Lo que la
Antigüedad nos dice (entiendo por Antigüedad todo el Saber
acumulado por la Humanidad
a lo largo de miles de años y que la
Ciencia desprecia por considerarlo antiguo y obsoleto, al
encontrarse expresado en otro lenguaje -simbólico y mítico-, y que se niega a
considerar) es que el ser humano es algo más que su entorno, pues posee un
atisbo de otra cosa, cierta energía, que le permite ser más inteligente que la Vida en cuyo seno se
encuentra.
No es difícil percibir que tenemos una superficie que se roza con la superficie
de la Vida,
y que entre esas dos superficies discurre nuestra propia vida, y que ese
discurrir lo hace entre y por los opuestos. En nuestro caso hemos
de comprender además que no solo tenemos una superficie física, sino que también tenemos una superficie psicológica.
La realidad es que nunca nos preocupamos por nuestra superficie
psicológica, suponiendo que pensemos en ella; para la mayoría solo es esa
atracción que se deja llevar por lo que acontece, por las opiniones de los
otros, por lo que escuchamos, por lo que leemos…, por el qué dirán. Las
tradiciones antiguas dicen que si es así estamos
muertos. Porque a menos que uno sienta
que se está viviendo la vida, se está muerto,
pues no existe tensión entre las dos
superficies, la superficie de la vida
y nuestra propia superficie. Estar
vivos es sentir la tensión que se genera entre ambas. Tiene que ver con la Termodinámica y la Entropía. La vida fluye por
nosotros cuando nuestra temperatura
es más alta que la temperatura de la
vida.
Nuestra superficie, ya sea
física o psicológica, intelectual o emocional, nos separa de la vida exterior
en la que estamos inmersos. Todas las cosas tienen una forma particular cuya superficie las separa de aquello dentro
de la cual viven. Pero el hombre dispone, además de su superpie física, de otra
superpie, algo que, al menos apartentemente, no poseen las formas de la naturaleza: una superficie
psicológica. Los griegos dirían que dispone de una psique. Por ello el hombre es el único ser de la naturaleza que
parece disponer de un destino físico y de un destino psicológico. Y, ambos, son
opuestos, aunque complementarios.
Debemos darnos cuenta de un hecho: vivimos en este planeta entre opuestos. Debemos comprender que
cuando se está en un opuesto (siempre estamos en alguno), no solemos tener
conciencia del otro, y viceversa. El problema es que no podemos escapar de los opuestos, a menos que sepamos como
hacerlo y, desde luego, no es aniquilando uno de ellos. Es necesario, primero, ver ambos lados de uno mismo, y es
preciso ver la forma en que un lado
ayuda al otro. Esto requiere de un pensamiento doble, de una conciencia doble.
Requiere tener plena conciencia de sí,
no solo de nuestro lado externo, sino
también de nuestro lado interno.
¿Qué significa esto? Significa que hemos de conocernos y luego nada en
exceso.
¿Qué significa exceso?
Significa que oscilamos demasiado a
la derecha y luego demasiado a la izquierda en el movimiento de nuestro péndulo interno. Nada es más penoso que la bondad excesiva, o nada es
más irritante que la intransigencia
excesiva. Todas nuestras formas de vanidad
y de orgullo, nos permiten creer que solo hacemos el bien y que por ello debemos ser
merecedores de admiración y recompensa. Pero nuestro equilibrio, el caminar con
las dos piernas, nada tiene que ver con el orgullo, la vanidad, o la
admiración, ni siquiera con la necesidad
inconsciente que tenemos de estas cosas.
El Evangelio (aclaro que para mí solo es una historia mítica) dice: “Bienaventurados
los pobres de espíritu”. Ser pobre de
espíritu, en el lenguaje simbólico de mito, significa “no identificarse con uno mismo, con lo que uno cree que es”. Un aforismo sufí dice: “Toda vida verdadera es la paz y la armonía de los contrarios. La muerte
se debe a la guerra que existe entre ellos.”
Para los griegos, cuando un opuesto pasaba los límites del otro, se
decía que existía un estado de Injusticia.
La Justicia
o Rectitud se consideraba como un estado de equilibrio (La Justicia sostiene una
balanza equilibrada en su mano, y desde luego no es ciega, pero si consciente
de la polaridad representada por los dos platillos de la balanza). El Hombre Justo, en casi todas las
tradiciones, es el Hombre Recto, el
hombre que está en equilibrio entre
los opuestos y no sobre ninguno de
ello. La diosa egipcia Maat, que representaba el orden equilibrado, tenía por
símbolo una pluma de ave, por ello se encontraba presente cuando el alma (el Ka)
del difunto era pesada ante Osiris. La pluma, en un platillo de la balanza; en
el otro, el Ka. Ambos debían permanecer en equilibrio. Un hombre así, un hombre
justo, nada tiene que ver con los caprichos de sus deseos, de sus emociones o
de sus impulsos instintivos, que oscilan entre los opuestos, eternamente,
incansablemente, como el Yin y el Yang.