sábado, 4 de mayo de 2013

Los espíritus Sanos. 2ª Parte.




Los espíritus sanos

2ª Parte

5.- La “Observación de uno mismo”

Observación y Observación de si no son la misma cosa.

Observación es atención orientada hacia el exterior a través de los cinco sentidos.

Observación de si es atención orientada hacia en interior de uno mismo, y para ello no tenemos órganos de percepción a nivel físico. La observación de si nos permite conocer los cambios que se producen en nuestro interior.

¿En qué consiste la observación de si?

Tenemos que entender que el hombre se encuentra, en si mismo, situado entre dos mundos: Un Mundo Externo, visible, que penetra en él por los sentidos y que todos compartimos y un Mundo Interno, invisible, para el que supuestamente no tenemos sentidos, que no compartimos con nadie y cuya observación requiere de un trabajo individual.

A lo que observamos en el mundo externo lo llamamos Realidad. Pero mis pensamientos, sentimientos, sensaciones, temores, esperanzas, desengaños, alegrías, pesares… ¿son reales?

Si decimos que no, la observación de si carece de sentido y no tiene ningún significado. ¿Por qué voy a observar algo en lo que no creo?
(...)


Aunque nos cueste creerlo, es en este Mundo Interno donde vivimos de forma permanente, aunque es en el Mundo Externo donde interactuamos con los demás.

Veamos un ejemplo: Un hombre asiste a un almuerzo de negocios. Todo lo que en el ve, escucha, saborea, huele, toca…, todo ello, pertenece a su realidad externa, porque todo ello entra en él a través de sus cinco sentidos. Pero, en cambio, todo lo que piensa, siente, le gusta o disgusta, etc., pertenece a su realidad interna. En realidad, se están registrando en él, dos almuerzos, cada uno es registrado de forma diferente.

Del mismo modo, en cualquier evento, acontecimiento o experiencia, existe lo que acontece externamente y lo que acontece internamente.

¿Cuál de los dos eventos es más real?

La respuesta es que los dos son reales, aunque pertenecen a diferentes órdenes de realidad. Cometemos un error de apreciación cuando identificamos lo externo como única realidad y como uno mismo, cuando en realidad ese uno mismo que creemos ser nos es completamente desconocido por permanecer invisible. Para poder penetrar en ese nuestro mundo interior e invisible a nuestros sentidos externos, lo primero que tenemos que hacer es aprender a ver. Para poder ver, necesitamos una luz que nos permita ver que es lo que bloquea el contacto con nuestro mundo interno.

La idea básica es comprender que vivimos, simultáneamente, en dos realidades diferentes, en dos mundos distintos. Es a causa de que nos hemos identificados con uno de ellos, el externo; que creemos que solo existe un solo mundo, el externo, al que llamamos realidad y que ese mundo es yo mismo. Esto, que cuando se comenta, como ahora, parece obvio, no lo es en nuestro cotidiano vivir, donde yo estoy ahí fuera.

Necesitamos modificar nuestra percepción. Modificarla en nosotros. Necesitamos cambiar nuestra forma, Transformarnos, ir más allá de la forma común de percibir la realidad. Para conseguir esta transformación existe una herramienta básica con la que hemos de trabajar. Se la llama observación de si Esta observación permite que alcancemos un nivel de conciencia llamado conciencia de si.

Cuando las impresiones externas entran en nosotros a través de nuestros sentidos, generan procesos internos. Como consecuencia de estos procesos se desencadenan, generalmente, emociones negativas, estados de ánimo enojosos, identificaciones y consideraciones internas, mentiras interiores, imaginaciones, yoes múltiples, justificaciones de si, estados de ensueño... De todo esto surge la respuesta que damos a las impresiones recibidas desde el mundo externo. (Comentar la parábola de Jesús sobre lo que entra y lo que sale de nosotros. No nos daña lo que entra, aunque lo que entre sea un insulto, sino lo que sale de nosotros como respuesta a eso que entra. Lo que entra nunca puede hacernos daño cuando uno ve el nivel de conciencia del que procede, porque al ver, la única respuesta es la comprensión y la compasión, en el sentido del Buda).

Cuando podemos observar este estado de cosas, podremos llegar a conocerlas. Al conocerlas y ver que son la causa de nuestros problemas, podemos cambiarlas. Entonces, cambiaremos nuestro estado de ser, cambiaremos nuestra forma, seremos diferentes, seremos espíritus sanos.

A causa de creer que somos siempre uno mismo con el mundo externo y con lo que en él acontece, es por lo intentamos cambiarlo y por lo que solemos decir: ¡Voy a cambiar de vida! Cambiar de vida no es cambiar las circunstancias exteriores de la vida o de nuestra vida. Es cambiar nuestras reacciones a lo que entra en nosotros. Por ello el Trabajo enseña que si uno es negativo, nadie es culpable, porque éste estado negativo no se debe a nada exterior, sino a uno mismo. El trabajo de limpieza (el perdón de nuestros pecados) debe realizarse en el lugar de entrada de las impresiones exteriores. En esos lugares existen múltiples filtros que dicen yo a todo lo que entra. Y, si esto es así…, ¿Cómo puede yo  observarse así mismo?
No puede.
Es necesario que se produzca una separación entre algo que observa y aquello que es observado. Ese algo que observa no es mi, ni yo.
Si tomamos cada estado como una parte desagradable de uno mismo (emoción negativa), no podremos llevar a cabo la separación para que algo en nosotros observe. La observación de si proyecta un rayo de luz sobre nuestros procesos internos, procesos que hasta ahora funcionaban en la oscuridad. Bajo la influencia de esta luz, estos estados internos comienzan a cambiar. Comenzamos a ver que no somos aquello que creíamos ser, porque lo que observamos es como si fuera un otro. Pero ese otro también somos nosotros mismos, aunque al mismo tiempo no lo sea, puesto que ese otro se encuentra lleno de incredulidad e imaginación, y es necesario separarlo para que podamos percibir al ser real que somos.

La separación comienza cuando uno se da cuenta que está formado por dos hombres: uno, al que llamamos yo y a quién los demás llaman Pepito; y el otro, el verdadero Yo, que aparece en la vida de Pepito solo en momentos breves y esporádicos, el cual solo llagará a ser algo firme y permanente en nosotros después de un largo y duro trabajo. De estos dos hombres uno es pasivo, y lo más que puede hacer es observar lo que sucede. El otro, Pepito, y que se llama continuamente a si mismo yo, es activo, y habla siempre de si en primera persona.

Tan pronto como comienza la observación de si, ese Yo pasivo, se da cuenta de que ha caído en poder de Pepito. El hombre interno, pasivo, es el que observa e intenta pensar, pero Pepito se apodera inmediatamente de él para hacer lo que quiere, algo que el hombre interno nunca hubiera hecho. Lo que quiero que comprendan es que Yo (algo) comienza la observación, pero, de inmediato, es Pepito quien se la arrebata y el que la continua. Así que, desde el principio, Pepito falsea el proceso de observación de si, introduce cambios y lo altera todo. Hay un largo combate hasta que se logra ver y comprender que el ser que verdaderamente soy Yo, no es Pepito. Qué Pepito solo es un muñeco terrorífico que nos domina.

Si uno es sincero consigo mismo, tendrá que reconocer que está en poder de Pepito, y comenzará a tenerle miedo a Pepito, y a considerarle como un enemigo (los seguidores del New Age, malinterpretando ciertas enseñanzas orientales, dicen que hay que cargarse al yo, que hay que cargarse a Pepito), ya que lo que él yo llama sus deseos, sus gustos, sus simpatías y antipatías, sus pensamientos y opiniones, son las de Pepito. Y se dará cuenta de que Pepito es su Amo y que él es un esclavo de Pepito. También se dará cuenta de que, a pesar de lo que imaginaba acerca de sí, carece de voluntad.

Si la observación de si ha llegado hasta este nivel, ya no nos queda más que una meta: liberarnos de Pepito. ¡Pero no nos lo podemos cargar! Ya que, externamente yo, tú, cada uno de nosotros, también somos Pepito, si nos cargamos a Pepito, nos cargamos, conjuntamente, a nuestro ser interno, el observador, el Yo verdadero. Luego no es matar a Pepito lo que tenemos que hacer, sino transformarlo internamente, quitarle su poder, obligarle, por medio de la voluntas del verdadero Yo, a hacer, no lo que Pepito desee en cada momento, sino lo que Yo mismo quiero, hasta que Pepito deje de ser el Amo y Señor y se convierta en servidor.

 Necesitamos separarnos de Pepito, no solo en nuestro pensamiento, sino en la vida diaria, y conseguir que esa separación sea un hecho. Sentir que no se tiene nada en común con él. Toda nuestra atención debe estar concentrada en Pepito, pues Pepito es muy peligroso, cuando está preso de una emoción negativa, destruye todo lo que hay a su alrededor. Por ello no siempre debemos confiar en nuestro propio juicio, pues Pepito se ha apoderado de él.

A veces solemos tener suerte en la vida y encontrar a alguien que nos diga donde estamos nosotros y donde está Pepito; pero, como nos domina Pepito, no solemos escucharlo ni hacerle caso.

¿Cómo puede un hombre ser sincero consigo mismo, cuando sinceramente no ve lo que tiene que ver por si mismo?

Necesita que alguien se lo enseñe, se lo muestre y que lo aprehenda para estudiarlo y poder llegar a comprenderlo. Aunque tal como el hombre es, no tal como el hombre cree ser, no se encuentra en condiciones, aunque se imagine lo contrario, de distinguir entre su Yo Real y el yo de Pepito. Esta distinción es impotente.

6.- Retratos - Papeles - Actitudes.
Nuestra personalidad Pepito funciona a través de “retratos” de nosotros mismos, de “papeles” que, en función de esos retratos, representamos en la vida y de “actitudes” que mueven esas representaciones en el Gran Teatro de la Farsa.

Un “retrato” es una imagen fija de uno mismo, siempre igual, siempre presente. Imagino, por ejemplo, que soy amoroso y veraz. Y como ese es el retrato que tengo de mí, no puedo manifestarme con desamor ni decir nunca una mentira. Algo que, a pesar de todo, hago. Y esa es una imagen fija de mí. Ese es uno de mis retratos. Esta fijación me impide ver el lado opuesto y oscuro de mi mismo. Y cuando lo vislumbramos, no lo podemos aceptar. ¡Faltaría más! Esa parte en sombra que me es desconocida, la proyectamos en otros “retratos” y aconteceres. Así, Ellos, los otros, son los que son oscuros.

Desde estos retratos y en función de ellos representamos nuestros “papeles” (roles). Aquí abría que matizar y distinguir entre la representación de un papel que es lo que hace el actor en el teatro y que sabe que está representando, y lo que nos ocurre a nosotros, en donde los “papeles” nos utilizan. Con ello nos convertimos en ese “papel, en ese héroe o en ese desgraciado, durante toda la vida; “papel” del que nunca dejamos de hablar.

Las “actitudes” se forman en nosotros a través de la educación que recibimos desde que nacemos: desde el colegio, desde la vida familiar, desde los compañeros de la infancia, desde los posteriores, y desde todos los ámbitos, sean estos institucionales o ámbitos de ocio. En todos ellos aprendimos cuales deberían ser nuestros puntos de vista “correctos” e “incorrectos”; y esos ámbitos insistieron mucho en que eran los “correctos” los que debíamos seguir y los “incorrectos” los que debíamos rechazar. Así que desde nuestra más tierna infancia los otros, la matriz social ha ido formando nuestras actitudes.

Estas actitudes, grabadas a fuego en nuestra naturaleza, rara vez se ponen en entredicho porque actúan a través de nuestro concepto de ética, moral, inclinaciones políticas, creencias religiosas, inclinación profesional… Así que “retratos”, “papeles” y “actitudes” son las plumas, al decir de ese impresionante libro del místico persa Farid Uddin Attar y llamado “La Asamblea de las Aves”, de las que tenemos que desprendernos para presentarnos ante el Soberano.

7.- Los espíritus que somos.
De la información contenida en las Tradiciones que han sobrevivido en todas las culturas, podemos inferir que somos espíritus inteligentes e individualizados, porque somos la influencia tangible que sobre el mundo material ejerce el Espíritu Uno del que todo emana.
Aunque cada uno de nosotros puede proceder de una estrella diferente, nuestro Ser, es el origen de todas las estrellas, y en ese Ser, somos Uno. Veamos el siguiente texto:
El ritmo de tu voz interior
Y todos subieron a una colina que llevaba por nombre “Los Cuatro Vientos”, porque parecía como si allí se viniese para dialogar los Hermanos del Aire, desde los cuatro ángulos de la Tierra.
Y el Poeta les dijo con voz fuerte como una tempestad:

- Naced como higueras y extenderos por las orillas del Río de la Vida para que los pajarillos del Cielo puedan alimentarse de vuestros frutos sin temor y los animales de la tierra busquen en vosotros la sombra.
No rompáis el Silencio de la naturaleza con vuestros gritos, antes bien, acoplaos a su tiempo para que ellos también sean Silencio.
Si podéis volar, ¿por qué preferís, hermanos, reptar como lagartos fundiéndoos con la tierra, cuando vuestros lugares son los éteres del cielo? Y uno que venía desde lejos, le dijo:
- Maestro, vengo de una ciudad populosa donde el ruido mata el silbar de los árboles y el trino de los pájaros o el ritmo de la lluvia.
Y Abul-Beka se paró y le dijo:
- De verdad te digo que nada de esto importa si tu no pierdes el ritmo de tu Voz Interior. Aún ni una tormenta la alteraría, si la escuchas. Ni mil carros, ni cien caballos al galope podrían sacarte de ti.

Dejad, pues, que aquellos que necesitan del ruido y son ruido, dancen en la ignorancia y las fiestas de los tiempos. Algún día todo se parará y todos se quedarán desnudos ante el Silencio.
Cayetano Arroyo. “Diálogos de Abul Beka”.
La oración que constituye el primer párrafo nos informa de nuestra situación. El sujeto, todos; subieron, la acción verbal. Tres complementos circunstanciales nos indican donde subieron:
  1. a una colina que llevaba por nombre “Los Cuatro Vientos”. Este primer complemento circunstancial de lugar es a vez una oración compuesta. Su sujeto “colina”, el lugar a donde subieron “todos”, es modificado por otra oración subordinada de relativo indicándolos el nombre de la colina: “Los Cuatro Vientos”. Es fácil visualizar esta imagen que, vista desde arriba, constituye un mandala en el que la Colina o lugar elevado es el centro de las cuatro direcciones del espacio, un axis mundi; un Centro del Mundo donde lo de “arriba” y lo de “abajo” se ponen en contacto.
  2. Este segundo complemento circunstancial de causa nos explica la causa de que “todos” subieran a la colina: “parecía”. La acción verbal de un sujeto omitido, “todos”, “que como allí se viniese para dialogar los hermanos del aire”. A su vez, este “parecía” (algo de lo que no se está seguro), tiene un complemento circunstancial de modo “como…” si a esa colina “se viniese”, no “se fuese”, sino que “se viniese”, dando a entender que la “colina” los había atraído has ella. Una acción expresada en futuro, acción cuya finalidad nos explica otro complemento circunstancial de modo “para dialogar”, un infinitivo que a su vez tiene un complemento indirecto quienes son los que dialogan, “los hermanos del aire”, es decir, otros espíritus procedentes del “aire”, una dimensión más sutil y elevada que la dimensión material.
  3. El tercer complemento circunstancial de lugar nos aclara desde donde subieron “todos”: “desde los cuatro ángulos de la Tierra”.
Y el Poeta”, es decir, ese ser que posee una visión más amplia y profunda, les da un mensaje y les incita a que tomen otra “forma” que expresa, en forma simbólica o metafórica : “Naced como higueras y extendeos por las orillas del Río de la Vida, cuyo símbolo celeste ha sido siempre La Vía Láctea.” Extendeos por toda la galaxia, les dice el Poeta a todos los que has subido hasta ese centro simbolizado por la colina y atraídos por ella, y a “todos” los que han descendido de otros lugares o dimensiones más elevados. Porque solo en ese centro más elevado es posible el diálogo.
Las formas que adoptamos los espíritus en aquella primera época a la que seguramente hace referencia el anterior diálogo, eran similares a la humana que ahora tenemos, aunque más sutil, menos densa. Esta materialización o densificación de la forma tenía un inconveniente: había que dedicar mucha energía y atención para mantenerla. Pero había una solución obvia: hacer que los cuerpos-formas fueran autosuficientes. Dotados de un ego o identidad física (personalidad) que se ocupase de su mantenimiento y desarrollo, y colaborase estrechamente con el espíritu que ocuparía la forma, no solo en su propio mantenimiento, sino en una continua labor de creación del plano material.
Al cabo de tiempo, a algunos grupos de espíritus encarnados en esas formas, les pareció tan sobrecogedora y tan rica la energía que penetraba por los cinco sentidos de sus formas físicas que tenían para percibir la realidad exterior, que olvidaron que estos sentidos o canales también podían sintonizar frecuencias más finas, frecuencias intuitivas e imaginativas.
Este olvido tuvo importantes consecuencias. La más importante fue olvidar que “ego” y “espíritu” son dos manifestaciones de una misma realidad; pero también olvidaron que todo cuerpo (forma) humano se crea gracias a la presencia de un ser espiritual en el plano físico. Olvidaron que ellos eran los reflejos materiales de una “Presencia”. Este olvido les llevó a hacer del cuerpo físico y de sus cinco sentidos la única realidad que les constituían. En estas condiciones, era imposible que se produjera la proyectada unión entre ego y espíritu. Esta fue la cusa, también, de que en muchas “tribus”, “naciones”, “conjuntos humanos”, dejaran de encarnarse los espíritus, y la creación humana quedó interrumpida.
Sin la cooperación del ego, no podía llevarse a cabo el necesario vínculo entre ego y espíritu. De esta manera los egos se hundieron en una realidad cada vez más ilusoria, se llenaron de miedo, lo que provocó una energía que antes nunca había existido a través de un remolino emocional.
Los espíritus sanos tuvieron que dejarlos marchar y los espíritus enfermos entraron en la ignorancia de sus prejuicios, de su intolerancia y su violencia. Hay cosas que no se pueden forzar. El amor a la verdad es una de ellas. La cooperación de los egos ha de ser voluntaria, de lo contrario, el espíritu no podrá realizar su proyecto humano.
No tenemos tiempo aquí de hablar lo que fue el peregrinaje de los egos separados por el mundo de la densidad y la oscuridad, por ese mundo de sombras llamado materia. Esa ha sido nuestra historia de los últimos 25.000 años, tal vez más. Hoy comenzamos a comprender y algunos comenzamos a sentir nostalgia.
El ángel Desconocido
¡Nostalgia de los arcángeles!
Yo era...
Miradme.
Vestido como en el mundo,
ya no se me ven las alas.
Nadie sabe como fui.
No me reconocen.Por las calles,
¿quién se acuerda?

Zapatos son mis sandalias.
Mi túnica, pantalones
y chaqueta inglesa.
Dime quién soy.
Y, sin embargo, yo era...
Miradme.
Rafael Alberti.

    Los críticos literarios han dicho que Alberti alude en este poema a su pérdida de fe religiosa. Puede que ello sea cierto, quién soy yo para enmendarle la plana a los críticos. Pero, desde otra perspectiva, la del inconsciente, yo creo que hay algo más. Si no es así, ¿a qué esa admirada ¡Nostalgia de los arcángeles!? Y, aunque el recuerdo parece haberse sumergido en el inconsciente, algo ha quedado en la memoria de la conciencia: un vago recuerdo, un ligero temblor, un etéreo escalofrío, el de haber sido arrojado de algún Paraíso en el que él, el poeta, era un arcángel. ¿O acaso es pura coincidencia que lleve el nombre de uno de ellos?
Yo era..." Anhelantes, esperamos en suspenso, pues parece que nos quiere decir lo que era; aunque, apenas surgida, la intención queda cortada y renuncia a evocar ese presentimiento tan íntimo. Así que se limita a decirnos que contemplemos lo que ahora es: un hombre. Un hombre al que ya no se le ven las alas, porque va vestido como todo el mundo viste en el mundo: de carne. Ha tomado forma y apariencia humana. Nadie puede reconocerle. ¿Quién podría imaginar que tras esa apariencia humana se esconde un ángel? ¿Podría alguien reconocerse como un ángel?
No sabemos qué es o cómo es un ángel, aunque los pintores medievales los pintaron con alas, túnica blancas y sandalias doradas. La verdad es que, si somos ángeles, ya no se nos ven las alas; tampoco llevamos doradas sandalias, sino zapatos deportivos, y en vez de blancas túnicas, usamos vaqueros y camisa a cuadros. Tras esta imagen de nuestra actual condición, "Por las calles, ¿quién se acuerda? ", el poeta nos interroga en forma indirecta: “Dime quién soy". Aunque la interrogación lleva implícita otra pregunta: ¿Sabes quién eres tú? Porque si tú lo sabes, si recuerdas que eres un ángel, dímelo. Los críticos dicen que exhorta a que le respondamos que es un hombre. Pero presiento que lo que realmente quiere es que le digamos que es un ángel. Porque si la respuesta es que es un hombre, ¿a qué esa nostalgia, ese vago recuerdo de lo que era?
Parece ser mucha y profunda la nostalgia que le empuja a contarnos lo que fue: “Y, sin embargo, yo era..." Al final, hemos vuelto al Principio, al Origen. Y de nuevo la voz se corta e interrumpe. ¿Qué secreto oculta ese “yo era..."? Continuamos sin saberlo. La voz vuelve a repetir la decepcionada petición: “Miradme". ¡Cuánto desaliento hay en ese último verso! Por dos veces ha intentado hacernos partícipes de una confesión, de descubrirnos un secreto que, apenas esbozado, concluye en el desaliento y en la nostalgia. El poeta no ha podido decirnos que era, se quedó sin palabra para expresarlo, una palabra que procede del Silencio y que habla de el misterio que se encierra en ella.
Hoy, ante la aceptación del ego, sanando su espíritu, o en proceso de sanación, muchos espíritus encarnan de nuevo. Hoy comenzamos a saber lo que somos: múltiples proyecciones de Eterno y Uno Gran Espíritu; espíritus destinados a crear y fortalecer de nuevo nuestra unión con los egos actuales. Muchos aún creen que solo son un ego, pero éste solo es la mitad de la ecuación humana. El hombre completo es una asociación de ambas cosas. Y al ser aspectos individualizados de Un Ser Uno, no evolucionamos, sino que nos encarnamos, tomamos un vestido de carne para desarrollar la Creación del Uno. Nuestra inteligencia es preexistente y nuestra identidad, una frecuencia bien sintonizada de luz estelar.
Los espíritus que somos quieren encarnarse en nuestros cuerpos y despertar en nuestras mentes y en nuestros corazones, porque ambas cosas también les pertenecen y son uno con nosotros.
¿Cómo podemos realizar esto?
Es evidente que a través de un Trabajo que nos lleve a tomar conciencia, primero, de lo que no somos y, luego, de lo que en realidad somos.

Antes de terminar la charla de hoy, permitidme leeros otra historia.
 El Hermano Silencio
Y sus hermanos de Medina Runda, una tarde que paseaban con él, le preguntaron: Maestro, háblanos del silencio.
Y Abul Beka les dijo: Mira que estoy empañando el halo cristalino del Silencio al hablar de él; más he de hacerlo apara que lo viváis en mis palabras.
El Silencio no viene cuando decimos: ahora guardaré silencio. El Silencio es un estado del espíritu  que se desnuda de las palabras conscientemente.
Cuando viene el Silencio y se posa en la boca del hombre, se despliegan las plumas del alma, que estaban mutiladas por el alquitrán de las palabras. Entonces nace algo nuevo en el corazón. Y en la frente, posado entre las cejas, despierta un loto y se enciende una luz.
¿Acaso no es el Silencio el traje más transparente con el que viste la Divinidad? Más los seres humanos la han querido vestir con otros trajes a su gusto y le han puesto nombres y la han definido.
Más, ¿se puede definir un soplo de viento? ¿Se puede manchar con definiciones los pétalos de una rosa? ¿Se puede atrapar entre las letras de una palabra un pensamiento, como para que todos aquellos que lo roben puedan sentirlo virgen y por igual? ¿Se podría explicar con palabras un sentimiento íntimo? ¿No sería necesario un diálogo de corazón a corazón en el Silencio?
Sabed que las palabras, más que unir, separan. Es el Hermano Silencio el que lo aúna todo bajo sus alas; más aunque viva en todos los corazones, son muy pocos lo que se hacen Silencio en el Silencio.
Cayetano Arroyo. “Diálogos de Abul-Beka"
No voy a comentar este texto manchándolo con el alquitrán de mis palabras, pues no es ese el cometido del ego, sino el de cuidar del cuerpo físico, el de asegurarse que esté bien alimentado y cuidado, y vigilar que no camine por el borde de un acantilado.
Hasta ahora, el ego ha sido el responsable de todos nuestros miedos y temores en el plano físico. Pero fue creado para proporcionarnos el sentido de nuestra auténtica naturaleza. Un estado saludable del ego es un componente importante de nuestra identidad como seres humanos. Por ello, no hay que matar al ego, ni reprimirlo, ni siquiera trascenderlo. El ego no tiene que morir. Su misión es la de establecer una relación apropiada con el espíritu que somos, poniéndose a su servicio. Cuando el ego cesa de actuar de modo independiente, e invita al espíritu a que penetre en nuestra conciencia, la ilusión de nuestra historia desquiciada en persecución de deseos imaginados, se evapora, como lo hace la niebla cuando comienza a calentar la mañana. Se produce un cambio completo de polaridad modificando la percepción de nuestra conciencia sobre lo que hay a nuestro alrededor. Se despierta en nosotros un sentimiento sobre nuestra verdadera naturaleza que nos permite conocer al espíritu que somos.
¿Y qué somos?
Somos seres que habitan un campo de percepción colectiva, en el que nuestras individualidades puede existir, pero nunca pueden poseer. Para convertirnos en tales, primero hemos de reconocer dos cosas:
  1. Todas las criaturas viven dentro de un único campo de conciencia compartida, porque todas son proyecciones de un Ser Uno. Y todos nosotros, ángeles, hombres, animales y plantas, microbios y minerales, somos aspectos diferenciados de un Todo Consciente y Coherente. Este concepto es la piedra angular, la base, sobre la que se sustenta ese gran símbolo que es el “Reino de los Cielos”.
  2. Las partes de ese Único Ser, cuando están sanas, no compiten entre sí, sino que se unen y se apoyan mutuamente, como lo hacen las células y los órganos para formar un cuerpo saludable. Y, al expresarse de un modo natural y sencillo, la rica variedad de sus configuraciones, se complementan como las partes de un todo. Aquí radica la clave de su seguridad.
La paz interior a la que se refieren los místicos, se produce cuando el ser humano permanece fiel a su naturaleza espiritual y, en consecuencia, vive en armonía creativa con todo lo que de saludable tiene el Universo.



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