivas; y cuales son las corrientes de energía que
producen amor, pensamientos positivos y acciones constructivas. La observación
y la experimentación con esas energías me enseñó a valorar y a identificar
aquellas corrientes que generan creatividad y amor y a combatir y desechar,
para transmutarlas, las que son causa de negatividad y están faltas de armonía
o llenas de violencia. Fue por este camino como pude conocer la existencia de
unas energías distintas a las que eran habituales en mi personalidad. El
Maestro de los Alquimistas me había dicho que esas energías son las energías
del alma; de un alma cuya realidad está llena de objetivos e intenciones; y
que, en contra de ser el alma una entidad pasiva y teórica, de consideración
intelectual, es esa parte de uno mismo desde la que se comprende que en
nosotros hay algo que tiene una naturaleza impersonal.
‑ El primer paso que has de dar -me dijo el Maestro de los Alquimistas en aquella ocasión-, es que reconozcas que tienes un alma; el segundo paso es permitirte a ti mismo el hacerte esta consideración: si tengo un alma… ¿Qué es esa cosa llamada alma? ¿Qué relación existe entre ella y tú mismo?, ¿De qué manera afecta a tu vida? Porque el alma no deja de ser una entidad teórica, a menos que se la reconozca en su energía, manifestándose como amor, compasión y sabiduría; a menos que se la comprenda y se la valore como algo que afecta a la vida de la personalidad a medida que esta abandona sus propias corrientes energéticas de carácter egoísta y las transmuta poniéndolas al servicio del alma.
Miro a mis alumnos enfrascados en su tarea.
¿Qué estarán escribiendo? Me siento impotente para transmitirles mi propia
comprensión. Me reprocho que tal vez los he puesto ante un ejercicio demasiado
difícil.
Una corriente de intenso amor fluye de mi
corazón hacia ellos, y mi mirada se llena de la luz con la que se ha llenado la
clase; y, sin que pueda impedirlo, mi conciencia fluye con mi amor y entró en
esa dimensión sin tiempo en la que el alma tiene existencia y consistencia.
Busco la presencia del Maestro de los
Alquimistas. Ahí estaba, como siempre, a mi derecha, contemplando mis pensamientos.
‑ No debes sentir angustia por ellos -dide su voz sin palabras-, porque cualquier experiencia que ellos realicen, o que pretendan realizar sobre esta escuela planetaria, les acerca más a ese momento en el que su personalidad y su alma se pongan en contacto. Cualquier circunstancia les proporciona la oportunidad de permitir que el alma se exprese a través de ellos. Y la personalidad en la que ahora se encuentran -tú ya lo sabes-, sólo es una más de la incontable cantidad de experiencias de sus almas.
Es una verdad en mi conciencia la realidad
del Alma existiendo fuera del tiempo. También es una verdad el proceso por el
que las almas eligen como camino evolutivo la experiencia de la vida en los
mundos físicos; y cómo a través de diferentes formas psicológicas y físicas han
encarnado sus energías en múltiples ocasiones. Pero también me es conocida la
confusión que existe en las gentes sobre la realidad subyacente a esos dos
conceptos: alma y personalidad.
El Maestro de los Alquimistas, que es uno con
mis pensamientos, continúa mostrándome cual es la verdadera situación.
‑ Mira -me dice-, tienes que ayudar a que entiendan que el alma es una entidad espiritual, y que con el propósito de aprender a conocer y a manejar las energías más densas del plano material, crea una personalidad y un cuerpo diferente para cada una de las encarnaciones que realiza con ese propósito. Así, ese cuerpo y esa personalidad, son para el alma sus instrumentos de aprendizaje. Cada personalidad contribuye a enseñar al alma algo sobre la evolución de la propia alma. Por ello, cada una de las características físicas, emocionales y mentales, todo aquello que conforman la psicología de una personalidad, encajan a la perfección en los objetivos del alma. Vuestro problema consiste en que veis la realidad únicamente desde vuestro punto de vista -el de la personalidad-, en el que las encarnaciones del alma ocurren en el tiempo; pero desde el punto de vista del alma, las cosas ocurren de otro modo: todas las encarnaciones del alma son simultáneas. Todas las personalidades en el plano físico ocurren al mismo tiempo. Por ello, cuando en una encarnación del alma se produce un rechazo a la negatividad, no solo se beneficia esa personalidad, sino a todas las demás encarnaciones de esa alma. Esto es algo que tú ya conoces.
En efecto, este verano, durante un viaje, he
tenido una experiencia en la que mi alma ha permitido a mi personalidad
presente ponerse en conexión con otra personalidad pasada o simultánea, a fin
de que comprendiera en que circunstancias se había producido un bloqueo, por un
desequilibrio, de una parte de las energías de mi alma. La comprensión del
hecho y la acción resultante liberó la energía y, por el rechazo de las
corrientes de miedo y de duda, se pusieron en movimiento nuevos procesos de
conocimiento.
‑ Maestro -le pregunto-, ¿qué es en realidad ese proceso que llamamos la encarnación del alma?.‑ El alma -me dice-, es un manojo de energías que configuran un vehículo de expresión para la chispa divina, el Espíritu. Son esas energías las que encarnan y, para ello, el alma reduce su propio poder energético a una escala apropiada a las energías que configuran las formas físicas. Se trata de una reducción de un sistema de vida inmortal a la estructura del tiempo y por unos pocos años. Mientras el sistema perceptivo del alma participa simultáneamente a través de la experiencia directa de incontables vidas, algunas de ellas físicas y otras no físicas, la parte de ese sistema que encarna en un cuerpo y en una personalidad queda reducida a cinco sentidos.‑ ¿Qué finalidad tiene entonces la encarnación?.‑ El alma, elige voluntariamente realizar esta experiencia con el fin de conocer y a la vez de purificarse. Para ello, construye una personalidad que está formada por aquellas partes de sí misma que necesitan equilibrarse. Los aspectos del alma desequilibrados y carentes de conocimiento y sabiduría, son ignorantes y necesitan actuar entre ellos en la materia física, con el fin de que cada parte desgajada pueda convertirse en un todo.‑ ¿Y sólo las partes del alma que necesitan equilibrarse encarnan? -Le pregunto.‑ No -añade el Maestro de los Alquimistas-; la personalidad la forman también otras energías del alma ya equilibradas. Energías que el alma entrega como complemento al proceso de purificación en que una persona se halla involucrada.
Recuerdo que en otro momento me había hecho
observar que, al considerar una personalidad, se puede observar la sabiduría
que el alma ha ido consiguiendo, es decir, esa parte de la personalidad
dominada por el amor.
‑ Considera – sigue diciendo –, hasta que punto es poderosa el alma, si se tiene en cuenta que posee una parte de sí misma que experimenta el más grande amor, otra que experimenta miedo, o quizá otra sea neutral, mientras que otra experimenta la enfermedad, la depresión o la esquizofrenia, mientras, incluso, otra es pura compasión. Pero si alguna de esas partes se siente separada del todo, se siente incompleta, la personalidad que el alma conforma se halla en desequilibrio. Una personalidad armoniosa es aquella en la que el alma puede fluir fácilmente a través de esas partes de sí misma que se encuentran en encarnación física. El alma ES. No tiene comienzo ni fin, pero fluye hacia la totalidad.
La idea de que la personalidad es algo único
a causa de su propia configuración; la idea de que es la persona del alma la
que interactúa con la materia física, de que no opera independientemente del
alma, explica el hecho de que hasta allí donde una persona se encuentra en
contacto con su centro espiritual, la personalidad se equilibra y sosiega, pues
la energía del conocimiento se halla concentrada en ese centro energético y no
en la periferia que es la personalidad.
La voz del Maestro de los Alquimistas, que sigue
mi pensamiento, corta el proceso de éste para infundirle a mi personalidad una
actividad.
‑ Tu ya empiezas a saber... Pero algunos de aquellos que contigo comparten el trabajo de esa encarnación, también deben de saber ya que los conflictos de una vida humana se encuentran en proporción directa con la distancia en que la energía de la personalidad exista separada del resto de la energía del alma. Una personalidad situada en esa posición, es irresponsable en lo que a sus propias creaciones se refiere y, no entenderá el proceso de sus experiencias. Sentirá que su personalidad tiene un límite y que, entre ese límite y cualquier otra realidad, existe un vacío a cruzar. Pero cuando la personalidad y el alma colaboran para purificar y equilibrar las energías personalizadas y, estas se unifican con las del alma – y advierte que esa unión ha existido siempre y no ha dejado de ser sino en la conciencia fragmentada e ignorante de la personalidad –, entonces es imposible distinguir donde comienza una y donde finaliza la otra. Cuando esto se produce nos encontramos ante un ser humano total: uno consigo mismo, uno con su alma y uno con el mundo de las almas. Ese ser humano unificado, se encuentra dispuesto para iniciar un proceso superior de aprendizaje en los mundos materiales.
Las últimas palabras sin voz del Maestro de
los Alquimistas, se abren en mi mente, a la par que otras palabras con sonido
activan las membranas de mis oídos, haciendo que la conciencia vuelva a este
lado de la realidad.
‑ ¡Profesor! -Me preguntó un alumno.- ¿Y si
yo no creo en esas cosas, ni en eso del alma, ni en otras vidas, tengo también
que hacer el trabajo?
Ante aquella pregunta formulada por un alumno
perezoso, tomada como excusa para no enfrentar su trabajo, contemplo esa
posición paradójica del alma humana que es maestra y discípulo al mismo tiempo.
Santa Cruz de Tenerife: 3‑12‑1990
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